Daniel y Amelia, Sueños hechos realidad

Siempre necesito contarte más sobre Daniel y Amelia…

Prometo actualizar pronto la web, explicarte todo lo que he estado haciendo estos meses, contarte qué estoy escribiendo… Mientras te dejo con la versión extendida de una escena que aparece en mi último relato publicado, “Por tus caricias”.

Ojalá te guste y estés dispuesto a enamorarte de mis próximas historias.

“Daniel se tumba a mi lado, con un brazo me acerca a él y con el otro me aparta unos mechones de pelo que se han pegado a mi cuello. La rosa descansa sobre mi ombligo y me hace cosquillas. Cierro los ojos e intento recuperar el aliento. Me cuesta respirar y el perfume de Daniel sigue deslizándose por mis venas. Sus besos siguen quemándome la piel. Le tiemblan los dedos al tocarme la mejilla y los flexiona al apartarlos.
No soporta demostrar ninguna debilidad, aunque sabe que a mí no puede ocultarme nada. Giro el cuello y le beso el pectoral donde estoy recostada.
Se queda sin aliento y cuando lo recupera lo suelta despacio.
-Hazlo, Amelia –me pide, cada palabra le produce un profundo eco en el pecho. Me incorporo para mirarlo y veo que aprieta los párpados con fuerza y le vibra ligeramente la mandíbula-. Ahora. Por favor. Te necesito.
Me siento a su lado y le observo sin decirle nada. A pesar de que acaba de hacerme el amor con absoluta desesperación su cuerpo sigue rígido y dolorosamente excitado.
<<Oh, Daniel. Sientes demasiado.>>
Levanto una mano e intento acariciarle la frente y la mejilla, pero él sólo me deja tocarlo un segundo. Sus dedos capturan mi muñeca y se cierran a su alrededor.
-No.
Lo dice tan decidido, tan furioso incluso, que busco su rostro. Ahora me mira, los iris están ardiendo y en medio del fuego veo terror y deseo, lujuria, pasión, y un amor como nunca me había imaginado que existiera. El nuestro.
-No –repite entre dientes-. No me toques con ternura. Hoy no podría soportarlo.
-Daniel… -Se me rompe el corazón cuando dice estas cosas.
-No. Por favor-. Él no es consciente pero ha aflojado los dedos con los que me retiene la muñeca y ha empezado a mover el pulgar acariciándome la piel-. Necesito que me poseas.
El torso le sube y baja muy despacio, como si respirar no fuese una reacción natural de su cuerpo y tuviese que obligarse a hacerlo. Los músculos del abdomen se le contraen y la mano que tiene en la cama se cierra encima de la sábana, arrugándola entre los dedos.
-Tranquilo, amor –susurro.
-¡No! –Cierra los ojos y traga saliva-. No –repite humedeciéndose los labios-. Poséeme, demuéstrame que te pertenezco -. Esa petición le ha costado un trozo del alma. El corazón le late tan rápido que puedo oírlo-. Hazme todo lo que me has dicho. Por favor-. Hunde los hombros en el colchón, está intentado dominar la tensión y el anhelo que le domina el cuerpo.
Me necesita, incluso más de lo que desprenden sus palabras. El viaje que tiene que emprender mañana, la conversación de anoche, los recuerdos de un pasado que no acaba de desvanecerse, un futuro que todavía parece demasiado frágil… Todo arde dentro de él y nos está abrasando a ambos.
Muevo la mano que tengo libre hacia el estómago de Daniel y empiezo a acariciarlo. Hundo las uñas en sus abdominales un breve segundo y después me dirijo hacia la parte que solloza por mí.
-Gracias –gime él al instante.
Por fin respira, su impresionante espalda descansa en el colchón y afloja la tensión con la que apretaba los labios. Me suelta la muñeca y ambos brazos se relajan encima de las sábanas.
-Chis, tranquilo.
Empiezo a acariciarle como necesita y con la mano que he recuperado le toco el rostro con ternura. Ahora no se queja, sino que gira la mejilla en busca de más.
-Por favor, Amelia –susurra perdido en ese lugar al que solo yo sé llevarle-. Por favor, dime qué tengo que hacer.
Le aparto el pelo de la frente, la tiene empapada de sudor y, sin dejar de tocarle con la otra mano, me inclino hacia sus labios. Le beso suavemente, él tiembla y suspira pegado a mí. Mi lengua entra en el interior de su boca y Daniel gime, se entrega absolutamente. Afloja la mandíbula para que pueda besarlo como los dos necesitamos. Sólo dura unos segundos, no puedo alargarlo más, él necesita mucho más. Cuando retrocedo él intenta seguirme, levanta la cabeza de la cama en busca de más.
-No –le detengo con una sola palabra-. Túmbate boca abajo y sujétate del cabezal.
Daniel respira entre dientes y aprieta la mandíbula. Lo siento estremecerse en mi mano y veo que está intentado contener el ardiente deseo que le ha provocado mi petición. Bueno, en realidad no es una petición, y él lo sabe. Y por eso está tan excitado.
Aflojo los dedos uno a uno y Daniel espera unos segundos antes de darse media vuelta y colocarse en la posición adecuada. Levanta los brazos despacio, se me acelera el corazón al ver la fuerza que desprenden todos y cada uno de sus músculos. Es un hombre impresionante, sin igual, y me pertenece. Rodea el cabezal de la cama con los dedos y los hombros le tiemblan del esfuerzo que hace para dominar el poder inherente de su cuerpo.
Magnífico, es la única palabra que se me ocurre para describirlo.
Deslizo una mano por su columna vertebral, se me hace la boca agua al ver cómo se le eriza la piel al paso de mis dedos.
-Amelia…
Oír mi nombre me impulsa a levantarme. Quiero sentirlo, hacerle feliz, poseerle, cuanto antes. Él dice que me necesita, y sé que es verdad, pero yo le necesito aún más.
Siempre más.
Saco la cinta de seda negra del cajón y le ato las muñecas entre ellas y ambas a la cama. Daniel se estremece, el deseo le cubre la piel, pero suspira feliz y aliviado al notar la cinta. Podría romperla, Daniel podría soltarse de cualquier atadura si quisiera, pero no quiere.
Está tan atractivo así, tan sensual en su rendición, que no puedo seguir conteniéndome y le giro el rostro en busca de sus labios. Nos besamos, suspiro su nombre en su boca, le entrego todo el poder a pesar de que él cree habérmelo dado todo a mí.
No es cierto, siempre lo ha tenido él, desde el día que le entregué mi corazón.
-Te amo –le digo mirándole al apartarme.
-Dios, Amelia, yo también te amo –confiesa antes de capturar mi boca y besarme otra vez.
Me muerde el labio inferior, no oculta que está temblando y que su lengua, sus labios, todo su cuerpo reacciona meramente por instinto, respondiendo a un anhelo profundo, a la necesidad de su alma. Me besa, se empapa de mi sabor y de cada una de mis respuestas. Tensa los brazos que tiene atados y mantiene el resto del cuerpo inmóvil en la cama.
Esperándome.
Interrumpo el beso, seguiría besándole –jamás dejaría de hacerlo-, pero él me necesita. Apoyo la frente en la suya y espero a que él recupere el aliento y abra los ojos.
-Basta, Daniel –le digo con ternura y en voz baja, atesorando la intimidad que existe entre nosotros-. Ahora vas a entregarte a mí, voy a darte todo lo que necesitas para soportar estos días que vamos a estar separados.
-Sí, por favor –accede temblando.
-Chis, tranquilo. Vas a estar bien, lo sé. Estás dentro de mí y no voy a dejar que salgas nunca.
-Nunca –suena a pregunta, así que se la respondo.
-Nunca-. Le acaricio la mejilla-. Ya casi está, amor mío. Dime qué necesitas antes de que empiece.
-Un beso -pide.
Me mira a los ojos, los tiene negros, abiertos, en llamas. Le beso con ternura, de aquel modo que a él tanto le afecta y dejo que sus labios se aparten despacio de los míos. Después, descansa el rostro en la almohada y respira despacio.
-Hazme tuyo, Amelia. Por favor. Estoy preparado.
Le poseo, le acaricio todo el cuerpo, le beso cada centímetro. No le dejo ni un ápice de control sobre sus reacciones, todas me pertenecen. Y cuando se entrega a mí ya no hay remedio; yo soy suya para siempre.
Y cuando hacemos el amor tal como le he prometido que lo haríamos, le brillan los ojos y susurra que me ama.”

 

Por tus caricias

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