Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días

Daniel y Amelia…un beso para el día del beso (y para siempre)

Aunque se supone que estoy corrigiendo como si no hubiera un mañana, acabo de ver que hoy es el día internacional del beso y no he podido resistir la tentación de escribir un beso inédito más para Daniel y Amelia…porque si hay una pareja que debe besarse siempre son ellos, ¿no crees?

Así que aquí tienes, una escena de regalo con ellos (por cierto, aunque trabaje en una novela nueva, sigo escribiendo también sobre Daniel y Amelia). Gracias a todos por vuestras propuestas de título para la historia de Grace y Colin, sois increíbles ♥

Un beso más

«Daniel lleva días sin dormir. Él, el muy idiota, cree que no me he dado cuenta, cómo si existiera la posibilidad de que saliera de la cama y yo no lo echase de menos. Sé que lo hace porque cree que debo descansar, y lleva razón, desde que empezó esta horrible crisis de refugiados Marina y yo no damos a basto en la O.N.G y aunque todo nuestro equipo y nuestros maridos están ayudándonos al máximo, no podemos con todo. Marina está tan cansada que el otro día Raff y James aparecieron y se la llevaron de la oficina en brazos y amenazaron con no dejarla volver si no cenaba como Dios manda y pasaba la noche con ellos en la cama (dijeron algo más, pero no alcancé a oírlo).

Daniel también está preocupado por mí e insiste en que nosotras dos, por mucho que nos empeñemos, no podemos salvar al mundo. Bueno, yo al mundo no sé si quiero salvarlo, quiero ayudarlo, eso seguro, pero salvar, solo quiero salvarlo a él, a Daniel.

Él lo es todo.

Por eso me pone furiosa que a estas altura de nuestra relación vuelva a comportarse como el héroe torturado y taciturno de una novela. Creía que esa fase ya la habíamos superado. Sé que estos días él también tiene muchísimo trabajo, en el despacho están llevando uno de los casos más importantes de la historia; defienden a un militar que se fugó del país con cientos de documentos considerados como secretos de estado y los colgó después en una web para que toda Inglaterra (y el mundo entero) pudiera leerlos. Y por si no le bastase con eso, su abuela llamó hace poco para decirle que había encontrado una caja con los viejos diarios de su hermana Laura.

Daniel no puede dormir porque la muerte de Laura ha vuelto a colarse en sus pesadillas. Laura, lo que perdió cuando ella murió y lo que hicieron su padre y su tío.

Y no me lo dice porque cree que tengo que dormir. Si no le quisiera tanto, le pegaría. Y después le besaría.

Quizá es eso lo que necesita. Lo que necesitamos los dos.

Salgo de la cama procurando no hacer ruido. Abro el cajón de la mesilla de noche y cuando encuentro lo que estoy buscando voy al salón. Él estará de pie frente a la ventana, mirando las luces de Londres y esperando a que amanezca. En cuanto los rayos del sol se cuelen por entre los edificios, volverá a la cama, me abrazará y me dará un beso en la nuca. Es lo que ha hecho todas estas noches. Pero hoy no.

Ver su espalda desnuda, definida por las sombras de nuestro apartamento, me deja sin aliento durante unos segundos, pero tras respirar profundamente consigo seguir adelante. Daniel está tan preocupado que aún no ha detectado mi presencia y a mí el corazón me da un vuelco al comprobar -otra vez- lo dispuesto que está a sacrificarse por mí.

Llego a donde está, apoyo la frente entre sus omoplatos y él se tensa. Antes de que pueda girarse o decir nada, beso esa piel.

-Daniel -susurro al mismo tiempo que levanto una mano para capturar la que él tiene apoyada en la ventana.

-Vuelve a la cama -me pide él sin darse media vuelta.

Se está ocultando de mí y debería saber que no pienso permitírselo. Los dos debemos descansar y no lo conseguiremos nunca si él se queda allí y yo vuelvo a la cama. Tenemos que estar juntos.

Le doy otro beso, esta vez encima de la vértebra, y le cojo la otra mano. Él aún no se ha dado cuenta de lo que pretendo y cuando lo haga… tiemblo… espero estar haciendo lo que de verdad necesita. Mi instinto y mi corazón me dicen que sí, pero jamás me perdonaría hacerle daño a Daniel.

No puedo dudar ahora. La única vez que dudé de mí y de Daniel acabé haciéndonos daño y no pienso olvidar esa lección.

Le sujeto la mano y coloco la primera esposa en la muñeca derecha. Él se tensa pero no se mueve y aprovecho ese segundo de indecisión de Daniel para esposarle la muñeca izquierda. Tiene los brazos en la espalda. Tensa los hombros con tanta fuerza que se los beso para relajarlos.

-¿Qué estás haciendo, Amelia?

-Date la vuelta, Daniel -le digo con la voz firme a pesar de que toda yo estoy temblando.

Él suelta el aliento por entre los dientes, lo veo a través del reflejo en la ventana, y muy despacio se da la vuelta.

-¿Qué estás haciendo? -repite.

-Te estoy recordando que estoy a tu lado. -Le empujo el torso ligeramente con la mano hasta que su espalda queda completamente apoyada en el cristal-. Pareces haberlo olvidado.

-Jamás.

-Entonces, ¿por qué no me cuentas qué te pasa? -Me quito el camisón frente a él. A Daniel se le dilatan las pupilas y aprieta los dientes. No da ni un paso hacia mí, me estremezco al pensar lo que eso significa: he acertado. Esto es exactamente lo que Daniel necesita-. ¿Por qué llevas una semana dejándome sola en la cama?

-Necesitas descansar. -Ha empezado a sudar y le cuesta respirar.

-Te necesito a ti.

Coloco las manos en el pantalón del pijama de Daniel. Él sisea cuando siente el tacto de mi piel. Le desnudo, bajo la tela por sus piernas y me arrodillo entre ellas. Le beso la cicatriz que tiene en la rodilla y subo por el muslo.

-Dime qué te preocupa, Daniel.

Le beso la cadera y después me dirijo hacia la otra pierna, mi pelo le acaricia el estómago y está tan excitado que le escucho incluso sollozar. Le beso el otro muslo, son besos pequeños que van bajando hasta la rodilla.

-¿Qué te preocupa, Daniel?

-No… -Tiene que tragar para poder continuar-…no te arrodilles delante de mí. Por favor, Amelia. No me…

Acaricio muy lentamente su sexo, deslizo los dedos marcándole con las uñas.

-¿Ibas a decir que no me mereces? -Aparto el rostro y le miro. Él tiene la cara inclinada hacia mí, desesperado por absorber hasta el último detalle a pesar de la poca luz-. Espero que no, porque eso sería una estupidez y me dolería mucho. Y tú no quieres hacerme daño, ¿a qué no, Daniel?

-No. Joder. Por supuesto que no.

Le premio dándole un beso en la pierna y acariciándole como necesita.

-Entonces, ¿por qué te mantienes alejado de mí? ¿No crees que soy lo bastante fuerte para estar a tu lado? ¿Para darte todo lo que necesitas?

Le tiemblan las piernas del esfuerzo que está haciendo para no moverse.

-Eres mucho más fuerte que yo, Amelia. Me das más de lo que necesito… -Gime-… más de lo que merezco.

Me levanto con un único movimiento y me aparto. Otro sollozo escapa de los labios de Daniel al notar mi ausencia. Me necesita tanto y sigue teniendo miedo, pero al menos ahora sé cómo hacerle reaccionar y salir de este estado. Mi Daniel siempre vuelve a mí. Y yo le esperaré y le amaré siempre.

Le acaricio el rostro, él abre los ojos -los había cerrado-, y enredo los dedos en su nuca para tirarle del pelo.

-Te mereces esto y mucho más, Daniel. Te lo mereces todo. No me importa estar cansada, no me importa trabajar mil horas al día y discutirme con todos los burócratas imbéciles del Reino Unido. Me importas tú. Te quiero. TE AMO.

Le beso, ninguno de los dos podemos más, le separo los labios con la fuerza de los míos y nuestras luengas se pelean para ver cuál de las dos ha echado más de menos a la otra. Es una lucha a muerte, los dos estamos desesperados.

-Maldita sea, Amelia. Lo siento.

Por fin.

Suspiro aliviada. Por fin he conseguido romper ese caparazón.

-No pasa nada. -Le beso de nuevo los labios y después deslizo los labios por la mejilla y el cuello-. No pasa nada.

-No sé si quiero leer los diarios de Laura. No sé si puedo. -Ahora que ha empezado no puede detenerse-. No sé si puedo hacernos esto otra vez. -Su cuerpo vuelve a la vida, antes estaba excitado pero ahora es como tener al deseo en estado puro frente a mí-. Y este maldito caso, joder, Amelia, es peligroso. El gobierno quiere matar a Sanduk, la gran mayoría de organizaciones terroristas del mundo también. Yo… -se detiene y se tensa-. Joder. Amelia. Mírame. Por favor.

Dejo de besarlo, iba por el pectoral izquierdo, y levanto la cabeza para mirarle. Le coloco una mano en la mejilla para acariciarle y capturar la lágrima que él no sabe que tiene allí.

-Tú y yo podemos con todo, Daniel. Siempre. Te amo.

-Me matas, Amelia. Me matas y después me reconstruyes con tu amor, con tu valentía, con tus besos y haces que te crea. Que quiera creerte.

Sonrío como una idiota. No puedo creerme que Daniel siga creyendo que no es romántico.

-Mañana -le digo tras carraspear-, dentro de unas horas vas a contármelo todo y encontraremos la manera de solucionarlo. Te prometo que me cuidaré más, Marina y yo ya hemos decidido contratar a dos personas más. -El alivio que siente Daniel es más que evidente-, te lo habría dicho si no te hubieras puesto en plan “Daniel el inaccesible”. Y tú vas a prometerme que si vuelves a sentir la necesidad de salir de la cama, antes de hacerlo me darás un beso y me dirás qué te pasa. Si después de contármelo, quieres venir aquí a ver las vistas, perfecto, te dejaré hacerlo. Pero antes tienes que besarme y contármelo. ¿De acuerdo?

-De acuerdo. -Tiene la voz tan ronca que apenas puede hablar-. Lo siento, Amelia.

-No pasa nada, amor mío.

Le beso el cuello y guío una mano hacia bajo. Creo que con que le toque una sola vez perderá el control… o esperará y me pedirá permiso. Le muerdo y él arquea la espalda y la aleja de la ventana aunque sus pies siguen firmemente plantados en el suelo.

-Dime, señor Bond. -Subo la lengua hasta la oreja-. Ahora que tengo aquí, ¿qué crees que puedo hacer contigo?

-Lo que quieras. Dios, Amelia, puedes hacer lo que quieras conmigo. Pero hazlo, por favor. Por favor.

-Quiero hacerte tantas cosas… me has dejado sola demasiadas noches, Daniel.

-Lo siento -repite. El corazón le va muy rápido.

-No pasa nada. -Le acaricio el pelo y el rostro con la otra mano-. Siempre estaré aquí. Tranquilo. ¿Quieres que te quite las esposas? -Me sonrojo-. No sabía si utilizarlas, pero he pensado que así estarías más receptivo… que las necesitabas.

-Las necesitaba -confiesa-, pero ahora no puedo más. Ahora solo te necesito a ti. Te amo, Amelia.

-Voy a quitártelas.

-NO. -Suelta el aliento y respira profundamente-. Antes bésame y hazme tuyo. Por favor.

Me pongo de puntillas y devoro sus labios, los recorro con la lengua, con la boca, le muerdo el inferior que siempre ha sido mi debilidad. Le beso, marco sus labios como míos. Le empujo lentamente hacia abajo (sin la ayuda de sus manos yo no puedo hacerle el amor de pie, Daniel es demasiado alto) y cuando queda de rodillas en el suelo le rodeo la cintura con las piernas y hacemos el amor sin dejar de besarnos.

Él dice que le hago mío, pero la verdad es que ni yo soy suya ni él es mío. Sencillamente somos indivisibles.»

© M.C. Andrews.

¿Te ha gustado? ¿Quieres leer más sobre Daniel y Amelia?

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor.

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Grace y Colin, Impaciente, Nuevo libro, writing

En busca del título perfecto…

Ella se llama Grace y él Colin y son (por fin) los protagonistas de la novela que estoy a punto de terminar, corregir y mandar a la editorial. Pero antes necesito tu ayuda para encontrar el título perfecto… Sé que llevo meses desaparecida, pero esta historia la tenía tan dentro que me ha costado mucho dejarla salir. Tal vez te estoy pidiendo mucho, así que aquí tienes unas escenas de esta nueva novela para ver qué te sugieren.

Puedes dejar tu propuesta de título aquí, en facebook o en twitter y también prometo colgar una foto en Instagram.

No me detengo más, espero que te guste esta escena y que te enamores de Grace y Colin…

«Grace

El día que perdoné la primera infidelidad de Richard supe que no estábamos enamorados. Quizá hasta ese momento había conseguido engañarme, pero esa tarde, cuando entré en su apartamento y le vi salir de la ducha supe que había estado con otra mujer y me hice la tonta. No monté ninguna escena. Yo nunca monto escenas, de eso se encarga mi hermana mayor. Yo soy la seria, la formal, la tranquila, la “de fiar”. Y Richard es, o era, el prometido perfecto.

No rompí con él, en realidad nos prometimos tres meses después de ese “incidente”. Él y yo nunca hemos hablado del tema, pero estoy segura de que él sabe que lo sé y que no piensa dejar de hacerlo. Oh, sí, esa no fue la única vez. Desde entonces sé que se ha acostado con una compañera de trabajo y con otra mujer durante uno de sus viajes de negocios.

Todo el mundo se pregunta por qué se lo tolero, por qué una chica como yo (cualquier chica en realidad) permite que su pareja le sea infiel con este descaro. No le he contado la verdad a nadie, a veces pienso que incluso tengo miedo de reconocerla ante mí misma. Richard encaja en mi futuro, es el único con el que lamentablemente me veo capaz de tenerlo. El único hombre que no esperará nada a cambio y con el que yo no corro ningún riesgo de sentir nada.

Por eso, porque Richard es perfecto, no debería fallarme la respiración cada vez que ÉL se cruza en mi camino. Él no debería existir. Él no tendría que acelerarme el pulso o que recordarme que hay un órgano golpeado en mi pecho con ganas de resucitar.

Él no.

Él es demasiado peligroso.

Lo único que me ha protegido hasta ahora es que Él nunca se había fijado en mí. Nunca había mirado hacia mí, ni siquiera en una reunión o en una cena de trabajo. Es incluso gracioso, o patético, según se mire, que haya conseguido esquivarle cuando nuestros puestos de trabajo requerirían que nos reuniéramos de vez en cuando. A él no parece importarle que solos nos comuniquemos a través de correos y que algunas -muy pocas- llamadas telefónicas.

Suena el teléfono y me asusto, es como si el maldito aparato me hubiese leído la mente.

-¿Sí? -Carraspeo y veo que me tiembla la mano. Odio pensar en él porque me reduce a comportarme como una idiota.

-¿Te apetece ir a almorzar conmigo? -Es Richard, él también trabaja aquí. De hecho, sé que el motivo principal por el que me invitó a salir es porque soy la hija del propietario. Y no me parece mal, él nunca me lo ha ocultado-. Quiero celebrar contigo una cosa.

-¿Qué?

-Es una sorpresa.

No me gustan las sorpresas. Todo el que me conoce lo sabe. <<¿Richard te conoce?>>

-Está bien. -No me gusta que la voz de mi conciencia sea sarcástica-. ¿Dentro de una hora en The Dunlin ?

-Perfecto, princesa. Allí estaré.

La conversación con Richard es lo bastante superficial como para conseguir que deje de pensar en lo qué (o en quién) no debo y me paso la hora siguiente trabajando. Cuando salgo hacia el restaurante, un local muy elegante que esta a menos de diez minutos, no me molesta ir sola. O eso me digo. Richard y yo no fingimos ser lo que no somos. Entonces, ¿por qué siento celos de esa pareja que caminan cogidos de la mano delante de mí?

El lujo de The Dunlin me reconforta, el olor a cuero y los tonos negros y marrones me resultan familiares y son justo lo que necesito. Richard ya está aquí, se levanta al verme llegar y me da un beso en los labios antes de saludarme.

-Estás preciosa -sonríe, se le da muy bien halagar a las mujeres-. Gracias por almorzar conmigo.

-Gracias por invitarme. ¿Cuál es la sorpresa?

Hace señas al camarero antes de contestarme y este nos llena las copas de vino.

-Quiero adelantar la boda. No quiero esperar un año. Quiero que nos casemos dentro de tres meses. -Alarga la mano por encima del mantel y la coloca sobre la mía-. Me han ofrecido el cargo de vicepresidente del grupo Tease Hotels -me explica él antes de que yo pueda preguntarle a qué se debe ese cambio. Tease Hotels es nuestra competencia directa-. Quieren que empiece a trabajar dentro de tres meses, cuatro como máximo. Es mejor que nos casemos antes.

Nunca he esperado una declaración de amor por parte de Richard, pero tampoco que reduzca nuestro matrimonio a un mero trámite. Estoy furiosa, el sentimiento me sorprende tanto que tardo un rato en identificarlo. Estoy furiosa porque ni por un segundo me ha preguntado qué me parece que cambie de trabajo. ¡Va a ser el vicepresidente de nuestro mayor competidor y ni siquiera se le ha pasado por la cabeza hablarme del tema! Es evidente que se ha reunido varias veces con ellos, a nadie le proponen un cargo así de la nada, y Richard no me ha dicho nada. Ni a mí ni a papá. Estoy furiosa porque no se ha planteado la posibilidad de que le mande a paseo, de que rompa con él. Ha dado por hecho que va a parecerme bien y que voy a adelantar la boda sin rechistar.

Aparto la mano de debajo la suya y busco el bolso que he dejado encima de la mesa. Richard aún está tranquilo, quizá cree que voy a levantarme para darle un beso, el muy engreído. Me pongo en pie, en eso sí lleva razón, y le digo:

-No pienso adelantar la boda, Richard. En realidad, creo que deberíamos retrasarla. -Me odio por no decirle que deberíamos anularla.

-No digas tonterías, princesa. Ya he hablado con tu padre y aunque lamenta que me vaya con Teaser, se ha tomado muy bien la noticia. Dice que a la larga será bueno para nosotros, para el negocio.

Oh, sí, el negocio. Siempre el maldito negocio, aunque sé que ese no es el único motivo por el que papá no le ha dicho a Richard que se largue de nuestra empresa si tantas ganas tiene de ir a trabajar para la competencia. Lo ha hecho por mí, porque él, aunque yo no se lo he dicho nunca, sabe porque estoy con Richard.

-No, Richard. No voy a adelantar la boda. Me voy.

Richard se pone en pie y me sujeta por la muñeca. Tengo que tragar saliva para contener la bilis.

-No te precipites, princesa. Estás sobre actuando.

-Suéltame.

-Está bien, vete. Pero volveremos a hablar de esto esta noche.

-Esta noche no puedo.

-Está bien. -Sabe que le estoy dando largas-. Te llamaré mañana, tenemos que empezar a hacer planes para la boda. Tres meses pasan en un abrir y cerrar de ojos.

Y esa frase, por absurda que parezca, es la que me hace perder el control y antes de que pueda evitarlo le he lanzado el vino de mi copa a la cara.

-No, Richard. No vamos a casarnos dentro de tres meses.

Aprovecho que él se ha quedado atónito para dar media vuelta y dirigirme hacia la salida. Detrás de mí puedo oír como Richard refunfuña y le pide a un camarero que le traiga otra servilleta. Sonrío, sonrío como hace años que no lo hacía, y de repente estoy a punto de caer al suelo.

He chocado con algo. Con alguien.

Oh Dios mío.

Unas manos me rodean por la cintura y me sujetan.

-Te tengo -susurra el propietario de esas manos. Una voz que conozco muy bien. Unas manos que no me habían sujetado nunca pero que casi puedo describir a la perfección.

-Lo siento -farfullo intentando apartarme. Él no me suelta.

No me suelta.

-¿Estás bien, Grace? ¿Te has hecho daño?

No sé por qué me lo pregunta. <<Sí lo sabes, te lo pregunta porque estás temblando, idiota>>.

-Estoy bien, gracias, señor Turner.

Él sonríe, le oigo sonreír y cierro los ojos con fuerza un segundo.

-Creo que puedes llamarme por mi nombre, ¿no te parece?

-Está bien -accedo, tengo el presentimiento que no me soltará si no lo hago-. Gracias, Colin.

Colin

Llevo años observándola de lejos. Grace. En realidad ella no debería llamarme la atención, simboliza todo lo que he intentado evitar desde que tengo uso de razón, y lo cierto es que lo llevaba bastante bien hasta que ese jodido cretino empezó a salir con ella. Richard Davis. El hombre al que quiero destruir.

De todas las mujeres que hay en el mundo, de todas las barbies estúpidas, sin cerebro y sin corazón que circulan por Londres y por el resto de la faz de la tierra, ¿por qué tuvo que fijarse en ella?

Porque es la hija de Mathew Blakiston, por eso, una de las dos únicas herederas del imperio hotelero Blakiston, la única lo bastante inocente como para caer en sus redes. Si Richard Davis hubiese puesto el punto de mira en Mercy, la hermana mayor de Grace, tal vez yo me habría atrevido a seguir adelante con mi venganza antes y no llevaría dos años en este infierno.

Dos jodidos y larguísimos años.

Pero no, Richard eligió a Grace y al parecer yo sigo poseyendo un ápice de decencia porque he sido incapaz de cumplir con mi promesa. La promesa que me salvó la vida hace años y que me ha llevado hasta aquí.

Joder, creía que lo tenía todo controlado. Hace unas horas he averiguado que Richard va a irse a trabajar con Teaser y mi plan ha cambiado. Joder, estaba tan contento que incluso he invitado a Sophie a almorzar. Y el maldito destino ha vuelto a reírse de mí y me ha lanzado a los brazos, literalmente, a la única mujer que no me veo capaz de tocar.

Grace.

Dios, tengo que soltarla. Lo haré. Solo un minuto más.

-Estás bloqueando la puerta, Colin querido -la voz de Sophie me eriza la piel y al sentir su mano en el antebrazo tengo que apretar los dientes para no ordenarle que deje de tocarme. Grace debe de notar algo porque se tensa y da decidida un paso hacia atrás.

-Lo siento -repite Grace sin mirarme.

Sophie me coge del brazo y se coloca a mi lado.

-No te preocupes, Gracie -Sophie utiliza ese diminutivo que odia Grace. ¿Y cómo sé que lo odia? Porque me he pasado dos jodidos años observándola. Tengo que parar.

-Oh, Sophie, hola. No te había visto.

Cuidado, Grace, quiero advertirla. Si algo odia Sophie es que la ignoren. Sonrío, me gusta ver que Grace no es tan inocente ni tan indefensa como todo el mundo cree. Estoy convencido de que ha elegido esas palabras adrede.

-¿Ya te vas? -sigue Sophie.

-Sí, tengo que volver al trabajo. Disfrutad del almuerzo.

Camina por mi lado y, joder, echo el brazo hacia atrás para rozarla. Soy un jodido bastardo.

Un camarero nos acompaña a la mesa y Sophie no tarda en sonreír como gato que se ha comido al canario.

-Algo le ha sucedido a la princesa -utiliza ese término para burlarse de ella-, el príncipe consorte está sentado en esa mesa con la camisa manchada de vino. Oh, no, me equivocaba, no está solo, una rubia acaba de sentarse con él y diría que lo está consolando.

<<¿Se han discutido? ¿Ella le ha echado la copa de vino encima porque se ha enterado de que va a irse a la competencia? Bien, Grace>>.

-¿Por qué la odias tanto? -Sophie insulta a Grace siempre que puede y con ella es mucho más cruel que con el resto del mundo y eso, en el caso de Sophie, implica mucha crueldad.

-¿Y a ti desde cuando te importa? ¿Acaso has olvidado lo que significa ella para ti? -Bebe un poco de vino del que nos han servido-. ¿No me digas que estás dispuesto a cambiar tus planes para no hacerle daño a la pobre Gracie?

-No.

Mierda, he cometido un error. He contestado demasiado rápido. Sophie huele esa clase de reacciones a quilómetros de distancia, es como un tiburón en busca de sangre.

-No te creo. Llevas dos años aquí y has desperdiciado más de una oportunidad de destrozar a Richard.

Mierda.

-Ninguna era suficiente. No quiero destrozarle, quiero humillarle -me dejo llevar por la ira-, quiero que sufra tanto que desee estar muerte. Quiero dejarle sin nada y sin ninguna posibilidad de seguir adelante. Quiero arrancárselo todo y que lo sepa, quiero que vea como se lo arrebato todo. Absoluta y jodidamente todo.

Sophie sonríe y sé que está excitada. Joder, lo sé porque me sube un pie por el pantalón. Joder, no. Mi cuerpo quiere seguir recordando la sensación de haber estado cerca de Grace y no de ella. Pero no puedo apartarla. Aunque me asquee reconocerlo, necesito a Sophie.

-Me alegra oírte hablar así.

-¿Ah, sí? -Enarco una ceja y le acaricio el pie durante unos segundos. Ella baja los párpados, pero yo solo lo he hecho para quitármela de encima.

-Sí, se me ha ocurrido una idea. Una idea brillante para ayudarte con tu plan. Y nos dará la oportunidad de recuperar uno de nuestro juegos. Te echo de menos, Colin.

Se me revuelve el estómago y me odio porque sé que voy a seguir adelante. Voy a preguntarle qué se le ha ocurrido porque sé que a nadie es tan jodidamente perverso como Sophie. Y quiero lo peor para Richard. Quiero el mal en estado puro.

-¿Qué clase de idea?

-Aún tengo que averiguar muchas cosas más, pero sé de buena tinta que el nuevo puesto de trabajo de Richard está muy ligado a su relación con la princesita.

-¿Qué tiene que ver Grace con Teaser?

No tiene sentido.

-Al parecer Richard tiene que casarse con la princesita si quiere ser el próximo vicepresidente de Teaser. Aunque me imagino que él iba a hacerlo de todas formas. -Sonríe y bebe un poco más-. Vicepresidente de Teaser o futuro presidente y propietario de Blackiston, y demasiado atractivo para su propio bien.

-Cuidado, Sophie, no es elegante que una mujer babee por un hombre.

-¿Celoso?

Ni lo más mínimo, pienso. Me limito a enarcar una ceja.

-Estás aquí conmigo -le digo y que ella saque la conclusión que quiera-, ¿cuál es esa idea tan brillante?

-Vamos a impedir esa boda y tú vas a humillar a Richard de todas las maneras que llevas años soñando, vas a arrebatárselo todo -cita mi frase- y yo voy a ayudarte. Va a ser divertido.

-¿Qué vamos a hacer?

-Yo voy a volver a Richard loco, voy a convertirlo en mi pequeño juguete sexual durante un tiempo -se lame los labios-. Prometo hacer fotos y vídeos y enseñártelos. Y tú vas a hacer lo mismo con la princesita, vas a destrozar a Grace Blakiston porque sin ella, sin el paracaídas que ella representa, Richard estará perdido de verdad.

<<Mantente impasible. Respira>>.

-No va a funcionar -digo y levanto la copa de vino.

-Por supuesto que va a funcionar. Siempre funciona, Colin. ¿O a caso no te ves capaz de seducir a la princesa de hielo?

-No digas estupideces.

<<Joder, Colin, contrólate. Sophie puede oler tu miedo desde aquí>>.

-No es ninguna estupidez. Además, quiero hacerlo. -Sophie entrecierra los ojos. Me ha tendido una trampa. Aún no sé cómo ni por qué, pero he caído en ella de cuatro patas-. Vamos a hacerlo. Me lo debes. Destroza a Richard, llevas años luchando para conseguirlo, joder, Colin, si prácticamente vives por ello. Destroza a Richard y destruye a Gracie… o yo te destruiré a ti.

Ese pequeño atisbo de decencia que durante dos años ha impedido que me acercase a Grace desaparece.»

© M.C. Andrews

¿Qué te ha parecido? ¿Te ha gustado? Deja aquí, o en cualquiera de las redes sociales, tu propuesta para el título y recuerda… No existe nada más erótico que el amor.

Miranda Cailey.

 

Te dejo una imagen del moodboard de Grace y Colin

Grace y Colin

Grace y Colin

y también su canción ♥

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Por ti

Lamento haber estado tan ausente, pero tengo tres buenas noticias. La primera es que estoy a punto de mandar la nueva novela a la editorial. La segunda es que me estoy planteando hacer algo especial para Navidad. Y la tercera es que aquí tienes una nueva escena inédita entre Daniel y Amelia (si quieres situarte mejor, lee la entrada anterior, la escena de este post se sitúa unos días más tarde).

Por ti

“Llegamos al hospital un lunes por la mañana. Daniel me acompañó hasta allí y se quedó a mi lado día y noche. Le dije que no hacía falta, por suerte lo de papá solo había sido un susto e iba a recuperarse. Los primeros días fueron muy duros y mamá y yo nos aseguramos de reñir a papá por haber forzado tanto la máquina; ya no es un chiquillo y debería de cuidarse mejor. Daniel estuvo a mi lado, ignoró por completo las llamadas y los correos de Patricia sin ni siquiera pestañear, parecía adivinar hasta mi último pensamiento incluso antes de que yo lo tuviera.

Tendría que haberme imaginado que sucedía algo.

Oh, no me quejo, Daniel es el hombre más atento y protector que existe en el mundo. De hecho, nos hemos discutido más de una vez porque insiste en meterse en aspectos de mi vida en los que no es necesario (ni requerido) que intervenga. Pero esos días en el hospital era exagerado y cuando le pregunté si estaba intentado compensarme por algo, me miró furioso y… Me estremezco al pensarlo…y me besó como un poseso contra la pared de la habitación del hotel donde nos alojábamos y entró dentro de mí sin desnudarnos.

Hoy estoy sola. Daniel se ha ido de viaje. Me lo dijo por la noche, de eso hace una semana, justo unos segundos antes de prepararse la maleta. Dice que es por trabajo, pero el peso que me oprime el pecho insiste en lo contrario, cada latido de mi corazón me duele al pensar que Daniel está en peligro de nuevo o que me está traicionando…No, esto último no, Daniel no sería capaz de hacerme tanto daño.

Yo he decidido quedarme en Oxford. No quiero estar sola en nuestra casa de Londres y la verdad es que puedo trabajar desde aquí y así mamá se distrae cuidando de Laura. Mi hija está encantada de tener a la abuela para ella sola, pero sé que ella también echa mucho de menos a Daniel. Las dos le echamos mucho de menos. A papá le dan el alta mañana, mamá se ha quedado a pasar la noche con él en el hospital y yo he bañado a Laura y he estado jugando un rato con ella. Mamá es maravillosa con la niña, Laura le toma el pelo como quiere -igual que hace conmigo-, pero lo cierto es que me ha gustado estar unas horas a solas nosotras dos. Ahora, sin embargo, con la pequeña durmiendo tranquilamente en la habitación de al lado y la casa en silencio, tengo unas absurdas e incontrolables ganas de llorar.

¿Qué diablos está haciendo Daniel en Nueva York?

El teléfono suena y a mí casi me da un infarto. Es él. Daniel. Ver su rostro en la pantalla me remata el corazón. ¿Por qué no tendré el sentido común de eliminar esa foto y dejar solo su nombre? Sé la respuesta, obviamente, porque esa foto de Daniel despeinado y con una sonrisa en nuestra cama es uno de mis mayores tesoros. Al sujetar el móvil me doy cuenta de que estoy temblando y suelto despacio el aliento para tranquilizarme.

-Hola, Daniel.

-Estás llorando -adivina él de inmediato, casi puedo oírle apretando los dientes-. ¿Qué ha pasado? Dime por qué estás llorando.

-Estoy cansada, eso es todo.

-No es verdad. Te he visto trabajar durante días sin dormir, apenas podías tenerte en pie y tenías mal humor, pero no llorabas. ¿Qué te pasa, Amelia?

-He estado jugando con Laura -le respondo evasivamente-. Te echa mucho de menos. Las dos te echamos mucho de menos.

-Joder, Amelia. No me hagas esto. Por favor-. Le oigo apretar el aparato-. Por favor.

-¿Qué te estoy haciendo, Daniel? -odio discutir con él. Lo odio con todas mis fuerzas.

-No me necesites ahora, cuando no estoy contigo. -A pesar de que tiene la voz baja esa frase contiene tanta fuerza que ha sido como si me estuviese gritando.

-Pero te necesito Daniel…

-Y yo a ti. Joder, Amelia. Basta.

-¿Basta? -Me seco furiosa una lágrima-. ¿¡Basta!?

-Sí. Basta, Amelia. Por favor.

Hay algo en esas últimas palabras que me inquieta y noto que me escuecen los ojos. Algo va mal. Muy mal.

-¿Qué sucede, Daniel? ¿Cuándo volverás? -Daniel me ha llamado todos los días, bastaba con que descolgara el teléfono para que él me inundase a preguntas sobre Laura o sobre papá. Después, cuando estaba seguro de tener toda la información, me preguntaba sobre mí durante largo rato. Hoy es distinto. El día que se fue me dijo que volvería al cabo de una semana, tengo el horrible presentimiento de que no va a ser así-. ¿Cuándo volverás, cariño?

-Dios mío, Amelia. Te necesito. -Suelta el aliento-. Joder. Mierda. Maldita sea.

-¿Qué sucede, Daniel? Me estás asustando.

-Tengo que quedarme unos días más.

La noticia cae sobre mí cual jarra de agua fría. Ahora mismo tengo tanto frío que probablemente me rompería si intentase dar un solo paso.

-Entonces -empiezo tras tragar saliva-…Laura y yo nos subiremos en el primer avión que salga de Londres rumbo a Nueva York.

-No.

-¿No?

-Por favor no vengas, Amelia. Maldita sea, no es lo que piensas -adivina-. Te necesito, te quiero. Te echo tan jodidamente de menos que ni siquiera puedo respirar. Pero no vengas. Por favor.

-¿Qué está pasando, Daniel? Dímelo de una vez.

-Confía en mí. Me prometiste que siempre confiarías en mí. -Sabe que me dolerá que me recuerde esa promesa-. Me lo prometiste.

Ahora podría recordarle las promesas que él me ha hecho y que está rompiendo con ese viaje, con el secreto que me está ocultando. No lo hago, solo serviría para que se pusiera a la defensiva.

-Está bien. Confío en ti, sabes que confío en ti. -No puedo resistir añadir. Quiero seguir hablando con él, después ya pensaré si viajo a Nueva York (en realidad ya he decidido que voy a ir). Dejaré a Laura con mamá y papá e iré al aeropuerto-. ¿Dónde estás?

Aquí son las doce de la noche, lo que significa que en Nueva York son las siete de la tarde.

-En el apartamento. -Le oigo quitarse la corbata y la americana. Me lo imagino desabrochándose los botones del cuello de la camisa-. ¿Sabías que James también boxea? Tiene una habitación adecuada como gimnasio y utiliza el mismo saco que yo.

Daniel está instalado en el antiguo piso de James, uno de los maridos de Marina. Daniel, siendo como es, quería ir a un hotel, pero James y Raff lo llamaron cuando estaba en el avión. No sé qué le dijeron, pero cuando aterrizó en Nueva York se fue a casa de James. Marina me ha contado que es un apartamento precioso y que el portero del edificio, aunque no tenga demasiado sentido, es un ex marine. Sea como sea, me tranquiliza pensar que Daniel está allí. Pero la idea de que quiera boxear no me gusta en absoluto. Hace meses que Daniel no boxea.

-¿Vas a boxear?

-Sí.

-¿Por qué?

Daniel se ríe y a mí se me pone la piel de gallina.

-Porque hace demasiados días que no estoy con mi esposa y no puedo más.

-Oh.

-Sí. Oh.

-Vaya.

-¿Te estás riendo de mí, Amelia? Porque si es así, voy a colgar.

-No, no cuelgues. -El corazón me está trepando por la garganta-. Pon el altavoz. -No oigo nada durante unos segundos y temo que la llamada se haya interrumpido o que Daniel me haya colgado. Jamás he hecho nada parecido a lo que pretendo hacer y el miedo al ridículo me hace arder las mejillas. Sacudo la cabeza y me recuerdo que ya no soy así-. ¿Me has oído, Daniel?

-Te he oído -responde él al fin.

-¿Y?

-Casi me corro como un jodido adolescente.

Ignoro esa frase, aunque un nudo de calor se instala en mi estómago y empieza a extenderse.

-¿Has puesto el altavoz?

-Sí.

-Yo también -le aseguro tras hacerlo. Mi voz flota ahora por ese apartamento de Nueva York y la de Daniel en la habitación de invitados de casa de mis padres-. ¿Te estás desnudando?

-No.

Me lo imagino completamente inmóvil, con esos músculos tan perfectos temblando del esfuerzo.

-Quítate la camisa, los zapatos, los calcetines y los pantalones. ¿Estás en el dormitorio?

-Sí -contesta mientras se quita las prendas que le he pedido-. Es la habitación de invitados.

Sonrío. Ya sabía yo que Daniel sería incapaz de dormir en la cama que James comparte con Raff y Marina cuando van a la ciudad. Mi marido es así de respetuoso para esas cosas.

-Yo también estoy en la habitación de invitados de casa de mis padres -susurro. Me he tumbado en la cama y tengo el móvil en la almohada al lado de la cabeza-. Túmbate en la cama, Daniel, y cierra los ojos. Imagínate que estás en casa, a mi lado.

-No puedo, Amelia. Me volveré loco si lo hago.

-Hazlo. Cierra los ojos y pon el teléfono en la almohada donde puedas oírme. Yo también estoy así. Te echo mucho de menos, amor mío.

-Me estás matando, Amelia.

-¿Sabes en qué estoy pensando? -le pregunto.

-¿En qué?

-En lo que te haría si estuviera allí contigo.- Me muerdo el labio y sé que él lo ha sentido-. No te besaría. No te lo mereces, sé que me estás ocultando algo.

-Amelia. Por favor. No podría soportar verte y que no me besaras.

-Oh, pero no tendrías más remedio que soportarlo porque no podrías tocarme. No moverías ni un solo músculo, estarías quieto. Temblando. Esperando a que yo te tocase y te besase. Esperando a que te acariciase y recorriese cada centímetro de tu cuerpo con las manos y con mis labios.

-Dios, Amelia. Te necesito. Tócame, por favor. Dime que puedo tocarme.

El corazón me da un vuelco. A pesar de la distancia, Daniel me necesita.

-Antes de eso -le provoco porque sé que eso es exactamente lo que Daniel necesita-, dime qué quieres de mí.

-Todo. Maldita sea. Siempre lo quiero todo de ti -contesta entre dientes-. Quiero besarte. Quiero meterme dentro de ti y no correrme hasta que tú me des permiso. Quiero abrir los ojos y ver cómo me miras al tener un orgasmo. Joder, Amelia, estás tan preciosa. Es como si no pudieras creerte que estás conmigo, cuando en realidad soy yo el que jamás se merecerá estar contigo.

-Deja una mano en la cama, Daniel, sujétate a la sábana y no la sueltes. Yo también estoy en la cama, estoy temblando, Daniel. Te necesito y te echo de menos. Mi cuerpo te echa de menos. -Bajo la mano por mi estómago. Me he quitado la camiseta que llevaba a modo de pijama, pero aún llevo los pantalones. Suspiro al meter la mano por debajo de la prenda. Suspiro. Daniel sabe me estoy acariciando.

-Amelia… -gime-. Por favor. Deja que me toque. Quiero tocarte, quiero ser yo el que te acaricie.

-Eres tú. -Muevo la mano-. Siempre eres tú. Igual que la mano que ahora está bajando por tu torso es la mía.

Daniel me ha entendido, estamos unidos para siempre. Mueve la mano y casi grita cuando sus dedos se meten por debajo de los calzoncillos.

-Aprieto los dedos despacio, Daniel. A ti te gusta sentir cómo tiemblas dentro de mi mano.

-Dios, Amelia. Por favor.

-Muevo la mano muy, muy, muy, muy… -tengo que humedecerme los labios-…muy despacio. Me detengo unos segundos y te muerdo justo encima de la cadera. Cerca de una de tus cicatrices. Estás a punto de…

-Sí…pero no lo haré hasta que tú me digas.

-Dime qué estás sintiendo.

-Te siento a mi lado -respira aceleradamente-. Tu piel quema al lado de la mía. Quiero besarte. Quiero tu sabor en mis labios. Cómo sea.

-Imagínate mis labios, Daniel, están justo encima de los tuyos. Buscándote, besándote. Estoy tan enfadada de lo mucho que te he echado de menos que te muerdo al apartarme. Los dos notamos el sabor de la sangre y a ninguno nos importa. Te beso el cuello y vuelvo a mover los dedos, te aprieto. Te sujeto tan fuerte que incluso te duele.

La respiración de Daniel me acaricia el oído a través del teléfono y mi cuerpo se tensa. Noto una gota de sudor en la frente, la habitación está a oscuras. Muevo la mano y me imagino que tengo a Daniel dentro. No es lo mismo, por supuesto, pero cuando oigo que él gime siento que estamos juntos y se me olvida la vergüenza.

-Más, Amelia. Por favor. Sin ti no…

-Estoy aquí, Daniel. Puedo sentir tu piel, prácticamente estás ardiendo. Tiemblas. Tienes el pelo pegado a la frente por el sudor. Sigo tocándote, voy más rápido. Los dos necesitamos que esto termine…

-¡No! Más. Amelia. Por ti, tengo que hacerlo por ti. Por favor… -gime, aprieta los dientes y creo que le oigo contener una súplica.

-Te recorro el brazo con la lengua, busco la cinta y al llegar a la muñeca te beso. Te acaricio, aprieto los dedos.

Nuestros cuerpos están separados, él está en Nueva York y yo en Oxford. Sin embargo en nuestras mentes estamos juntos en nuestra cama.

-Me coloco entre tus piernas, mi boca busca el lugar que hasta ahora han ocupado mis dedos y en cuanto mis labios te rozan te pido…

-No, no me lo pidas.

-Termina. Estoy contigo. No te contengas y déjate ir…yo estoy aquí.

El grito de Daniel invade la habitación en la que me encuentro, entra dentro de mí y me lleva la orgasmo. Los dos suspiramos nuestros nombres, nos estremecemos y nos odiamos un poco por estar separados.

-Te amo, Amelia. Confía en mí. Por favor.

-Confío en ti, Daniel. Yo también te amo -susurro con lágrimas en los ojos. Ese orgasmo, a pesar de la distancia o quizá gracias a ella, me ha destrozado-. Duerme un poco, cariño. Necesitas descansar.

-Te necesito a ti -suspira abatido-. Te necesito a ti.

-Duerme. Hablamos mañana. -Tengo que colgar antes de ponerme a llorar del todo.

-De acuerdo. -Está cansado y me lo imagino asintiendo con los ojos cerrados-. Hablamos mañana. Te amo.

-Y yo a ti.

Cuelgo y tras ponerme la camiseta voy a por mi ordenador. Tengo que subirme al primer avión que parta rumbo a Nueva York.”

©Miranda Cailey Andrews.

por ti

por ti

Espero que te haya gustado leer sobre Daniel y Amelia. Prometo contarte pronto qué pasa en Nueva York (quizá esta sea la sorpresa que quiero preparar para Navidad).

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor ♥

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Jamás podré alejarme de ti…

Siempre incumplo mi promesa de ser más fiel al blog, de pasarme más a menudo y contarte cómo llevo la nueva novela. Lo siento. Espero que estés disfrutando del verano y que lo estés llenando de momentos intensos. Aquí te dejo unas páginas de regalo de algo en lo que estoy trabajando, no te inquietes, aunque Daniel y Amelia lo han pasado mal te prometo que su amor es ahora mucho más fuerte y tan intenso, apasionado, sincero y único como siempre…y que las escenas de esta historia son las más reales, sensuales, románticas y duras que he escrito nunca. Can’t wait for you to read them ♥

«Suena el teléfono a las dos de la madrugada y lo primero que hago es alargar el brazo y buscar a Daniel. Está a mi lado, su presencia basta para que durante unos segundos respire aliviada. Si él está aquí, lo demás carece de importancia. Enciendo la luz de la mesilla de noche y desvío la mirada hacia el aparato de vigilancia que tenemos conectado con el dormitorio de Laura. Ella sigue durmiendo tranquila y el corazón me da un vuelco al ver su precioso rostro. Laura es nuestra, mía y de Daniel, la hemos creado juntos y es la prueba más hermosa de nuestro amor.

El teléfono vuelve a sonar y se me cierra la garganta. No puedo evitar recordar una madrugada, tiempo atrás, en que la voz de una enfermera me dijo que Daniel había sufrido un accidente y estaba en coma, a punto de morir.

-Estoy aquí -me dice él acariciándome la espalda, adivinando mis pensamientos-. Iré a contestar.

-Gracias.

Busco su mano y estrecho los dedos antes de permitir que se aleje. Daniel me besa en los labios con fuerza y se aleja completamente desnudo en busca del aparato que no deja de sonar. Le oigo contestar desde el dormitorio, no sé quién es, pero seguro que en cuanto ha oído la voz seca y enfadada de Daniel se ha arrepentido de llamar a estas horas. Dejo de oír a Daniel y deduzco que ha colgado, pero él no vuelve al dormitorio.

¿Ha bajado la voz para que no pueda oírle? Él ya no me oculta nada, Ninguno de los dos tenemos miedo de compartir lo más profundo de nosotros con el otro. Me asusto, si Daniel ha bajado la voz es porque siente que debe protegerme. No soy consciente de salir de la cama, noto el suelo bajo las plantas de los pies y en cuanto llego al salón veo a Daniel con el teléfono aún en el rostro. Sigue hablando, abre y cierra la mano que tiene libre y su cuerpo está completamente tenso, listo para luchar. ¿Contra qué?

-¿Daniel? -Estoy temblando. Tengo miedo y odio tenerlo. No puedo soportar que vuelva a pasarle algo malo, es el mejor hombre que conozco y no se merece que su pasado reaparezca siempre que es feliz. No se lo merece. Me acerco a él, voy a tocarle, a besarle el hombro, el torso, la espalda, todo lo que pueda para que sepa que estoy aquí y que sea lo que sea lo que le estén diciendo por teléfono va a salir bien. Entonces, Daniel dice:

-No se preocupe, señora Clark. Por supuesto que ha hecho bien en llamar, lamento no haberlo sabido antes.

¿Mi madre? ¿Daniel está hablando con mi madre? ¿Qué ha pasado? La angustia me lleva a buscar la mano de Daniel y él captura la mía enseguida. Oh, Dios, ha sucedido algo grave.

-Claro, vaya. No se preocupe. Mañana estaremos allí. Amelia la llamará más tarde.

Mi madre cuelga sin despedirse, estoy tan cerca del aparato que puedo oírlo, y Daniel me rodea con los brazos y me aprieta contra su torso.

-Ven aquí -farfulla-. Tengo que abrazarte.

-¿Qué ha pasado?

Daniel suelta el aliento, su torso baja y sube lentamente bajo mi mejilla.

-Tu padre ha sufrido un infarto -me dice con la voz pausada-. Por suerte tu hermano estaba en casa con ellos y ha sabido reaccionar. Está en el hospital de Oxford.

-Tengo que ir ahora mismo -digo por entre las lágrimas e intentando soltarme.

-No, son las dos de la madrugada, Amelia. Tu madre me ha hecho prometerle que no iríamos hasta mañana. Tu padre está inconsciente y ella necesita dormir. Allí no puedes hacer nada. -Me acaricia la espalda hasta llegar a los hombros, una vez allí, tira de ellos suavemente y al mismo tiempo con fuerza para mirarme a los ojos-. ¿Lo entiendes?

-Es mi padre.

-Lo sé y aunque quizá no te lo creas entiendo que sientas la necesidad de ir corriendo a verle, pero es mejor que esperes hasta mañana. Aunque llegases ahora mismo al hospital, no podrías hacer nada. Tu madre me ha asegurado que los médicos han hecho todo lo que podían y que ahora toca esperar. Confía en mí.

Ha elegido esas palabras porque sabe que son lo único que puede tranquilizarme. Él.

-No puedo perder a papá ahora, Daniel. -Me abrazo a él con todas mis fuerzas-. Tiene que hacer de abuelo.

-Y lo hará.

Daniel se tensa, durante un horrible segundo temo que me esté ocultando algo, pero entonces él vuelve a apartarme de su torso y me besa apasionadamente.Baja las manos por mi espalda, me rodea la cintura y pega mi cuerpo al suyo, los dos desnudos. Ese beso no acaba, me dejo llevar por la fuerza de Daniel. Le necesito. Él lo sabe y me levanta en brazos. Me asusta perder a mi padre, supongo que me asustaría fueran cuáles fuesen las circunstancias, pero ahora que está Laura y que Daniel empieza a confiar en él, en que se merece ser feliz, no puedo soportarlo.

-Deja que esta noche sea yo quien ahuyente tus pesadillas, Amelia -me pide Daniel besándome el cuello mientras camina de regreso a nuestro dormitorio-. Por favor.

Me tumba en la cama y estoy a punto de decirle que no puedo. El miedo que he sentido al oír la noticia sobre mi padre se ha extendido por mi cuerpo, pero Daniel se tumba encima de mí y no deja de besarme. Me sujeta las muñecas con una mano y las coloca por encima de mi cabeza.

-Confía en mí, Amelia. Dame esta noche tu dolor, puedo soportarlo.

Me mira a los ojos cuando dice esa frase y me besa despacio sin soltarme las manos.

-Oh, Daniel -suspiro por este hombre que no sabe lo fuerte que es ni lo generoso que es su corazón.

Daniel me besa el cuello y baja la mano que tiene libre por mi cuerpo.

-Voy a atarte las manos a la cama -me dice con la voz ronca-. No puedo sujetarte y tocarte al mismo tiempo. Y necesito tocarte. Y tú necesitas no pensar. Necesitas dejarte llevar y entregarte a mí. Entregármelo todo. Todo, Amelia. ¿Lo has entendido?

Me muerde justo debajo de un pecho y se aparta de la cama. No me ha pedido que esté quieta, pero su voz así me lo ha hecho sentir. Se mueve con su elegancia habitual, una elegancia peligrosa, y vuelve a la cama con dos cintas de raso negro que hacía tiempo que no utilizábamos, o no de este modo.

Me ata las manos y me besa las muñecas, la piel del interior de los brazos. Acerca el rostro al mío, me acaricia con la nariz y con las mejillas en las que empieza a salirle la barba.

No me besa, detiene los labios encima de los míos y solo respira. Voy a morir de deseo, me niega lo que necesito: sus besos.

-Daniel…

-¿Sí?

Sonríe, está guapísimo y sé que mi deseo y el suyo rivalizan.

-Bésame. -Me humedezco los labios-. Por favor.

-Ahora mismo.

Se coloca entre mis piernas y separa los muslos. El modo en que me mira me hace temblar. Tiene los ojos negros, fijos en mi piel y las manos le tiemblan encima de mis rodillas.

-No sabes lo hermosa que eres y jamás sabré apreciar tu belleza como te mereces, Amelia. Pero eres mía. Tu dolor es tan mío como lo son tus sonrisas. Deja que te ayude a olvidarlo en mis brazos. Esto puedo hacerlo.

Odio que Daniel crea que solo sabe demostrarme sus sentimientos a través del sexo.

-Sé que puedes, Daniel. Sé que… -Se agacha y me besa el interior de los muslos-… Daniel.

-¿Sí? -Habla pegado a mis muslos, respirando encima de ellos.

-No es sexo. -Me cuesta articular las ideas, mi mente confunde las palabras porque Daniel me está besando y acercándose a mi entrepierna-. Nunca ha sido sexo.

Él se detiene un segundo y al abrir los ojos veo que tiene los hombros tensos, El sudor le cubre la espalda y las piernas incluso vibran de la fuerza que está haciendo para no moverse. Me está escuchando y en un rincón de su interior tiene miedo de lo que le estoy diciendo.

-Al principio sí -dice entre dientes. No lo cree, no puede creerlo. Pero quizá está convencido de que yo sí.

Me ha atado las manos, pero no las piernas. Sonrío y las levanto para abrazarle con ellas. La tensión de sus hombros se afloja ligeramente.

-Nunca fue solo sexo. -Aprieto las piernas-. Nunca. Ni siquiera la primera vez. Tú me elegiste porque sentiste algo ese día. No sé qué, pero algo. Algo que no habías sentido nunca antes-. Vuelve a besarme en la parte más íntima de mi cuerpo, busca mi sabor con una desesperación que le hace incluso gemir-. Y yo… -me cuesta hablar, quiero dejarme llevar, sentir a Daniel-… yo supe esa primera vez que eras peligroso, y aún así nada ni nadie podría haberme alejado de ti.

-Joder, Amelia. -Levanta las manos y me sujeta las caderas-. Cállate, por favor. Deja de hablar.

Me besa desesperado, mueve la lengua en mi interior. Los dientes rozan la piel delicada y después Daniel la acaricia con los dedos que ahora ha acercado también allí.

-Deja de hablar y siente, solo siente.

-Siento siempre que estoy contigo… -Arqueo la espalda en busca de sus labios-. No solo en la cama, Daniel. Siempre.

-Joder-. Las manos de Daniel vuelven a mis caderas-. No digas nada más, por favor.

-¿Por qué? -Abro los ojos y levanto la cabeza para mirarle. Tiene la frente cubierta de sudor y los labios húmedos de besarme. El torso también está sudado, pero lo que más me impresiona es que parece costarle respirar-. ¿Qué te pasa, Daniel?

-¿Que qué me pasa? -Sonríe con los ojos oscuros, la mandíbula apretada-. Que estoy a punto de correrme. Te necesito y esto iba a ser para ti. No para mí.

-No… -Tiro de los brazos porque necesito tocarle-. Suéltame, Daniel. Suéltame.

-No. -Vuelve a agachar la cabeza y antes de seguir besándome farfulla-. Quiero sentirte en mi boca antes de entrar dentro de ti. Tu sabor me vuelve loco y lo necesito. Dios. Lo necesito.

Me besa, no se aparta hasta que mi cuerpo es incapaz de dejar de temblar, de necesitarle. Le he suplicado que me soltase, que me hiciera el amor, y él ha seguido besándome, tocándome. Eliminando de mi cuerpo todo excepto el amor y el deseo.

-Daniel, por favor… Ven. -Es lo único que puedo decirle-. Te necesito. Por favor. Te nece…

Se coloca entre mis piernas y entra dentro de mí antes de que pueda terminar la frase. Me besa, busca mis labios con la misma desesperación de antes. Le necesito tanto, tan dentro de mí que le muerdo el labio.

-Yo… lo siento… -farfullo.

-Hazlo otra vez -me pide él.

Le beso, le muerdo, levanto las caderas y él las retiene con sus manos. Sentirle así, sin control encima de mí, es maravilloso. Sé que Daniel jamás ha estado así con nadie, solo conmigo. Yo soy la única que le ha visto así, sin barreras y sin restricciones.

-La primera vez -farfulla él apoyando las manos a ambos lados de mi cabeza- supe que jamás podría soportar alejarme de ti. Por eso lo hice.

-Daniel. -Muevo el rostro en busca del suyo, necesito besarlo.

-Amelia. La segunda supe que tenía que conseguir que te entregarás a mí. -Tiembla, se estremece, crece dentro de mí-. La tercera quise entregarme a ti. Te hice pasar un infierno por culpa de eso.

-Jamás.

-Sí.-Me muerde el cuello-. Lo hice. Y no me arrepiento porque así aprendí a entregarme a ti de verdad. Como necesito. Dios, Amelia. Odio no haberme dado cuenta antes.

-Yo odio que te sientas así. Te amo, Daniel.

-No… aún no. -Mueve de nuevo las caderas, está al límite-. Más. Quiero estar más tiempo dentro de ti.

-Te amo, Daniel -susurro buscando de nuevo su rostro-. Te amo. Te amo. Te amo.

Daniel me besa, no sé si pretende callarme pero yo le muerdo el labio y el instante exacto en que mis dientes se hunden en su piel, Daniel se estremece y su cuerpo cede ante un clímax tan intenso como la fuerza de un huracán. Yo me rindo con él, el orgasmo me sacude, mis piernas tiemblan y arqueo la espalda para perderme con Daniel en ese universo de placer, deseo, piel, besos y caricias que creamos juntos.

Después, Daniel me suelta las manos y me recorre el rostro y el cuello a besos. Me aparta el pelo del rostro.

-Jamás podré alejarme de ti… Te amo, Amelia.

Capturo la mano con la que me está acariciando.

-Jamás tendrás que hacerlo. -Le beso la palma.

Me quedo dormida en los brazos de Daniel. Allí me siento segura, feliz. Protegida e invencible.

Una semana después, Daniel tiene que viajar solo a Nueva York y yo tengo que quedarme en Oxford con papá. Es doloroso. Muy doloroso. No podemos estar separados y sin embargo ahora tenemos que estarlo. Me duele. Es lo más difícil que hemos hecho nunca.

Lo sigue siendo.

No sé cuándo volverá. No sé qué sucederá cuando vuelva. Oh, Dios mío, tengo que dejar de llorar.»

©M.C.Andrews

Continuará…. (aquí o en un libro)

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor.

Si te ha gustado esta escena inédita entre Daniel y Amelia, deja tu comentario y compártela ♥

Jamás podré alejarme de ti

Jamás podré alejarme de ti

 

 

 

 

 

 

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Escribiendo, James, Marina, Nunca es suficiente, Raff

Seda

Ya sé que dije que intentaría actualizar más a menudo esta página y siento no haber cumplido. Me encanta que te pases por aquí y que puedas leer los besos inéditos de Daniel y Amelia y las miradas, también inéditas, de Raff, Marina y James. Esta es mi casa y es donde me siento más cómoda, lo único que lamento es que no podamos vernos en persona y no poder invitarte a una taza de té. No voy a aburrirte con mis líos ni voy a contarte que estoy a punto de terminar la nueva novela (prefiero que la leas en cuanto caiga en tus manos), voy a dejarte con una escena que va a acelerarte el corazón, robarte el aliento y erizarte la piel…y mucho más.

Seda

«Llevaba dos semanas trabajando como una posesa, ACNUR había elegido nuestra ONG como socio para gestionar el envío y la entrega de dos toneladas de medicamentos a Nepal. Era una operación complicada y teníamos que asegurarnos de que saliera a la perfección y en el menor tiempo posible. Los dos terremotos habían dejado a demasiados niños y mujeres indefensos y ni Amelia ni yo queríamos correr ningún riesgo con ellos. ACNUR nos había seleccionado a nosotras porque nuestra reputación era intachable (por desgracia últimamente han habido casos de ONGs corruptas) y porque James, aunque él lo niega, nos recomendó.

No sé por qué a James le cuesta tanto reconocer que nos ha ayudado (y que ha presumido de mí). Según Raff, no quiere que le demos las gracias; a él le sucedió lo mismo cuando ganó la cuenta de uno de los mayores promotores de conciertos de Europa y tardó meses en enterarse de que James conocía a uno de los mayores accionistas de esa empresa. A fecha de hoy, James sigue negando que tuviese algo que ver al respecto.

Estoy cansada, apenas recuerdo cuándo dormí más de cuatro horas seguidas por última vez ni cuándo vi a James y a Raff más de una hora. Cuando llego a casa es tan tarde y estoy tan cansada que prácticamente me arrastro hasta la cama y me meto en ella sin desnudarme. Por la mañana, cuando me despierto, llevo el pijama y hay una taza llena de café en la mesilla de noche junto con una flor o algún otro detalle igual de romántico. No sé qué haría sin esos segundos de felicidad, probablemente ya me habría vuelto completamente loca.

-Tenemos que descansar -me dice Amelia-. No podemos seguir con este ritmo. Tú y yo solas no podemos salvar el Nepal.

-Lo sé, pero podemos intentarlo, ¿no crees?

-No se trata de eso, Marina, y lo sabes. Estoy tan cansada que en el próximo email que mande puedo provocar un golpe de estado. No sé ni qué estoy escribiendo-. Levanto la cabeza y la miro-. Y tú estás peor.

-¿Daniel te ha sermoneado?

-No se trata de eso -se sonroja un poco-, aunque si le hubieras oído ayer por la noche ahora no estarías aquí tan tranquila. Dijo que si no nos tomábamos un descanso encontraría el modo de obligarnos a cerrar durante unos días. Tanto si queríamos como si no.

-Oh, no, ¿qué va a hacer ahora el señor Soy Tan Intenso Que Voy a Estallar? -me burlo, pero empiezo a repasar mentalmente si hemos pagado todos los permisos al ayuntamiento.

-Nada, pero me costó convencerlo -me asegura Amelia-. Pero Daniel tiene razón, Marina. Tenemos que descansar, así tampoco estamos ayudando a nadie. A ti se te cierran los ojos cada dos por tres y llevas horas intentando leer esa página que tienes delante.

Le di la vuelta la papel a la defensiva.

-Solo tengo que tomarme un café -insisto.

-No, tienes que descansar. Las dos tenemos que descansar, y los demás también. Esta ONG parece una casa de locos -suspira-, y… ¿no echas de menos a Raff y a James?

Al oír sus nombres me tiembla el labio inferior y tengo unas absurdas ganas de llorar. Es culpa del cansancio, me digo.

-Mucho -contesto casi sin darme cuenta.

Amelia apaga el ordenador, se levanta de la silla y camina hasta mi mesa. Coloca una mano en mi hombro y lo aprieta suavemente.

-Vete a casa, Marina. Yo me voy a la mía con Daniel-. Se aparta y abre la puerta de nuestra pequeña sala de reuniones-. Les diré a los demás que se tomen el día libre.

Asiento porque el nudo que tengo en la garganta me impide hablar y durante unos minutos me quedo escuchando el ruido que hace la gente al irse. Amelia tiene razón, todos necesitamos descansar y recuperar fuerzas. Miro el reloj y veo que son las once de la mañana, Raff estará en el bufete y creo recordar que James nos ha dicho esta mañana que tenía una reunión muy importante. Me tiemblan los dedos de las ganas que tengo de sacar el móvil y llamarles, decirles que tengo el día libre y que les necesito. Pero no puedo hacerlo, no sería justo para ellos. Los dos han sido muy comprensivos conmigo estas dos semanas y no se merecen que me entrometa en sus trabajos. Además, después del poco caso que les he hecho estos días no me siento con derecho a pedirles que dejen lo que estén haciendo por mí. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el respaldo de la silla, una lágrima me resbala por la mejilla.

-Dime que estabas a punto de llamarme a mí o a James.

La voz de Raff me sorprende y me acaricia. Abro los ojos y le veo apoyado en el marco de la puerta. Sujeta el casco de su moto en una mano y tiene cara de pocos amigos.

-¿Qué…cómo…? -estoy aturdida y se me ha anudado el estómago al verle tan atractivo y tan de repente.

-Amelia me ha mandado un mensaje -levanta el móvil para enseñármelo pero sigue donde está-. Supongo que tendré que darle las gracias porque me parece que tú no ibas a avisarnos.

-No quería molestaros.

-¿Qué has dicho? -Avanza hacia mí y se detiene frente a mi mesa. Deja el casco encima y clava los ojos en mi rostro.

-Estos días yo… he estado muy ocupada… -Levanta las cejas y yo tengo que tragar para poder continuar-…no os he hecho caso… apenas os he…tú tienes trabajo y James una reunión… -él sigue en silencio y yo doy gracias por estar sentada porque han empezado a temblarme las piernas-. Os habría visto en casa esta noche.

-¿Has acabado?

Intento asentir.

Raff se inclina sobre la mesa, sus manos se deslizan con fuerza por mi pelo hasta llegar a la nuca y tira de mí para besarme. Sus labios separan los míos y la lengua y el sabor… su sabor… consiguen que me dé vueltas la cabeza y que tenga que sujetarme de sus muñecas para no caerme. No me permite apartarme, un gemido escapa de su garganta y al rozarme la boca me estremece y tengo que apretar las piernas. Suspiro, pero la emoción es tan intensa, casi tanto como el deseo y el amor, que lo que sale de mis labios es un sollozo. Raff se aparta y mirándome a los ojos me acaricia los pómulos.

-Voy a llevarte a casa, Marina, ¿de acuerdo? Tienes que descansar, así que durante lo que queda del día vas a dejarlo todo en mis manos y en las de James. Te hemos echado de menos, princesa-. Me da un beso muy suave y tengo ganas de llorar-. Pero en ningún momento nos hemos sentido abandonados ni estamos enfadados contigo. Tu trabajo es importante, tanto o más que los nuestros, así que nada de decir estupideces. ¿Vas a hacerme caso?

Aparta las manos y levanta el casco.

-Lo intentaré -sonrío a pesar de que me tiemblan los labios.

-Así me gusta-. Abre la puerta y espera a que salga yo primero-. Tengo tu casco en la moto y James también está de camino.

Sigo sentada, no porque quiera quedarme sino porque estoy mirando embobada a ese hombre que me robó el corazón hace más de un año.

-No me digas que tienes que quedarte a trabajar-. Raff mal interpreta mi quietud-, porque soy capaz de levantarte en brazos y sacarte de aquí aunque no quieras.

Aunque reconozco que esa imagen ha hecho que subiera la temperatura de la sala de reuniones unos cien grados, no voy a provocarlo. Lo dejaré para otro día cuando estemos los tres.

-No. Vamos a casa, Raff.

Me sonríe y cuando paso junto a él no puedo resistir la tentación de ponerme de puntillas y darle un beso.

Ir en moto con Raff siempre es excitante. Hoy lo es aún más. Le rodeo por la cintura y escondo el rostro en su espalda. El casco es enorme, Raff y James insistieron en comprarme uno que prácticamente puede amortiguar cualquier golpe, pero el perfume de Raff se cuela igualmente por debajo. Huele tan bien, y no es el perfume que lleva. A ellos dos no se lo he dicho nunca pero al principio olían distinto, ahora, sin embargo, sus olores se han mezclado y han creado la esencia más sensual y erótica del mundo…y es solo para mí. Cuando nos detenemos en los semáforos, Raff aparta una mano de la moto y la coloca encima de las mías para acariciarlas, y en uno de especialmente largo me ha acariciado un muslo. Es una seducción, como si quisiera decirme que en cuanto lleguemos a casa no habrá tiempo para estos detalles (aunque ellos dos siempre encuentran el modo de hacerme enloquecer con sus besos y sus caricias). Cierro los ojos y me dejo llevar por la presencia de Raff, el ronroneo de la moto, el viento que cruza las calles de Londres.

Cuando nos detenemos, Raff baja primero y me quita el casco. Cuando sus dedos me rozan la parte inferior de la barbilla, me estremezco.

-Chis, tranquila -me sujeta por la cintura-, ya estamos en casa.

Sacudo la cabeza y veo que efectivamente estamos en nuestro garaje. Raff se aparta y se acerca a la mesa en la que tiene sus herramientas de mecánico para dejar allí los cascos. Se quita la cazadora de cuero y la cuelga con desgana de un gancho, se pasa las manos por el pelo.

-Te necesito -las palabras salen de lo más profundo de mi ser y de mis labios.

Él se da media vuelta y en sus ojos veo reflejado lo mismo que yo estoy sintiendo. Le tiembla el músculo de la mandíbula y estira los dedos. Avanza hacia mí, se me acelera la respiración.

-Vamos -me coge la mano y tira de mí hacia el interior de la casa.

Llegamos al comedor, la chimenea está encendida y oigo unas pisadas en el piso superior.

-¿James? -pregunto.

-Estoy aquí -me contesta y su voz ronca manda mi sistema nervioso a paseo-. Bajo enseguida. ¿Raff?

-¿Sí? -le contesta sin soltarme.

-Cuida de ella.

-Eso es exactamente lo que voy a hacer -le contesta muy bajito, lo suficiente para que yo me tropiece y sea incapaz de pensar.

-¿Qué estáis tramando?

-Nada, princesa. Vamos a sentarnos en el sofá junto al fuego y a descansar un rato. Después cenaremos, ¿qué te apetece?

Raff se sienta y durante unos segundos yo también. Pero no puedo pensar, el beso que me ha dado antes, el trayecto en moto, su perfume, la voz de James, lo mucho que les he echado de menos. Me levanto nerviosa.

-Yo… -balbuceo-…no lo sé.

-Has dicho que ibas a hacerme caso, Marina. -Vuelvo a sentir su mirada en mí, durante unos minutos ha intentado calmarse, tal vez por mi bien, pero ahora vuelve a enseñarme lo mucho que me desea.

Yo les deseo más.

-Bueno… es que… -¿Pero qué diablos me pasa? El corazón me late tan rápido que no puedo hablar y mucho menos pensar.

-Ven aquí. -Me hace una señal con los dedos-. Acércate.

Camino hasta donde Raff sigue sentado y cuando me detengo delante de él sube despacio -muy, muy, muy despacio- los dedos por mi pierna.

-Raff…

-¿Qué sucede, Marina?

Tengo los ojos cerrados, pero me imagino su sonrisa a la perfección.

-Yo…

-¿Sí?

Sigue subiendo los dedos por debajo de mi falda y cuando llega a mi cintura tira de mí hacia él para hundir su rostro en mi vientre y respirar profundamente.

-Os he echado de menos…te…os…Maldita sea -me muerdo el labio inferior-. Siento haber estado tan ocupada estos días.

Me da un cachete y abro los ojos. Él nunca había hecho algo así, no ha sido doloroso, en realidad apenas ha utilizado nada de fuerza, pero me ha dejado claro lo enfadado que está.

-No digas tonterías, Marina. Tú no tienes que disculparte de nada. Nunca. Ni ahora ni nunca-. Se pone en pie y me sujeta la nuca para besarme de nuevo igual que ha hecho en la sala de reuniones…Pero el beso va a más, esta vez no se detiene y baja las manos por mi blusa desabrochando los botones. La tela cae al suelo y me doy cuenta de que tengo las manos a ambos lados de mi cuerpo. Raff no solo me está besando, sus cuerpo desprende tanto calor y tanto deseo que tengo miedo de tocarlo porque sé que si lo hago, cuando lo haga, no lo soltaré nunca. Aparta los labios de mi boca y me besa el cuello, noto sus dientes rozándome la piel, dejando una leve marca, leve en mi cuerpo pero eterna en mi corazón.

Voy a tocarlo, necesito hacerlo. Levanto las manos despacio y James las detiene.

-Nada de eso, princesa -me susurra James al oído derecho pegado a mi espalda. Me sujeta las muñecas con los dedos firmes y me besa la mejilla-. Hola, Ra -dice por encima de mi hombro.

-Hola, Jamie.

Ellos dos se besan pegados a mi rostro, les miro unos segundos pero les he echado tanto de menos que no puedo seguir esperando. Un gemido, un temblor, lo único que puedo hacer es dejar caer mi cabeza en el torso de James y pegar mis pechos al de Raff.

-James, por favor… -sollozo-. Os necesito.

-Y nosotros a ti, princesa. -James me sujeta la barbilla y gira mi rostro hacia él para besarme. Su lengua se desliza despacio y firme por entre mis labios, sus dedos me acarician el rostro y noto su firme cuerpo detrás de mi-. Deja que cuidemos de ti, ¿de acuerdo?

-De acuerdo.

Me desnudan, sus manos y sus labios no dejan ni un centímetro de piel sin besar y sin acariciar. Creo que nunca me he sentido tan amada como ese momento, con ellos dos tan pendientes de mí y de mis deseos. Los tres tan sincronizados.

-Tu piel es como la seda -susurra James besándome la espalda.

Raff me acaricia los pechos y se agacha delante mí. Tiemblo tanto que tiene que sujetarme por las caderas.

-Suave como la seda -repite Raff antes de besarme en la parte interior de los muslos.

James desliza una mano entre mis nalgas y me besa el omoplato y el cuello. Los labios suben a medida que la mano sigue bajando. Me susurra al oído:

-La seda es también increíblemente fuerte, ¿lo sabías, Marina?

-No, no lo sabía -tengo que humedecerme los labios para poder hablar-. No puedo más, James, Raff.

James sigue sujetándome las muñecas en la espalda con una mano y me acaricia con la otra. Sus besos por mi cuello y mis labios van a hacerme enloquecer y los de Raff por el resto de mi cuerpo van a matarme.

-Fuerte y suave, así es nuestra princesa, ¿no crees, Ra?

-Sí -contesta él levantándose-, pero no es la única.

Sollozo, me quema la piel, no puedo respirar, mi corazón hace rato que ha marcado una herida en mi pecho, mis labios buscan frenéticos los de Raff y James y me siento vacía sin ellos.

-¿No es la única? -en medio de mi deseo detecto que esa respuesta no le ha gustado a James.

-No te enfades-. Abro los ojos y veo que Raff tira de la cabeza de James para besarlo. No lo suelta hasta hacerle gemir-. Marina es la única, nuestro único amor. La única que responde a esa definición.

Raff me levanta en brazos y entonces veo que también está desnudo. Los tres lo estamos. Me da un beso en la punta de la nariz y me sube en brazos hasta nuestro dormitorio. James camina detrás de nosotros, fuerte, excitado, sin apartar ni un segundo la mirada.

-Pero tú también eres así, Jamie -sigue Raff después de abrir la puerta de una patada. Si no estuviera al borde del mejor orgasmo de mi vida probablemente le reñiría. En mi estado actual me da completamente igual-. Tú también eres fuerte y suave.

Raff me deposita en la cama, pero enseguida se tumba a mi lado y me sienta encima de él. Enreda las manos en mi pelo y tira de mi para besarme al mismo tiempo que levanta las caderas.

Tiemblo y creo que me cae una lágrima por la mejilla.

-Ya está cariño, ya casi está. Ahora volveremos a ser nosotros y después podrás descansar. No tendríamos que haber dejado que estuvieras tantos días sin apenas dormir.

-No… -sacudo la cabeza-…dormir me da igual… Os necesito a vosotros.

-Lo sé -susurra James a mi espalda-. Los dos lo sabemos. Ra y yo creíamos estar haciendo lo correcto, pero no volveremos a dejar que pasen tantos días sin que estemos juntos.

-Vosotros… vosotros… -no sé qué quiero decirles.

-Nosotros te necesitamos. -Raff desliza una mano entre nuestros cuerpos y me penetra lentamente-…sin ti no… Dios.

-Tranquilo, Ra -James acaricia el rostro de Raff y me besa la espalda-, Marina sabe que no podemos existir sin ella. Y ella sin nosotros tampoco.

-Os amo-. Me levanto despacio de encima de Raff asegurándome de no separarmos-. Os necesito.

-Yo también a vosotros -susurra James, despacio, intenso, pegado a mi cuello mientras entra dentro de esa parte de mí que nunca había relacionado con el amor hasta que encontré a esos dos hombres y me enamoré perdidamente de ellos-. Te amo, Marina -me acaricia la espalda cuando siente que me tenso, me gira el rostro con una ternura que contradice la tensión que desprende su torso y sus muslos y me besa despacio-. Os amo.

-Yo también te amo, Marina -pronuncia Raff entre dientes al levantar las caderas. Mueve las manos por mi cintura hasta llegar a mi espalda y poder acariciarnos a los dos al mismo tiempo, a mí y a James. Noto que los abdominales de James se contraen al sentir la caricia-. Te amo, Jamie.

-Y yo a ti, Ra, y yo a ti. -James tiembla, aprieta las manos en mi cintura y me pega a su pecho para que no me mueva-. Tienes que moverte Ra, yo no puedo aguantar ni un segundo más. Vuelvo a sentiros a los dos, a ti y a Marina, si me muevo, aunque sea un centímetro, perderé el control.

Sonrío, no puedo evitarlo.

-Claro, Jamie, lo que necesites -el tono burlón de Raff me ayuda a contener el deseo que me estaba quemando y abro los ojos para mirarle. Me guiña un ojo y de repente noto que James queda completamente pegado a mi espalda.

-Eres un bastardo -farfulla James antes de morderme el cuello y después pasarme la lengua por la marca de los dientes.

-Pero me amas -dice Ra echando la cabeza hacia atrás. Sé que ha levantado las rodillas empujando así la espalda de James hacia mí-. Y Marina también, ¿no es así?

El muy engreído está preguntándome eso mientras sube y baja las caderas despacio.

-Te amo -le respondo cerrando de nuevo los ojos-. No puedo más…Estáis dentro de mí y…os siento. Os amo. Os necesito.

Apoyo las palmas en el torso de Raff y la cabeza en el torso de James. James busca mis labios y me besa, se mueve despacio a mi espalda, me aprieta y siento latir su corazón, su deseo, dentro de mi cuerpo. El fuego me recorre la espalda. Las manos de James están en mis pechos y Raff tiene una en entrepierna, cómo si mi cuerpo pudiese soportar más placer, y otra está acariciando la cadera de James, manteniéndonos unidos también de esa manera.

-Joder, Marina, te he echado mucho menos. Siento no haber sabido cuidarte mejor -farfulla James moviéndose al límite, su sudor me resbala por la espalda. Sé que no puede contenerse más…y yo tampoco-. No volverá a pasar. Eres mía igual que Ra.

-Maldita sea, Jamie-. Ra levanta furioso las caderas-. No digas estas cosas, vas a hacer que me corra y necesito alargar esto…Necesito más. Los tres lo necesitamos.

-No…Ahora -sollozo yo-…Ahora…por favor… Rafferty… James… Ahora…

Muevo una mano hasta acariciar el rostro de Raff y él lo gira para besarme la palma de la mano y con los labios busco los de James. James me muerde el labio sin querer pero no se aparta, sus manos tiemblan en mi cintura cuando el orgasmo le tensa el cuerpo y se entrega por fin al placer y a la pasión que han creado nuestros cuerpos y nuestro amor. Sentir a James de ese modo tan íntimo dentro de mí me estremece, me rindo, me entrego para siempre a esos dos hombres y el clímax casi me arrebata la conciencia. Raff levanta la cintura, arquea tanto el cuerpo que lo único que toca la cama es la parte superior de su cabeza, sus perfectas nalgas y las plantas de los pies. Con una mano me sujeta la muñeca y siente que hunde los dientes en ella, sus labios me besan la herida frenéticamente y noto el sudor de su frente en mi mano. El vello del otro antebrazo de Raff me hace cosquillas en el muslo y noto que se tensa al ritmo que James sigue temblando.

Los tres nos hacemos el amor. Los tres nos necesitamos. Los tres nos amamos.

El placer es demasiado intenso, el amor demasiado profundo y el cansancio me pasa factura de repente. Mi cuerpo desfallece y James me sujeta por la cintura y me acuna contra su torso. Él me sujeta al mismo tiempo que Raff me acaricia con ternura.

-¿Ha sido demasiado, princesa? -me pregunta James.

-Ha sido perfecto -susurro adormilada.

-Vamos, deja que acabemos de cuidar de ti -me promete Raff.

James me levanta con cuidado y los dos salen de mi interior con tanta ternura y delicadeza que un sollozo escapa de mis labios. Me preparan un baño, me acarician y me besan. Me siento amada y feliz, y no dejo de repetirles que les amo. En algún momento debo decir alguna tontería porque ellos dos me sonríen y me llevan a la cama.

-Descansa, Marina -me dice James antes de darme un beso en los labios-. Estaremos aquí cuando despiertes.

-¿De verdad?

-De verdad -me asegura solemne aunque con una sonrisa en los labios.

Otro beso.

-¿Siempre? -pregunto cuando vuelve a apartarse.

-Siempre -contesta Raff agachándose para besarme.

Se apartan, les veo observándome y me sonrojo, pero estoy demasiado cansada como para que me importe y cierro los ojos. Les oigo hablar, no logro distinguir las palabras. Minutos más tarde se meten en la cama conmigo, cada uno a un lado, yo en medio. Un beso, dos besos, tres.»

©M.C.Andrews

Recuerda, no hay nada más erótico que el amor ♥

Si te ha gustado este capítulo inédito de Raff, Marina y James no te olvides de dejar un comentario y de compartirlo con quien desees. Y si quieres leer más, busca mis novelas.

Miranda Cailey Andrews.

Eres suave y fuerte...como la seda.

Eres suave y fuerte…como la seda.

 

 

 

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Espérame

Las semanas pasan demasiado rápido y con las historias que estoy terminando todavía más. Estoy sumida en el proceso de corrección y revisión de una novela y a mitad de escritura de otra. De momento no me atrevo a hablarte de ninguna de las dos, no sé si te has dado cuenta pero soy supersticiosa y hasta que estén terminadas y en buenas manos voy a guardar el secreto. Lo que sí puedo hacer es decirte que tengo muchísimas ganas de que leas ambas historias y que el blog va ser mucho más activo a partir de ahora y, para que veas que voy en serio, muy en serio, aquí tienes a Daniel y a Amelia. Creo que te debía esta escena desde que cambiamos de año…

«Raff, Marina y James acaban de irse, la puerta se cierra y tras el clic lo único que puedo oír es la profunda respiración de Daniel. Está detrás de mí, le estoy dando la espalda, sé que cuando me vuelva el mundo dejará de existir y solo quedaremos él y yo. Nosotros y el deseo que llevamos toda la noche sintiendo en la piel. Apenas invitamos a gente aquí, esta casa es solo nuestra, los dos sabemos que aquí es donde empezamos a ser nosotros y por eso es muy poca la gente que ha estado aquí. Jasper y Nathan ha estado aquí en dos ocasiones, Daniel y los dos policías han acabado trazando una peculiar y sincera amistad y yo les quiero con locura desde me ayudaron cuando Daniel sufrió aquel horrible accidente.

Un escalofrío me recorre la espalda, esos días de sufrimiento son solo un mal recuerdo.

Raff es lo más parecido que tiene Daniel a un hermano y sé que se alegra de que por fin sea tan feliz como nosotros. Cuando Raff ha entrado en casa con un brazo alrededor de la cintura de Marina y el otro con la mano apoyada en el hombro de James, Daniel ha sonreído. Él no se ha dado cuenta, pero ha sido una de esas raras sonrisas que se le escapan cuando es feliz. Los celos, sin embargo, no puede evitarlos y sí, yo siento un cosquilleo en el estómago al presenciarlos, al saber que no puede controlar esa emoción.

-No te des la vuelta -dice apretando los dientes-. No te muevas.

Aún estoy mirando la puerta, la voz de Daniel me eriza la piel y apoyo la frente en la madera. Me tiemblan las manos y cierro los puños para ocultarlo.

-No soporto que otro hombre te bese o te abrace. Me odio por ello, pero no lo soporto.

-¿Te odias? -susurro.

-Odio la debilidad que comporta sentirme así.

Respiro y me doy media vuelta. No puedo oírle decir esas cosas y no mirarle. Está tenso, desprende tanta fuerza que tengo la sensación de que el suelo de madera se estremece bajo su fuerza. No me muevo, Daniel necesita esa distancia.

-No hay ni nada débil dentro de ti, Daniel. Eres el hombre más fuerte que conozco.

Él sonríe sin creérselo, levanta una ceja.

-¿Te he contado alguna vez que tuve una aventura con una mujer llamada Lucrecia?

Vuelvo a cerrar los puños, las uñas se me clavan en las palmas. Yo sí que odio oír a hablar de las mujeres que estuvieron con Daniel antes de mí. No es solo celos, va más allá, las odio porque ninguna de ellas intentó comprender a Daniel, ninguna quiso conocerlo, sencillamente le utilizaron por su dinero, por su cuerpo, por el placer que podían sentir en sus brazos. Sí, las odio. Los celos y la rabia me suben por la garganta hasta provocarme náuseas pero intento ocultarlo porque quiero saber a qué viene ese cambio de tema. Daniel nunca habla al azar.

-No, no lo sabía -le digo como si estuviésemos hablando del tiempo.

-Fue hace años, la conocí en una fiesta que organizó Patricia.

-¿Es cliente del bufete? -le interrumpo porque si lo es dejará de serlo desde ayer.

-No. -Me mira a los ojos, baja las cejas. Lo hace siempre que intenta descifrarme, y descifrar lo que él está sintiendo-. No tengo ni idea de a qué se dedicaba.

Bueno, supongo que eso me afloja un poco la presión del pecho.

-¿Qué pasó con Lucrecia? -Quiero que siga con la historia, la ha empezado por algo y quiero saber por qué.

-Lucrecia cumplía con todas mis órdenes. Me obedecía sin rechistar, -sigue con la voz cada vez más fría, más distante. Hacía tiempo que no oía esa voz, la que utilizó todas las veces que intentó apartarme de él- de hecho estaba ansiosa por obedecerme. Siempre quería más, llegar más lejos.

-¿Y tú? -Tengo que humedecerme los labios para hablar y Daniel sigue el movimiento de mi lengua. El torso le tiembla un segundo bajo la camisa.

-Una noche fuimos a un club -retoma el relato sin contestarme. Los dos sabemos que él no quería nada de todo eso, que no lo reconozca no lo cambia-. Lucrecia había oído a hablar de él y estaba impaciente. Era un local absurdamente caro, con pretensiones y dirigido por alguien con demasiado dinero y que se había obsesionado con Eyes Wide Shut y que sin duda había leído demasiados libros malos de BDSM. Nos quedamos, Lucrecia insistió y yo ya había decidido que esa noche iba a ser la última que pasaba con ella.

-¿Una noche de despedida? -Aunque supongo que podía entender que el Daniel de esa época no era el hombre que ahora tenía delante me ponía furiosa pensar en esa frialdad, en lo mucho que me había necesitado también entonces, aunque ni siquiera nos conocíamos.

-Fuimos a un dormitorio, había una cama de dos metros en el centro y de los cuatro extremos colgaban cintas, látigos, fustas, esposas, bridas, varas. Todo el repertorio-. Igual que antes, Daniel no me contestó y siguió hablando-. Lucrecia se puso de rodillas frente a la cama y yo vi que no estábamos solos, había seis hombres más en la habitación, dos detrás del cabezal de la cama y dos más a cada lado. Lucrecia agachó la cabeza y me dijo “soy tuya”. Sentí repulsión, ahora lo sé, entonces sencillamente se me revolvió el estómago. Esa mujer no era mía, y yo -sonrió con amargura- nunca sería suyo.

Una gota de sudor resbala por la frente de Daniel y la necesidad de abrazarlo es casi incontenible. Lo logro por lo que veo en sus ojos; él tiene que acabar ese relato.

-No, tú nunca fuiste de nadie.

-No sentía nada por esa mujer, pero, joder, al menos tendría que haber sentido algo, un mínimo de respeto, de…no sé. Mierda. No sentía nada y ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que yo le pidiera.

-¿Y qué le pediste?

-Le pedí que dejase que esos hombres la tocasen mientras yo miraba. Le pedí que les tocase a ellos. Lucrecia obedeció, joder, estuvo encantada de hacerlo. Nunca la había visto tan excitada, su rostro resplandecía de felicidad. Fue la primera vez, la única vez que me pareció hermosa. Esa mujer realmente necesitaba esa clase de placer, estar con esos hombres la despertó, la convirtió en lo que debía ser.

-¿Y tú, tú qué sentiste? -me resbaló una lágrima por la mejilla.

-Nada. Absolutamente nada. Mientras esos hombres tocaban, besaban, penetraban, ataban, poseían a esa mujer no sentí absolutamente nada. Quizá aburrimiento, como mucho indiferencia. Me fui de allí, ninguno se dio cuenta. Llamé a Lucrecia un día más tarde y me explicó que se iba a vivir con tres de esos hombres. No he vuelto a verla desde entonces.

El corazón se me encoge, incluso entonces, en esa época en la que Daniel se negaba a sentir, él se había preocupado por esa mujer por la que decía no haber sentido nada. Daniel no había sentido amor por esa mujer, algo que me alegra y me hace sentirme aún más posesiva con él, pero su código del honor, ese instinto de proteger siempre a los más débiles, siempre ha estado allí.

-¿Por qué me has contado esto ahora? -Me seco la lágrima-. Ya sabes que me duele oírte a hablar de las mujeres de tu pasado.

-¡No tengo pasado, Amelia! Mi pasado empieza el día que te metiste conmigo en el jodido ascensor del bufete-. Por fin se acerca a mí. Por fin. Le tiemblan las manos al sujetarme el rostro-. Me había olvidado por completo de Lucrecia y de ese sórdido club, igual que me he olvidado de todo. Lo he recordado cuando los imbéciles de Raff y de James han insistido en besarte. -Atrapa las lágrimas con los pulgares-. Tendría que haberme acostumbrado a ver cómo otros hombres se convierten en estúpidos cuando te acercas a ellos, pero no puedo.

-James y Raff solo son amigos.

-Lo sé, Amelia. Y tienes razón cuando dices que Raff también lo es mío, pero…joder, no puedo soportar que te toquen. Por eso me he acordado de esa sórdida noche con Lucrecia. Vi como seis hombres se turnaban para tocar a una mujer y me aburrí, y mi mejor amigo te abraza y te da un beso en la mejilla y quiero arrancarle los brazos.

-Pero no lo harás.

-No lo haré porque sé que te enfadarías conmigo.

Le sonrío y me pongo de puntillas. Se merece un beso después de haber sido tan sincero. A Daniel le cuesta compartir su pasado, no es que quiera ocultármelo es que el muy idiota insiste en protegerme de él.

Le muerdo el labio inferior y todo su cuerpo se estremece, la tensión que le ha mantenido inmóvil hasta ahora le pasa factura y tiembla de un modo que reconozco a la perfección. Me necesita.

-Creo… -susurro cuando me besa el cuello- que te he prometido una compensación.

Tiene las piernas pegadas a las mías y los muslos quedan rígidos de repente. Baja las manos, inconscientemente empieza a rendirse.

-Sí, aunque yo…

Coloco las manos en la cintura del pantalón, las muevo despacio hacia la espalda y las subo hasta llegar a la nuca. Daniel se ha quedado en silencio sin darse cuenta.

-¿Sí? -le tiro del pelo para que continúe.

-Yo…-se humedece el labio-…no sé si me lo merezco.

Mantengo una mano en la nuca y la otra la bajo por la camisa y empiezo a desabrochar los botones.

-Ya decidiré yo si te lo mereces -recorro el esternón con las uñas-, tú solo dime si lo necesitas.

-Lo necesito-. Cierra los ojos, aprieta la mandíbula. Tiembla tanto que si fuese una escultura de mármol se habría agrietado-. Te necesito.

Le quito la camisa, Daniel sigue con los ojos cerrados y controlando la respiración.

-Ven conmigo -susurro al pasar por su lado y él instintivamente abre los ojos y me coge la mano. Sonrío, él antes no quería que le tocase y ahora no puede evitar hacerlo.

Caminamos hasta el dormitorio y tras cruzar la puerta le suelto los dedos. Él lo hace a desgana y me giro para colocar una mano en su torso e indicarle que se detenga.

-Amelia, por favor…

-Tranquilo. Soy tuya y tú eres mío, ¿recuerdas? -Le acaricio la mejilla y él ladea el rostro igual que un gato en busca de la caricia de su amo-. Voy a buscar la cinta.

La idea le ha gustado, los iris han oscurecido por completo y los músculos de la mitad superior del cuerpo se han apretado. La mitad inferior no voy a mirarla porque los dos perderíamos el control. Daniel sigue llevando nuestra cinta de cuero alrededor de la muñeca, es nuestra historia, pero hace tiempo busqué el fabricante original y compré un carrete para nosotros. Me sonrojo de camino al cajón donde la guardo, aún recuerdo lo que sucedió la noche en que se lo enseñé a Daniel.

-Enséñame las manos -le pido con voz firme al volver frente a él con los metros de cinta-. Dime si te aprieto demasiado.

Le rodeo las muñecas con la cinta, él observa cada movimiento fascinado. Mis dedos se mueven seguros al anudar los extremos y tiro de ellos a modo de pregunta.

-Está perfecto -confiesa Daniel.

Le desabrocho el cinturón y después los pantalones, la prenda no se desplaza. Él está tan excitado que se le han pegado a la piel. Tiro de los pantalones con decisión y Daniel sisea cuando mi mano le roza íntimamente.

-Dime qué tengo que hacer, Amelia.

-Espérame, eso es lo único que tienes que hacer. Espérame como has hecho siempre, como hiciste esa noche. -Le quito los zapatos, los calcetines y después los incómodos pantalones. Le dejo los calzoncillos, una decisión que a él no parece gustarle y por eso subo las uñas por sus muslos-. Solo tienes que esperarme.

-¿Esperarte? -Está confuso por el deseo y por la necesidad que sentimos de entregarnos el uno al otro.

-Esa noche con Lucrecia no sentiste nada porque me estabas esperando a mí. -Me pongo de puntillas y le muerdo el labio inferior-. A mí. No le dijiste a nadie lo que de verdad necesitas porque me estabas esperando a mí, ¿no es así?

-Sí -gime. Solo puedo describirlo así.

-Entonces, espérame un poco más.

Vuelvo a apartarme y me desnudo frente a él. Voy despacio, le torturo con mi lentitud, me acerco pero no dejo que me toque. Solo puede posar los ojos sobre mí. Mi vestido cae al suelo, después me quito los zapatos y las medias. Y por último la ropa interior.

-Amelia… -Le tiemblan las piernas y en los músculos de los antebrazos se le marcan las venas.

-Yo nunca dejaría que me llevases a uno de esos clubs.

Se le dilatan las pupilas y las fosas nasales.

-Tú jamás pondrás un pie allí -aprieta los dientes-. Jamás.

-Lo sé-. Le sonrío y me acerco por fin a él-. Ningún hombre entrará dentro de mí. Ninguno.

-No. -No puede hablar, tiembla demasiado.

Le coloco las manos en la cinturilla de los calzoncillos.

-Ninguna mujer volverá a tocarte nunca más-. Daniel ha vuelto a cerrar los ojos y su piel está cubierta por una fina capa de sudor-. Yo jamás te pediría algo así-. Coloco una mano sobre su erección-. Jamás. No podría soportarlo. Jamás te compartiré con nadie.

-No… -Mueve las caderas en busca de más presión. Me necesita.

-Tú no podrías soportarlo -le digo pegada a sus labios poniéndome de puntillas-. No podrías soportar que otra mujer te tocase. Dímelo.

-Amelia…

-Dímelo. -Intento apartar la mano y él ruge un no desde lo más profundo de su garganta.

-¡¡¡¡No!!! No dejes de tocarme, por favor. Por favor. Por favor-. Abre los ojos y me mira confuso, perdido en lo que sentimos-. No podría soportar que otra mujer me tocase. Moriría antes que permitírselo.

-No tendrás que hacerlo, Daniel.

Vuelvo a acariciarle y le empujo levemente hacia la cama. Él responde sin darse cuenta, cede a las peticiones de nuestros cuerpos. La parte trasera de sus piernas se topa con la cama y al tener las manos atadas frente a él cae en ella. No le doy tiempo a sorprenderse ni a intentar cambiar de postura, aunque él tampoco lo ha intentado.

-No quiero que me toque nunca otra persona. Nunca -asegura furioso-. Y no quiero que nadie te toque a ti. Solo yo puedo tocarte.

-Y solo tú vas a hacerlo. -Me siento encima de él y le guío hacia mi interior. Cuando está en lo más profundo de mi ser suelta una maldición entre dientes-. Nos pertenecemos, Daniel. Solo yo sé lo que sientes aquí dentro. -Le toco el corazón-. Y aquí-. Le aparto un mechón sudado de la frente.

-Amelia…Te necesito, por favor. Suéltame las manos. Dime que puedo moverme. -Tiembla y me mira como si solo yo pudiera salvarlo cuando en realidad él es mi tabla de salvación-. Dime qué tengo que hacer. Por favor.

Me acerco a él, sus manos quedan atrapadas entre nuestros cuerpos y los dedos de Daniel tiemblan al rozarme la piel. Mis nariz acaricia la suya, nuestras mejillas se susurran. Los dos estamos al borde de la rendición, nuestros orgasmos han empezado a abrazarse, a juntarse, a romper las barreras.

-Deja de esperarme…

Es lo último que susurro en sus labios antes de perderme y de que él grite que me ama.»

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor ♥

©Miranda Cailey Andrews

No te olvides de confesar qué te ha parecido esta historia…

 

Espérame

Espérame

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, James, Marina, Noventa Días, Nunca es suficiente, Raff

2015, te estaba esperando.

Es la última noche del año, el 2014 ha sido un año intenso, arriesgado y cargado de significado. La historia de Daniel Bond y Amelia Clark, que empezó con “Noventa Días”, sigue viva en mi cabeza y en mis notas y hace unos meses pude presentarte su última entrega (de momento), “Un día más”. También has podido conocer a Marina, Rafferty y James, su historia de amor es tan fuerte e intensa que son necesarias tres personas para vivirla. De eso trata “Nunca es suficiente”, del placer que solo puedes sentir cuando amas sin limites y sin reservas.

Sí, el 2014 ha estado lleno de retos, pero estoy impaciente por vivir el 2015. Va a ser muy emocionante, ya verás…y mis novelas formarán parte de él (y de ti).

Mi escena para despedir el 2014: la cena con Marina, Raff y James en casa de Daniel y Amelia 

«James conduce en silencio, los tres hemos hecho el amor y seguimos alterados por la intensidad de nuestras emociones. Nos sucede siempre y ha sido así desde el principio. Antes de reconciliarnos, cuando estuve sola con James, fue maravilloso. Y también lo fue cuando estuve sola con Rafferty, pero juntos…

-¿Te preocupa algo, Marina?

-No, nada.

Voy sentada en la parte trasera del Jaguar de James, Rafferty ocupa el asiento del acompañante, nunca dejamos que uno conduzca solo. Me acerco a la división causada por el cambio de marchas y coloco la mano derecha en el hombro de James y la izquierda en el de Rafferty. James gira el rostro un instante para depositar un beso en mis nudillos y Rafferty, que goza de más capacidad de movimiento porque no conduce, se gira un poco hacia mí y clava su mirada en la mía.

-¿Estás segura? -insiste.

-Estoy segura -le sonrío-. Estaba pensando en nosotros.

Rafferty me devuelve la sonrisa y después coloca una mano en el muslo de James, formando así un peculiar círculo que nos completa.

-A mí también me cuesta asimilarlo, princesa, pero he dejado de preguntarme cómo es posible que nos suceda esto -dice James, su voz es firme, suelo serlo, y es igual que una caricia-. Sé que no os gusta oírlo, y Dios sabe que yo tampoco soporto escuchar historias sobre vuestras antiguas parejas de cama, pero de los tres yo soy el que tiene un pasado más… extenso y variado, por así decirlo.

-Por así decirlo -repite Rafferty sarcástico, aunque veo que aprieta los dedos que tiene en el muslo de James mientras mantiene sus ojos fijos en los míos.

James gira el rostro un segundo y mira intensamente al hombre que tiene al lado.

-Ra…

-¿Qué?

-La mano -traga saliva- no la apartes. -Vuelve a tragar saliva antes de continuar-. Borraría mi pasado, lo haría sí pudiera porque me parece absurdo. Me molesta haber perdido el tiempo con esos hombres y mujeres. Odio que me tocasen en vez de ti y de ti. Me gustaría que tú, Marina, fueses la única mujer con la que he estado y que tú, Ra, fueses el único hombre. Me gustaría porque eso es lo que siento dentro de mí siempre que estamos juntos. Cada vez. Todas las veces.

Me resbala una lágrima por la mejilla y balbuceo:

-Oh, James…

-¡Maldita sea! -farfulla Rafferty-. Para el coche ahora mismo.

Antes de que James pueda reaccionar, Rafferty me sujeta el rostro entre ambas manos y tira de mí hacia él para besarme. Su lengua me separa los labios desesperada, sus dedos se enredan en mi melena sin importarle lo más mínimo despeinarme. Su aliento me quema la piel, gimo y le oigo gemir y no nos separamos hasta que la voz de James susurra algo que no logro entender y el motor del vehículo se detiene.

-Joder, Jamie, no puedes decirnos estas cosas mientras conduces. -Rafferty me ha soltado y ahora sujeta a James por las solapas de la americana. James ha elegido un atuendo más formal, camisa blanca y americana negra, mientras que Rafferty lleva un jersey de cachemira de pico color negro-. ¡Y tú no “no estás en la cama” conmigo, tú haces el amor conmigo y con Marina! ¿Entendido?

James se humedece el labio antes de responder.

-Entendido.

Rafferty tira entonces de él igual que ha hecho antes conmigo pero incluso con más fuerza y besa a James apasionadamente. James le devuelve el beso y tras acariciarle la espalda a Rafferty desliza las manos hacia abajo hasta hacerlas desaparecer dentro del jersey de Rafferty. Raff tiembla de los pies a la cabeza, es increíblemente sensual ver como un hombre del tamaño y la fuerza de Rafferty se estremece y gime de placer al sentir las caricias de James. Y cuando James domina su deseo, su implacable pasión, para ser tierno y romántico con Rafferty porque sabe que en el fondo es lo que los dos necesitan, sé que soy la mujer más afortunada del mundo por tenerlos conmigo.

-Vamos a llegar tarde a la cena… -Rafferty se aparta de James un segundo y me mira al mismo tiempo que alarga una mano para colocarla en mi nuca.

-No…

-No es una pregunta, Marina -me interrumpe James-. Vamos a llegar tarde a la cena. Te necesitamos, amor mío.

Rafferty tira de mí despacio y me besa en los labios al mismo tiempo que James me coge por la cintura y me levanta. No sé cómo lo logran, sus besos, sus caricias, sus palabras no me dejan pensar y mi cuerpo se rinde al deseo. Estoy sentada en el regazo de Rafferty, él me levanta la falda mientras James, a mi espalda, desliza la cremallera del top de seda y me besa los hombros tras apartarme el pelo.

-James, Raff…

-Te amo, Marina -dice Rafferty un segundo antes de entrar dentro de mí-. Te amo, Jamie.

-Yo también te amo, Raff… -susurro y echo la cabeza hacia atrás en busca de los labios de James. Él me besa, me acaricia el rostro con una mano y con la otra acaricia mis pechos. Noto el tacto del jersey de James, el tejido me eriza la piel y cuando la mano de James se aparta sé que está buscando la manera de acariciar a Rafferty-… Raff, James te necesita.

-Lo sé, no te preocupes -afirma Raff, mueve las caderas lentamente como si tuviéramos todo el tiempo del mundo y no nos hubiéramos detenido de camino a una cena. Antes me habría muerto de vergüenza solo con pensar en hacer algo así, ahora lo único que me importa es el amor que siento por esos dos hombres. Y sé que James se ha detenido en un lugar seguro, él nunca habría permitido que empezáramos a besarnos si no estuviéramos a salvo.

-No, princesa, esto es para ti. -James vuelve a besarme, a mi espalda noto la presión de los botones de su camisa, la erección que retiene en los pantalones.

-No digas estupideces, Jamie, es para los tres. Siempre es para los tres. -Le riñe Raff, a pesar de que él fue a quien más le costó aceptarnos ahora se pone furioso siempre que James insinúa que él fue el último en llegar.

Las manos de Rafferty me rodean la cintura, llegan a mi espalda y al sentir el frío del metal deduzco que le ha desabrochado el cinturón a James. James me muerde el labio y me lo confirma.

-Lo siento, princesa -gime antes de lamerme la herida-. Dios, Ra…no pares. Por favor.

-No pararé, tú vuelve a besar a Marina y dinos a los dos que nos amas.

James se aparta un segundo, aprieta la mandíbula y con las manos levanta el rostro de Rafferty hasta que los dos se quedan mirando.

-Te amo, Ra.

Lo besa despacio, Rafferty levanta las caderas y yo tengo que cerrar los ojos para evitar precipitarme hacia el orgasmo. Entonces, noto las manos de James encima de mí y vuelvo a abrirlos.

-Te amo, Marina.

-Y yo a ti, James.

Vuelve a besarme, no se detiene hasta que siente que Rafferty me lleva al orgasmo y los dos nos perdemos en él, entonces se aprieta contra mi espalda y cede también al suyo dentro de las manos de Raff gritando nuestros nombres. Nos besamos una y otra vez e intentamos poner en orden nuestra ropa. Está más arrugada, pero no nos importa.

James reanuda la marcha, yo vuelvo a estar en el asiento trasero pero Rafferty tiene de nuevo la mano en el muslo de James y está sentado ladeado hacia mí, preguntándome una y otra vez si estoy bien y asegurándome que estoy preciosa y nada despeinada.

Llegamos a la casa de campo de Daniel y Amelia, he estado allí otras veces, no demasiadas. A Amelia le gusta porque dice que aquí es donde empezó a conocer a Daniel de verdad y lo cierto es que allí Daniel parece distinto, más humano. Nunca me he cuestionado el amor que siente mi mejor amiga por ese hombre, aunque la verdad es que los míos me parecen mucho más atractivos e interesantes.

Llamamos a la puerta, James me rodea por la cintura y Rafferty espera delante. Al fin y al cabo, es el mejor amigo de Daniel, y me hace muy feliz que por fin hayan dejado atrás los malentendidos del pasado y estén el uno al lado del otro. Es Daniel quien abre la puerta y no tarda ni un segundo en dar un abrazo a Rafferty. Noto que James se tensa y no puedo evitar sonreír. James insiste en negarlo pero tiene celos de Daniel, y odia que otro hombre toque a Rafferty. No le culpo, a mí me sucede lo mismo con ellos dos. Y sé que a Rafferty le encanta que nos mostremos posesivos con él. Tal vez es porque nunca antes nadie le había reclamado para sí, nunca antes había sentido que formase parte de algo, o de alguien.

-Tranquilo, James, solo son amigos -susurro.

-¿Quieres que abrace a Amelia delante de ti durante más de veinte segundos? -me reta-. ¿Crees que te gustaría?

Los celos me corroen. Sé que entre Amelia y James nunca sucedió nada, pero aún recuerdo lo que sentí ese día que los encontré juntos en un café dándose la mano. No es una sensación que quiera volver a sentir.

-Ni se te ocurra. Si abrazas a Amelia, Daniel te arrancará la cabeza.

-¿Daniel, eh? ¿Tú no harías nada y Ra tampoco?

-¡Oh, está bien! -me rindo-. Tienes razón. Dale un beso a Ra y ajusta cuentas con él mientras yo saludo a Daniel y a Amelia, pero no tardéis mucho.

James se aparta y veo que camina igual que una pantera en busca de su presa hacia Rafferty. Les dejo a solas en la entrada y tras besar a Daniel en la mejilla le sigo hasta el interior de la casa donde nos está esperando Amelia.

-Hola, Marina, ¿dónde están tus maridos? -Me abraza y la felicidad de mi mejor amiga es tal que incluso puedo tocarla.

-Fuera, James le está recordando a Rafferty algo importante.

-Daniel ya ha vuelto a hacer de las suyas -adivina.

-Yo no he hecho nada -se defiende él, aunque por su sonrisa deduzco que está al tanto del efecto que tienen sus abrazos-. ¿Te apetece beber algo, Marina?

-Claro, lo que vosotros estéis tomando está bien.

Veo que hay varias copas preparadas encima de una bandeja de plata. Daniel se acerca y sirve cinco copas de champán a la perfección. Cuando está llenando la última, Rafferty y James entran en el salón. Los dos tienen los labios húmedos y los ojos oscuros, pero me abstengo de decir nada y me limito a sonreír. Se acercan a nuestros anfitriones y los saludan y James enseguida empieza a hablar con Daniel. A pesar de sus celos mutuos siempre han conectado a la perfección, como si fuesen viejos amigos de la infancia. Rafferty se queda hablando conmigo y con Amelia, le conocí gracias a ella y la relación que existe entre los dos me recuerda a la que yo tengo con mis hermanos.

La cena es fantástica, una noche que sin duda formará parte de nuestros recuerdos para siempre. Daniel y Amelia se besan y nos hacen sentir que nuestro amor es como el suyo, ellos no ocultan la intensidad de sus emociones y nosotros tampoco las nuestras. Rafferty besa a James cuando se levanta de la mesa para ir a la cocina a ayudar a Daniel y cuando vuelve cargado con una bandeja se detiene a besarme a mí. Es perfecto.

Nos despedimos horas más tarde, Daniel no abraza ni a James ni a Rafferty pero a mí se atreve a darme un beso en la mejilla. Amelia sí que me da un abrazo muy largo y cuando me suelta se gira hacia Daniel y le dice muy seria:

-Ahora, señor Bond, voy a dar un beso a James y otro a Rafferty y tú no vas a mirarlos como si quisieras matarlos, ¿de acuerdo?

-No -contesta Daniel.

Rafferty y James están de pie el uno junto al otro y sonríen al ver que el otro hombre lo está pasando francamente mal.

-Sí, Daniel. Solo será una beso para cada uno. Son mis amigos y sabes que son los mejores amigos que tú tendrás nunca, así que voy a besarlos. Prometo compensarte -añade con una sonrisa al dar un paso hacia mis dos hombres.

-¿Cómo? -la detiene Daniel-. ¿Cómo vas a compensarme?

Amelia se gira muy despacio hacia él y le recorre con la mirada, se detiene en sus labios y en su torso unos segundos más que en el resto del cuerpo.

-Ya lo verás, sólo tienes que esperar. ¿Puedes esperar, no?

A Daniel se le oscurecen los ojos.

-Puedo esperar -susurra con la voz ronca.

Amelia da un beso a Rafferty en la mejilla y otro a James, los tres nos vamos de allí casi de inmediato. La tensión sexual y el amor que ha vibrado en el aire esos últimos minutos ha sido tan intenso que necesitamos irnos y estar a solas. Y sabemos que Daniel y Amelia también lo necesitan.

-Dios santo, ¿nosotros somos así de intensos? -pregunta Rafferty.

-Creo que más, al menos para mí lo somos más -asegura James-, aunque compadezco a cualquiera que quiera entrometerse entre Daniel y Amelia.

-Y a cualquiera que quiera entrometerse entre nosotros -termino yo.

-Tienes toda la razón, Marina.

-Lo mismo digo.

Llegamos a casa, me quedo dormida en el trayecto de vuelta y me despierto cuando Rafferty me lleva en brazos a nuestro dormitorio. Me desnudan, les acaricio, me besan, les beso. Hacemos el amor.

Siempre hacemos el amor.»

Te estaba esperando

Te estaba esperando

Happy 2015

Miranda Cailey Andrews.

Por cierto, si quieres leer “la compensación” de Amelia a Daniel, tendrás que pasarte por aquí…

 

 

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Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Contigo

Hoy es fiesta en U.K, Boxing Day, un día dedicado a comer sobras, guardar regalos y asaltar las rebajas…Yo estoy escribiendo, mi taza de té al lado del ordenador, mis notas por todas partes, y ganas de seducirte y enamorarte con mis nuevos personajes, y de seguir atrapándote con los que ya conoces.

Espero que te gustase la entrada de ayer, aquí tienes su continuación…

Contigo (leela después de leer Feliz Navidad)

«-No sé si puedo, Amelia. -Daniel respira entre dientes-. Joder, estás preciosa sentada en esa butaca con mi camisa, si no fuera porque siempre que te veo llevándolas me entran ganas de entrar dentro de ti, ya me habría desecho de los malditos pijamas.

-No podías estar desnudo en el hospital -le recuerdo tras humedecerme los labios.

-No hagas eso -farfulla.

-No te levantes -le detengo cuando suelta la sábana.

-Pues entonces ayúdame. No puedes pretender que me quede aquí quieto y te escuche cuando puedo oler desde aquí que tú también me deseas. Deja de humedecerte los labios, deja de mirarme de esa manera, si pretendes que te escuche.

-No, deja de mirarme tú.

-Imposible.

-Quiero que me escuches, Daniel. Necesito hablarte de mi regalo.

-Tú y Laura sois mi regalo, Amelia. No quiero nada más.

-Daniel…

-Está bien, si quieres que te escuche, vas a tener que ayudarme.

Le miro, la lámpara que hay detrás de mí también le ilumina, pero su cuerpo está medio cubierto de sombras. Distingo su rostro, los ojos oscuros, la fuerte mandíbula, la tensión que le domina los hombros. Se está conteniendo, y le está costando.

-Te ayudaré, no te muevas.

Él asiente, se pone en mis manos. Me levanto y me dirijo al armario, siento la mirada de Daniel recorriéndome la espalda, la camisa del pijama me cubre las nalgas pero noto allí la promesa de sus caricias. La piel desnuda de mis piernas se estremece. Saco unas medias negras del cajón y las oculto en el interior de la mano. Cierro los ojos un segundo antes de darme media vuelta. Cuando lo hago, el impacto del deseo y del amor de Daniel me tambalea.

Camino hasta la cama, a él se le acelera la respiración y le tiembla el músculo de la mandíbula.

-Cierra los ojos -susurro.

Daniel los cierra de inmediato. Me siento a su lado y le acaricio el rostro, él intenta controlar el impacto que le produce sentirme. Acerco el rostro al suyo y le beso. Primero despacio, hasta que le muerdo el labio y él los separa para dejarme entrar. Gime, tensa los tendones del brazo, aprieta los dedos en la sábana. Seguiría besándolo, dejando que sus suspiros y su sabor entrasen dentro de mí, pero antes debo contarle lo que he hecho.

-Daniel… -pronuncio su nombre al apartarme. Él se pasa la lengua por el labio y el torso le tiembla un instante-. Voy a taparte los ojos con una media, ¿de acuerdo?

No contesta, mueve la cabeza para indicarme que me ha escuchado y que está dispuesto a seguirme. Le cubro los ojos con la media, tengo que ponerme de rodillas en la cama y pegarme a él para atarle el nudo en la parte posterior de la cabeza. Mis pechos quedan a la altura de su rostro y noto la respiración de Daniel en ellos.

-Dios, Amelia…ayúdame.

Le acaricio el pelo, enredo los dedos en los de la nuca y agacho la cabeza para morderle el cuello.

-Tranquilo, sólo tienes que estar así unos minutos más. Lo estás haciendo muy bien.

Él se estremece, veo que aprieta la sábana, pero la respiración aminora y siento que controla el deseo y que cede ante mí.

-Gracias -susurra.

Me aparto y camino hacia el armario sin dejar de mirar a Daniel, los músculos de su torso desprenden tanta fuerza que cierro las mas manos para contener las ganas de tocarlos. Encuentro, casi a tientas, lo que estoy buscando y regreso a su lado. Dudo unos segundos frente a la butaca, tal vez sería mejor que me sentase allí, lejos de él. Lejos de la tentación que Daniel representa, pero no lo hago y sigo caminando.

Él respira entre dientes al notar que vuelvo a estar a su lado.

-Estoy aquí, Daniel -afirmo-. Tranquilo.

Paso una mano por su pecho, la detengo encima del corazón, encima de una de sus cicatrices.

-Tengo tus regalos -sigo-. Primero voy a abrir el sobre.

El ruido de la lengüeta de papel suena en el dormitorio.

-Son unos documentos, podría haberlos preparado yo pero le pedí a Patricia que los redactase.

-¿Qué has hecho, Amelia? ¿Quieres separarte de mí?

-¡No, por supuesto que no! ¿Cómo se te ocurre preguntármelo? -Me he sentado en su regazo y aunque él sigue llevando la media alrededor de los ojos le sujeto el rostro entre las palmas de las manos y le miro-. Siempre quiero estar contigo. Siempre.

-Entonces, ¿de qué documento estás hablando? Dímelo, por favor.

-Es un cambio de nombre, Daniel. Para Laura.

Vuelve a respirar tranquilo.

-¿Para Laura?

-Sí, cuando nació dijiste que tenías miedo de llamarla Laura. Dijiste que no querías que la desgracia de tu hermana fuese una sombra para nuestra hija. Dijiste que no querías que la tristeza se acercase nunca a nuestra Laura.

-Me acuerdo, tú dijiste que el nombre de mi hermana era perfecto para ella.

-Sí, eso dije. Lo es, pero te conozco Daniel y sé que sigues creyendo que necesitas ahuyentar el pasado de la pequeña Laura. Sé que siempre la protegerás, que serás el mejor padre del mundo para ella, y por eso he pensado que podíamos cambiar el nombre de Laura por Laura Daniela.

-¿Laura Daniela?

-Sí, Laura Daniela Bond es perfecto, así siempre estarás con ella. Tú la protegerás, Daniel. Tú cuidarás de nuestra Laura.

Daniel no dice nada, traga saliva. La nuez sube y baja pesadamente por su garganta. Le tiemblan las manos y noto su erección bajo mis nalgas.

-¿Te gusta?

Sigue en silencio.

-No es definitivo -me apresuro a añadir-, para hacer efectivo el cambio de nombre debemos firmar los dos, así que…

-Es perfecto. Gracias -me interrumpe con la voz ronca.

-De verdad.

-¿Los documentos están delante de mí?

-Sí.

-Dame un bolígrafo -ordena firme sin quitarse la media de alrededor de los ojos.

Me levanto y me acerco a su mesilla de noche. Abro el cajón, hace días vi allí su estilográfica, es negra, completamente negra. Vuelvo a la cama con la pluma en una mano y los documentos en la otra. Daniel no se ha movido pero detecta el instante exacto en que me detengo delante de él.

-¿Tienes los documentos y algo para firmar?

-Sí, tengo tu estilográfica.

-Dámela. -Tiende la mano derecha y coloco la pluma en la palma-. Busca la página que tengo que firmar.

Separo el documento, paso los folios sin leerlos pues los he revisado cientos de veces, no porque dude de Patricia sino porque estaba nerviosa. Tenía muchas ganas de contárselo a Daniel.

-Es aquí.

Sujeto los documentos por la página en cuestión y Daniel levanta la mano hacia ellos.

-¿Aquí? -Le sujeto la muñeca y coloco la mano justo encima de la línea de puntos. Él firma al instante-. ¿Ya está?

Observo su firma, es firme, impactante, desprende la misma seguridad que el hombre que la ha estampado.

-Ya está.

Dejo los papeles en la mesilla de noche y me agacho para besar apasionadamente a Daniel. Él me muerde el labio inferior de lo intensa que es su reacción. Siento los latidos de su corazón en mi sangre, Daniel sigue sujetándose de la sábana, sabe que cuando nos toquemos no podremos detenernos ni para respirar.

-Daniel, tengo que…

-Por Dios, Amelia, no me pidas nada más y deja que entre dentro de ti. Por favor.

-Todavía no, Tengo que darte otra cosa.

Levanta la comisura del labio y suspira.

-No creo que pueda soportar otro regalo, Amelia. Me has dado demasiado.

-No, Daniel. Te daré mucho más, siempre te daré más.

Agacha la cabeza y apoya la frente en el hueco de mi cuello. Respira despacio, me lame el pulso y tiro del pelo de su nuca. Suelto despacio los dedos y los bajo por sus brazos desnudos hasta detenerlos en sus muñecas.

-La cinta, mi cinta, empieza a romperse -susurro pegada a su oído. Él se estremece.

-Lo sé.

-Deberías quitártela.

-Jamás.

Deslizo los dedos por debajo de la cinta de cuero, está raída, hay trozos donde esta suave y otros donde está áspera. El nudo está apretado y Daniel tiene la costumbre de tocarlo muy a menudo.

-Enseguida vuelvo.

Él suelta el aliento y el torso le sube y baja despacio. Sé que si yo no le hubiera pedido que estuviese quieto me sujetaría por la cintura y evitaría que me levantase. Regreso al instante con una cajita de cartón rodeada por una cinta de cuero. Aflojo la cinta y la sujeto entre los dedos mientras me siento de nuevo en el regazo de Daniel. Le cojo la mano y le aflojo los dedos hasta que consigo que suelte la sábana.

-Este regalo es para ti. -Levanto la muñeca y empiezo a rodearla con la cinta nueva-. Es el mismo cuero, me he pasado semanas buscándolo.

-Basta, Amelia. Te necesito.

Anudo la cinta justo encima de la otra, más vieja e igual de importante y significativa.

-Y yo a ti. -Me acerco la muñeca a los labios y beso el interior-. Mi regalo no es la cinta. Mi regalo es un tatuaje.

Le levanto el brazo y le lleno de besos la piel. He empezado por la muñeca y sigo hasta el codo. Allí me detengo un segundo y capturo la piel un segundo entre los dientes. Cuando le oigo sisear, sigo hasta acercarme al hombro.

-He pensado que podrías tatuarte aquí una cinta, tal vez podrías añadirle una “A”, aunque no hace falta. Sé que siempre que la veas pensarás en mí.

-Necesito tocarte. ¿Puedo tocarte?

-Claro que puedes.

Suelta la sábana y sus dedos empiezan a desabrochar los botones de la camisa de pijama que llevo puesta.

-He encontrado un estudio de tatuaje, he reservado hora para nosotros dentro de dos días. Yo estaré contigo. Duele un poco y si no quieres…

-Quiero. Quiero tener tu marca en mi cuerpo. Ya la tengo en mi alma, quiero tenerla de todas las maneras posibles.

-¿De verdad?

-Amelia, cuando toco la cinta te veo, te siento, recuerdo tus besos, tus caricias, tu aliento. El tatuaje me recordará todo eso y más. Nunca antes nadie me había pedido nada tan personal ni tan intenso.

Ha terminado de desabrocharme la camisa y mi piel roza la de su torso.

-Te amo, Daniel. Túmbate en la cama, por favor.

Me sujeta por la cintura con cuidado, como si estuviese hecha de cristal, y me levanta para depositarme en la cama. Sigue llevando los ojos vendados y su cuerpo está dominado por el deseo y esa tensión tan animal inherente a Daniel. Se tumba en la cama tal como le he pedido y coloca los brazos a ambos lados de su cuerpo.

-Amelia. Dime qué más tengo que hacer, qué más necesitamos los dos.

Me quito la camisa, la tela cae a mi espalda. Me levanto un segundo para deshacerme de la ropa interior y me muerdo los labios al ver el impresionante cuerpo desnudo de Daniel.

-¿Quieres que te quite la media de alrededor de los ojos?

-¿Quieres quitármela?

Me siento encima de él, separo los muslos y desciendo despacio encima de Daniel. Él suelta el aliento y tensa los pectorales.

-Necesito verme en tus ojos. Es muy erótico y sensual saber que puedo vendarte los ojos, atarte las manos, acercar una vela a tu piel. Es precioso y me honra que confíes tanto en mí.

-Tú eres preciosa, Amelia. Jamás soñé que existiera una criatura tan hermosa como tú. -Traga saliva-. Y me amas.

-Por supuesto que te amo, Daniel.

-Quítame la venda, por favor, pero antes ponme dentro de ti. No puedo esperar más. Es demasiado.

-¿El qué? -le pregunto mientras me levanto y le guío con cuidado hacia mi interior.

-Lo que siento, este amor. Es demasiado.

Bajo lentamente, a los dos nos cuesta respirar. Apoyo las manos en su torso y él aprieta los dedos en mi cintura. Estamos unidos, nuestros cuerpos, nuestras vidas, nuestras almas.

-No es demasiado, Daniel. -Llevo la mano hasta su rostro y tras acariciarle la mejilla tiro de la media y sus ojos quedan al descubierto-. Es perfecto, Daniel.

-Amelia…

-Te amo, Daniel. Eres el amor de mi vida, eres mi destino, mi pasado, mi futuro. Contigo soy todo lo que puedo ser.

-Yo… -se muerde el labio, está a punto de llegar al final. Le siento temblar dentro de mí. Su deseo nunca antes había estado tan al límite-. Contigo…

-Chis… -Coloco dos dedos en su boca-, dime lo que sientes.

-Siento tanto, tanto amor, tanta pasión, tanto deseo… No puedo controlarlo.

-No lo controles. Estoy aquí. Contigo.

-Sí, conmigo.

Sus ojos negros se clavan en los míos, levanta las manos y las sube frenético por mis brazos hasta llegar a mi rostro. Entonces tira de mí.

-Contigo. Solo contigo.

Me besa apasionadamente, su aliento entra dentro de mí al mismo tiempo que todo su amor. Nos rendimos y nuestros cuerpos se entregan sin límite el uno al otro. »

Te prometo que esto es solo el principio de lo que estoy escribiendo…

Tengo otro regalo preparado para la última noche del año, ¿estarás aquí?

Miranda Cailey Andrews.

Contigo

Contigo

 

 

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Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Feliz Navidad

Te pido disculpas por el retraso y la casi ausencia, sólo puedo decirte que las historias que estoy escribiendo están avanzando a un ritmo trepidante…y que tengo muchas ganas de que lleguen a tus manos.

Es Navidad y desde mi hogar, rodeada de apuntes y tazas de té, de niñas que gritan y se quejan porque quieren disfrazarse y jugar con los regalos de Santa Claus, y con los árboles susurrándome desde la ventana, te deseo lo mejor del mundo. Aquí tienes mi pequeño regalo…

Feliz Navidad

«No sé exactamente qué me ha despertado, no ha sido ningún ruido. Laura sigue dormida en su cuna, la luz del aparato de escucha no se ha iluminado, y Daniel está también dormido a mi lado. Giro el rostro hacia Daniel y le acaricio la mejilla, la barba incipiente me hace cosquillas en la palma y él suspira al notar mi mano. Me espero un segundo, él no abre los ojos y le aparto un mechón de la frente. Después, salgo con cuidado de la cama y en silencio camino hasta el dormitorio de nuestra hija. Me imagino que todas las madres primerizas sufren de esta manera, pero si no es así, no me importa ser distinta. No voy a justificarme por estar completamente enamorada de mi pequeña, y Daniel lo está aún más. Nunca antes le habían brillado los ojos como cuando mira a Laura, es precioso. Entro en el dormitorio y me acerco a la cuna. Está plácidamente dormida, en una mano sujeta las orejas del conejito que Daniel le compró cuando nació. Respira despacio y cuando le acaricio la delicada mejilla sonríe igual que su padre. Es idéntica a él.

Me acerco dos dedos a los labios y deposito un beso en ellos, y después coloco los mismos dedos en la pequeña nariz de Laura. Yo también sonrío y abandono el dormitorio con el mismo sigilo con el que he entrado. La luz que entra por el gran ventanal del comedor me permite caminar sin encender ninguna luz y al cruzar la puerta de nuestro dormitorio compruebo que Daniel sigue durmiendo. Está tan tranquilo, aún hay noches en las que se despierta sudado o incluso furioso, y todavía hay días que se encierra dentro de sí mismo, pero siempre termina dejándome entrar. Cojo mi Moleskine roja, un cuaderno que me regaló Daniel hace meses y me pidió que lo utilizase para escribir lo que siento. Yo nunca antes había sentido la necesidad de poner por escrito mis emociones, pero para variar Daniel me conoce mejor que yo misma. Él siempre ha adivinado mis necesidades y ha confiado en mí para que yo adivinase las suyas.

Hay una pequeña butaca en una esquina del dormitorio, cerca del armario. Detrás del sofá hay una preciosa lámpara de pie, es antigua y sé que vale mucho más de lo que Daniel reconoció cuando me la regaló. La enciendo y me siento en la butaca con el cuaderno y un lápiz en la mano. Empiezo a escribir, el lápiz forma palabras y al leerlas entiendo porque me he despertado. Estoy nerviosa, mañana, dentro de unas horas, es Navidad. La primera Navidad que pasaremos los tres juntos libres de amenazas y de maldad. El regalo que tengo para Daniel descansan en el fondo del armario que está a mi espalda, tengo muchísimas ganas de dárselo, de ver la sonrisa que aparecerá en su rostro, de sentir su mirada sobre la mía.

-¿Puede saberse por qué estoy solo en la cama?

La voz de Daniel me hace cosquillas en el corazón y al apartar la vista del cuaderno veo que él sigue tumbado. Está de lado, con el rostro hacia mí y los ojos entreabiertos.

-Daniel, no quería despertarte.

-Ya sabes que no puedo dormir sin ti. Ven a la cama.

Le miro durante unos segundos y el corazón me late con una emoción abrumadora. Le amo tanto. Él se da cuenta de que no me he levantado y arruga las cejas preocupado.

-¿Sucede algo, Amelia?

-No, nada -le aseguro tras carraspear-. Te amo.

-Yo también te amo.

Se incorpora. La sábana le resbala y el torso queda al descubierto; los fuertes músculos, las cicatrices, la fuerza. Necesito estar con él, tocarle, abrazarle, besarle. Protegerle de todo y asegurarle que siempre estaré a su lado.

-Estaba escribiendo -le digo. Aunque es verdad que siento el impulso de levantarme, me obligo a seguir sentada-. Gracias por regalarme el cuaderno, Daniel.

-De nada. -Veo que aprieta la sábana entre los dedos-. Amelia, si no vienes a la cama ahora mismo, me levantaré y vendré a buscarte…

-No. Quédate donde estás y escúchame.

Continuará. »

Mañana podrás leer más….si te pasas por aquí, por supuesto.

Miranda Cailey Andrews.

Feliz Navidad

Feliz Navidad (sé que la foto es en color… pero era necesario, ya lo verás)

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Escribiendo, James, Marina, Nunca es suficiente, Raff

Una mirada… para pedirte que te quedes.

Sé que estos últimos días he estado un poco desaparecida y lo siento, pero dedico todo mi tiempo (y más le dedicaría si lo tuviera) a la historia que estoy escribiendo. Es distinta a todo lo que has leído hasta ahora y estoy tan impaciente por terminarla y presentarla a la editorial que a menudo me olvido del mundo real. Por suerte mi familia está a mi lado y se encargan de recordarme que hay vida lejos del ordenador (y de poner lavadoras, recoger a las niñas, y encender la calefacción del estudio).  Espero poder compartir contigo esta nueva novela algún día, quiero que tengas tantas ganas de leerla como yo de escribirla.

Y un último secreto, estos días, cuando pienso que no lo conseguiré, escribo sobre los personajes de mis anteriores novelas. Son un tesoro y necesito que sigan existiendo. Daniel, Amelia, Nat, Jasper, Marina, Rafferty y James aún tienen mucho que contar. Aquí te dejo una mirada.

Quédate

Quédate

Una mirada… para pedirte que te quedes

«Nos vamos los tres juntos a Japón, James, Rafferty y yo. Nunca existió la posibilidad de que dejásemos a James hacer este viaje él solo. Él lo sabía, aunque probablemente quería negarlo y estaba dispuesto a mantener su fachada de hombre fuerte e impenetrable para evitar que Rafferty y yo le acompañásemos. Debo confesar que a pesar de que es maravilloso sentirme tan cuidada aún me duele comprobar que James siente que no puede pedirnos algo. Lo que sea. Todo. A Rafferty también le duele. No me lo ha dicho, estos dos hombres se empeñan tanto en demostrar su fortaleza que les cuesta hablar de sus sentimientos, pero lo sé. Yo nunca he estado en Japón, he viajado mucho por la O.N.G pero nunca a un país oriental. Sin embargo, siempre me había llamado la atención.

James se ha encargado de todo, en realidad desde que le dijimos que si no nos dejaba acompañarle cogeríamos el siguiente vuelo y nos plantaríamos en Tokio tanto si quería como si no farfulló un antipático “de acuerdo” y nos dijo que él compraría los billetes y reservaría el hotel. Y que no quería seguir hablando del tema.

Y ahora sé porque.

El muy idiota se ha asegurado de que no estemos los tres juntos en ningún momento. Oh, sí, los tres estamos en primera, pero Rafferty y yo en la fila dos y él en la fila diez. Y esto no es lo peor de todo. En mi billete figuro como señora Jones, señora de Rafferty Jones. Adoro a Raff, le amo con todo mi corazón, pero también amo a James. Por eso mismo decidimos que yo mantendría mi nombre de soltera y que sí en algún momento me apetecía utilizar el de casada este sería Marina Jones-Cavill.

-Será un error informático -ha dicho casi sin mirarme cuando le he preguntado a qué demonios venía lo del nombre.

-Señora Jones, tiene que ocupar su asiento. Estamos a punto de despegar -me ha recordado una azafata. Y la muy descarada no ha dejado de mirar hambrienta a James-. ¿Puedo ofrecerle algo de beber, señor Cavill?

-No, gracias. -James ha tenido la decencia de carraspear incómodo y de no mirarla a los ojos.

La azafata se ha ido, aunque estoy segura de que volverá en cuanto pueda. James crea este efecto. Es adictivo.

-Tienes que ir a sentarte, Marina.

-Esto no ha acabado, James.

Me voy porque sé que si no lo hago Rafferty no tardará en aparecer y no quiero que los tres discutamos en medio del avión. Rafferty solo ha accedido a quedarse sentado porque se lo he pedido, pero si tardo más vendrá a buscarme y le echará en cara a James su cobardía por intentar ocultarnos.

-¿Qué te ha dicho el señor Cavill? -es lo primero que me pregunta Rafferty tras asegurarse de que me abrochado el cinturón. Me coge de la mano y entrelaza nuestros dedos.

-Nada -refunfuño.

Rafferty me levanta la mano y deposita un beso en los nudillos.

-No lo entiendo, él siempre ha sido el más valiente de los tres -me dice sin apartar los labios de mi piel.

A Rafferty todavía le duele saberse culpable de nuestra separación. Fue una etapa muy dolorosa para los tres, pero ya la hemos superado.

-No fue culpa tuya, Raff -insisto-, creías que nos estabas protegiendo.

-Fue un infierno. Jamás he sufrido tanto como cuando estábamos separados. Y os hice pasar por ello, Marina.

Enredo los dedos de la mano que tengo libre por su pelo y le acerco a mí para besarle. Sus labios tiemblan un segundo bajo los míos, los separa. Susurra mi nombre y cuando nuestras lenguas se acarician le siento rugir. La ternura siempre forma parte de Raff pero ese beso no tarda en convertirse en furia, en fuego, en pasión. Está tan furioso como yo con James y en ese beso no duda en demostrármelo, en desahogarse. Me muerde el labio para después pasar la lengua por la marca de los dientes. Aprieta la mano que tiene en la mía y la otra aparece en mi espalda para pegarme a él. Los asientos de primera son como butacas enormes y odio ese maldito cinturón que me prohibe soltarme y sentarme en el regazo del hombre tan maravilloso y apasionado que me está besando.

-Joder -masculla al separarse-, te necesito. Este maldito vuelo dura casi doce horas. No voy a poder soportarlo.

Sonrío y le acaricio la mejilla mientras él respira despacio y mantiene la mirada fija por la ventana. Hemos despegado y no me he enterado.

-Tranquilo, Rafferty. A mí me sucede lo mismo. -Aflojo el cinturón un poco para poder darle un beso en la mandíbula que él no puede dejar de apretar-. Prometo arreglarlo en cuanto aterricemos.

-El señor Cavill nos debe una explicación -afirma Rafferty enfadado, aunque respira mejor que antes.

-Unas cuantas.

Rafferty vuelve a girarse entonces hacia mí y levanta las manos para sujetarme el rostro. Se acerca despacio, me besa los párpados -he cerrado los ojos sin darme cuenta- y después los pómulos antes de detenerse en mis labios y darme un beso. Dulce. Sensual. Maravilloso.

Tiemblo. Maldita sea, les quiero tanto.

Abro los ojos y veo que Rafferty tiene el rostro ligeramente ladeado y la mirada fija en la fila detrás de la nuestra. Si la persona que ocupa ese asiento se ha entrometido entre nosotros va a tener un problema.

El fuego de la mirada de Rafferty me desconcierta y muevo la cabeza en busca de ese desconocido. Es James, estaba tan perdida en el beso de Raff que no me he dado cuenta de que James se levantaba de su asiento -en la fila diez- y venía a sentarse detrás mío.

-Vuelve a besarla -le pide James a Raff con la voz ronca. Tiene los ojos brillantes, casi como si estuviese conteniendo unas lágrimas, y los puños apretados.

-Si te levantas de ese asiento y se te ocurre volver a alejarte de nosotros, te lo haré pagar Jamie -le amenaza furioso y herido Rafferty.

-No me moveré -asegura James y veo un dolor extraño y profundo en su mirada-. Está arreglado -añade críptico-. Estaré aquí todo el vuelo. Vuelve a besar a Marina, por favor.

Rafferty me está acariciando la nuca con una mano y noto que la tensión sigue dominando su cuerpo, pero ahora además de deseo y rabia hay algo más. ¿Miedo? ¿Preocupación? ¿Dolor?

Miro a James y no hace falta que le diga nada. Suspiro y suelto despacio el aliento.

-Bésame, Raff, cariño. James no se irá de donde está.

Rafferty se gira hacia mí y su rugido se pierde entre nuestros labios.»

Enamórate de Marina, Rafferty y James y seguiré contándote sobre ellos ♥

Miranda Cailey Andrews.

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