Daniel y Amelia, Sueños hechos realidad

Daniel y Amelia siempre formarán parte de mí y de ti, si les dejas.

Hace unos meses, pocas semanas después de la publicación de Un día más, sufrí un accidente que me obligó a mantenerme alejada del trabajo, y del ordenador en general, durante un tiempo. Tú sabes que soy reservada y seguro que entiendes porque no hablé de ello ni publiqué nada al respecto en ningún lado. Por suerte todo ha vuelto a la normalidad, estoy bien y con muchas de escribir y contarte todas las historias de pasión, amor, y emociones intensas que he empezado a esbozar en este retiro forzoso (son muchas).

En septiembre tendrás en tus manos Nunca es suficiente, mi nueva novela, pero me ha parecido que Daniel y Amelia eran los protagonistas más indicados para hoy. Ellos siempre formarán parte de mí y de ti, si les dejas.

“Daniel creó hace meses una fundación con el nombre de su hermana Laura, poco a poco está aprendiendo a convivir con su pasado, los buenos y los malos recuerdos, los miedos, y ha invertido en ella la herencia de su padre y todo el dinero procedente de sus negocios. Solo ha mantenido en marcha los legales, por supuesto, el resto los ha dejado en manos de la policía, con la que por supuesto ha colaborado siempre. Cada vez que tiene que acudir a la comisaría para ayudar en algo, vuelve distinto, distante, y al mismo tiempo necesitándome más que nunca.

Estábamos en casa cuando le ha sonado el teléfono, Daniel no atiende a nadie cuando estamos juntos, pero ha visto reflejado el nombre de Jasper en la pantalla y tras enseñármelo ha contestado. Jasper no solo es uno de nuestros mejores amigos, es el detective que se encargó del caso de Daniel y una de las pocas personas que sabe la verdad sobre el oscuro pasado de la familia Bond.

-Llegaré allí enseguida. Gracias por avisarme, Jasper.

Daniel ha colgado y se ha acercado a mí, se ha sentado a mi lado en el sofá y ha soltado despacio el aliento. No le he presionado, he buscado su mano y he entrelazado los dedos con los de él.

-Jasper cree que mi padre podría haber estado involucrado en una red de tráfico de armas. Si no estuviera muerto creo que lo mataría con mis propias manos.

-No, eso no lo harías jamás.

-Me ha pedido que vaya a confirmarlo, dice que no se aclara con la jerga legal de esos “malditos papeles”. No quiere que la noticia salga a la luz y manche el buen nombre de la fundación.

-Tienes que ir, lo entiendo.

-¿Cuándo acabará todo esto, Amelia?

-Tal vez nunca, pero no importa. Estaré aquí cuando regreses, y siempre.

Daniel se ha girado hacia mí y con la mano que tenía libre me ha sujetado por la nuca y me ha acercado a él para besarme. Me ha mordido el labio y cuando he temblado he podido oír cómo gemía. Me ha soltado de repente, pero me ha mirado a los ojos para que entendiera que lo hacía porque si no, no podría parar. Le he sonreído y le he apartado un mechón de pelo de la frente, acariciándole una de las cicatrices que ahora le acompañan.

De eso hace cuatro horas, no le he llamado, sé que si me necesita me llamará o que si -tiemblo solo de pensarlo- sucede algo grave Jasper se encargará de que Nathan venga a buscarme. Intento ser paciente, nunca se me ha dado demasiado bien, pero no puedo evitar pasear nerviosa de un lado al otro del salón. Por fin oigo el sonido de la llave entrando en la cerradura.

-Gracias a Dios.

Corro hacia la puerta, no voy a esperar a que la abra, y tiro de ella. Daniel está al otro lado, los ojos oscuros, los labios apretados, los hombros tensos, soportando el dolor y el remordimiento por pecados que no ha cometido.

-Oh, Daniel.

Le rodeo el cuello con los brazos y me pego a él. Le tiemblan los hombros, es más que un temblor, es contenido y descarnado.

-Abrázame -se lo susurro al oído porque él está conteniéndose y no se lo pienso permitir, no cuando me necesita tanto.

Las manos se apoyan firmes en mi cintura y tira de mí, me pega a la mitad inferior e su cuerpo. Es un gesto rudo, sincero, que no ha podido evitar y que probablemente ha hecho sin darse cuenta.

-Amelia -suspira mi nombre entre mi pelo-, era un monstruo.

-Tú no.

Es lo que está pensando, se niega a olvidar que aunque comparta código genético con ese hombre no tiene nada que ver con él. Es su manera de castigarse por no haber luchado contra él antes.

-Disfrutaba causando dolor y yo…

-Tú no, amor. Tú no-. Me aparto y le miro a los ojos-. Tú me amas.

El negro de los ojos adquiere reflejos plateados y aprieta los dedos. Me aparto y le cojo una mano para tirar de él hacia el interior de nuestra casa. Daniel espera inmóvil a que cierre la puerta y colocada detrás de él le quito el abrigo y, de puntillas, le muerdo el cuello un instante. Él echa la cabeza hacia atrás, tiene los ojos cerrados y el suspiro que escapa de sus labios es de alivio y placer, y de amor. Camino y me coloco frente a él, Daniel abre los ojos y es como si me viera por primera vez desde que ha llegado.

-No podría vivir sin ti, Amelia. No podría y no querría.

Arrugó la frente un poco confusa.

-No tienes que hacerlo.

-Podría haberme convertido en él y entonces jamás te habría conocido, jamás habría aprendido a amarte. Ése es mi mayor miedo, pensar que podría no estar aquí contigo.

-Oh, Daniel, eso es imposible.

-No, no lo es. Podría haberte perdido, todavía puedo perderte.-Cierra los puños furioso-. Sabes lo que hizo mi padre, no puedo ocultarte nada, lo sabes todo y algún día quizá te darás cuenta de que no quieres…

-Calla ahora mismo. -Le cojo el rostro con las manos, sujeto sus fuertes y tozudos pómulos, y tiro de él hacia mí-. No hay nada, nada en absoluto en ti que me dé miedo. Eres el amor de mi vida.

-Dios, te necesito tanto…

Me muerde, me besa, no sé qué es lo primero pero las caricias tiernas se unen a las desgarradas. Baja las manos por mi cuerpo, la falda que he elegido esta mañana me acaricia las piernas antes de llegar al suelo y después noto las manos de Daniel en mi cintura casi desnuda. Yo le desabrocho los botones de la camisa, uno a uno y le recuerdo lo mucho que le gusta sentir mis uñas en la piel del torso.

-Quítate la camisa. -Yo no puedo porque no me suelta y no puedo deslizar la prenda por sus brazos.

-No puedo soltarte.

Es verdad, no puede, está tan concentrado en mí, tan aferrado a mí, que no puede alejarse.

-Está bien, no me sueltes.

Suspira aliviado y me besa el cuello despacio, hunde allí la cabeza, respira. Temblamos.

-Tranquilo, tú solo siente, siente tanto como necesites, yo me ocuparé del resto.

Me desabrocho los botones de la blusa, él me besa la piel que me quedando al descubierto con reverencia. Dejo que la blusa caiga al suelo y le quito el cinturón a Daniel. Su respiración es entrecortada, acelerada, y cuando apoyo la palma de la mano en el pantalón, gime. Suelto el botón del pantalón y él mueve las caderas. Deslizo la mano por debajo de los calzoncillos, es demasiado para los dos. Doy un paso hacia atrás y él me sigue a ciegas, otro paso, uno más, hasta que mi espalda toca la pared.

Entonces levanto una pierna por entre las de Daniel, acariciándole con fuerza. Él tiembla y aparta el rostro de mi cuello para besarme de nuevo los labios, la lengua se mueve desenfrenada, desesperada, sus manos siguen en mi cintura, incapaces de moverse.

-Suéltame, Daniel.

-No.

-Sí, amor, suéltame y levántame del suelo para que pueda rodearte la cintura con las piernas.

Ruge, solo puedo describirlo así, y me levanta. Obedece al instante. Vuelve a besarme, el sudor le resbala por la frente y una gota me acaricia el rostro. Daniel es así conmigo, sin control, sin límites. Muevo una mano despacio entre los dos, quiero que sea consciente de lo que voy a hacer, que lo ansíe, que lo necesite.

Me muerde de nuevo los labios, ya no puede más.

Le sujeto, tiembla y crece entre mis dedos, sigue con los calzoncillos y los pantalones puestos, solo los he bajado lo necesario para que pueda entrar dentro de mí y cuando lo hace…los dos gemimos al sentirnos.

Nuestros labios se necesitan y por eso siempre saben encontrarse, el beso es inacabable, sigue el ritmo imposible de nuestros cuerpos y nos devora a los dos. La pasión, el deseo, el fuego que creamos juntos es incontrolable, pero el amor es mucho mayor. Le siente temblar, me aprieta al llegar al límite y grita mi nombre. Y yo el suyo.

Un beso tierno, el último y el primero, y le digo:

-Lo ves, nunca tendrás que soltarme.”

©M.C.Andrews

Daniel y Amelia

Daniel y Amelia

 

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Daniel y Amelia, Sueños hechos realidad

Siempre necesito contarte más sobre Daniel y Amelia…

Prometo actualizar pronto la web, explicarte todo lo que he estado haciendo estos meses, contarte qué estoy escribiendo… Mientras te dejo con la versión extendida de una escena que aparece en mi último relato publicado, “Por tus caricias”.

Ojalá te guste y estés dispuesto a enamorarte de mis próximas historias.

“Daniel se tumba a mi lado, con un brazo me acerca a él y con el otro me aparta unos mechones de pelo que se han pegado a mi cuello. La rosa descansa sobre mi ombligo y me hace cosquillas. Cierro los ojos e intento recuperar el aliento. Me cuesta respirar y el perfume de Daniel sigue deslizándose por mis venas. Sus besos siguen quemándome la piel. Le tiemblan los dedos al tocarme la mejilla y los flexiona al apartarlos.
No soporta demostrar ninguna debilidad, aunque sabe que a mí no puede ocultarme nada. Giro el cuello y le beso el pectoral donde estoy recostada.
Se queda sin aliento y cuando lo recupera lo suelta despacio.
-Hazlo, Amelia –me pide, cada palabra le produce un profundo eco en el pecho. Me incorporo para mirarlo y veo que aprieta los párpados con fuerza y le vibra ligeramente la mandíbula-. Ahora. Por favor. Te necesito.
Me siento a su lado y le observo sin decirle nada. A pesar de que acaba de hacerme el amor con absoluta desesperación su cuerpo sigue rígido y dolorosamente excitado.
<<Oh, Daniel. Sientes demasiado.>>
Levanto una mano e intento acariciarle la frente y la mejilla, pero él sólo me deja tocarlo un segundo. Sus dedos capturan mi muñeca y se cierran a su alrededor.
-No.
Lo dice tan decidido, tan furioso incluso, que busco su rostro. Ahora me mira, los iris están ardiendo y en medio del fuego veo terror y deseo, lujuria, pasión, y un amor como nunca me había imaginado que existiera. El nuestro.
-No –repite entre dientes-. No me toques con ternura. Hoy no podría soportarlo.
-Daniel… -Se me rompe el corazón cuando dice estas cosas.
-No. Por favor-. Él no es consciente pero ha aflojado los dedos con los que me retiene la muñeca y ha empezado a mover el pulgar acariciándome la piel-. Necesito que me poseas.
El torso le sube y baja muy despacio, como si respirar no fuese una reacción natural de su cuerpo y tuviese que obligarse a hacerlo. Los músculos del abdomen se le contraen y la mano que tiene en la cama se cierra encima de la sábana, arrugándola entre los dedos.
-Tranquilo, amor –susurro.
-¡No! –Cierra los ojos y traga saliva-. No –repite humedeciéndose los labios-. Poséeme, demuéstrame que te pertenezco -. Esa petición le ha costado un trozo del alma. El corazón le late tan rápido que puedo oírlo-. Hazme todo lo que me has dicho. Por favor-. Hunde los hombros en el colchón, está intentado dominar la tensión y el anhelo que le domina el cuerpo.
Me necesita, incluso más de lo que desprenden sus palabras. El viaje que tiene que emprender mañana, la conversación de anoche, los recuerdos de un pasado que no acaba de desvanecerse, un futuro que todavía parece demasiado frágil… Todo arde dentro de él y nos está abrasando a ambos.
Muevo la mano que tengo libre hacia el estómago de Daniel y empiezo a acariciarlo. Hundo las uñas en sus abdominales un breve segundo y después me dirijo hacia la parte que solloza por mí.
-Gracias –gime él al instante.
Por fin respira, su impresionante espalda descansa en el colchón y afloja la tensión con la que apretaba los labios. Me suelta la muñeca y ambos brazos se relajan encima de las sábanas.
-Chis, tranquilo.
Empiezo a acariciarle como necesita y con la mano que he recuperado le toco el rostro con ternura. Ahora no se queja, sino que gira la mejilla en busca de más.
-Por favor, Amelia –susurra perdido en ese lugar al que solo yo sé llevarle-. Por favor, dime qué tengo que hacer.
Le aparto el pelo de la frente, la tiene empapada de sudor y, sin dejar de tocarle con la otra mano, me inclino hacia sus labios. Le beso suavemente, él tiembla y suspira pegado a mí. Mi lengua entra en el interior de su boca y Daniel gime, se entrega absolutamente. Afloja la mandíbula para que pueda besarlo como los dos necesitamos. Sólo dura unos segundos, no puedo alargarlo más, él necesita mucho más. Cuando retrocedo él intenta seguirme, levanta la cabeza de la cama en busca de más.
-No –le detengo con una sola palabra-. Túmbate boca abajo y sujétate del cabezal.
Daniel respira entre dientes y aprieta la mandíbula. Lo siento estremecerse en mi mano y veo que está intentado contener el ardiente deseo que le ha provocado mi petición. Bueno, en realidad no es una petición, y él lo sabe. Y por eso está tan excitado.
Aflojo los dedos uno a uno y Daniel espera unos segundos antes de darse media vuelta y colocarse en la posición adecuada. Levanta los brazos despacio, se me acelera el corazón al ver la fuerza que desprenden todos y cada uno de sus músculos. Es un hombre impresionante, sin igual, y me pertenece. Rodea el cabezal de la cama con los dedos y los hombros le tiemblan del esfuerzo que hace para dominar el poder inherente de su cuerpo.
Magnífico, es la única palabra que se me ocurre para describirlo.
Deslizo una mano por su columna vertebral, se me hace la boca agua al ver cómo se le eriza la piel al paso de mis dedos.
-Amelia…
Oír mi nombre me impulsa a levantarme. Quiero sentirlo, hacerle feliz, poseerle, cuanto antes. Él dice que me necesita, y sé que es verdad, pero yo le necesito aún más.
Siempre más.
Saco la cinta de seda negra del cajón y le ato las muñecas entre ellas y ambas a la cama. Daniel se estremece, el deseo le cubre la piel, pero suspira feliz y aliviado al notar la cinta. Podría romperla, Daniel podría soltarse de cualquier atadura si quisiera, pero no quiere.
Está tan atractivo así, tan sensual en su rendición, que no puedo seguir conteniéndome y le giro el rostro en busca de sus labios. Nos besamos, suspiro su nombre en su boca, le entrego todo el poder a pesar de que él cree habérmelo dado todo a mí.
No es cierto, siempre lo ha tenido él, desde el día que le entregué mi corazón.
-Te amo –le digo mirándole al apartarme.
-Dios, Amelia, yo también te amo –confiesa antes de capturar mi boca y besarme otra vez.
Me muerde el labio inferior, no oculta que está temblando y que su lengua, sus labios, todo su cuerpo reacciona meramente por instinto, respondiendo a un anhelo profundo, a la necesidad de su alma. Me besa, se empapa de mi sabor y de cada una de mis respuestas. Tensa los brazos que tiene atados y mantiene el resto del cuerpo inmóvil en la cama.
Esperándome.
Interrumpo el beso, seguiría besándole –jamás dejaría de hacerlo-, pero él me necesita. Apoyo la frente en la suya y espero a que él recupere el aliento y abra los ojos.
-Basta, Daniel –le digo con ternura y en voz baja, atesorando la intimidad que existe entre nosotros-. Ahora vas a entregarte a mí, voy a darte todo lo que necesitas para soportar estos días que vamos a estar separados.
-Sí, por favor –accede temblando.
-Chis, tranquilo. Vas a estar bien, lo sé. Estás dentro de mí y no voy a dejar que salgas nunca.
-Nunca –suena a pregunta, así que se la respondo.
-Nunca-. Le acaricio la mejilla-. Ya casi está, amor mío. Dime qué necesitas antes de que empiece.
-Un beso -pide.
Me mira a los ojos, los tiene negros, abiertos, en llamas. Le beso con ternura, de aquel modo que a él tanto le afecta y dejo que sus labios se aparten despacio de los míos. Después, descansa el rostro en la almohada y respira despacio.
-Hazme tuyo, Amelia. Por favor. Estoy preparado.
Le poseo, le acaricio todo el cuerpo, le beso cada centímetro. No le dejo ni un ápice de control sobre sus reacciones, todas me pertenecen. Y cuando se entrega a mí ya no hay remedio; yo soy suya para siempre.
Y cuando hacemos el amor tal como le he prometido que lo haríamos, le brillan los ojos y susurra que me ama.”

 

Por tus caricias

Por tus caricias

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Daniel y Amelia, Noventa Días, Sueños hechos realidad, Todos los Días

Besos, bodas, confesiones y peticiones.

Estoy tan atrapada en la escritura de Un día Más que me había olvidado de actualizar la web. Espero que sepas perdonarme.

Pronto podré contarte más detalles sobre la muy romántica e infinitamente sensual última entrega de la saga Noventa Días. Daniel y Amelia se despedirán de ti con una historia demoledora, intensa, y repleta de tantos sentimientos que se te meterán bajo la piel y no podrás olvidarlos jamás.

Mientras esperas la novela paséate por los últimos besos inéditos y disfruta de ellos tantas veces como quieras: En el beso nº 5 encontrarás una escena sacada directamente del primer capítulo de Un día Más, en el beso nº6 podrás entrar en la boda de Daniel y Amelia, en el beso nº 7 subirás con ellos en ascensor, en el nº8 presenciarás una demoledora confesión, en el nº9 una petición que te robará el alma, y en el beso nº10 un despertar maravilloso.

Y si te quedas con ganas de saber un poquito más sobre la novela que escribiré cuando concluya la historia de amor de Daniel y Amelia, curiosea en “Próximamente” y descubre lo que tengo preparado para Marina y Raff en Nunca es Suficiente.

Me despido con un beso e impaciente por seguir escribiendo.

Miranda

La fotografía preferida de Daniel y Amelia.

La fotografía preferida de Daniel y Amelia y la inscripción que hizo Daniel en la parte de atrás.

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