Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días

Daniel y Amelia…un beso para el día del beso (y para siempre)

Aunque se supone que estoy corrigiendo como si no hubiera un mañana, acabo de ver que hoy es el día internacional del beso y no he podido resistir la tentación de escribir un beso inédito más para Daniel y Amelia…porque si hay una pareja que debe besarse siempre son ellos, ¿no crees?

Así que aquí tienes, una escena de regalo con ellos (por cierto, aunque trabaje en una novela nueva, sigo escribiendo también sobre Daniel y Amelia). Gracias a todos por vuestras propuestas de título para la historia de Grace y Colin, sois increíbles ♥

Un beso más

«Daniel lleva días sin dormir. Él, el muy idiota, cree que no me he dado cuenta, cómo si existiera la posibilidad de que saliera de la cama y yo no lo echase de menos. Sé que lo hace porque cree que debo descansar, y lleva razón, desde que empezó esta horrible crisis de refugiados Marina y yo no damos a basto en la O.N.G y aunque todo nuestro equipo y nuestros maridos están ayudándonos al máximo, no podemos con todo. Marina está tan cansada que el otro día Raff y James aparecieron y se la llevaron de la oficina en brazos y amenazaron con no dejarla volver si no cenaba como Dios manda y pasaba la noche con ellos en la cama (dijeron algo más, pero no alcancé a oírlo).

Daniel también está preocupado por mí e insiste en que nosotras dos, por mucho que nos empeñemos, no podemos salvar al mundo. Bueno, yo al mundo no sé si quiero salvarlo, quiero ayudarlo, eso seguro, pero salvar, solo quiero salvarlo a él, a Daniel.

Él lo es todo.

Por eso me pone furiosa que a estas altura de nuestra relación vuelva a comportarse como el héroe torturado y taciturno de una novela. Creía que esa fase ya la habíamos superado. Sé que estos días él también tiene muchísimo trabajo, en el despacho están llevando uno de los casos más importantes de la historia; defienden a un militar que se fugó del país con cientos de documentos considerados como secretos de estado y los colgó después en una web para que toda Inglaterra (y el mundo entero) pudiera leerlos. Y por si no le bastase con eso, su abuela llamó hace poco para decirle que había encontrado una caja con los viejos diarios de su hermana Laura.

Daniel no puede dormir porque la muerte de Laura ha vuelto a colarse en sus pesadillas. Laura, lo que perdió cuando ella murió y lo que hicieron su padre y su tío.

Y no me lo dice porque cree que tengo que dormir. Si no le quisiera tanto, le pegaría. Y después le besaría.

Quizá es eso lo que necesita. Lo que necesitamos los dos.

Salgo de la cama procurando no hacer ruido. Abro el cajón de la mesilla de noche y cuando encuentro lo que estoy buscando voy al salón. Él estará de pie frente a la ventana, mirando las luces de Londres y esperando a que amanezca. En cuanto los rayos del sol se cuelen por entre los edificios, volverá a la cama, me abrazará y me dará un beso en la nuca. Es lo que ha hecho todas estas noches. Pero hoy no.

Ver su espalda desnuda, definida por las sombras de nuestro apartamento, me deja sin aliento durante unos segundos, pero tras respirar profundamente consigo seguir adelante. Daniel está tan preocupado que aún no ha detectado mi presencia y a mí el corazón me da un vuelco al comprobar -otra vez- lo dispuesto que está a sacrificarse por mí.

Llego a donde está, apoyo la frente entre sus omoplatos y él se tensa. Antes de que pueda girarse o decir nada, beso esa piel.

-Daniel -susurro al mismo tiempo que levanto una mano para capturar la que él tiene apoyada en la ventana.

-Vuelve a la cama -me pide él sin darse media vuelta.

Se está ocultando de mí y debería saber que no pienso permitírselo. Los dos debemos descansar y no lo conseguiremos nunca si él se queda allí y yo vuelvo a la cama. Tenemos que estar juntos.

Le doy otro beso, esta vez encima de la vértebra, y le cojo la otra mano. Él aún no se ha dado cuenta de lo que pretendo y cuando lo haga… tiemblo… espero estar haciendo lo que de verdad necesita. Mi instinto y mi corazón me dicen que sí, pero jamás me perdonaría hacerle daño a Daniel.

No puedo dudar ahora. La única vez que dudé de mí y de Daniel acabé haciéndonos daño y no pienso olvidar esa lección.

Le sujeto la mano y coloco la primera esposa en la muñeca derecha. Él se tensa pero no se mueve y aprovecho ese segundo de indecisión de Daniel para esposarle la muñeca izquierda. Tiene los brazos en la espalda. Tensa los hombros con tanta fuerza que se los beso para relajarlos.

-¿Qué estás haciendo, Amelia?

-Date la vuelta, Daniel -le digo con la voz firme a pesar de que toda yo estoy temblando.

Él suelta el aliento por entre los dientes, lo veo a través del reflejo en la ventana, y muy despacio se da la vuelta.

-¿Qué estás haciendo? -repite.

-Te estoy recordando que estoy a tu lado. -Le empujo el torso ligeramente con la mano hasta que su espalda queda completamente apoyada en el cristal-. Pareces haberlo olvidado.

-Jamás.

-Entonces, ¿por qué no me cuentas qué te pasa? -Me quito el camisón frente a él. A Daniel se le dilatan las pupilas y aprieta los dientes. No da ni un paso hacia mí, me estremezco al pensar lo que eso significa: he acertado. Esto es exactamente lo que Daniel necesita-. ¿Por qué llevas una semana dejándome sola en la cama?

-Necesitas descansar. -Ha empezado a sudar y le cuesta respirar.

-Te necesito a ti.

Coloco las manos en el pantalón del pijama de Daniel. Él sisea cuando siente el tacto de mi piel. Le desnudo, bajo la tela por sus piernas y me arrodillo entre ellas. Le beso la cicatriz que tiene en la rodilla y subo por el muslo.

-Dime qué te preocupa, Daniel.

Le beso la cadera y después me dirijo hacia la otra pierna, mi pelo le acaricia el estómago y está tan excitado que le escucho incluso sollozar. Le beso el otro muslo, son besos pequeños que van bajando hasta la rodilla.

-¿Qué te preocupa, Daniel?

-No… -Tiene que tragar para poder continuar-…no te arrodilles delante de mí. Por favor, Amelia. No me…

Acaricio muy lentamente su sexo, deslizo los dedos marcándole con las uñas.

-¿Ibas a decir que no me mereces? -Aparto el rostro y le miro. Él tiene la cara inclinada hacia mí, desesperado por absorber hasta el último detalle a pesar de la poca luz-. Espero que no, porque eso sería una estupidez y me dolería mucho. Y tú no quieres hacerme daño, ¿a qué no, Daniel?

-No. Joder. Por supuesto que no.

Le premio dándole un beso en la pierna y acariciándole como necesita.

-Entonces, ¿por qué te mantienes alejado de mí? ¿No crees que soy lo bastante fuerte para estar a tu lado? ¿Para darte todo lo que necesitas?

Le tiemblan las piernas del esfuerzo que está haciendo para no moverse.

-Eres mucho más fuerte que yo, Amelia. Me das más de lo que necesito… -Gime-… más de lo que merezco.

Me levanto con un único movimiento y me aparto. Otro sollozo escapa de los labios de Daniel al notar mi ausencia. Me necesita tanto y sigue teniendo miedo, pero al menos ahora sé cómo hacerle reaccionar y salir de este estado. Mi Daniel siempre vuelve a mí. Y yo le esperaré y le amaré siempre.

Le acaricio el rostro, él abre los ojos -los había cerrado-, y enredo los dedos en su nuca para tirarle del pelo.

-Te mereces esto y mucho más, Daniel. Te lo mereces todo. No me importa estar cansada, no me importa trabajar mil horas al día y discutirme con todos los burócratas imbéciles del Reino Unido. Me importas tú. Te quiero. TE AMO.

Le beso, ninguno de los dos podemos más, le separo los labios con la fuerza de los míos y nuestras luengas se pelean para ver cuál de las dos ha echado más de menos a la otra. Es una lucha a muerte, los dos estamos desesperados.

-Maldita sea, Amelia. Lo siento.

Por fin.

Suspiro aliviada. Por fin he conseguido romper ese caparazón.

-No pasa nada. -Le beso de nuevo los labios y después deslizo los labios por la mejilla y el cuello-. No pasa nada.

-No sé si quiero leer los diarios de Laura. No sé si puedo. -Ahora que ha empezado no puede detenerse-. No sé si puedo hacernos esto otra vez. -Su cuerpo vuelve a la vida, antes estaba excitado pero ahora es como tener al deseo en estado puro frente a mí-. Y este maldito caso, joder, Amelia, es peligroso. El gobierno quiere matar a Sanduk, la gran mayoría de organizaciones terroristas del mundo también. Yo… -se detiene y se tensa-. Joder. Amelia. Mírame. Por favor.

Dejo de besarlo, iba por el pectoral izquierdo, y levanto la cabeza para mirarle. Le coloco una mano en la mejilla para acariciarle y capturar la lágrima que él no sabe que tiene allí.

-Tú y yo podemos con todo, Daniel. Siempre. Te amo.

-Me matas, Amelia. Me matas y después me reconstruyes con tu amor, con tu valentía, con tus besos y haces que te crea. Que quiera creerte.

Sonrío como una idiota. No puedo creerme que Daniel siga creyendo que no es romántico.

-Mañana -le digo tras carraspear-, dentro de unas horas vas a contármelo todo y encontraremos la manera de solucionarlo. Te prometo que me cuidaré más, Marina y yo ya hemos decidido contratar a dos personas más. -El alivio que siente Daniel es más que evidente-, te lo habría dicho si no te hubieras puesto en plan “Daniel el inaccesible”. Y tú vas a prometerme que si vuelves a sentir la necesidad de salir de la cama, antes de hacerlo me darás un beso y me dirás qué te pasa. Si después de contármelo, quieres venir aquí a ver las vistas, perfecto, te dejaré hacerlo. Pero antes tienes que besarme y contármelo. ¿De acuerdo?

-De acuerdo. -Tiene la voz tan ronca que apenas puede hablar-. Lo siento, Amelia.

-No pasa nada, amor mío.

Le beso el cuello y guío una mano hacia bajo. Creo que con que le toque una sola vez perderá el control… o esperará y me pedirá permiso. Le muerdo y él arquea la espalda y la aleja de la ventana aunque sus pies siguen firmemente plantados en el suelo.

-Dime, señor Bond. -Subo la lengua hasta la oreja-. Ahora que tengo aquí, ¿qué crees que puedo hacer contigo?

-Lo que quieras. Dios, Amelia, puedes hacer lo que quieras conmigo. Pero hazlo, por favor. Por favor.

-Quiero hacerte tantas cosas… me has dejado sola demasiadas noches, Daniel.

-Lo siento -repite. El corazón le va muy rápido.

-No pasa nada. -Le acaricio el pelo y el rostro con la otra mano-. Siempre estaré aquí. Tranquilo. ¿Quieres que te quite las esposas? -Me sonrojo-. No sabía si utilizarlas, pero he pensado que así estarías más receptivo… que las necesitabas.

-Las necesitaba -confiesa-, pero ahora no puedo más. Ahora solo te necesito a ti. Te amo, Amelia.

-Voy a quitártelas.

-NO. -Suelta el aliento y respira profundamente-. Antes bésame y hazme tuyo. Por favor.

Me pongo de puntillas y devoro sus labios, los recorro con la lengua, con la boca, le muerdo el inferior que siempre ha sido mi debilidad. Le beso, marco sus labios como míos. Le empujo lentamente hacia abajo (sin la ayuda de sus manos yo no puedo hacerle el amor de pie, Daniel es demasiado alto) y cuando queda de rodillas en el suelo le rodeo la cintura con las piernas y hacemos el amor sin dejar de besarnos.

Él dice que le hago mío, pero la verdad es que ni yo soy suya ni él es mío. Sencillamente somos indivisibles.»

© M.C. Andrews.

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Recuerda, no existe nada más erótico que el amor.

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