Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días

Daniel y Amelia…un beso para el día del beso (y para siempre)

Aunque se supone que estoy corrigiendo como si no hubiera un mañana, acabo de ver que hoy es el día internacional del beso y no he podido resistir la tentación de escribir un beso inédito más para Daniel y Amelia…porque si hay una pareja que debe besarse siempre son ellos, ¿no crees?

Así que aquí tienes, una escena de regalo con ellos (por cierto, aunque trabaje en una novela nueva, sigo escribiendo también sobre Daniel y Amelia). Gracias a todos por vuestras propuestas de título para la historia de Grace y Colin, sois increíbles ♥

Un beso más

«Daniel lleva días sin dormir. Él, el muy idiota, cree que no me he dado cuenta, cómo si existiera la posibilidad de que saliera de la cama y yo no lo echase de menos. Sé que lo hace porque cree que debo descansar, y lleva razón, desde que empezó esta horrible crisis de refugiados Marina y yo no damos a basto en la O.N.G y aunque todo nuestro equipo y nuestros maridos están ayudándonos al máximo, no podemos con todo. Marina está tan cansada que el otro día Raff y James aparecieron y se la llevaron de la oficina en brazos y amenazaron con no dejarla volver si no cenaba como Dios manda y pasaba la noche con ellos en la cama (dijeron algo más, pero no alcancé a oírlo).

Daniel también está preocupado por mí e insiste en que nosotras dos, por mucho que nos empeñemos, no podemos salvar al mundo. Bueno, yo al mundo no sé si quiero salvarlo, quiero ayudarlo, eso seguro, pero salvar, solo quiero salvarlo a él, a Daniel.

Él lo es todo.

Por eso me pone furiosa que a estas altura de nuestra relación vuelva a comportarse como el héroe torturado y taciturno de una novela. Creía que esa fase ya la habíamos superado. Sé que estos días él también tiene muchísimo trabajo, en el despacho están llevando uno de los casos más importantes de la historia; defienden a un militar que se fugó del país con cientos de documentos considerados como secretos de estado y los colgó después en una web para que toda Inglaterra (y el mundo entero) pudiera leerlos. Y por si no le bastase con eso, su abuela llamó hace poco para decirle que había encontrado una caja con los viejos diarios de su hermana Laura.

Daniel no puede dormir porque la muerte de Laura ha vuelto a colarse en sus pesadillas. Laura, lo que perdió cuando ella murió y lo que hicieron su padre y su tío.

Y no me lo dice porque cree que tengo que dormir. Si no le quisiera tanto, le pegaría. Y después le besaría.

Quizá es eso lo que necesita. Lo que necesitamos los dos.

Salgo de la cama procurando no hacer ruido. Abro el cajón de la mesilla de noche y cuando encuentro lo que estoy buscando voy al salón. Él estará de pie frente a la ventana, mirando las luces de Londres y esperando a que amanezca. En cuanto los rayos del sol se cuelen por entre los edificios, volverá a la cama, me abrazará y me dará un beso en la nuca. Es lo que ha hecho todas estas noches. Pero hoy no.

Ver su espalda desnuda, definida por las sombras de nuestro apartamento, me deja sin aliento durante unos segundos, pero tras respirar profundamente consigo seguir adelante. Daniel está tan preocupado que aún no ha detectado mi presencia y a mí el corazón me da un vuelco al comprobar -otra vez- lo dispuesto que está a sacrificarse por mí.

Llego a donde está, apoyo la frente entre sus omoplatos y él se tensa. Antes de que pueda girarse o decir nada, beso esa piel.

-Daniel -susurro al mismo tiempo que levanto una mano para capturar la que él tiene apoyada en la ventana.

-Vuelve a la cama -me pide él sin darse media vuelta.

Se está ocultando de mí y debería saber que no pienso permitírselo. Los dos debemos descansar y no lo conseguiremos nunca si él se queda allí y yo vuelvo a la cama. Tenemos que estar juntos.

Le doy otro beso, esta vez encima de la vértebra, y le cojo la otra mano. Él aún no se ha dado cuenta de lo que pretendo y cuando lo haga… tiemblo… espero estar haciendo lo que de verdad necesita. Mi instinto y mi corazón me dicen que sí, pero jamás me perdonaría hacerle daño a Daniel.

No puedo dudar ahora. La única vez que dudé de mí y de Daniel acabé haciéndonos daño y no pienso olvidar esa lección.

Le sujeto la mano y coloco la primera esposa en la muñeca derecha. Él se tensa pero no se mueve y aprovecho ese segundo de indecisión de Daniel para esposarle la muñeca izquierda. Tiene los brazos en la espalda. Tensa los hombros con tanta fuerza que se los beso para relajarlos.

-¿Qué estás haciendo, Amelia?

-Date la vuelta, Daniel -le digo con la voz firme a pesar de que toda yo estoy temblando.

Él suelta el aliento por entre los dientes, lo veo a través del reflejo en la ventana, y muy despacio se da la vuelta.

-¿Qué estás haciendo? -repite.

-Te estoy recordando que estoy a tu lado. -Le empujo el torso ligeramente con la mano hasta que su espalda queda completamente apoyada en el cristal-. Pareces haberlo olvidado.

-Jamás.

-Entonces, ¿por qué no me cuentas qué te pasa? -Me quito el camisón frente a él. A Daniel se le dilatan las pupilas y aprieta los dientes. No da ni un paso hacia mí, me estremezco al pensar lo que eso significa: he acertado. Esto es exactamente lo que Daniel necesita-. ¿Por qué llevas una semana dejándome sola en la cama?

-Necesitas descansar. -Ha empezado a sudar y le cuesta respirar.

-Te necesito a ti.

Coloco las manos en el pantalón del pijama de Daniel. Él sisea cuando siente el tacto de mi piel. Le desnudo, bajo la tela por sus piernas y me arrodillo entre ellas. Le beso la cicatriz que tiene en la rodilla y subo por el muslo.

-Dime qué te preocupa, Daniel.

Le beso la cadera y después me dirijo hacia la otra pierna, mi pelo le acaricia el estómago y está tan excitado que le escucho incluso sollozar. Le beso el otro muslo, son besos pequeños que van bajando hasta la rodilla.

-¿Qué te preocupa, Daniel?

-No… -Tiene que tragar para poder continuar-…no te arrodilles delante de mí. Por favor, Amelia. No me…

Acaricio muy lentamente su sexo, deslizo los dedos marcándole con las uñas.

-¿Ibas a decir que no me mereces? -Aparto el rostro y le miro. Él tiene la cara inclinada hacia mí, desesperado por absorber hasta el último detalle a pesar de la poca luz-. Espero que no, porque eso sería una estupidez y me dolería mucho. Y tú no quieres hacerme daño, ¿a qué no, Daniel?

-No. Joder. Por supuesto que no.

Le premio dándole un beso en la pierna y acariciándole como necesita.

-Entonces, ¿por qué te mantienes alejado de mí? ¿No crees que soy lo bastante fuerte para estar a tu lado? ¿Para darte todo lo que necesitas?

Le tiemblan las piernas del esfuerzo que está haciendo para no moverse.

-Eres mucho más fuerte que yo, Amelia. Me das más de lo que necesito… -Gime-… más de lo que merezco.

Me levanto con un único movimiento y me aparto. Otro sollozo escapa de los labios de Daniel al notar mi ausencia. Me necesita tanto y sigue teniendo miedo, pero al menos ahora sé cómo hacerle reaccionar y salir de este estado. Mi Daniel siempre vuelve a mí. Y yo le esperaré y le amaré siempre.

Le acaricio el rostro, él abre los ojos -los había cerrado-, y enredo los dedos en su nuca para tirarle del pelo.

-Te mereces esto y mucho más, Daniel. Te lo mereces todo. No me importa estar cansada, no me importa trabajar mil horas al día y discutirme con todos los burócratas imbéciles del Reino Unido. Me importas tú. Te quiero. TE AMO.

Le beso, ninguno de los dos podemos más, le separo los labios con la fuerza de los míos y nuestras luengas se pelean para ver cuál de las dos ha echado más de menos a la otra. Es una lucha a muerte, los dos estamos desesperados.

-Maldita sea, Amelia. Lo siento.

Por fin.

Suspiro aliviada. Por fin he conseguido romper ese caparazón.

-No pasa nada. -Le beso de nuevo los labios y después deslizo los labios por la mejilla y el cuello-. No pasa nada.

-No sé si quiero leer los diarios de Laura. No sé si puedo. -Ahora que ha empezado no puede detenerse-. No sé si puedo hacernos esto otra vez. -Su cuerpo vuelve a la vida, antes estaba excitado pero ahora es como tener al deseo en estado puro frente a mí-. Y este maldito caso, joder, Amelia, es peligroso. El gobierno quiere matar a Sanduk, la gran mayoría de organizaciones terroristas del mundo también. Yo… -se detiene y se tensa-. Joder. Amelia. Mírame. Por favor.

Dejo de besarlo, iba por el pectoral izquierdo, y levanto la cabeza para mirarle. Le coloco una mano en la mejilla para acariciarle y capturar la lágrima que él no sabe que tiene allí.

-Tú y yo podemos con todo, Daniel. Siempre. Te amo.

-Me matas, Amelia. Me matas y después me reconstruyes con tu amor, con tu valentía, con tus besos y haces que te crea. Que quiera creerte.

Sonrío como una idiota. No puedo creerme que Daniel siga creyendo que no es romántico.

-Mañana -le digo tras carraspear-, dentro de unas horas vas a contármelo todo y encontraremos la manera de solucionarlo. Te prometo que me cuidaré más, Marina y yo ya hemos decidido contratar a dos personas más. -El alivio que siente Daniel es más que evidente-, te lo habría dicho si no te hubieras puesto en plan “Daniel el inaccesible”. Y tú vas a prometerme que si vuelves a sentir la necesidad de salir de la cama, antes de hacerlo me darás un beso y me dirás qué te pasa. Si después de contármelo, quieres venir aquí a ver las vistas, perfecto, te dejaré hacerlo. Pero antes tienes que besarme y contármelo. ¿De acuerdo?

-De acuerdo. -Tiene la voz tan ronca que apenas puede hablar-. Lo siento, Amelia.

-No pasa nada, amor mío.

Le beso el cuello y guío una mano hacia bajo. Creo que con que le toque una sola vez perderá el control… o esperará y me pedirá permiso. Le muerdo y él arquea la espalda y la aleja de la ventana aunque sus pies siguen firmemente plantados en el suelo.

-Dime, señor Bond. -Subo la lengua hasta la oreja-. Ahora que tengo aquí, ¿qué crees que puedo hacer contigo?

-Lo que quieras. Dios, Amelia, puedes hacer lo que quieras conmigo. Pero hazlo, por favor. Por favor.

-Quiero hacerte tantas cosas… me has dejado sola demasiadas noches, Daniel.

-Lo siento -repite. El corazón le va muy rápido.

-No pasa nada. -Le acaricio el pelo y el rostro con la otra mano-. Siempre estaré aquí. Tranquilo. ¿Quieres que te quite las esposas? -Me sonrojo-. No sabía si utilizarlas, pero he pensado que así estarías más receptivo… que las necesitabas.

-Las necesitaba -confiesa-, pero ahora no puedo más. Ahora solo te necesito a ti. Te amo, Amelia.

-Voy a quitártelas.

-NO. -Suelta el aliento y respira profundamente-. Antes bésame y hazme tuyo. Por favor.

Me pongo de puntillas y devoro sus labios, los recorro con la lengua, con la boca, le muerdo el inferior que siempre ha sido mi debilidad. Le beso, marco sus labios como míos. Le empujo lentamente hacia abajo (sin la ayuda de sus manos yo no puedo hacerle el amor de pie, Daniel es demasiado alto) y cuando queda de rodillas en el suelo le rodeo la cintura con las piernas y hacemos el amor sin dejar de besarnos.

Él dice que le hago mío, pero la verdad es que ni yo soy suya ni él es mío. Sencillamente somos indivisibles.»

© M.C. Andrews.

¿Te ha gustado? ¿Quieres leer más sobre Daniel y Amelia?

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor.

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Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Por ti

Lamento haber estado tan ausente, pero tengo tres buenas noticias. La primera es que estoy a punto de mandar la nueva novela a la editorial. La segunda es que me estoy planteando hacer algo especial para Navidad. Y la tercera es que aquí tienes una nueva escena inédita entre Daniel y Amelia (si quieres situarte mejor, lee la entrada anterior, la escena de este post se sitúa unos días más tarde).

Por ti

“Llegamos al hospital un lunes por la mañana. Daniel me acompañó hasta allí y se quedó a mi lado día y noche. Le dije que no hacía falta, por suerte lo de papá solo había sido un susto e iba a recuperarse. Los primeros días fueron muy duros y mamá y yo nos aseguramos de reñir a papá por haber forzado tanto la máquina; ya no es un chiquillo y debería de cuidarse mejor. Daniel estuvo a mi lado, ignoró por completo las llamadas y los correos de Patricia sin ni siquiera pestañear, parecía adivinar hasta mi último pensamiento incluso antes de que yo lo tuviera.

Tendría que haberme imaginado que sucedía algo.

Oh, no me quejo, Daniel es el hombre más atento y protector que existe en el mundo. De hecho, nos hemos discutido más de una vez porque insiste en meterse en aspectos de mi vida en los que no es necesario (ni requerido) que intervenga. Pero esos días en el hospital era exagerado y cuando le pregunté si estaba intentado compensarme por algo, me miró furioso y… Me estremezco al pensarlo…y me besó como un poseso contra la pared de la habitación del hotel donde nos alojábamos y entró dentro de mí sin desnudarnos.

Hoy estoy sola. Daniel se ha ido de viaje. Me lo dijo por la noche, de eso hace una semana, justo unos segundos antes de prepararse la maleta. Dice que es por trabajo, pero el peso que me oprime el pecho insiste en lo contrario, cada latido de mi corazón me duele al pensar que Daniel está en peligro de nuevo o que me está traicionando…No, esto último no, Daniel no sería capaz de hacerme tanto daño.

Yo he decidido quedarme en Oxford. No quiero estar sola en nuestra casa de Londres y la verdad es que puedo trabajar desde aquí y así mamá se distrae cuidando de Laura. Mi hija está encantada de tener a la abuela para ella sola, pero sé que ella también echa mucho de menos a Daniel. Las dos le echamos mucho de menos. A papá le dan el alta mañana, mamá se ha quedado a pasar la noche con él en el hospital y yo he bañado a Laura y he estado jugando un rato con ella. Mamá es maravillosa con la niña, Laura le toma el pelo como quiere -igual que hace conmigo-, pero lo cierto es que me ha gustado estar unas horas a solas nosotras dos. Ahora, sin embargo, con la pequeña durmiendo tranquilamente en la habitación de al lado y la casa en silencio, tengo unas absurdas e incontrolables ganas de llorar.

¿Qué diablos está haciendo Daniel en Nueva York?

El teléfono suena y a mí casi me da un infarto. Es él. Daniel. Ver su rostro en la pantalla me remata el corazón. ¿Por qué no tendré el sentido común de eliminar esa foto y dejar solo su nombre? Sé la respuesta, obviamente, porque esa foto de Daniel despeinado y con una sonrisa en nuestra cama es uno de mis mayores tesoros. Al sujetar el móvil me doy cuenta de que estoy temblando y suelto despacio el aliento para tranquilizarme.

-Hola, Daniel.

-Estás llorando -adivina él de inmediato, casi puedo oírle apretando los dientes-. ¿Qué ha pasado? Dime por qué estás llorando.

-Estoy cansada, eso es todo.

-No es verdad. Te he visto trabajar durante días sin dormir, apenas podías tenerte en pie y tenías mal humor, pero no llorabas. ¿Qué te pasa, Amelia?

-He estado jugando con Laura -le respondo evasivamente-. Te echa mucho de menos. Las dos te echamos mucho de menos.

-Joder, Amelia. No me hagas esto. Por favor-. Le oigo apretar el aparato-. Por favor.

-¿Qué te estoy haciendo, Daniel? -odio discutir con él. Lo odio con todas mis fuerzas.

-No me necesites ahora, cuando no estoy contigo. -A pesar de que tiene la voz baja esa frase contiene tanta fuerza que ha sido como si me estuviese gritando.

-Pero te necesito Daniel…

-Y yo a ti. Joder, Amelia. Basta.

-¿Basta? -Me seco furiosa una lágrima-. ¿¡Basta!?

-Sí. Basta, Amelia. Por favor.

Hay algo en esas últimas palabras que me inquieta y noto que me escuecen los ojos. Algo va mal. Muy mal.

-¿Qué sucede, Daniel? ¿Cuándo volverás? -Daniel me ha llamado todos los días, bastaba con que descolgara el teléfono para que él me inundase a preguntas sobre Laura o sobre papá. Después, cuando estaba seguro de tener toda la información, me preguntaba sobre mí durante largo rato. Hoy es distinto. El día que se fue me dijo que volvería al cabo de una semana, tengo el horrible presentimiento de que no va a ser así-. ¿Cuándo volverás, cariño?

-Dios mío, Amelia. Te necesito. -Suelta el aliento-. Joder. Mierda. Maldita sea.

-¿Qué sucede, Daniel? Me estás asustando.

-Tengo que quedarme unos días más.

La noticia cae sobre mí cual jarra de agua fría. Ahora mismo tengo tanto frío que probablemente me rompería si intentase dar un solo paso.

-Entonces -empiezo tras tragar saliva-…Laura y yo nos subiremos en el primer avión que salga de Londres rumbo a Nueva York.

-No.

-¿No?

-Por favor no vengas, Amelia. Maldita sea, no es lo que piensas -adivina-. Te necesito, te quiero. Te echo tan jodidamente de menos que ni siquiera puedo respirar. Pero no vengas. Por favor.

-¿Qué está pasando, Daniel? Dímelo de una vez.

-Confía en mí. Me prometiste que siempre confiarías en mí. -Sabe que me dolerá que me recuerde esa promesa-. Me lo prometiste.

Ahora podría recordarle las promesas que él me ha hecho y que está rompiendo con ese viaje, con el secreto que me está ocultando. No lo hago, solo serviría para que se pusiera a la defensiva.

-Está bien. Confío en ti, sabes que confío en ti. -No puedo resistir añadir. Quiero seguir hablando con él, después ya pensaré si viajo a Nueva York (en realidad ya he decidido que voy a ir). Dejaré a Laura con mamá y papá e iré al aeropuerto-. ¿Dónde estás?

Aquí son las doce de la noche, lo que significa que en Nueva York son las siete de la tarde.

-En el apartamento. -Le oigo quitarse la corbata y la americana. Me lo imagino desabrochándose los botones del cuello de la camisa-. ¿Sabías que James también boxea? Tiene una habitación adecuada como gimnasio y utiliza el mismo saco que yo.

Daniel está instalado en el antiguo piso de James, uno de los maridos de Marina. Daniel, siendo como es, quería ir a un hotel, pero James y Raff lo llamaron cuando estaba en el avión. No sé qué le dijeron, pero cuando aterrizó en Nueva York se fue a casa de James. Marina me ha contado que es un apartamento precioso y que el portero del edificio, aunque no tenga demasiado sentido, es un ex marine. Sea como sea, me tranquiliza pensar que Daniel está allí. Pero la idea de que quiera boxear no me gusta en absoluto. Hace meses que Daniel no boxea.

-¿Vas a boxear?

-Sí.

-¿Por qué?

Daniel se ríe y a mí se me pone la piel de gallina.

-Porque hace demasiados días que no estoy con mi esposa y no puedo más.

-Oh.

-Sí. Oh.

-Vaya.

-¿Te estás riendo de mí, Amelia? Porque si es así, voy a colgar.

-No, no cuelgues. -El corazón me está trepando por la garganta-. Pon el altavoz. -No oigo nada durante unos segundos y temo que la llamada se haya interrumpido o que Daniel me haya colgado. Jamás he hecho nada parecido a lo que pretendo hacer y el miedo al ridículo me hace arder las mejillas. Sacudo la cabeza y me recuerdo que ya no soy así-. ¿Me has oído, Daniel?

-Te he oído -responde él al fin.

-¿Y?

-Casi me corro como un jodido adolescente.

Ignoro esa frase, aunque un nudo de calor se instala en mi estómago y empieza a extenderse.

-¿Has puesto el altavoz?

-Sí.

-Yo también -le aseguro tras hacerlo. Mi voz flota ahora por ese apartamento de Nueva York y la de Daniel en la habitación de invitados de casa de mis padres-. ¿Te estás desnudando?

-No.

Me lo imagino completamente inmóvil, con esos músculos tan perfectos temblando del esfuerzo.

-Quítate la camisa, los zapatos, los calcetines y los pantalones. ¿Estás en el dormitorio?

-Sí -contesta mientras se quita las prendas que le he pedido-. Es la habitación de invitados.

Sonrío. Ya sabía yo que Daniel sería incapaz de dormir en la cama que James comparte con Raff y Marina cuando van a la ciudad. Mi marido es así de respetuoso para esas cosas.

-Yo también estoy en la habitación de invitados de casa de mis padres -susurro. Me he tumbado en la cama y tengo el móvil en la almohada al lado de la cabeza-. Túmbate en la cama, Daniel, y cierra los ojos. Imagínate que estás en casa, a mi lado.

-No puedo, Amelia. Me volveré loco si lo hago.

-Hazlo. Cierra los ojos y pon el teléfono en la almohada donde puedas oírme. Yo también estoy así. Te echo mucho de menos, amor mío.

-Me estás matando, Amelia.

-¿Sabes en qué estoy pensando? -le pregunto.

-¿En qué?

-En lo que te haría si estuviera allí contigo.- Me muerdo el labio y sé que él lo ha sentido-. No te besaría. No te lo mereces, sé que me estás ocultando algo.

-Amelia. Por favor. No podría soportar verte y que no me besaras.

-Oh, pero no tendrías más remedio que soportarlo porque no podrías tocarme. No moverías ni un solo músculo, estarías quieto. Temblando. Esperando a que yo te tocase y te besase. Esperando a que te acariciase y recorriese cada centímetro de tu cuerpo con las manos y con mis labios.

-Dios, Amelia. Te necesito. Tócame, por favor. Dime que puedo tocarme.

El corazón me da un vuelco. A pesar de la distancia, Daniel me necesita.

-Antes de eso -le provoco porque sé que eso es exactamente lo que Daniel necesita-, dime qué quieres de mí.

-Todo. Maldita sea. Siempre lo quiero todo de ti -contesta entre dientes-. Quiero besarte. Quiero meterme dentro de ti y no correrme hasta que tú me des permiso. Quiero abrir los ojos y ver cómo me miras al tener un orgasmo. Joder, Amelia, estás tan preciosa. Es como si no pudieras creerte que estás conmigo, cuando en realidad soy yo el que jamás se merecerá estar contigo.

-Deja una mano en la cama, Daniel, sujétate a la sábana y no la sueltes. Yo también estoy en la cama, estoy temblando, Daniel. Te necesito y te echo de menos. Mi cuerpo te echa de menos. -Bajo la mano por mi estómago. Me he quitado la camiseta que llevaba a modo de pijama, pero aún llevo los pantalones. Suspiro al meter la mano por debajo de la prenda. Suspiro. Daniel sabe me estoy acariciando.

-Amelia… -gime-. Por favor. Deja que me toque. Quiero tocarte, quiero ser yo el que te acaricie.

-Eres tú. -Muevo la mano-. Siempre eres tú. Igual que la mano que ahora está bajando por tu torso es la mía.

Daniel me ha entendido, estamos unidos para siempre. Mueve la mano y casi grita cuando sus dedos se meten por debajo de los calzoncillos.

-Aprieto los dedos despacio, Daniel. A ti te gusta sentir cómo tiemblas dentro de mi mano.

-Dios, Amelia. Por favor.

-Muevo la mano muy, muy, muy, muy… -tengo que humedecerme los labios-…muy despacio. Me detengo unos segundos y te muerdo justo encima de la cadera. Cerca de una de tus cicatrices. Estás a punto de…

-Sí…pero no lo haré hasta que tú me digas.

-Dime qué estás sintiendo.

-Te siento a mi lado -respira aceleradamente-. Tu piel quema al lado de la mía. Quiero besarte. Quiero tu sabor en mis labios. Cómo sea.

-Imagínate mis labios, Daniel, están justo encima de los tuyos. Buscándote, besándote. Estoy tan enfadada de lo mucho que te he echado de menos que te muerdo al apartarme. Los dos notamos el sabor de la sangre y a ninguno nos importa. Te beso el cuello y vuelvo a mover los dedos, te aprieto. Te sujeto tan fuerte que incluso te duele.

La respiración de Daniel me acaricia el oído a través del teléfono y mi cuerpo se tensa. Noto una gota de sudor en la frente, la habitación está a oscuras. Muevo la mano y me imagino que tengo a Daniel dentro. No es lo mismo, por supuesto, pero cuando oigo que él gime siento que estamos juntos y se me olvida la vergüenza.

-Más, Amelia. Por favor. Sin ti no…

-Estoy aquí, Daniel. Puedo sentir tu piel, prácticamente estás ardiendo. Tiemblas. Tienes el pelo pegado a la frente por el sudor. Sigo tocándote, voy más rápido. Los dos necesitamos que esto termine…

-¡No! Más. Amelia. Por ti, tengo que hacerlo por ti. Por favor… -gime, aprieta los dientes y creo que le oigo contener una súplica.

-Te recorro el brazo con la lengua, busco la cinta y al llegar a la muñeca te beso. Te acaricio, aprieto los dedos.

Nuestros cuerpos están separados, él está en Nueva York y yo en Oxford. Sin embargo en nuestras mentes estamos juntos en nuestra cama.

-Me coloco entre tus piernas, mi boca busca el lugar que hasta ahora han ocupado mis dedos y en cuanto mis labios te rozan te pido…

-No, no me lo pidas.

-Termina. Estoy contigo. No te contengas y déjate ir…yo estoy aquí.

El grito de Daniel invade la habitación en la que me encuentro, entra dentro de mí y me lleva la orgasmo. Los dos suspiramos nuestros nombres, nos estremecemos y nos odiamos un poco por estar separados.

-Te amo, Amelia. Confía en mí. Por favor.

-Confío en ti, Daniel. Yo también te amo -susurro con lágrimas en los ojos. Ese orgasmo, a pesar de la distancia o quizá gracias a ella, me ha destrozado-. Duerme un poco, cariño. Necesitas descansar.

-Te necesito a ti -suspira abatido-. Te necesito a ti.

-Duerme. Hablamos mañana. -Tengo que colgar antes de ponerme a llorar del todo.

-De acuerdo. -Está cansado y me lo imagino asintiendo con los ojos cerrados-. Hablamos mañana. Te amo.

-Y yo a ti.

Cuelgo y tras ponerme la camiseta voy a por mi ordenador. Tengo que subirme al primer avión que parta rumbo a Nueva York.”

©Miranda Cailey Andrews.

por ti

por ti

Espero que te haya gustado leer sobre Daniel y Amelia. Prometo contarte pronto qué pasa en Nueva York (quizá esta sea la sorpresa que quiero preparar para Navidad).

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor ♥

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Jamás podré alejarme de ti…

Siempre incumplo mi promesa de ser más fiel al blog, de pasarme más a menudo y contarte cómo llevo la nueva novela. Lo siento. Espero que estés disfrutando del verano y que lo estés llenando de momentos intensos. Aquí te dejo unas páginas de regalo de algo en lo que estoy trabajando, no te inquietes, aunque Daniel y Amelia lo han pasado mal te prometo que su amor es ahora mucho más fuerte y tan intenso, apasionado, sincero y único como siempre…y que las escenas de esta historia son las más reales, sensuales, románticas y duras que he escrito nunca. Can’t wait for you to read them ♥

«Suena el teléfono a las dos de la madrugada y lo primero que hago es alargar el brazo y buscar a Daniel. Está a mi lado, su presencia basta para que durante unos segundos respire aliviada. Si él está aquí, lo demás carece de importancia. Enciendo la luz de la mesilla de noche y desvío la mirada hacia el aparato de vigilancia que tenemos conectado con el dormitorio de Laura. Ella sigue durmiendo tranquila y el corazón me da un vuelco al ver su precioso rostro. Laura es nuestra, mía y de Daniel, la hemos creado juntos y es la prueba más hermosa de nuestro amor.

El teléfono vuelve a sonar y se me cierra la garganta. No puedo evitar recordar una madrugada, tiempo atrás, en que la voz de una enfermera me dijo que Daniel había sufrido un accidente y estaba en coma, a punto de morir.

-Estoy aquí -me dice él acariciándome la espalda, adivinando mis pensamientos-. Iré a contestar.

-Gracias.

Busco su mano y estrecho los dedos antes de permitir que se aleje. Daniel me besa en los labios con fuerza y se aleja completamente desnudo en busca del aparato que no deja de sonar. Le oigo contestar desde el dormitorio, no sé quién es, pero seguro que en cuanto ha oído la voz seca y enfadada de Daniel se ha arrepentido de llamar a estas horas. Dejo de oír a Daniel y deduzco que ha colgado, pero él no vuelve al dormitorio.

¿Ha bajado la voz para que no pueda oírle? Él ya no me oculta nada, Ninguno de los dos tenemos miedo de compartir lo más profundo de nosotros con el otro. Me asusto, si Daniel ha bajado la voz es porque siente que debe protegerme. No soy consciente de salir de la cama, noto el suelo bajo las plantas de los pies y en cuanto llego al salón veo a Daniel con el teléfono aún en el rostro. Sigue hablando, abre y cierra la mano que tiene libre y su cuerpo está completamente tenso, listo para luchar. ¿Contra qué?

-¿Daniel? -Estoy temblando. Tengo miedo y odio tenerlo. No puedo soportar que vuelva a pasarle algo malo, es el mejor hombre que conozco y no se merece que su pasado reaparezca siempre que es feliz. No se lo merece. Me acerco a él, voy a tocarle, a besarle el hombro, el torso, la espalda, todo lo que pueda para que sepa que estoy aquí y que sea lo que sea lo que le estén diciendo por teléfono va a salir bien. Entonces, Daniel dice:

-No se preocupe, señora Clark. Por supuesto que ha hecho bien en llamar, lamento no haberlo sabido antes.

¿Mi madre? ¿Daniel está hablando con mi madre? ¿Qué ha pasado? La angustia me lleva a buscar la mano de Daniel y él captura la mía enseguida. Oh, Dios, ha sucedido algo grave.

-Claro, vaya. No se preocupe. Mañana estaremos allí. Amelia la llamará más tarde.

Mi madre cuelga sin despedirse, estoy tan cerca del aparato que puedo oírlo, y Daniel me rodea con los brazos y me aprieta contra su torso.

-Ven aquí -farfulla-. Tengo que abrazarte.

-¿Qué ha pasado?

Daniel suelta el aliento, su torso baja y sube lentamente bajo mi mejilla.

-Tu padre ha sufrido un infarto -me dice con la voz pausada-. Por suerte tu hermano estaba en casa con ellos y ha sabido reaccionar. Está en el hospital de Oxford.

-Tengo que ir ahora mismo -digo por entre las lágrimas e intentando soltarme.

-No, son las dos de la madrugada, Amelia. Tu madre me ha hecho prometerle que no iríamos hasta mañana. Tu padre está inconsciente y ella necesita dormir. Allí no puedes hacer nada. -Me acaricia la espalda hasta llegar a los hombros, una vez allí, tira de ellos suavemente y al mismo tiempo con fuerza para mirarme a los ojos-. ¿Lo entiendes?

-Es mi padre.

-Lo sé y aunque quizá no te lo creas entiendo que sientas la necesidad de ir corriendo a verle, pero es mejor que esperes hasta mañana. Aunque llegases ahora mismo al hospital, no podrías hacer nada. Tu madre me ha asegurado que los médicos han hecho todo lo que podían y que ahora toca esperar. Confía en mí.

Ha elegido esas palabras porque sabe que son lo único que puede tranquilizarme. Él.

-No puedo perder a papá ahora, Daniel. -Me abrazo a él con todas mis fuerzas-. Tiene que hacer de abuelo.

-Y lo hará.

Daniel se tensa, durante un horrible segundo temo que me esté ocultando algo, pero entonces él vuelve a apartarme de su torso y me besa apasionadamente.Baja las manos por mi espalda, me rodea la cintura y pega mi cuerpo al suyo, los dos desnudos. Ese beso no acaba, me dejo llevar por la fuerza de Daniel. Le necesito. Él lo sabe y me levanta en brazos. Me asusta perder a mi padre, supongo que me asustaría fueran cuáles fuesen las circunstancias, pero ahora que está Laura y que Daniel empieza a confiar en él, en que se merece ser feliz, no puedo soportarlo.

-Deja que esta noche sea yo quien ahuyente tus pesadillas, Amelia -me pide Daniel besándome el cuello mientras camina de regreso a nuestro dormitorio-. Por favor.

Me tumba en la cama y estoy a punto de decirle que no puedo. El miedo que he sentido al oír la noticia sobre mi padre se ha extendido por mi cuerpo, pero Daniel se tumba encima de mí y no deja de besarme. Me sujeta las muñecas con una mano y las coloca por encima de mi cabeza.

-Confía en mí, Amelia. Dame esta noche tu dolor, puedo soportarlo.

Me mira a los ojos cuando dice esa frase y me besa despacio sin soltarme las manos.

-Oh, Daniel -suspiro por este hombre que no sabe lo fuerte que es ni lo generoso que es su corazón.

Daniel me besa el cuello y baja la mano que tiene libre por mi cuerpo.

-Voy a atarte las manos a la cama -me dice con la voz ronca-. No puedo sujetarte y tocarte al mismo tiempo. Y necesito tocarte. Y tú necesitas no pensar. Necesitas dejarte llevar y entregarte a mí. Entregármelo todo. Todo, Amelia. ¿Lo has entendido?

Me muerde justo debajo de un pecho y se aparta de la cama. No me ha pedido que esté quieta, pero su voz así me lo ha hecho sentir. Se mueve con su elegancia habitual, una elegancia peligrosa, y vuelve a la cama con dos cintas de raso negro que hacía tiempo que no utilizábamos, o no de este modo.

Me ata las manos y me besa las muñecas, la piel del interior de los brazos. Acerca el rostro al mío, me acaricia con la nariz y con las mejillas en las que empieza a salirle la barba.

No me besa, detiene los labios encima de los míos y solo respira. Voy a morir de deseo, me niega lo que necesito: sus besos.

-Daniel…

-¿Sí?

Sonríe, está guapísimo y sé que mi deseo y el suyo rivalizan.

-Bésame. -Me humedezco los labios-. Por favor.

-Ahora mismo.

Se coloca entre mis piernas y separa los muslos. El modo en que me mira me hace temblar. Tiene los ojos negros, fijos en mi piel y las manos le tiemblan encima de mis rodillas.

-No sabes lo hermosa que eres y jamás sabré apreciar tu belleza como te mereces, Amelia. Pero eres mía. Tu dolor es tan mío como lo son tus sonrisas. Deja que te ayude a olvidarlo en mis brazos. Esto puedo hacerlo.

Odio que Daniel crea que solo sabe demostrarme sus sentimientos a través del sexo.

-Sé que puedes, Daniel. Sé que… -Se agacha y me besa el interior de los muslos-… Daniel.

-¿Sí? -Habla pegado a mis muslos, respirando encima de ellos.

-No es sexo. -Me cuesta articular las ideas, mi mente confunde las palabras porque Daniel me está besando y acercándose a mi entrepierna-. Nunca ha sido sexo.

Él se detiene un segundo y al abrir los ojos veo que tiene los hombros tensos, El sudor le cubre la espalda y las piernas incluso vibran de la fuerza que está haciendo para no moverse. Me está escuchando y en un rincón de su interior tiene miedo de lo que le estoy diciendo.

-Al principio sí -dice entre dientes. No lo cree, no puede creerlo. Pero quizá está convencido de que yo sí.

Me ha atado las manos, pero no las piernas. Sonrío y las levanto para abrazarle con ellas. La tensión de sus hombros se afloja ligeramente.

-Nunca fue solo sexo. -Aprieto las piernas-. Nunca. Ni siquiera la primera vez. Tú me elegiste porque sentiste algo ese día. No sé qué, pero algo. Algo que no habías sentido nunca antes-. Vuelve a besarme en la parte más íntima de mi cuerpo, busca mi sabor con una desesperación que le hace incluso gemir-. Y yo… -me cuesta hablar, quiero dejarme llevar, sentir a Daniel-… yo supe esa primera vez que eras peligroso, y aún así nada ni nadie podría haberme alejado de ti.

-Joder, Amelia. -Levanta las manos y me sujeta las caderas-. Cállate, por favor. Deja de hablar.

Me besa desesperado, mueve la lengua en mi interior. Los dientes rozan la piel delicada y después Daniel la acaricia con los dedos que ahora ha acercado también allí.

-Deja de hablar y siente, solo siente.

-Siento siempre que estoy contigo… -Arqueo la espalda en busca de sus labios-. No solo en la cama, Daniel. Siempre.

-Joder-. Las manos de Daniel vuelven a mis caderas-. No digas nada más, por favor.

-¿Por qué? -Abro los ojos y levanto la cabeza para mirarle. Tiene la frente cubierta de sudor y los labios húmedos de besarme. El torso también está sudado, pero lo que más me impresiona es que parece costarle respirar-. ¿Qué te pasa, Daniel?

-¿Que qué me pasa? -Sonríe con los ojos oscuros, la mandíbula apretada-. Que estoy a punto de correrme. Te necesito y esto iba a ser para ti. No para mí.

-No… -Tiro de los brazos porque necesito tocarle-. Suéltame, Daniel. Suéltame.

-No. -Vuelve a agachar la cabeza y antes de seguir besándome farfulla-. Quiero sentirte en mi boca antes de entrar dentro de ti. Tu sabor me vuelve loco y lo necesito. Dios. Lo necesito.

Me besa, no se aparta hasta que mi cuerpo es incapaz de dejar de temblar, de necesitarle. Le he suplicado que me soltase, que me hiciera el amor, y él ha seguido besándome, tocándome. Eliminando de mi cuerpo todo excepto el amor y el deseo.

-Daniel, por favor… Ven. -Es lo único que puedo decirle-. Te necesito. Por favor. Te nece…

Se coloca entre mis piernas y entra dentro de mí antes de que pueda terminar la frase. Me besa, busca mis labios con la misma desesperación de antes. Le necesito tanto, tan dentro de mí que le muerdo el labio.

-Yo… lo siento… -farfullo.

-Hazlo otra vez -me pide él.

Le beso, le muerdo, levanto las caderas y él las retiene con sus manos. Sentirle así, sin control encima de mí, es maravilloso. Sé que Daniel jamás ha estado así con nadie, solo conmigo. Yo soy la única que le ha visto así, sin barreras y sin restricciones.

-La primera vez -farfulla él apoyando las manos a ambos lados de mi cabeza- supe que jamás podría soportar alejarme de ti. Por eso lo hice.

-Daniel. -Muevo el rostro en busca del suyo, necesito besarlo.

-Amelia. La segunda supe que tenía que conseguir que te entregarás a mí. -Tiembla, se estremece, crece dentro de mí-. La tercera quise entregarme a ti. Te hice pasar un infierno por culpa de eso.

-Jamás.

-Sí.-Me muerde el cuello-. Lo hice. Y no me arrepiento porque así aprendí a entregarme a ti de verdad. Como necesito. Dios, Amelia. Odio no haberme dado cuenta antes.

-Yo odio que te sientas así. Te amo, Daniel.

-No… aún no. -Mueve de nuevo las caderas, está al límite-. Más. Quiero estar más tiempo dentro de ti.

-Te amo, Daniel -susurro buscando de nuevo su rostro-. Te amo. Te amo. Te amo.

Daniel me besa, no sé si pretende callarme pero yo le muerdo el labio y el instante exacto en que mis dientes se hunden en su piel, Daniel se estremece y su cuerpo cede ante un clímax tan intenso como la fuerza de un huracán. Yo me rindo con él, el orgasmo me sacude, mis piernas tiemblan y arqueo la espalda para perderme con Daniel en ese universo de placer, deseo, piel, besos y caricias que creamos juntos.

Después, Daniel me suelta las manos y me recorre el rostro y el cuello a besos. Me aparta el pelo del rostro.

-Jamás podré alejarme de ti… Te amo, Amelia.

Capturo la mano con la que me está acariciando.

-Jamás tendrás que hacerlo. -Le beso la palma.

Me quedo dormida en los brazos de Daniel. Allí me siento segura, feliz. Protegida e invencible.

Una semana después, Daniel tiene que viajar solo a Nueva York y yo tengo que quedarme en Oxford con papá. Es doloroso. Muy doloroso. No podemos estar separados y sin embargo ahora tenemos que estarlo. Me duele. Es lo más difícil que hemos hecho nunca.

Lo sigue siendo.

No sé cuándo volverá. No sé qué sucederá cuando vuelva. Oh, Dios mío, tengo que dejar de llorar.»

©M.C.Andrews

Continuará…. (aquí o en un libro)

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor.

Si te ha gustado esta escena inédita entre Daniel y Amelia, deja tu comentario y compártela ♥

Jamás podré alejarme de ti

Jamás podré alejarme de ti

 

 

 

 

 

 

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Escribiendo, James, Marina, Nunca es suficiente, Raff

Seda

Ya sé que dije que intentaría actualizar más a menudo esta página y siento no haber cumplido. Me encanta que te pases por aquí y que puedas leer los besos inéditos de Daniel y Amelia y las miradas, también inéditas, de Raff, Marina y James. Esta es mi casa y es donde me siento más cómoda, lo único que lamento es que no podamos vernos en persona y no poder invitarte a una taza de té. No voy a aburrirte con mis líos ni voy a contarte que estoy a punto de terminar la nueva novela (prefiero que la leas en cuanto caiga en tus manos), voy a dejarte con una escena que va a acelerarte el corazón, robarte el aliento y erizarte la piel…y mucho más.

Seda

«Llevaba dos semanas trabajando como una posesa, ACNUR había elegido nuestra ONG como socio para gestionar el envío y la entrega de dos toneladas de medicamentos a Nepal. Era una operación complicada y teníamos que asegurarnos de que saliera a la perfección y en el menor tiempo posible. Los dos terremotos habían dejado a demasiados niños y mujeres indefensos y ni Amelia ni yo queríamos correr ningún riesgo con ellos. ACNUR nos había seleccionado a nosotras porque nuestra reputación era intachable (por desgracia últimamente han habido casos de ONGs corruptas) y porque James, aunque él lo niega, nos recomendó.

No sé por qué a James le cuesta tanto reconocer que nos ha ayudado (y que ha presumido de mí). Según Raff, no quiere que le demos las gracias; a él le sucedió lo mismo cuando ganó la cuenta de uno de los mayores promotores de conciertos de Europa y tardó meses en enterarse de que James conocía a uno de los mayores accionistas de esa empresa. A fecha de hoy, James sigue negando que tuviese algo que ver al respecto.

Estoy cansada, apenas recuerdo cuándo dormí más de cuatro horas seguidas por última vez ni cuándo vi a James y a Raff más de una hora. Cuando llego a casa es tan tarde y estoy tan cansada que prácticamente me arrastro hasta la cama y me meto en ella sin desnudarme. Por la mañana, cuando me despierto, llevo el pijama y hay una taza llena de café en la mesilla de noche junto con una flor o algún otro detalle igual de romántico. No sé qué haría sin esos segundos de felicidad, probablemente ya me habría vuelto completamente loca.

-Tenemos que descansar -me dice Amelia-. No podemos seguir con este ritmo. Tú y yo solas no podemos salvar el Nepal.

-Lo sé, pero podemos intentarlo, ¿no crees?

-No se trata de eso, Marina, y lo sabes. Estoy tan cansada que en el próximo email que mande puedo provocar un golpe de estado. No sé ni qué estoy escribiendo-. Levanto la cabeza y la miro-. Y tú estás peor.

-¿Daniel te ha sermoneado?

-No se trata de eso -se sonroja un poco-, aunque si le hubieras oído ayer por la noche ahora no estarías aquí tan tranquila. Dijo que si no nos tomábamos un descanso encontraría el modo de obligarnos a cerrar durante unos días. Tanto si queríamos como si no.

-Oh, no, ¿qué va a hacer ahora el señor Soy Tan Intenso Que Voy a Estallar? -me burlo, pero empiezo a repasar mentalmente si hemos pagado todos los permisos al ayuntamiento.

-Nada, pero me costó convencerlo -me asegura Amelia-. Pero Daniel tiene razón, Marina. Tenemos que descansar, así tampoco estamos ayudando a nadie. A ti se te cierran los ojos cada dos por tres y llevas horas intentando leer esa página que tienes delante.

Le di la vuelta la papel a la defensiva.

-Solo tengo que tomarme un café -insisto.

-No, tienes que descansar. Las dos tenemos que descansar, y los demás también. Esta ONG parece una casa de locos -suspira-, y… ¿no echas de menos a Raff y a James?

Al oír sus nombres me tiembla el labio inferior y tengo unas absurdas ganas de llorar. Es culpa del cansancio, me digo.

-Mucho -contesto casi sin darme cuenta.

Amelia apaga el ordenador, se levanta de la silla y camina hasta mi mesa. Coloca una mano en mi hombro y lo aprieta suavemente.

-Vete a casa, Marina. Yo me voy a la mía con Daniel-. Se aparta y abre la puerta de nuestra pequeña sala de reuniones-. Les diré a los demás que se tomen el día libre.

Asiento porque el nudo que tengo en la garganta me impide hablar y durante unos minutos me quedo escuchando el ruido que hace la gente al irse. Amelia tiene razón, todos necesitamos descansar y recuperar fuerzas. Miro el reloj y veo que son las once de la mañana, Raff estará en el bufete y creo recordar que James nos ha dicho esta mañana que tenía una reunión muy importante. Me tiemblan los dedos de las ganas que tengo de sacar el móvil y llamarles, decirles que tengo el día libre y que les necesito. Pero no puedo hacerlo, no sería justo para ellos. Los dos han sido muy comprensivos conmigo estas dos semanas y no se merecen que me entrometa en sus trabajos. Además, después del poco caso que les he hecho estos días no me siento con derecho a pedirles que dejen lo que estén haciendo por mí. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el respaldo de la silla, una lágrima me resbala por la mejilla.

-Dime que estabas a punto de llamarme a mí o a James.

La voz de Raff me sorprende y me acaricia. Abro los ojos y le veo apoyado en el marco de la puerta. Sujeta el casco de su moto en una mano y tiene cara de pocos amigos.

-¿Qué…cómo…? -estoy aturdida y se me ha anudado el estómago al verle tan atractivo y tan de repente.

-Amelia me ha mandado un mensaje -levanta el móvil para enseñármelo pero sigue donde está-. Supongo que tendré que darle las gracias porque me parece que tú no ibas a avisarnos.

-No quería molestaros.

-¿Qué has dicho? -Avanza hacia mí y se detiene frente a mi mesa. Deja el casco encima y clava los ojos en mi rostro.

-Estos días yo… he estado muy ocupada… -Levanta las cejas y yo tengo que tragar para poder continuar-…no os he hecho caso… apenas os he…tú tienes trabajo y James una reunión… -él sigue en silencio y yo doy gracias por estar sentada porque han empezado a temblarme las piernas-. Os habría visto en casa esta noche.

-¿Has acabado?

Intento asentir.

Raff se inclina sobre la mesa, sus manos se deslizan con fuerza por mi pelo hasta llegar a la nuca y tira de mí para besarme. Sus labios separan los míos y la lengua y el sabor… su sabor… consiguen que me dé vueltas la cabeza y que tenga que sujetarme de sus muñecas para no caerme. No me permite apartarme, un gemido escapa de su garganta y al rozarme la boca me estremece y tengo que apretar las piernas. Suspiro, pero la emoción es tan intensa, casi tanto como el deseo y el amor, que lo que sale de mis labios es un sollozo. Raff se aparta y mirándome a los ojos me acaricia los pómulos.

-Voy a llevarte a casa, Marina, ¿de acuerdo? Tienes que descansar, así que durante lo que queda del día vas a dejarlo todo en mis manos y en las de James. Te hemos echado de menos, princesa-. Me da un beso muy suave y tengo ganas de llorar-. Pero en ningún momento nos hemos sentido abandonados ni estamos enfadados contigo. Tu trabajo es importante, tanto o más que los nuestros, así que nada de decir estupideces. ¿Vas a hacerme caso?

Aparta las manos y levanta el casco.

-Lo intentaré -sonrío a pesar de que me tiemblan los labios.

-Así me gusta-. Abre la puerta y espera a que salga yo primero-. Tengo tu casco en la moto y James también está de camino.

Sigo sentada, no porque quiera quedarme sino porque estoy mirando embobada a ese hombre que me robó el corazón hace más de un año.

-No me digas que tienes que quedarte a trabajar-. Raff mal interpreta mi quietud-, porque soy capaz de levantarte en brazos y sacarte de aquí aunque no quieras.

Aunque reconozco que esa imagen ha hecho que subiera la temperatura de la sala de reuniones unos cien grados, no voy a provocarlo. Lo dejaré para otro día cuando estemos los tres.

-No. Vamos a casa, Raff.

Me sonríe y cuando paso junto a él no puedo resistir la tentación de ponerme de puntillas y darle un beso.

Ir en moto con Raff siempre es excitante. Hoy lo es aún más. Le rodeo por la cintura y escondo el rostro en su espalda. El casco es enorme, Raff y James insistieron en comprarme uno que prácticamente puede amortiguar cualquier golpe, pero el perfume de Raff se cuela igualmente por debajo. Huele tan bien, y no es el perfume que lleva. A ellos dos no se lo he dicho nunca pero al principio olían distinto, ahora, sin embargo, sus olores se han mezclado y han creado la esencia más sensual y erótica del mundo…y es solo para mí. Cuando nos detenemos en los semáforos, Raff aparta una mano de la moto y la coloca encima de las mías para acariciarlas, y en uno de especialmente largo me ha acariciado un muslo. Es una seducción, como si quisiera decirme que en cuanto lleguemos a casa no habrá tiempo para estos detalles (aunque ellos dos siempre encuentran el modo de hacerme enloquecer con sus besos y sus caricias). Cierro los ojos y me dejo llevar por la presencia de Raff, el ronroneo de la moto, el viento que cruza las calles de Londres.

Cuando nos detenemos, Raff baja primero y me quita el casco. Cuando sus dedos me rozan la parte inferior de la barbilla, me estremezco.

-Chis, tranquila -me sujeta por la cintura-, ya estamos en casa.

Sacudo la cabeza y veo que efectivamente estamos en nuestro garaje. Raff se aparta y se acerca a la mesa en la que tiene sus herramientas de mecánico para dejar allí los cascos. Se quita la cazadora de cuero y la cuelga con desgana de un gancho, se pasa las manos por el pelo.

-Te necesito -las palabras salen de lo más profundo de mi ser y de mis labios.

Él se da media vuelta y en sus ojos veo reflejado lo mismo que yo estoy sintiendo. Le tiembla el músculo de la mandíbula y estira los dedos. Avanza hacia mí, se me acelera la respiración.

-Vamos -me coge la mano y tira de mí hacia el interior de la casa.

Llegamos al comedor, la chimenea está encendida y oigo unas pisadas en el piso superior.

-¿James? -pregunto.

-Estoy aquí -me contesta y su voz ronca manda mi sistema nervioso a paseo-. Bajo enseguida. ¿Raff?

-¿Sí? -le contesta sin soltarme.

-Cuida de ella.

-Eso es exactamente lo que voy a hacer -le contesta muy bajito, lo suficiente para que yo me tropiece y sea incapaz de pensar.

-¿Qué estáis tramando?

-Nada, princesa. Vamos a sentarnos en el sofá junto al fuego y a descansar un rato. Después cenaremos, ¿qué te apetece?

Raff se sienta y durante unos segundos yo también. Pero no puedo pensar, el beso que me ha dado antes, el trayecto en moto, su perfume, la voz de James, lo mucho que les he echado de menos. Me levanto nerviosa.

-Yo… -balbuceo-…no lo sé.

-Has dicho que ibas a hacerme caso, Marina. -Vuelvo a sentir su mirada en mí, durante unos minutos ha intentado calmarse, tal vez por mi bien, pero ahora vuelve a enseñarme lo mucho que me desea.

Yo les deseo más.

-Bueno… es que… -¿Pero qué diablos me pasa? El corazón me late tan rápido que no puedo hablar y mucho menos pensar.

-Ven aquí. -Me hace una señal con los dedos-. Acércate.

Camino hasta donde Raff sigue sentado y cuando me detengo delante de él sube despacio -muy, muy, muy despacio- los dedos por mi pierna.

-Raff…

-¿Qué sucede, Marina?

Tengo los ojos cerrados, pero me imagino su sonrisa a la perfección.

-Yo…

-¿Sí?

Sigue subiendo los dedos por debajo de mi falda y cuando llega a mi cintura tira de mí hacia él para hundir su rostro en mi vientre y respirar profundamente.

-Os he echado de menos…te…os…Maldita sea -me muerdo el labio inferior-. Siento haber estado tan ocupada estos días.

Me da un cachete y abro los ojos. Él nunca había hecho algo así, no ha sido doloroso, en realidad apenas ha utilizado nada de fuerza, pero me ha dejado claro lo enfadado que está.

-No digas tonterías, Marina. Tú no tienes que disculparte de nada. Nunca. Ni ahora ni nunca-. Se pone en pie y me sujeta la nuca para besarme de nuevo igual que ha hecho en la sala de reuniones…Pero el beso va a más, esta vez no se detiene y baja las manos por mi blusa desabrochando los botones. La tela cae al suelo y me doy cuenta de que tengo las manos a ambos lados de mi cuerpo. Raff no solo me está besando, sus cuerpo desprende tanto calor y tanto deseo que tengo miedo de tocarlo porque sé que si lo hago, cuando lo haga, no lo soltaré nunca. Aparta los labios de mi boca y me besa el cuello, noto sus dientes rozándome la piel, dejando una leve marca, leve en mi cuerpo pero eterna en mi corazón.

Voy a tocarlo, necesito hacerlo. Levanto las manos despacio y James las detiene.

-Nada de eso, princesa -me susurra James al oído derecho pegado a mi espalda. Me sujeta las muñecas con los dedos firmes y me besa la mejilla-. Hola, Ra -dice por encima de mi hombro.

-Hola, Jamie.

Ellos dos se besan pegados a mi rostro, les miro unos segundos pero les he echado tanto de menos que no puedo seguir esperando. Un gemido, un temblor, lo único que puedo hacer es dejar caer mi cabeza en el torso de James y pegar mis pechos al de Raff.

-James, por favor… -sollozo-. Os necesito.

-Y nosotros a ti, princesa. -James me sujeta la barbilla y gira mi rostro hacia él para besarme. Su lengua se desliza despacio y firme por entre mis labios, sus dedos me acarician el rostro y noto su firme cuerpo detrás de mi-. Deja que cuidemos de ti, ¿de acuerdo?

-De acuerdo.

Me desnudan, sus manos y sus labios no dejan ni un centímetro de piel sin besar y sin acariciar. Creo que nunca me he sentido tan amada como ese momento, con ellos dos tan pendientes de mí y de mis deseos. Los tres tan sincronizados.

-Tu piel es como la seda -susurra James besándome la espalda.

Raff me acaricia los pechos y se agacha delante mí. Tiemblo tanto que tiene que sujetarme por las caderas.

-Suave como la seda -repite Raff antes de besarme en la parte interior de los muslos.

James desliza una mano entre mis nalgas y me besa el omoplato y el cuello. Los labios suben a medida que la mano sigue bajando. Me susurra al oído:

-La seda es también increíblemente fuerte, ¿lo sabías, Marina?

-No, no lo sabía -tengo que humedecerme los labios para poder hablar-. No puedo más, James, Raff.

James sigue sujetándome las muñecas en la espalda con una mano y me acaricia con la otra. Sus besos por mi cuello y mis labios van a hacerme enloquecer y los de Raff por el resto de mi cuerpo van a matarme.

-Fuerte y suave, así es nuestra princesa, ¿no crees, Ra?

-Sí -contesta él levantándose-, pero no es la única.

Sollozo, me quema la piel, no puedo respirar, mi corazón hace rato que ha marcado una herida en mi pecho, mis labios buscan frenéticos los de Raff y James y me siento vacía sin ellos.

-¿No es la única? -en medio de mi deseo detecto que esa respuesta no le ha gustado a James.

-No te enfades-. Abro los ojos y veo que Raff tira de la cabeza de James para besarlo. No lo suelta hasta hacerle gemir-. Marina es la única, nuestro único amor. La única que responde a esa definición.

Raff me levanta en brazos y entonces veo que también está desnudo. Los tres lo estamos. Me da un beso en la punta de la nariz y me sube en brazos hasta nuestro dormitorio. James camina detrás de nosotros, fuerte, excitado, sin apartar ni un segundo la mirada.

-Pero tú también eres así, Jamie -sigue Raff después de abrir la puerta de una patada. Si no estuviera al borde del mejor orgasmo de mi vida probablemente le reñiría. En mi estado actual me da completamente igual-. Tú también eres fuerte y suave.

Raff me deposita en la cama, pero enseguida se tumba a mi lado y me sienta encima de él. Enreda las manos en mi pelo y tira de mi para besarme al mismo tiempo que levanta las caderas.

Tiemblo y creo que me cae una lágrima por la mejilla.

-Ya está cariño, ya casi está. Ahora volveremos a ser nosotros y después podrás descansar. No tendríamos que haber dejado que estuvieras tantos días sin apenas dormir.

-No… -sacudo la cabeza-…dormir me da igual… Os necesito a vosotros.

-Lo sé -susurra James a mi espalda-. Los dos lo sabemos. Ra y yo creíamos estar haciendo lo correcto, pero no volveremos a dejar que pasen tantos días sin que estemos juntos.

-Vosotros… vosotros… -no sé qué quiero decirles.

-Nosotros te necesitamos. -Raff desliza una mano entre nuestros cuerpos y me penetra lentamente-…sin ti no… Dios.

-Tranquilo, Ra -James acaricia el rostro de Raff y me besa la espalda-, Marina sabe que no podemos existir sin ella. Y ella sin nosotros tampoco.

-Os amo-. Me levanto despacio de encima de Raff asegurándome de no separarmos-. Os necesito.

-Yo también a vosotros -susurra James, despacio, intenso, pegado a mi cuello mientras entra dentro de esa parte de mí que nunca había relacionado con el amor hasta que encontré a esos dos hombres y me enamoré perdidamente de ellos-. Te amo, Marina -me acaricia la espalda cuando siente que me tenso, me gira el rostro con una ternura que contradice la tensión que desprende su torso y sus muslos y me besa despacio-. Os amo.

-Yo también te amo, Marina -pronuncia Raff entre dientes al levantar las caderas. Mueve las manos por mi cintura hasta llegar a mi espalda y poder acariciarnos a los dos al mismo tiempo, a mí y a James. Noto que los abdominales de James se contraen al sentir la caricia-. Te amo, Jamie.

-Y yo a ti, Ra, y yo a ti. -James tiembla, aprieta las manos en mi cintura y me pega a su pecho para que no me mueva-. Tienes que moverte Ra, yo no puedo aguantar ni un segundo más. Vuelvo a sentiros a los dos, a ti y a Marina, si me muevo, aunque sea un centímetro, perderé el control.

Sonrío, no puedo evitarlo.

-Claro, Jamie, lo que necesites -el tono burlón de Raff me ayuda a contener el deseo que me estaba quemando y abro los ojos para mirarle. Me guiña un ojo y de repente noto que James queda completamente pegado a mi espalda.

-Eres un bastardo -farfulla James antes de morderme el cuello y después pasarme la lengua por la marca de los dientes.

-Pero me amas -dice Ra echando la cabeza hacia atrás. Sé que ha levantado las rodillas empujando así la espalda de James hacia mí-. Y Marina también, ¿no es así?

El muy engreído está preguntándome eso mientras sube y baja las caderas despacio.

-Te amo -le respondo cerrando de nuevo los ojos-. No puedo más…Estáis dentro de mí y…os siento. Os amo. Os necesito.

Apoyo las palmas en el torso de Raff y la cabeza en el torso de James. James busca mis labios y me besa, se mueve despacio a mi espalda, me aprieta y siento latir su corazón, su deseo, dentro de mi cuerpo. El fuego me recorre la espalda. Las manos de James están en mis pechos y Raff tiene una en entrepierna, cómo si mi cuerpo pudiese soportar más placer, y otra está acariciando la cadera de James, manteniéndonos unidos también de esa manera.

-Joder, Marina, te he echado mucho menos. Siento no haber sabido cuidarte mejor -farfulla James moviéndose al límite, su sudor me resbala por la espalda. Sé que no puede contenerse más…y yo tampoco-. No volverá a pasar. Eres mía igual que Ra.

-Maldita sea, Jamie-. Ra levanta furioso las caderas-. No digas estas cosas, vas a hacer que me corra y necesito alargar esto…Necesito más. Los tres lo necesitamos.

-No…Ahora -sollozo yo-…Ahora…por favor… Rafferty… James… Ahora…

Muevo una mano hasta acariciar el rostro de Raff y él lo gira para besarme la palma de la mano y con los labios busco los de James. James me muerde el labio sin querer pero no se aparta, sus manos tiemblan en mi cintura cuando el orgasmo le tensa el cuerpo y se entrega por fin al placer y a la pasión que han creado nuestros cuerpos y nuestro amor. Sentir a James de ese modo tan íntimo dentro de mí me estremece, me rindo, me entrego para siempre a esos dos hombres y el clímax casi me arrebata la conciencia. Raff levanta la cintura, arquea tanto el cuerpo que lo único que toca la cama es la parte superior de su cabeza, sus perfectas nalgas y las plantas de los pies. Con una mano me sujeta la muñeca y siente que hunde los dientes en ella, sus labios me besan la herida frenéticamente y noto el sudor de su frente en mi mano. El vello del otro antebrazo de Raff me hace cosquillas en el muslo y noto que se tensa al ritmo que James sigue temblando.

Los tres nos hacemos el amor. Los tres nos necesitamos. Los tres nos amamos.

El placer es demasiado intenso, el amor demasiado profundo y el cansancio me pasa factura de repente. Mi cuerpo desfallece y James me sujeta por la cintura y me acuna contra su torso. Él me sujeta al mismo tiempo que Raff me acaricia con ternura.

-¿Ha sido demasiado, princesa? -me pregunta James.

-Ha sido perfecto -susurro adormilada.

-Vamos, deja que acabemos de cuidar de ti -me promete Raff.

James me levanta con cuidado y los dos salen de mi interior con tanta ternura y delicadeza que un sollozo escapa de mis labios. Me preparan un baño, me acarician y me besan. Me siento amada y feliz, y no dejo de repetirles que les amo. En algún momento debo decir alguna tontería porque ellos dos me sonríen y me llevan a la cama.

-Descansa, Marina -me dice James antes de darme un beso en los labios-. Estaremos aquí cuando despiertes.

-¿De verdad?

-De verdad -me asegura solemne aunque con una sonrisa en los labios.

Otro beso.

-¿Siempre? -pregunto cuando vuelve a apartarse.

-Siempre -contesta Raff agachándose para besarme.

Se apartan, les veo observándome y me sonrojo, pero estoy demasiado cansada como para que me importe y cierro los ojos. Les oigo hablar, no logro distinguir las palabras. Minutos más tarde se meten en la cama conmigo, cada uno a un lado, yo en medio. Un beso, dos besos, tres.»

©M.C.Andrews

Recuerda, no hay nada más erótico que el amor ♥

Si te ha gustado este capítulo inédito de Raff, Marina y James no te olvides de dejar un comentario y de compartirlo con quien desees. Y si quieres leer más, busca mis novelas.

Miranda Cailey Andrews.

Eres suave y fuerte...como la seda.

Eres suave y fuerte…como la seda.

 

 

 

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Contigo

Hoy es fiesta en U.K, Boxing Day, un día dedicado a comer sobras, guardar regalos y asaltar las rebajas…Yo estoy escribiendo, mi taza de té al lado del ordenador, mis notas por todas partes, y ganas de seducirte y enamorarte con mis nuevos personajes, y de seguir atrapándote con los que ya conoces.

Espero que te gustase la entrada de ayer, aquí tienes su continuación…

Contigo (leela después de leer Feliz Navidad)

«-No sé si puedo, Amelia. -Daniel respira entre dientes-. Joder, estás preciosa sentada en esa butaca con mi camisa, si no fuera porque siempre que te veo llevándolas me entran ganas de entrar dentro de ti, ya me habría desecho de los malditos pijamas.

-No podías estar desnudo en el hospital -le recuerdo tras humedecerme los labios.

-No hagas eso -farfulla.

-No te levantes -le detengo cuando suelta la sábana.

-Pues entonces ayúdame. No puedes pretender que me quede aquí quieto y te escuche cuando puedo oler desde aquí que tú también me deseas. Deja de humedecerte los labios, deja de mirarme de esa manera, si pretendes que te escuche.

-No, deja de mirarme tú.

-Imposible.

-Quiero que me escuches, Daniel. Necesito hablarte de mi regalo.

-Tú y Laura sois mi regalo, Amelia. No quiero nada más.

-Daniel…

-Está bien, si quieres que te escuche, vas a tener que ayudarme.

Le miro, la lámpara que hay detrás de mí también le ilumina, pero su cuerpo está medio cubierto de sombras. Distingo su rostro, los ojos oscuros, la fuerte mandíbula, la tensión que le domina los hombros. Se está conteniendo, y le está costando.

-Te ayudaré, no te muevas.

Él asiente, se pone en mis manos. Me levanto y me dirijo al armario, siento la mirada de Daniel recorriéndome la espalda, la camisa del pijama me cubre las nalgas pero noto allí la promesa de sus caricias. La piel desnuda de mis piernas se estremece. Saco unas medias negras del cajón y las oculto en el interior de la mano. Cierro los ojos un segundo antes de darme media vuelta. Cuando lo hago, el impacto del deseo y del amor de Daniel me tambalea.

Camino hasta la cama, a él se le acelera la respiración y le tiembla el músculo de la mandíbula.

-Cierra los ojos -susurro.

Daniel los cierra de inmediato. Me siento a su lado y le acaricio el rostro, él intenta controlar el impacto que le produce sentirme. Acerco el rostro al suyo y le beso. Primero despacio, hasta que le muerdo el labio y él los separa para dejarme entrar. Gime, tensa los tendones del brazo, aprieta los dedos en la sábana. Seguiría besándolo, dejando que sus suspiros y su sabor entrasen dentro de mí, pero antes debo contarle lo que he hecho.

-Daniel… -pronuncio su nombre al apartarme. Él se pasa la lengua por el labio y el torso le tiembla un instante-. Voy a taparte los ojos con una media, ¿de acuerdo?

No contesta, mueve la cabeza para indicarme que me ha escuchado y que está dispuesto a seguirme. Le cubro los ojos con la media, tengo que ponerme de rodillas en la cama y pegarme a él para atarle el nudo en la parte posterior de la cabeza. Mis pechos quedan a la altura de su rostro y noto la respiración de Daniel en ellos.

-Dios, Amelia…ayúdame.

Le acaricio el pelo, enredo los dedos en los de la nuca y agacho la cabeza para morderle el cuello.

-Tranquilo, sólo tienes que estar así unos minutos más. Lo estás haciendo muy bien.

Él se estremece, veo que aprieta la sábana, pero la respiración aminora y siento que controla el deseo y que cede ante mí.

-Gracias -susurra.

Me aparto y camino hacia el armario sin dejar de mirar a Daniel, los músculos de su torso desprenden tanta fuerza que cierro las mas manos para contener las ganas de tocarlos. Encuentro, casi a tientas, lo que estoy buscando y regreso a su lado. Dudo unos segundos frente a la butaca, tal vez sería mejor que me sentase allí, lejos de él. Lejos de la tentación que Daniel representa, pero no lo hago y sigo caminando.

Él respira entre dientes al notar que vuelvo a estar a su lado.

-Estoy aquí, Daniel -afirmo-. Tranquilo.

Paso una mano por su pecho, la detengo encima del corazón, encima de una de sus cicatrices.

-Tengo tus regalos -sigo-. Primero voy a abrir el sobre.

El ruido de la lengüeta de papel suena en el dormitorio.

-Son unos documentos, podría haberlos preparado yo pero le pedí a Patricia que los redactase.

-¿Qué has hecho, Amelia? ¿Quieres separarte de mí?

-¡No, por supuesto que no! ¿Cómo se te ocurre preguntármelo? -Me he sentado en su regazo y aunque él sigue llevando la media alrededor de los ojos le sujeto el rostro entre las palmas de las manos y le miro-. Siempre quiero estar contigo. Siempre.

-Entonces, ¿de qué documento estás hablando? Dímelo, por favor.

-Es un cambio de nombre, Daniel. Para Laura.

Vuelve a respirar tranquilo.

-¿Para Laura?

-Sí, cuando nació dijiste que tenías miedo de llamarla Laura. Dijiste que no querías que la desgracia de tu hermana fuese una sombra para nuestra hija. Dijiste que no querías que la tristeza se acercase nunca a nuestra Laura.

-Me acuerdo, tú dijiste que el nombre de mi hermana era perfecto para ella.

-Sí, eso dije. Lo es, pero te conozco Daniel y sé que sigues creyendo que necesitas ahuyentar el pasado de la pequeña Laura. Sé que siempre la protegerás, que serás el mejor padre del mundo para ella, y por eso he pensado que podíamos cambiar el nombre de Laura por Laura Daniela.

-¿Laura Daniela?

-Sí, Laura Daniela Bond es perfecto, así siempre estarás con ella. Tú la protegerás, Daniel. Tú cuidarás de nuestra Laura.

Daniel no dice nada, traga saliva. La nuez sube y baja pesadamente por su garganta. Le tiemblan las manos y noto su erección bajo mis nalgas.

-¿Te gusta?

Sigue en silencio.

-No es definitivo -me apresuro a añadir-, para hacer efectivo el cambio de nombre debemos firmar los dos, así que…

-Es perfecto. Gracias -me interrumpe con la voz ronca.

-De verdad.

-¿Los documentos están delante de mí?

-Sí.

-Dame un bolígrafo -ordena firme sin quitarse la media de alrededor de los ojos.

Me levanto y me acerco a su mesilla de noche. Abro el cajón, hace días vi allí su estilográfica, es negra, completamente negra. Vuelvo a la cama con la pluma en una mano y los documentos en la otra. Daniel no se ha movido pero detecta el instante exacto en que me detengo delante de él.

-¿Tienes los documentos y algo para firmar?

-Sí, tengo tu estilográfica.

-Dámela. -Tiende la mano derecha y coloco la pluma en la palma-. Busca la página que tengo que firmar.

Separo el documento, paso los folios sin leerlos pues los he revisado cientos de veces, no porque dude de Patricia sino porque estaba nerviosa. Tenía muchas ganas de contárselo a Daniel.

-Es aquí.

Sujeto los documentos por la página en cuestión y Daniel levanta la mano hacia ellos.

-¿Aquí? -Le sujeto la muñeca y coloco la mano justo encima de la línea de puntos. Él firma al instante-. ¿Ya está?

Observo su firma, es firme, impactante, desprende la misma seguridad que el hombre que la ha estampado.

-Ya está.

Dejo los papeles en la mesilla de noche y me agacho para besar apasionadamente a Daniel. Él me muerde el labio inferior de lo intensa que es su reacción. Siento los latidos de su corazón en mi sangre, Daniel sigue sujetándose de la sábana, sabe que cuando nos toquemos no podremos detenernos ni para respirar.

-Daniel, tengo que…

-Por Dios, Amelia, no me pidas nada más y deja que entre dentro de ti. Por favor.

-Todavía no, Tengo que darte otra cosa.

Levanta la comisura del labio y suspira.

-No creo que pueda soportar otro regalo, Amelia. Me has dado demasiado.

-No, Daniel. Te daré mucho más, siempre te daré más.

Agacha la cabeza y apoya la frente en el hueco de mi cuello. Respira despacio, me lame el pulso y tiro del pelo de su nuca. Suelto despacio los dedos y los bajo por sus brazos desnudos hasta detenerlos en sus muñecas.

-La cinta, mi cinta, empieza a romperse -susurro pegada a su oído. Él se estremece.

-Lo sé.

-Deberías quitártela.

-Jamás.

Deslizo los dedos por debajo de la cinta de cuero, está raída, hay trozos donde esta suave y otros donde está áspera. El nudo está apretado y Daniel tiene la costumbre de tocarlo muy a menudo.

-Enseguida vuelvo.

Él suelta el aliento y el torso le sube y baja despacio. Sé que si yo no le hubiera pedido que estuviese quieto me sujetaría por la cintura y evitaría que me levantase. Regreso al instante con una cajita de cartón rodeada por una cinta de cuero. Aflojo la cinta y la sujeto entre los dedos mientras me siento de nuevo en el regazo de Daniel. Le cojo la mano y le aflojo los dedos hasta que consigo que suelte la sábana.

-Este regalo es para ti. -Levanto la muñeca y empiezo a rodearla con la cinta nueva-. Es el mismo cuero, me he pasado semanas buscándolo.

-Basta, Amelia. Te necesito.

Anudo la cinta justo encima de la otra, más vieja e igual de importante y significativa.

-Y yo a ti. -Me acerco la muñeca a los labios y beso el interior-. Mi regalo no es la cinta. Mi regalo es un tatuaje.

Le levanto el brazo y le lleno de besos la piel. He empezado por la muñeca y sigo hasta el codo. Allí me detengo un segundo y capturo la piel un segundo entre los dientes. Cuando le oigo sisear, sigo hasta acercarme al hombro.

-He pensado que podrías tatuarte aquí una cinta, tal vez podrías añadirle una “A”, aunque no hace falta. Sé que siempre que la veas pensarás en mí.

-Necesito tocarte. ¿Puedo tocarte?

-Claro que puedes.

Suelta la sábana y sus dedos empiezan a desabrochar los botones de la camisa de pijama que llevo puesta.

-He encontrado un estudio de tatuaje, he reservado hora para nosotros dentro de dos días. Yo estaré contigo. Duele un poco y si no quieres…

-Quiero. Quiero tener tu marca en mi cuerpo. Ya la tengo en mi alma, quiero tenerla de todas las maneras posibles.

-¿De verdad?

-Amelia, cuando toco la cinta te veo, te siento, recuerdo tus besos, tus caricias, tu aliento. El tatuaje me recordará todo eso y más. Nunca antes nadie me había pedido nada tan personal ni tan intenso.

Ha terminado de desabrocharme la camisa y mi piel roza la de su torso.

-Te amo, Daniel. Túmbate en la cama, por favor.

Me sujeta por la cintura con cuidado, como si estuviese hecha de cristal, y me levanta para depositarme en la cama. Sigue llevando los ojos vendados y su cuerpo está dominado por el deseo y esa tensión tan animal inherente a Daniel. Se tumba en la cama tal como le he pedido y coloca los brazos a ambos lados de su cuerpo.

-Amelia. Dime qué más tengo que hacer, qué más necesitamos los dos.

Me quito la camisa, la tela cae a mi espalda. Me levanto un segundo para deshacerme de la ropa interior y me muerdo los labios al ver el impresionante cuerpo desnudo de Daniel.

-¿Quieres que te quite la media de alrededor de los ojos?

-¿Quieres quitármela?

Me siento encima de él, separo los muslos y desciendo despacio encima de Daniel. Él suelta el aliento y tensa los pectorales.

-Necesito verme en tus ojos. Es muy erótico y sensual saber que puedo vendarte los ojos, atarte las manos, acercar una vela a tu piel. Es precioso y me honra que confíes tanto en mí.

-Tú eres preciosa, Amelia. Jamás soñé que existiera una criatura tan hermosa como tú. -Traga saliva-. Y me amas.

-Por supuesto que te amo, Daniel.

-Quítame la venda, por favor, pero antes ponme dentro de ti. No puedo esperar más. Es demasiado.

-¿El qué? -le pregunto mientras me levanto y le guío con cuidado hacia mi interior.

-Lo que siento, este amor. Es demasiado.

Bajo lentamente, a los dos nos cuesta respirar. Apoyo las manos en su torso y él aprieta los dedos en mi cintura. Estamos unidos, nuestros cuerpos, nuestras vidas, nuestras almas.

-No es demasiado, Daniel. -Llevo la mano hasta su rostro y tras acariciarle la mejilla tiro de la media y sus ojos quedan al descubierto-. Es perfecto, Daniel.

-Amelia…

-Te amo, Daniel. Eres el amor de mi vida, eres mi destino, mi pasado, mi futuro. Contigo soy todo lo que puedo ser.

-Yo… -se muerde el labio, está a punto de llegar al final. Le siento temblar dentro de mí. Su deseo nunca antes había estado tan al límite-. Contigo…

-Chis… -Coloco dos dedos en su boca-, dime lo que sientes.

-Siento tanto, tanto amor, tanta pasión, tanto deseo… No puedo controlarlo.

-No lo controles. Estoy aquí. Contigo.

-Sí, conmigo.

Sus ojos negros se clavan en los míos, levanta las manos y las sube frenético por mis brazos hasta llegar a mi rostro. Entonces tira de mí.

-Contigo. Solo contigo.

Me besa apasionadamente, su aliento entra dentro de mí al mismo tiempo que todo su amor. Nos rendimos y nuestros cuerpos se entregan sin límite el uno al otro. »

Te prometo que esto es solo el principio de lo que estoy escribiendo…

Tengo otro regalo preparado para la última noche del año, ¿estarás aquí?

Miranda Cailey Andrews.

Contigo

Contigo

 

 

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Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Feliz Navidad

Te pido disculpas por el retraso y la casi ausencia, sólo puedo decirte que las historias que estoy escribiendo están avanzando a un ritmo trepidante…y que tengo muchas ganas de que lleguen a tus manos.

Es Navidad y desde mi hogar, rodeada de apuntes y tazas de té, de niñas que gritan y se quejan porque quieren disfrazarse y jugar con los regalos de Santa Claus, y con los árboles susurrándome desde la ventana, te deseo lo mejor del mundo. Aquí tienes mi pequeño regalo…

Feliz Navidad

«No sé exactamente qué me ha despertado, no ha sido ningún ruido. Laura sigue dormida en su cuna, la luz del aparato de escucha no se ha iluminado, y Daniel está también dormido a mi lado. Giro el rostro hacia Daniel y le acaricio la mejilla, la barba incipiente me hace cosquillas en la palma y él suspira al notar mi mano. Me espero un segundo, él no abre los ojos y le aparto un mechón de la frente. Después, salgo con cuidado de la cama y en silencio camino hasta el dormitorio de nuestra hija. Me imagino que todas las madres primerizas sufren de esta manera, pero si no es así, no me importa ser distinta. No voy a justificarme por estar completamente enamorada de mi pequeña, y Daniel lo está aún más. Nunca antes le habían brillado los ojos como cuando mira a Laura, es precioso. Entro en el dormitorio y me acerco a la cuna. Está plácidamente dormida, en una mano sujeta las orejas del conejito que Daniel le compró cuando nació. Respira despacio y cuando le acaricio la delicada mejilla sonríe igual que su padre. Es idéntica a él.

Me acerco dos dedos a los labios y deposito un beso en ellos, y después coloco los mismos dedos en la pequeña nariz de Laura. Yo también sonrío y abandono el dormitorio con el mismo sigilo con el que he entrado. La luz que entra por el gran ventanal del comedor me permite caminar sin encender ninguna luz y al cruzar la puerta de nuestro dormitorio compruebo que Daniel sigue durmiendo. Está tan tranquilo, aún hay noches en las que se despierta sudado o incluso furioso, y todavía hay días que se encierra dentro de sí mismo, pero siempre termina dejándome entrar. Cojo mi Moleskine roja, un cuaderno que me regaló Daniel hace meses y me pidió que lo utilizase para escribir lo que siento. Yo nunca antes había sentido la necesidad de poner por escrito mis emociones, pero para variar Daniel me conoce mejor que yo misma. Él siempre ha adivinado mis necesidades y ha confiado en mí para que yo adivinase las suyas.

Hay una pequeña butaca en una esquina del dormitorio, cerca del armario. Detrás del sofá hay una preciosa lámpara de pie, es antigua y sé que vale mucho más de lo que Daniel reconoció cuando me la regaló. La enciendo y me siento en la butaca con el cuaderno y un lápiz en la mano. Empiezo a escribir, el lápiz forma palabras y al leerlas entiendo porque me he despertado. Estoy nerviosa, mañana, dentro de unas horas, es Navidad. La primera Navidad que pasaremos los tres juntos libres de amenazas y de maldad. El regalo que tengo para Daniel descansan en el fondo del armario que está a mi espalda, tengo muchísimas ganas de dárselo, de ver la sonrisa que aparecerá en su rostro, de sentir su mirada sobre la mía.

-¿Puede saberse por qué estoy solo en la cama?

La voz de Daniel me hace cosquillas en el corazón y al apartar la vista del cuaderno veo que él sigue tumbado. Está de lado, con el rostro hacia mí y los ojos entreabiertos.

-Daniel, no quería despertarte.

-Ya sabes que no puedo dormir sin ti. Ven a la cama.

Le miro durante unos segundos y el corazón me late con una emoción abrumadora. Le amo tanto. Él se da cuenta de que no me he levantado y arruga las cejas preocupado.

-¿Sucede algo, Amelia?

-No, nada -le aseguro tras carraspear-. Te amo.

-Yo también te amo.

Se incorpora. La sábana le resbala y el torso queda al descubierto; los fuertes músculos, las cicatrices, la fuerza. Necesito estar con él, tocarle, abrazarle, besarle. Protegerle de todo y asegurarle que siempre estaré a su lado.

-Estaba escribiendo -le digo. Aunque es verdad que siento el impulso de levantarme, me obligo a seguir sentada-. Gracias por regalarme el cuaderno, Daniel.

-De nada. -Veo que aprieta la sábana entre los dedos-. Amelia, si no vienes a la cama ahora mismo, me levantaré y vendré a buscarte…

-No. Quédate donde estás y escúchame.

Continuará. »

Mañana podrás leer más….si te pasas por aquí, por supuesto.

Miranda Cailey Andrews.

Feliz Navidad

Feliz Navidad (sé que la foto es en color… pero era necesario, ya lo verás)

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Escribiendo, James, Marina, Nunca es suficiente, Raff

Una mirada… para pedirte que te quedes.

Sé que estos últimos días he estado un poco desaparecida y lo siento, pero dedico todo mi tiempo (y más le dedicaría si lo tuviera) a la historia que estoy escribiendo. Es distinta a todo lo que has leído hasta ahora y estoy tan impaciente por terminarla y presentarla a la editorial que a menudo me olvido del mundo real. Por suerte mi familia está a mi lado y se encargan de recordarme que hay vida lejos del ordenador (y de poner lavadoras, recoger a las niñas, y encender la calefacción del estudio).  Espero poder compartir contigo esta nueva novela algún día, quiero que tengas tantas ganas de leerla como yo de escribirla.

Y un último secreto, estos días, cuando pienso que no lo conseguiré, escribo sobre los personajes de mis anteriores novelas. Son un tesoro y necesito que sigan existiendo. Daniel, Amelia, Nat, Jasper, Marina, Rafferty y James aún tienen mucho que contar. Aquí te dejo una mirada.

Quédate

Quédate

Una mirada… para pedirte que te quedes

«Nos vamos los tres juntos a Japón, James, Rafferty y yo. Nunca existió la posibilidad de que dejásemos a James hacer este viaje él solo. Él lo sabía, aunque probablemente quería negarlo y estaba dispuesto a mantener su fachada de hombre fuerte e impenetrable para evitar que Rafferty y yo le acompañásemos. Debo confesar que a pesar de que es maravilloso sentirme tan cuidada aún me duele comprobar que James siente que no puede pedirnos algo. Lo que sea. Todo. A Rafferty también le duele. No me lo ha dicho, estos dos hombres se empeñan tanto en demostrar su fortaleza que les cuesta hablar de sus sentimientos, pero lo sé. Yo nunca he estado en Japón, he viajado mucho por la O.N.G pero nunca a un país oriental. Sin embargo, siempre me había llamado la atención.

James se ha encargado de todo, en realidad desde que le dijimos que si no nos dejaba acompañarle cogeríamos el siguiente vuelo y nos plantaríamos en Tokio tanto si quería como si no farfulló un antipático “de acuerdo” y nos dijo que él compraría los billetes y reservaría el hotel. Y que no quería seguir hablando del tema.

Y ahora sé porque.

El muy idiota se ha asegurado de que no estemos los tres juntos en ningún momento. Oh, sí, los tres estamos en primera, pero Rafferty y yo en la fila dos y él en la fila diez. Y esto no es lo peor de todo. En mi billete figuro como señora Jones, señora de Rafferty Jones. Adoro a Raff, le amo con todo mi corazón, pero también amo a James. Por eso mismo decidimos que yo mantendría mi nombre de soltera y que sí en algún momento me apetecía utilizar el de casada este sería Marina Jones-Cavill.

-Será un error informático -ha dicho casi sin mirarme cuando le he preguntado a qué demonios venía lo del nombre.

-Señora Jones, tiene que ocupar su asiento. Estamos a punto de despegar -me ha recordado una azafata. Y la muy descarada no ha dejado de mirar hambrienta a James-. ¿Puedo ofrecerle algo de beber, señor Cavill?

-No, gracias. -James ha tenido la decencia de carraspear incómodo y de no mirarla a los ojos.

La azafata se ha ido, aunque estoy segura de que volverá en cuanto pueda. James crea este efecto. Es adictivo.

-Tienes que ir a sentarte, Marina.

-Esto no ha acabado, James.

Me voy porque sé que si no lo hago Rafferty no tardará en aparecer y no quiero que los tres discutamos en medio del avión. Rafferty solo ha accedido a quedarse sentado porque se lo he pedido, pero si tardo más vendrá a buscarme y le echará en cara a James su cobardía por intentar ocultarnos.

-¿Qué te ha dicho el señor Cavill? -es lo primero que me pregunta Rafferty tras asegurarse de que me abrochado el cinturón. Me coge de la mano y entrelaza nuestros dedos.

-Nada -refunfuño.

Rafferty me levanta la mano y deposita un beso en los nudillos.

-No lo entiendo, él siempre ha sido el más valiente de los tres -me dice sin apartar los labios de mi piel.

A Rafferty todavía le duele saberse culpable de nuestra separación. Fue una etapa muy dolorosa para los tres, pero ya la hemos superado.

-No fue culpa tuya, Raff -insisto-, creías que nos estabas protegiendo.

-Fue un infierno. Jamás he sufrido tanto como cuando estábamos separados. Y os hice pasar por ello, Marina.

Enredo los dedos de la mano que tengo libre por su pelo y le acerco a mí para besarle. Sus labios tiemblan un segundo bajo los míos, los separa. Susurra mi nombre y cuando nuestras lenguas se acarician le siento rugir. La ternura siempre forma parte de Raff pero ese beso no tarda en convertirse en furia, en fuego, en pasión. Está tan furioso como yo con James y en ese beso no duda en demostrármelo, en desahogarse. Me muerde el labio para después pasar la lengua por la marca de los dientes. Aprieta la mano que tiene en la mía y la otra aparece en mi espalda para pegarme a él. Los asientos de primera son como butacas enormes y odio ese maldito cinturón que me prohibe soltarme y sentarme en el regazo del hombre tan maravilloso y apasionado que me está besando.

-Joder -masculla al separarse-, te necesito. Este maldito vuelo dura casi doce horas. No voy a poder soportarlo.

Sonrío y le acaricio la mejilla mientras él respira despacio y mantiene la mirada fija por la ventana. Hemos despegado y no me he enterado.

-Tranquilo, Rafferty. A mí me sucede lo mismo. -Aflojo el cinturón un poco para poder darle un beso en la mandíbula que él no puede dejar de apretar-. Prometo arreglarlo en cuanto aterricemos.

-El señor Cavill nos debe una explicación -afirma Rafferty enfadado, aunque respira mejor que antes.

-Unas cuantas.

Rafferty vuelve a girarse entonces hacia mí y levanta las manos para sujetarme el rostro. Se acerca despacio, me besa los párpados -he cerrado los ojos sin darme cuenta- y después los pómulos antes de detenerse en mis labios y darme un beso. Dulce. Sensual. Maravilloso.

Tiemblo. Maldita sea, les quiero tanto.

Abro los ojos y veo que Rafferty tiene el rostro ligeramente ladeado y la mirada fija en la fila detrás de la nuestra. Si la persona que ocupa ese asiento se ha entrometido entre nosotros va a tener un problema.

El fuego de la mirada de Rafferty me desconcierta y muevo la cabeza en busca de ese desconocido. Es James, estaba tan perdida en el beso de Raff que no me he dado cuenta de que James se levantaba de su asiento -en la fila diez- y venía a sentarse detrás mío.

-Vuelve a besarla -le pide James a Raff con la voz ronca. Tiene los ojos brillantes, casi como si estuviese conteniendo unas lágrimas, y los puños apretados.

-Si te levantas de ese asiento y se te ocurre volver a alejarte de nosotros, te lo haré pagar Jamie -le amenaza furioso y herido Rafferty.

-No me moveré -asegura James y veo un dolor extraño y profundo en su mirada-. Está arreglado -añade críptico-. Estaré aquí todo el vuelo. Vuelve a besar a Marina, por favor.

Rafferty me está acariciando la nuca con una mano y noto que la tensión sigue dominando su cuerpo, pero ahora además de deseo y rabia hay algo más. ¿Miedo? ¿Preocupación? ¿Dolor?

Miro a James y no hace falta que le diga nada. Suspiro y suelto despacio el aliento.

-Bésame, Raff, cariño. James no se irá de donde está.

Rafferty se gira hacia mí y su rugido se pierde entre nuestros labios.»

Enamórate de Marina, Rafferty y James y seguiré contándote sobre ellos ♥

Miranda Cailey Andrews.

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