Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Por ti

Lamento haber estado tan ausente, pero tengo tres buenas noticias. La primera es que estoy a punto de mandar la nueva novela a la editorial. La segunda es que me estoy planteando hacer algo especial para Navidad. Y la tercera es que aquí tienes una nueva escena inédita entre Daniel y Amelia (si quieres situarte mejor, lee la entrada anterior, la escena de este post se sitúa unos días más tarde).

Por ti

“Llegamos al hospital un lunes por la mañana. Daniel me acompañó hasta allí y se quedó a mi lado día y noche. Le dije que no hacía falta, por suerte lo de papá solo había sido un susto e iba a recuperarse. Los primeros días fueron muy duros y mamá y yo nos aseguramos de reñir a papá por haber forzado tanto la máquina; ya no es un chiquillo y debería de cuidarse mejor. Daniel estuvo a mi lado, ignoró por completo las llamadas y los correos de Patricia sin ni siquiera pestañear, parecía adivinar hasta mi último pensamiento incluso antes de que yo lo tuviera.

Tendría que haberme imaginado que sucedía algo.

Oh, no me quejo, Daniel es el hombre más atento y protector que existe en el mundo. De hecho, nos hemos discutido más de una vez porque insiste en meterse en aspectos de mi vida en los que no es necesario (ni requerido) que intervenga. Pero esos días en el hospital era exagerado y cuando le pregunté si estaba intentado compensarme por algo, me miró furioso y… Me estremezco al pensarlo…y me besó como un poseso contra la pared de la habitación del hotel donde nos alojábamos y entró dentro de mí sin desnudarnos.

Hoy estoy sola. Daniel se ha ido de viaje. Me lo dijo por la noche, de eso hace una semana, justo unos segundos antes de prepararse la maleta. Dice que es por trabajo, pero el peso que me oprime el pecho insiste en lo contrario, cada latido de mi corazón me duele al pensar que Daniel está en peligro de nuevo o que me está traicionando…No, esto último no, Daniel no sería capaz de hacerme tanto daño.

Yo he decidido quedarme en Oxford. No quiero estar sola en nuestra casa de Londres y la verdad es que puedo trabajar desde aquí y así mamá se distrae cuidando de Laura. Mi hija está encantada de tener a la abuela para ella sola, pero sé que ella también echa mucho de menos a Daniel. Las dos le echamos mucho de menos. A papá le dan el alta mañana, mamá se ha quedado a pasar la noche con él en el hospital y yo he bañado a Laura y he estado jugando un rato con ella. Mamá es maravillosa con la niña, Laura le toma el pelo como quiere -igual que hace conmigo-, pero lo cierto es que me ha gustado estar unas horas a solas nosotras dos. Ahora, sin embargo, con la pequeña durmiendo tranquilamente en la habitación de al lado y la casa en silencio, tengo unas absurdas e incontrolables ganas de llorar.

¿Qué diablos está haciendo Daniel en Nueva York?

El teléfono suena y a mí casi me da un infarto. Es él. Daniel. Ver su rostro en la pantalla me remata el corazón. ¿Por qué no tendré el sentido común de eliminar esa foto y dejar solo su nombre? Sé la respuesta, obviamente, porque esa foto de Daniel despeinado y con una sonrisa en nuestra cama es uno de mis mayores tesoros. Al sujetar el móvil me doy cuenta de que estoy temblando y suelto despacio el aliento para tranquilizarme.

-Hola, Daniel.

-Estás llorando -adivina él de inmediato, casi puedo oírle apretando los dientes-. ¿Qué ha pasado? Dime por qué estás llorando.

-Estoy cansada, eso es todo.

-No es verdad. Te he visto trabajar durante días sin dormir, apenas podías tenerte en pie y tenías mal humor, pero no llorabas. ¿Qué te pasa, Amelia?

-He estado jugando con Laura -le respondo evasivamente-. Te echa mucho de menos. Las dos te echamos mucho de menos.

-Joder, Amelia. No me hagas esto. Por favor-. Le oigo apretar el aparato-. Por favor.

-¿Qué te estoy haciendo, Daniel? -odio discutir con él. Lo odio con todas mis fuerzas.

-No me necesites ahora, cuando no estoy contigo. -A pesar de que tiene la voz baja esa frase contiene tanta fuerza que ha sido como si me estuviese gritando.

-Pero te necesito Daniel…

-Y yo a ti. Joder, Amelia. Basta.

-¿Basta? -Me seco furiosa una lágrima-. ¿¡Basta!?

-Sí. Basta, Amelia. Por favor.

Hay algo en esas últimas palabras que me inquieta y noto que me escuecen los ojos. Algo va mal. Muy mal.

-¿Qué sucede, Daniel? ¿Cuándo volverás? -Daniel me ha llamado todos los días, bastaba con que descolgara el teléfono para que él me inundase a preguntas sobre Laura o sobre papá. Después, cuando estaba seguro de tener toda la información, me preguntaba sobre mí durante largo rato. Hoy es distinto. El día que se fue me dijo que volvería al cabo de una semana, tengo el horrible presentimiento de que no va a ser así-. ¿Cuándo volverás, cariño?

-Dios mío, Amelia. Te necesito. -Suelta el aliento-. Joder. Mierda. Maldita sea.

-¿Qué sucede, Daniel? Me estás asustando.

-Tengo que quedarme unos días más.

La noticia cae sobre mí cual jarra de agua fría. Ahora mismo tengo tanto frío que probablemente me rompería si intentase dar un solo paso.

-Entonces -empiezo tras tragar saliva-…Laura y yo nos subiremos en el primer avión que salga de Londres rumbo a Nueva York.

-No.

-¿No?

-Por favor no vengas, Amelia. Maldita sea, no es lo que piensas -adivina-. Te necesito, te quiero. Te echo tan jodidamente de menos que ni siquiera puedo respirar. Pero no vengas. Por favor.

-¿Qué está pasando, Daniel? Dímelo de una vez.

-Confía en mí. Me prometiste que siempre confiarías en mí. -Sabe que me dolerá que me recuerde esa promesa-. Me lo prometiste.

Ahora podría recordarle las promesas que él me ha hecho y que está rompiendo con ese viaje, con el secreto que me está ocultando. No lo hago, solo serviría para que se pusiera a la defensiva.

-Está bien. Confío en ti, sabes que confío en ti. -No puedo resistir añadir. Quiero seguir hablando con él, después ya pensaré si viajo a Nueva York (en realidad ya he decidido que voy a ir). Dejaré a Laura con mamá y papá e iré al aeropuerto-. ¿Dónde estás?

Aquí son las doce de la noche, lo que significa que en Nueva York son las siete de la tarde.

-En el apartamento. -Le oigo quitarse la corbata y la americana. Me lo imagino desabrochándose los botones del cuello de la camisa-. ¿Sabías que James también boxea? Tiene una habitación adecuada como gimnasio y utiliza el mismo saco que yo.

Daniel está instalado en el antiguo piso de James, uno de los maridos de Marina. Daniel, siendo como es, quería ir a un hotel, pero James y Raff lo llamaron cuando estaba en el avión. No sé qué le dijeron, pero cuando aterrizó en Nueva York se fue a casa de James. Marina me ha contado que es un apartamento precioso y que el portero del edificio, aunque no tenga demasiado sentido, es un ex marine. Sea como sea, me tranquiliza pensar que Daniel está allí. Pero la idea de que quiera boxear no me gusta en absoluto. Hace meses que Daniel no boxea.

-¿Vas a boxear?

-Sí.

-¿Por qué?

Daniel se ríe y a mí se me pone la piel de gallina.

-Porque hace demasiados días que no estoy con mi esposa y no puedo más.

-Oh.

-Sí. Oh.

-Vaya.

-¿Te estás riendo de mí, Amelia? Porque si es así, voy a colgar.

-No, no cuelgues. -El corazón me está trepando por la garganta-. Pon el altavoz. -No oigo nada durante unos segundos y temo que la llamada se haya interrumpido o que Daniel me haya colgado. Jamás he hecho nada parecido a lo que pretendo hacer y el miedo al ridículo me hace arder las mejillas. Sacudo la cabeza y me recuerdo que ya no soy así-. ¿Me has oído, Daniel?

-Te he oído -responde él al fin.

-¿Y?

-Casi me corro como un jodido adolescente.

Ignoro esa frase, aunque un nudo de calor se instala en mi estómago y empieza a extenderse.

-¿Has puesto el altavoz?

-Sí.

-Yo también -le aseguro tras hacerlo. Mi voz flota ahora por ese apartamento de Nueva York y la de Daniel en la habitación de invitados de casa de mis padres-. ¿Te estás desnudando?

-No.

Me lo imagino completamente inmóvil, con esos músculos tan perfectos temblando del esfuerzo.

-Quítate la camisa, los zapatos, los calcetines y los pantalones. ¿Estás en el dormitorio?

-Sí -contesta mientras se quita las prendas que le he pedido-. Es la habitación de invitados.

Sonrío. Ya sabía yo que Daniel sería incapaz de dormir en la cama que James comparte con Raff y Marina cuando van a la ciudad. Mi marido es así de respetuoso para esas cosas.

-Yo también estoy en la habitación de invitados de casa de mis padres -susurro. Me he tumbado en la cama y tengo el móvil en la almohada al lado de la cabeza-. Túmbate en la cama, Daniel, y cierra los ojos. Imagínate que estás en casa, a mi lado.

-No puedo, Amelia. Me volveré loco si lo hago.

-Hazlo. Cierra los ojos y pon el teléfono en la almohada donde puedas oírme. Yo también estoy así. Te echo mucho de menos, amor mío.

-Me estás matando, Amelia.

-¿Sabes en qué estoy pensando? -le pregunto.

-¿En qué?

-En lo que te haría si estuviera allí contigo.- Me muerdo el labio y sé que él lo ha sentido-. No te besaría. No te lo mereces, sé que me estás ocultando algo.

-Amelia. Por favor. No podría soportar verte y que no me besaras.

-Oh, pero no tendrías más remedio que soportarlo porque no podrías tocarme. No moverías ni un solo músculo, estarías quieto. Temblando. Esperando a que yo te tocase y te besase. Esperando a que te acariciase y recorriese cada centímetro de tu cuerpo con las manos y con mis labios.

-Dios, Amelia. Te necesito. Tócame, por favor. Dime que puedo tocarme.

El corazón me da un vuelco. A pesar de la distancia, Daniel me necesita.

-Antes de eso -le provoco porque sé que eso es exactamente lo que Daniel necesita-, dime qué quieres de mí.

-Todo. Maldita sea. Siempre lo quiero todo de ti -contesta entre dientes-. Quiero besarte. Quiero meterme dentro de ti y no correrme hasta que tú me des permiso. Quiero abrir los ojos y ver cómo me miras al tener un orgasmo. Joder, Amelia, estás tan preciosa. Es como si no pudieras creerte que estás conmigo, cuando en realidad soy yo el que jamás se merecerá estar contigo.

-Deja una mano en la cama, Daniel, sujétate a la sábana y no la sueltes. Yo también estoy en la cama, estoy temblando, Daniel. Te necesito y te echo de menos. Mi cuerpo te echa de menos. -Bajo la mano por mi estómago. Me he quitado la camiseta que llevaba a modo de pijama, pero aún llevo los pantalones. Suspiro al meter la mano por debajo de la prenda. Suspiro. Daniel sabe me estoy acariciando.

-Amelia… -gime-. Por favor. Deja que me toque. Quiero tocarte, quiero ser yo el que te acaricie.

-Eres tú. -Muevo la mano-. Siempre eres tú. Igual que la mano que ahora está bajando por tu torso es la mía.

Daniel me ha entendido, estamos unidos para siempre. Mueve la mano y casi grita cuando sus dedos se meten por debajo de los calzoncillos.

-Aprieto los dedos despacio, Daniel. A ti te gusta sentir cómo tiemblas dentro de mi mano.

-Dios, Amelia. Por favor.

-Muevo la mano muy, muy, muy, muy… -tengo que humedecerme los labios-…muy despacio. Me detengo unos segundos y te muerdo justo encima de la cadera. Cerca de una de tus cicatrices. Estás a punto de…

-Sí…pero no lo haré hasta que tú me digas.

-Dime qué estás sintiendo.

-Te siento a mi lado -respira aceleradamente-. Tu piel quema al lado de la mía. Quiero besarte. Quiero tu sabor en mis labios. Cómo sea.

-Imagínate mis labios, Daniel, están justo encima de los tuyos. Buscándote, besándote. Estoy tan enfadada de lo mucho que te he echado de menos que te muerdo al apartarme. Los dos notamos el sabor de la sangre y a ninguno nos importa. Te beso el cuello y vuelvo a mover los dedos, te aprieto. Te sujeto tan fuerte que incluso te duele.

La respiración de Daniel me acaricia el oído a través del teléfono y mi cuerpo se tensa. Noto una gota de sudor en la frente, la habitación está a oscuras. Muevo la mano y me imagino que tengo a Daniel dentro. No es lo mismo, por supuesto, pero cuando oigo que él gime siento que estamos juntos y se me olvida la vergüenza.

-Más, Amelia. Por favor. Sin ti no…

-Estoy aquí, Daniel. Puedo sentir tu piel, prácticamente estás ardiendo. Tiemblas. Tienes el pelo pegado a la frente por el sudor. Sigo tocándote, voy más rápido. Los dos necesitamos que esto termine…

-¡No! Más. Amelia. Por ti, tengo que hacerlo por ti. Por favor… -gime, aprieta los dientes y creo que le oigo contener una súplica.

-Te recorro el brazo con la lengua, busco la cinta y al llegar a la muñeca te beso. Te acaricio, aprieto los dedos.

Nuestros cuerpos están separados, él está en Nueva York y yo en Oxford. Sin embargo en nuestras mentes estamos juntos en nuestra cama.

-Me coloco entre tus piernas, mi boca busca el lugar que hasta ahora han ocupado mis dedos y en cuanto mis labios te rozan te pido…

-No, no me lo pidas.

-Termina. Estoy contigo. No te contengas y déjate ir…yo estoy aquí.

El grito de Daniel invade la habitación en la que me encuentro, entra dentro de mí y me lleva la orgasmo. Los dos suspiramos nuestros nombres, nos estremecemos y nos odiamos un poco por estar separados.

-Te amo, Amelia. Confía en mí. Por favor.

-Confío en ti, Daniel. Yo también te amo -susurro con lágrimas en los ojos. Ese orgasmo, a pesar de la distancia o quizá gracias a ella, me ha destrozado-. Duerme un poco, cariño. Necesitas descansar.

-Te necesito a ti -suspira abatido-. Te necesito a ti.

-Duerme. Hablamos mañana. -Tengo que colgar antes de ponerme a llorar del todo.

-De acuerdo. -Está cansado y me lo imagino asintiendo con los ojos cerrados-. Hablamos mañana. Te amo.

-Y yo a ti.

Cuelgo y tras ponerme la camiseta voy a por mi ordenador. Tengo que subirme al primer avión que parta rumbo a Nueva York.”

©Miranda Cailey Andrews.

por ti

por ti

Espero que te haya gustado leer sobre Daniel y Amelia. Prometo contarte pronto qué pasa en Nueva York (quizá esta sea la sorpresa que quiero preparar para Navidad).

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor ♥

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, Escribiendo, Noventa Días, Todos los Días, Un Día Más

Jamás podré alejarme de ti…

Siempre incumplo mi promesa de ser más fiel al blog, de pasarme más a menudo y contarte cómo llevo la nueva novela. Lo siento. Espero que estés disfrutando del verano y que lo estés llenando de momentos intensos. Aquí te dejo unas páginas de regalo de algo en lo que estoy trabajando, no te inquietes, aunque Daniel y Amelia lo han pasado mal te prometo que su amor es ahora mucho más fuerte y tan intenso, apasionado, sincero y único como siempre…y que las escenas de esta historia son las más reales, sensuales, románticas y duras que he escrito nunca. Can’t wait for you to read them ♥

«Suena el teléfono a las dos de la madrugada y lo primero que hago es alargar el brazo y buscar a Daniel. Está a mi lado, su presencia basta para que durante unos segundos respire aliviada. Si él está aquí, lo demás carece de importancia. Enciendo la luz de la mesilla de noche y desvío la mirada hacia el aparato de vigilancia que tenemos conectado con el dormitorio de Laura. Ella sigue durmiendo tranquila y el corazón me da un vuelco al ver su precioso rostro. Laura es nuestra, mía y de Daniel, la hemos creado juntos y es la prueba más hermosa de nuestro amor.

El teléfono vuelve a sonar y se me cierra la garganta. No puedo evitar recordar una madrugada, tiempo atrás, en que la voz de una enfermera me dijo que Daniel había sufrido un accidente y estaba en coma, a punto de morir.

-Estoy aquí -me dice él acariciándome la espalda, adivinando mis pensamientos-. Iré a contestar.

-Gracias.

Busco su mano y estrecho los dedos antes de permitir que se aleje. Daniel me besa en los labios con fuerza y se aleja completamente desnudo en busca del aparato que no deja de sonar. Le oigo contestar desde el dormitorio, no sé quién es, pero seguro que en cuanto ha oído la voz seca y enfadada de Daniel se ha arrepentido de llamar a estas horas. Dejo de oír a Daniel y deduzco que ha colgado, pero él no vuelve al dormitorio.

¿Ha bajado la voz para que no pueda oírle? Él ya no me oculta nada, Ninguno de los dos tenemos miedo de compartir lo más profundo de nosotros con el otro. Me asusto, si Daniel ha bajado la voz es porque siente que debe protegerme. No soy consciente de salir de la cama, noto el suelo bajo las plantas de los pies y en cuanto llego al salón veo a Daniel con el teléfono aún en el rostro. Sigue hablando, abre y cierra la mano que tiene libre y su cuerpo está completamente tenso, listo para luchar. ¿Contra qué?

-¿Daniel? -Estoy temblando. Tengo miedo y odio tenerlo. No puedo soportar que vuelva a pasarle algo malo, es el mejor hombre que conozco y no se merece que su pasado reaparezca siempre que es feliz. No se lo merece. Me acerco a él, voy a tocarle, a besarle el hombro, el torso, la espalda, todo lo que pueda para que sepa que estoy aquí y que sea lo que sea lo que le estén diciendo por teléfono va a salir bien. Entonces, Daniel dice:

-No se preocupe, señora Clark. Por supuesto que ha hecho bien en llamar, lamento no haberlo sabido antes.

¿Mi madre? ¿Daniel está hablando con mi madre? ¿Qué ha pasado? La angustia me lleva a buscar la mano de Daniel y él captura la mía enseguida. Oh, Dios, ha sucedido algo grave.

-Claro, vaya. No se preocupe. Mañana estaremos allí. Amelia la llamará más tarde.

Mi madre cuelga sin despedirse, estoy tan cerca del aparato que puedo oírlo, y Daniel me rodea con los brazos y me aprieta contra su torso.

-Ven aquí -farfulla-. Tengo que abrazarte.

-¿Qué ha pasado?

Daniel suelta el aliento, su torso baja y sube lentamente bajo mi mejilla.

-Tu padre ha sufrido un infarto -me dice con la voz pausada-. Por suerte tu hermano estaba en casa con ellos y ha sabido reaccionar. Está en el hospital de Oxford.

-Tengo que ir ahora mismo -digo por entre las lágrimas e intentando soltarme.

-No, son las dos de la madrugada, Amelia. Tu madre me ha hecho prometerle que no iríamos hasta mañana. Tu padre está inconsciente y ella necesita dormir. Allí no puedes hacer nada. -Me acaricia la espalda hasta llegar a los hombros, una vez allí, tira de ellos suavemente y al mismo tiempo con fuerza para mirarme a los ojos-. ¿Lo entiendes?

-Es mi padre.

-Lo sé y aunque quizá no te lo creas entiendo que sientas la necesidad de ir corriendo a verle, pero es mejor que esperes hasta mañana. Aunque llegases ahora mismo al hospital, no podrías hacer nada. Tu madre me ha asegurado que los médicos han hecho todo lo que podían y que ahora toca esperar. Confía en mí.

Ha elegido esas palabras porque sabe que son lo único que puede tranquilizarme. Él.

-No puedo perder a papá ahora, Daniel. -Me abrazo a él con todas mis fuerzas-. Tiene que hacer de abuelo.

-Y lo hará.

Daniel se tensa, durante un horrible segundo temo que me esté ocultando algo, pero entonces él vuelve a apartarme de su torso y me besa apasionadamente.Baja las manos por mi espalda, me rodea la cintura y pega mi cuerpo al suyo, los dos desnudos. Ese beso no acaba, me dejo llevar por la fuerza de Daniel. Le necesito. Él lo sabe y me levanta en brazos. Me asusta perder a mi padre, supongo que me asustaría fueran cuáles fuesen las circunstancias, pero ahora que está Laura y que Daniel empieza a confiar en él, en que se merece ser feliz, no puedo soportarlo.

-Deja que esta noche sea yo quien ahuyente tus pesadillas, Amelia -me pide Daniel besándome el cuello mientras camina de regreso a nuestro dormitorio-. Por favor.

Me tumba en la cama y estoy a punto de decirle que no puedo. El miedo que he sentido al oír la noticia sobre mi padre se ha extendido por mi cuerpo, pero Daniel se tumba encima de mí y no deja de besarme. Me sujeta las muñecas con una mano y las coloca por encima de mi cabeza.

-Confía en mí, Amelia. Dame esta noche tu dolor, puedo soportarlo.

Me mira a los ojos cuando dice esa frase y me besa despacio sin soltarme las manos.

-Oh, Daniel -suspiro por este hombre que no sabe lo fuerte que es ni lo generoso que es su corazón.

Daniel me besa el cuello y baja la mano que tiene libre por mi cuerpo.

-Voy a atarte las manos a la cama -me dice con la voz ronca-. No puedo sujetarte y tocarte al mismo tiempo. Y necesito tocarte. Y tú necesitas no pensar. Necesitas dejarte llevar y entregarte a mí. Entregármelo todo. Todo, Amelia. ¿Lo has entendido?

Me muerde justo debajo de un pecho y se aparta de la cama. No me ha pedido que esté quieta, pero su voz así me lo ha hecho sentir. Se mueve con su elegancia habitual, una elegancia peligrosa, y vuelve a la cama con dos cintas de raso negro que hacía tiempo que no utilizábamos, o no de este modo.

Me ata las manos y me besa las muñecas, la piel del interior de los brazos. Acerca el rostro al mío, me acaricia con la nariz y con las mejillas en las que empieza a salirle la barba.

No me besa, detiene los labios encima de los míos y solo respira. Voy a morir de deseo, me niega lo que necesito: sus besos.

-Daniel…

-¿Sí?

Sonríe, está guapísimo y sé que mi deseo y el suyo rivalizan.

-Bésame. -Me humedezco los labios-. Por favor.

-Ahora mismo.

Se coloca entre mis piernas y separa los muslos. El modo en que me mira me hace temblar. Tiene los ojos negros, fijos en mi piel y las manos le tiemblan encima de mis rodillas.

-No sabes lo hermosa que eres y jamás sabré apreciar tu belleza como te mereces, Amelia. Pero eres mía. Tu dolor es tan mío como lo son tus sonrisas. Deja que te ayude a olvidarlo en mis brazos. Esto puedo hacerlo.

Odio que Daniel crea que solo sabe demostrarme sus sentimientos a través del sexo.

-Sé que puedes, Daniel. Sé que… -Se agacha y me besa el interior de los muslos-… Daniel.

-¿Sí? -Habla pegado a mis muslos, respirando encima de ellos.

-No es sexo. -Me cuesta articular las ideas, mi mente confunde las palabras porque Daniel me está besando y acercándose a mi entrepierna-. Nunca ha sido sexo.

Él se detiene un segundo y al abrir los ojos veo que tiene los hombros tensos, El sudor le cubre la espalda y las piernas incluso vibran de la fuerza que está haciendo para no moverse. Me está escuchando y en un rincón de su interior tiene miedo de lo que le estoy diciendo.

-Al principio sí -dice entre dientes. No lo cree, no puede creerlo. Pero quizá está convencido de que yo sí.

Me ha atado las manos, pero no las piernas. Sonrío y las levanto para abrazarle con ellas. La tensión de sus hombros se afloja ligeramente.

-Nunca fue solo sexo. -Aprieto las piernas-. Nunca. Ni siquiera la primera vez. Tú me elegiste porque sentiste algo ese día. No sé qué, pero algo. Algo que no habías sentido nunca antes-. Vuelve a besarme en la parte más íntima de mi cuerpo, busca mi sabor con una desesperación que le hace incluso gemir-. Y yo… -me cuesta hablar, quiero dejarme llevar, sentir a Daniel-… yo supe esa primera vez que eras peligroso, y aún así nada ni nadie podría haberme alejado de ti.

-Joder, Amelia. -Levanta las manos y me sujeta las caderas-. Cállate, por favor. Deja de hablar.

Me besa desesperado, mueve la lengua en mi interior. Los dientes rozan la piel delicada y después Daniel la acaricia con los dedos que ahora ha acercado también allí.

-Deja de hablar y siente, solo siente.

-Siento siempre que estoy contigo… -Arqueo la espalda en busca de sus labios-. No solo en la cama, Daniel. Siempre.

-Joder-. Las manos de Daniel vuelven a mis caderas-. No digas nada más, por favor.

-¿Por qué? -Abro los ojos y levanto la cabeza para mirarle. Tiene la frente cubierta de sudor y los labios húmedos de besarme. El torso también está sudado, pero lo que más me impresiona es que parece costarle respirar-. ¿Qué te pasa, Daniel?

-¿Que qué me pasa? -Sonríe con los ojos oscuros, la mandíbula apretada-. Que estoy a punto de correrme. Te necesito y esto iba a ser para ti. No para mí.

-No… -Tiro de los brazos porque necesito tocarle-. Suéltame, Daniel. Suéltame.

-No. -Vuelve a agachar la cabeza y antes de seguir besándome farfulla-. Quiero sentirte en mi boca antes de entrar dentro de ti. Tu sabor me vuelve loco y lo necesito. Dios. Lo necesito.

Me besa, no se aparta hasta que mi cuerpo es incapaz de dejar de temblar, de necesitarle. Le he suplicado que me soltase, que me hiciera el amor, y él ha seguido besándome, tocándome. Eliminando de mi cuerpo todo excepto el amor y el deseo.

-Daniel, por favor… Ven. -Es lo único que puedo decirle-. Te necesito. Por favor. Te nece…

Se coloca entre mis piernas y entra dentro de mí antes de que pueda terminar la frase. Me besa, busca mis labios con la misma desesperación de antes. Le necesito tanto, tan dentro de mí que le muerdo el labio.

-Yo… lo siento… -farfullo.

-Hazlo otra vez -me pide él.

Le beso, le muerdo, levanto las caderas y él las retiene con sus manos. Sentirle así, sin control encima de mí, es maravilloso. Sé que Daniel jamás ha estado así con nadie, solo conmigo. Yo soy la única que le ha visto así, sin barreras y sin restricciones.

-La primera vez -farfulla él apoyando las manos a ambos lados de mi cabeza- supe que jamás podría soportar alejarme de ti. Por eso lo hice.

-Daniel. -Muevo el rostro en busca del suyo, necesito besarlo.

-Amelia. La segunda supe que tenía que conseguir que te entregarás a mí. -Tiembla, se estremece, crece dentro de mí-. La tercera quise entregarme a ti. Te hice pasar un infierno por culpa de eso.

-Jamás.

-Sí.-Me muerde el cuello-. Lo hice. Y no me arrepiento porque así aprendí a entregarme a ti de verdad. Como necesito. Dios, Amelia. Odio no haberme dado cuenta antes.

-Yo odio que te sientas así. Te amo, Daniel.

-No… aún no. -Mueve de nuevo las caderas, está al límite-. Más. Quiero estar más tiempo dentro de ti.

-Te amo, Daniel -susurro buscando de nuevo su rostro-. Te amo. Te amo. Te amo.

Daniel me besa, no sé si pretende callarme pero yo le muerdo el labio y el instante exacto en que mis dientes se hunden en su piel, Daniel se estremece y su cuerpo cede ante un clímax tan intenso como la fuerza de un huracán. Yo me rindo con él, el orgasmo me sacude, mis piernas tiemblan y arqueo la espalda para perderme con Daniel en ese universo de placer, deseo, piel, besos y caricias que creamos juntos.

Después, Daniel me suelta las manos y me recorre el rostro y el cuello a besos. Me aparta el pelo del rostro.

-Jamás podré alejarme de ti… Te amo, Amelia.

Capturo la mano con la que me está acariciando.

-Jamás tendrás que hacerlo. -Le beso la palma.

Me quedo dormida en los brazos de Daniel. Allí me siento segura, feliz. Protegida e invencible.

Una semana después, Daniel tiene que viajar solo a Nueva York y yo tengo que quedarme en Oxford con papá. Es doloroso. Muy doloroso. No podemos estar separados y sin embargo ahora tenemos que estarlo. Me duele. Es lo más difícil que hemos hecho nunca.

Lo sigue siendo.

No sé cuándo volverá. No sé qué sucederá cuando vuelva. Oh, Dios mío, tengo que dejar de llorar.»

©M.C.Andrews

Continuará…. (aquí o en un libro)

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor.

Si te ha gustado esta escena inédita entre Daniel y Amelia, deja tu comentario y compártela ♥

Jamás podré alejarme de ti

Jamás podré alejarme de ti

 

 

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, James, Marina, Noventa Días, Nunca es suficiente, Raff

Un beso y una mirada…primera parte

No voy a fingir que soy capaz de desprenderme de Daniel y Amelia, y tampoco de Marina, Rafferty y James. De hecho, ni siquiera voy a intentarlo. Es cierto que estoy escribiendo sobre unos nuevos personajes, sobre un amor tan fuerte y tan intenso que la pasión y el deseo no son nada, absolutamente nada, comparados con los sentimientos que estoy intentando trasladar a cada página. Espero poder contarte más sobre esta novela muy pronto, mientras tengo el placer de compartir contigo estos momentos robados, estas escenas inéditas.

Llevaba días dándole vueltas a la idea de reunir a los protagonistas de las dos historias de amor, entrega y pasión que he escrito hasta ahora. Creía que era una locura pero si lo es, no me importa. El único problema es que no es solo una escena, es una de muy larga dividida en unas cuantas partes. Lo bueno es que si te gusta esta primera parte solo tendrás que esperar unos días para la segunda. ¿Qué me dices, quieres leerlas, podrás esperar?

Una última cosa, debo confesarte que no sé si me bastará con estas dos partes, no sé si me bastará con estas miradas y estos besos inéditos…Me temo que acabaré escribiendo una nueva novela con ellos.

Empecemos con Amelia..

Un beso y una mirada

«Daniel sigue siendo Daniel Bond para el mundo exterior, sigue siendo inaccesible, autoritario, dominante y ese es uno de los motivos, solo uno, por los que no puedo evitar sonreír cuando me besa después de prácticamente exigirle al inspector Erkel que investigue a Lucy Labreque. Nuestra niñera.

-No te rías de mí -me exige cuando se aparta-. No tiene gracia.

-Por supuesto que no. -Le rodeo la cintura con las manos y le retengo frente a mí-. Vuelve a besarme.

-A sus órdenes, señora Bond.

Un escalofrío me recorre la piel de la espalda y cuando noto su lengua deslizándose por entre mis labios muevo las manos hasta su espalda. Separa la mandíbula, la fuerza del movimiento aumenta la intensidad del beso, como si no bastase el fuego que siempre arde entre nosotros. Da un paso hacia delante, sus muslos se pegan a los míos y retrocedo hasta que noto la pared a mi espalda. Oh, con qué esas tenemos… Bajo las manos hasta sus nalgas muy despacio y separo las piernas para que así pueda acercarse más a mí. Cuando está entre ellas, cuando lo único que nos separa es la ropa que seguimos llevando, le muerdo el labio inferior y el temblor que le sacude la espalda está a punto de hacernos terminar a los dos.

-Eso es, señor Bond.

Daniel tiene las manos apoyadas en la pared, lo sé porque abro los ojos y veo sus antebrazos tensos a ambos lados de mi cabeza. Le suelto el labio y lo beso con cuidado, él cierra los ojos y respira por entre los dientes. Llevo las manos hacia arriba, acariciándole la espalda.

-Recuérdame por qué tenemos que salir a cenar esta noche -me pide. La nuez le sube y baja por la garganta con esfuerzo.

-Porque Rafferty es tu mejor amigo, y  James te cae muy bien. Y se lo prometimos a Marina, ¿te acuerdas? -le respondo besándole el cuello, un beso tras otro, dibujando la vena donde le late el deseo.

-Odio a Raff, intentó besarte -recuerda furioso-, y James quiso seducirte.

-Ninguno de los dos tuvo nunca la menor oportunidad.

-Quiero estar contigo.

-Yo también voy a la cena, Daniel, estarás conmigo -bromeo mientras le desabrocho el botón de la camisa para besarle el esternón.

-No te burles de mí, Amelia. Sabes que no puedo controlar lo que siento. -De repente abre los ojos y aparta una mano de la pared para levantarme el rostro por el mentón y mirarme a los ojos-. Y es culpa tuya. Tú me haces sentir todo esto.

Me cuesta hablar, tengo que humedecerme los labios. A pesar del tiempo que llevamos juntos (del maravilloso tiempo que llevamos juntos) el amor de Daniel sigue robándome el corazón.

-También es culpa tuya que yo sienta tanto. Te amo, Daniel.

Baja la cabeza despacio, tiene los ojos negros, con ese fuego tan nuestro, ese que solo creamos juntos.

Termino de desabrocharle la camisa, él vuelve a apoyar las manos en la pared. Estoy atrapada, pero el modo en que respira, en que me besa, en que se mueve junto a mí me indica que me necesita, que soy yo la que le tiene atrapado a él. Mis dedos recorren uno a uno los músculos desnudos que tiemblan a su paso, la camisa está completamente desabrochada y la tela blanca flota a nuestro alrededor. Detengo las manos en el cinturón, Daniel gime en mis labios y sigue besándome, entregándose a mí, suspirando y temblando. Aflojo un poco el cinturón sin quitárselo del todo, mi mano se cuela entre la tela.

-Maldita sea -farfulla-, me habría muerto si les hubieses tocado así.

-No, no digas eso -susurro-, estuve demasiado cerca de perderte, Daniel. Yo sí que sé lo que es querer morir por el miedo que tenía a perderte.

Se detiene de golpe, sus manos aparecen en mis mejillas. No me he dado cuenta, pero una lágrima se ha escapado al recordar el accidente de Daniel.

-Amelia, lo siento -se disculpa emocionado-. No quería hacerte revivir esos días.

-No lo has hecho -le aseguro. La verdad es que siempre están en un rincón de mi mente, como una voz que me susurra lo afortunada que soy. Me pongo de puntillas y le beso de nuevo. Necesito estar dentro de él, en su interior, sentir su calor y su fuerza envolviéndome. Devorándome-. Te amo, Daniel. Jamás habría sido capaz de tocar a otro hombre, no después de haberte tocado a ti.

-Dios mío, te necesito. Ya no puedo seguir controlándome.

Me besa, muerde mis labios, apoya el peso de su cuerpo en el mío. Necesitándome.

-Prométeme que Laura estará bien con Lucy -me pide-. No soportaría que le pasase algo.

-Por supuesto que estará bien, solo ha ido a pasear por el parque. Y Frederick está con ellos.

-Gracias por acceder a eso.

-De nada.

Le acaricio el torso hasta llegar al cuello y sigo subiendo hasta tocarle la mejilla y apartarle el pelo.

-Volverán dentro de una hora para que podamos darle un beso a Laura antes de ir a la cena.

-Te necesito, Amelia. Olvidémonos de esa maldita cena y quedémonos en casa. Tengo que estar contigo.

-Yo también te necesito, Daniel. -Le beso el pectoral, encima del corazón que late sin control-. Chis, tranquilo. Vas a estar bien, vas a estar dentro de mí, pero después iremos a la cena. ¿De acuerdo?

Le acaricio por encima del pantalón, le muerdo el cuello hasta dejarle la marca de los dientes y después, muy despacio, dibujo las rayas rojas con la lengua.

-Sí, de acuerdo, lo que tú quieras, pero…

-No digas nada más, Daniel. Solo siente. Desabróchame el vestido, por favor, amor mío. -Sus manos aparecen temblorosas sobre mis botines-. Despacio, muy despacio.

Apoya la frente en la mía y cierra los ojos. Aprieta la mandíbula, traga saliva despacio e intenta ocultarme -sin éxito- el temblor que le sacude el cuerpo cuando le acaricio donde más me necesita.

-Amelia, por favor. -Llega al último botón de mi vestido y espera sin moverse a que le diga qué quiero, qué necesitamos los dos-. Haz algo. No puedo ir así a esa cena, sin saber que he estado dentro de ti, sin saber que me perteneces.

-Te pertenezco. A ti, solo a ti. Siempre.

-No puedo ir sin saber… -me besa en los labios, los suyos tiemblan aunque me muerde al apartarse-… sin saber que te pertenezco.

-Mío. Eres mío, Daniel. -Levanto las manos para sujetarle las muñecas y apartarle las manos de la pared. Le quito la camisa, detengo los dedos en la cinta que le rodea la muñeca y él se estremece. La camisa descansa en el suelo, su torso herido, brutal, contundente, sube y baja frente a mí-. Eres mío, Daniel. Siempre lo has sido y siempre lo serás. Puedes dudar de lo que quieras, pero nunca de esto. Nunca de mí, ni de nosotros. ¿Entendido? Repítemelo.

Le beso el pecho, le muerdo el pectoral encima de una de las marcas de las velas. Le acaricio, el pantalón cae al suelo y el vello que cubre sus fuertes muslos me hacen cosquillas por encima de las medias.

-Más, Amelia. Necesito más. Por favor.

-Dime que nunca dudarás de mí ni de nosotros y te daré lo que necesitas, lo que los dos necesitamos. -Daniel me besa frenético, desesperado, me sujeta por los brazos, la piel de su torso quema la del mío-. Dímelo, Daniel. Puedes hacerlo, has llegado muy lejos. Te amo, no tengas miedo de reconocer lo fuerte que somos.

-Maldita sea, Amelia. Nunca dudaré de ti, nunca he dudado de ti. Solo dudo de mí…cualquier otro hombre.

-No sería tú. Existo para ti y tú existes para mí. ¿O acaso crees que serías tan feliz con otra?

-No, por supuesto que no.

-Yo tampoco.

Me mira incrédulo y al ver sus ojos negros, el sudor que le cubre la frente, el deseo que le tensa todo el cuerpo, sé lo que debo hacer.

-Dame la mano.

Sus fuertes dedos aparecen encima de los míos. Los sujeto con cuidado, a pesar de su fuerza son los más tiernos que he sentido nunca, y los coloco encima de mi entrepierna.

-Tócame, siénteme.

La mano de Daniel tiembla pero cuando siente mi calor su respiración se tranquiliza, suspira. Es feliz.

-Amelia -suspira perdido en nuestro deseo.

-Cógeme en brazos, Daniel, y llévame a nuestro dormitorio.

-No sé si podré llegar, te necesito demasiado.

-Podrás. Hazlo.

Un brazo se desliza bajo mis rodillas y me levanta, le beso el cuello lentamente, mordiéndole con suavidad cada pocos segundos, recordándole que puede lograrlo. Me tumba en la cama, me besa, su cuerpo tiembla encima del mío. Una gota de sudor de su frente cae hasta deslizarse por mi garganta.

-Amelia, por favor…

-Nada de por favor -coloco un dedo encima de sus labios-. Soy tuya. Recuérdalo siempre.

-Quiero poseerte. Ahora mismo. Sin control. Sin límite. Quiero perderme dentro de ti, marcarte, dejar parte de mí dentro de ti, mi olor, mi esencia, mi alma. Quiero que cuando esos hombres te vean sepas que eres mía y que yo soy tuyo.

-Hazlo, Daniel. Yo también lo necesito. No dudo de ti, tú siempre serás mío, pero no quiero que Rafferty, James o Marina crean que pueden tener ni siquiera un segundo de tus pensamientos. Nadie puede. Nos pertenecemos el uno al otro, a nuestra pequeña familia.

Daniel se quita los calzoncillos, creo que habría sido capaz de arrancárselos si estos no hubiesen cedido con facilidad, y entra dentro de mí.

El mundo se detiene. No puedo respirar y él apoya la frente en la mía mientras sus manos se sujetan a mis hombros como si su vida dependiese de ello, como si estuviese colgando al borde del abismo.

-Cada vez es más intenso, Amelia. Dime qué tengo que hacer para poder respirar, para poder vivir.

-Hazme el amor. Solo tienes que hacer eso. »

Me gustaría seguir, pero no puedo. Te prometo que podrás leer el resto de la escena muy pronto, y conocer también como Marina, Raff y James se preparan para esa cena. Y lo que sucede durante la misma… y después.

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor. Vívelo. Yo mientras seguiré escribiendo sobre ello.

©Miranda Cailey Andrews.

 

Daniel y Amelia...antes de la cena.

Daniel y Amelia…antes de la cena.

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