Lamento haber estado tan ausente, pero tengo tres buenas noticias. La primera es que estoy a punto de mandar la nueva novela a la editorial. La segunda es que me estoy planteando hacer algo especial para Navidad. Y la tercera es que aquí tienes una nueva escena inédita entre Daniel y Amelia (si quieres situarte mejor, lee la entrada anterior, la escena de este post se sitúa unos días más tarde).
Por ti
“Llegamos al hospital un lunes por la mañana. Daniel me acompañó hasta allí y se quedó a mi lado día y noche. Le dije que no hacía falta, por suerte lo de papá solo había sido un susto e iba a recuperarse. Los primeros días fueron muy duros y mamá y yo nos aseguramos de reñir a papá por haber forzado tanto la máquina; ya no es un chiquillo y debería de cuidarse mejor. Daniel estuvo a mi lado, ignoró por completo las llamadas y los correos de Patricia sin ni siquiera pestañear, parecía adivinar hasta mi último pensamiento incluso antes de que yo lo tuviera.
Tendría que haberme imaginado que sucedía algo.
Oh, no me quejo, Daniel es el hombre más atento y protector que existe en el mundo. De hecho, nos hemos discutido más de una vez porque insiste en meterse en aspectos de mi vida en los que no es necesario (ni requerido) que intervenga. Pero esos días en el hospital era exagerado y cuando le pregunté si estaba intentado compensarme por algo, me miró furioso y… Me estremezco al pensarlo…y me besó como un poseso contra la pared de la habitación del hotel donde nos alojábamos y entró dentro de mí sin desnudarnos.
Hoy estoy sola. Daniel se ha ido de viaje. Me lo dijo por la noche, de eso hace una semana, justo unos segundos antes de prepararse la maleta. Dice que es por trabajo, pero el peso que me oprime el pecho insiste en lo contrario, cada latido de mi corazón me duele al pensar que Daniel está en peligro de nuevo o que me está traicionando…No, esto último no, Daniel no sería capaz de hacerme tanto daño.
Yo he decidido quedarme en Oxford. No quiero estar sola en nuestra casa de Londres y la verdad es que puedo trabajar desde aquí y así mamá se distrae cuidando de Laura. Mi hija está encantada de tener a la abuela para ella sola, pero sé que ella también echa mucho de menos a Daniel. Las dos le echamos mucho de menos. A papá le dan el alta mañana, mamá se ha quedado a pasar la noche con él en el hospital y yo he bañado a Laura y he estado jugando un rato con ella. Mamá es maravillosa con la niña, Laura le toma el pelo como quiere -igual que hace conmigo-, pero lo cierto es que me ha gustado estar unas horas a solas nosotras dos. Ahora, sin embargo, con la pequeña durmiendo tranquilamente en la habitación de al lado y la casa en silencio, tengo unas absurdas e incontrolables ganas de llorar.
¿Qué diablos está haciendo Daniel en Nueva York?
El teléfono suena y a mí casi me da un infarto. Es él. Daniel. Ver su rostro en la pantalla me remata el corazón. ¿Por qué no tendré el sentido común de eliminar esa foto y dejar solo su nombre? Sé la respuesta, obviamente, porque esa foto de Daniel despeinado y con una sonrisa en nuestra cama es uno de mis mayores tesoros. Al sujetar el móvil me doy cuenta de que estoy temblando y suelto despacio el aliento para tranquilizarme.
-Hola, Daniel.
-Estás llorando -adivina él de inmediato, casi puedo oírle apretando los dientes-. ¿Qué ha pasado? Dime por qué estás llorando.
-Estoy cansada, eso es todo.
-No es verdad. Te he visto trabajar durante días sin dormir, apenas podías tenerte en pie y tenías mal humor, pero no llorabas. ¿Qué te pasa, Amelia?
-He estado jugando con Laura -le respondo evasivamente-. Te echa mucho de menos. Las dos te echamos mucho de menos.
-Joder, Amelia. No me hagas esto. Por favor-. Le oigo apretar el aparato-. Por favor.
-¿Qué te estoy haciendo, Daniel? -odio discutir con él. Lo odio con todas mis fuerzas.
-No me necesites ahora, cuando no estoy contigo. -A pesar de que tiene la voz baja esa frase contiene tanta fuerza que ha sido como si me estuviese gritando.
-Pero te necesito Daniel…
-Y yo a ti. Joder, Amelia. Basta.
-¿Basta? -Me seco furiosa una lágrima-. ¿¡Basta!?
-Sí. Basta, Amelia. Por favor.
Hay algo en esas últimas palabras que me inquieta y noto que me escuecen los ojos. Algo va mal. Muy mal.
-¿Qué sucede, Daniel? ¿Cuándo volverás? -Daniel me ha llamado todos los días, bastaba con que descolgara el teléfono para que él me inundase a preguntas sobre Laura o sobre papá. Después, cuando estaba seguro de tener toda la información, me preguntaba sobre mí durante largo rato. Hoy es distinto. El día que se fue me dijo que volvería al cabo de una semana, tengo el horrible presentimiento de que no va a ser así-. ¿Cuándo volverás, cariño?
-Dios mío, Amelia. Te necesito. -Suelta el aliento-. Joder. Mierda. Maldita sea.
-¿Qué sucede, Daniel? Me estás asustando.
-Tengo que quedarme unos días más.
La noticia cae sobre mí cual jarra de agua fría. Ahora mismo tengo tanto frío que probablemente me rompería si intentase dar un solo paso.
-Entonces -empiezo tras tragar saliva-…Laura y yo nos subiremos en el primer avión que salga de Londres rumbo a Nueva York.
-No.
-¿No?
-Por favor no vengas, Amelia. Maldita sea, no es lo que piensas -adivina-. Te necesito, te quiero. Te echo tan jodidamente de menos que ni siquiera puedo respirar. Pero no vengas. Por favor.
-¿Qué está pasando, Daniel? Dímelo de una vez.
-Confía en mí. Me prometiste que siempre confiarías en mí. -Sabe que me dolerá que me recuerde esa promesa-. Me lo prometiste.
Ahora podría recordarle las promesas que él me ha hecho y que está rompiendo con ese viaje, con el secreto que me está ocultando. No lo hago, solo serviría para que se pusiera a la defensiva.
-Está bien. Confío en ti, sabes que confío en ti. -No puedo resistir añadir. Quiero seguir hablando con él, después ya pensaré si viajo a Nueva York (en realidad ya he decidido que voy a ir). Dejaré a Laura con mamá y papá e iré al aeropuerto-. ¿Dónde estás?
Aquí son las doce de la noche, lo que significa que en Nueva York son las siete de la tarde.
-En el apartamento. -Le oigo quitarse la corbata y la americana. Me lo imagino desabrochándose los botones del cuello de la camisa-. ¿Sabías que James también boxea? Tiene una habitación adecuada como gimnasio y utiliza el mismo saco que yo.
Daniel está instalado en el antiguo piso de James, uno de los maridos de Marina. Daniel, siendo como es, quería ir a un hotel, pero James y Raff lo llamaron cuando estaba en el avión. No sé qué le dijeron, pero cuando aterrizó en Nueva York se fue a casa de James. Marina me ha contado que es un apartamento precioso y que el portero del edificio, aunque no tenga demasiado sentido, es un ex marine. Sea como sea, me tranquiliza pensar que Daniel está allí. Pero la idea de que quiera boxear no me gusta en absoluto. Hace meses que Daniel no boxea.
-¿Vas a boxear?
-Sí.
-¿Por qué?
Daniel se ríe y a mí se me pone la piel de gallina.
-Porque hace demasiados días que no estoy con mi esposa y no puedo más.
-Oh.
-Sí. Oh.
-Vaya.
-¿Te estás riendo de mí, Amelia? Porque si es así, voy a colgar.
-No, no cuelgues. -El corazón me está trepando por la garganta-. Pon el altavoz. -No oigo nada durante unos segundos y temo que la llamada se haya interrumpido o que Daniel me haya colgado. Jamás he hecho nada parecido a lo que pretendo hacer y el miedo al ridículo me hace arder las mejillas. Sacudo la cabeza y me recuerdo que ya no soy así-. ¿Me has oído, Daniel?
-Te he oído -responde él al fin.
-¿Y?
-Casi me corro como un jodido adolescente.
Ignoro esa frase, aunque un nudo de calor se instala en mi estómago y empieza a extenderse.
-¿Has puesto el altavoz?
-Sí.
-Yo también -le aseguro tras hacerlo. Mi voz flota ahora por ese apartamento de Nueva York y la de Daniel en la habitación de invitados de casa de mis padres-. ¿Te estás desnudando?
-No.
Me lo imagino completamente inmóvil, con esos músculos tan perfectos temblando del esfuerzo.
-Quítate la camisa, los zapatos, los calcetines y los pantalones. ¿Estás en el dormitorio?
-Sí -contesta mientras se quita las prendas que le he pedido-. Es la habitación de invitados.
Sonrío. Ya sabía yo que Daniel sería incapaz de dormir en la cama que James comparte con Raff y Marina cuando van a la ciudad. Mi marido es así de respetuoso para esas cosas.
-Yo también estoy en la habitación de invitados de casa de mis padres -susurro. Me he tumbado en la cama y tengo el móvil en la almohada al lado de la cabeza-. Túmbate en la cama, Daniel, y cierra los ojos. Imagínate que estás en casa, a mi lado.
-No puedo, Amelia. Me volveré loco si lo hago.
-Hazlo. Cierra los ojos y pon el teléfono en la almohada donde puedas oírme. Yo también estoy así. Te echo mucho de menos, amor mío.
-Me estás matando, Amelia.
-¿Sabes en qué estoy pensando? -le pregunto.
-¿En qué?
-En lo que te haría si estuviera allí contigo.- Me muerdo el labio y sé que él lo ha sentido-. No te besaría. No te lo mereces, sé que me estás ocultando algo.
-Amelia. Por favor. No podría soportar verte y que no me besaras.
-Oh, pero no tendrías más remedio que soportarlo porque no podrías tocarme. No moverías ni un solo músculo, estarías quieto. Temblando. Esperando a que yo te tocase y te besase. Esperando a que te acariciase y recorriese cada centímetro de tu cuerpo con las manos y con mis labios.
-Dios, Amelia. Te necesito. Tócame, por favor. Dime que puedo tocarme.
El corazón me da un vuelco. A pesar de la distancia, Daniel me necesita.
-Antes de eso -le provoco porque sé que eso es exactamente lo que Daniel necesita-, dime qué quieres de mí.
-Todo. Maldita sea. Siempre lo quiero todo de ti -contesta entre dientes-. Quiero besarte. Quiero meterme dentro de ti y no correrme hasta que tú me des permiso. Quiero abrir los ojos y ver cómo me miras al tener un orgasmo. Joder, Amelia, estás tan preciosa. Es como si no pudieras creerte que estás conmigo, cuando en realidad soy yo el que jamás se merecerá estar contigo.
-Deja una mano en la cama, Daniel, sujétate a la sábana y no la sueltes. Yo también estoy en la cama, estoy temblando, Daniel. Te necesito y te echo de menos. Mi cuerpo te echa de menos. -Bajo la mano por mi estómago. Me he quitado la camiseta que llevaba a modo de pijama, pero aún llevo los pantalones. Suspiro al meter la mano por debajo de la prenda. Suspiro. Daniel sabe me estoy acariciando.
-Amelia… -gime-. Por favor. Deja que me toque. Quiero tocarte, quiero ser yo el que te acaricie.
-Eres tú. -Muevo la mano-. Siempre eres tú. Igual que la mano que ahora está bajando por tu torso es la mía.
Daniel me ha entendido, estamos unidos para siempre. Mueve la mano y casi grita cuando sus dedos se meten por debajo de los calzoncillos.
-Aprieto los dedos despacio, Daniel. A ti te gusta sentir cómo tiemblas dentro de mi mano.
-Dios, Amelia. Por favor.
-Muevo la mano muy, muy, muy, muy… -tengo que humedecerme los labios-…muy despacio. Me detengo unos segundos y te muerdo justo encima de la cadera. Cerca de una de tus cicatrices. Estás a punto de…
-Sí…pero no lo haré hasta que tú me digas.
-Dime qué estás sintiendo.
-Te siento a mi lado -respira aceleradamente-. Tu piel quema al lado de la mía. Quiero besarte. Quiero tu sabor en mis labios. Cómo sea.
-Imagínate mis labios, Daniel, están justo encima de los tuyos. Buscándote, besándote. Estoy tan enfadada de lo mucho que te he echado de menos que te muerdo al apartarme. Los dos notamos el sabor de la sangre y a ninguno nos importa. Te beso el cuello y vuelvo a mover los dedos, te aprieto. Te sujeto tan fuerte que incluso te duele.
La respiración de Daniel me acaricia el oído a través del teléfono y mi cuerpo se tensa. Noto una gota de sudor en la frente, la habitación está a oscuras. Muevo la mano y me imagino que tengo a Daniel dentro. No es lo mismo, por supuesto, pero cuando oigo que él gime siento que estamos juntos y se me olvida la vergüenza.
-Más, Amelia. Por favor. Sin ti no…
-Estoy aquí, Daniel. Puedo sentir tu piel, prácticamente estás ardiendo. Tiemblas. Tienes el pelo pegado a la frente por el sudor. Sigo tocándote, voy más rápido. Los dos necesitamos que esto termine…
-¡No! Más. Amelia. Por ti, tengo que hacerlo por ti. Por favor… -gime, aprieta los dientes y creo que le oigo contener una súplica.
-Te recorro el brazo con la lengua, busco la cinta y al llegar a la muñeca te beso. Te acaricio, aprieto los dedos.
Nuestros cuerpos están separados, él está en Nueva York y yo en Oxford. Sin embargo en nuestras mentes estamos juntos en nuestra cama.
-Me coloco entre tus piernas, mi boca busca el lugar que hasta ahora han ocupado mis dedos y en cuanto mis labios te rozan te pido…
-No, no me lo pidas.
-Termina. Estoy contigo. No te contengas y déjate ir…yo estoy aquí.
El grito de Daniel invade la habitación en la que me encuentro, entra dentro de mí y me lleva la orgasmo. Los dos suspiramos nuestros nombres, nos estremecemos y nos odiamos un poco por estar separados.
-Te amo, Amelia. Confía en mí. Por favor.
-Confío en ti, Daniel. Yo también te amo -susurro con lágrimas en los ojos. Ese orgasmo, a pesar de la distancia o quizá gracias a ella, me ha destrozado-. Duerme un poco, cariño. Necesitas descansar.
-Te necesito a ti -suspira abatido-. Te necesito a ti.
-Duerme. Hablamos mañana. -Tengo que colgar antes de ponerme a llorar del todo.
-De acuerdo. -Está cansado y me lo imagino asintiendo con los ojos cerrados-. Hablamos mañana. Te amo.
-Y yo a ti.
Cuelgo y tras ponerme la camiseta voy a por mi ordenador. Tengo que subirme al primer avión que parta rumbo a Nueva York.”
©Miranda Cailey Andrews.

por ti
Espero que te haya gustado leer sobre Daniel y Amelia. Prometo contarte pronto qué pasa en Nueva York (quizá esta sea la sorpresa que quiero preparar para Navidad).
Recuerda, no existe nada más erótico que el amor ♥