Daniel y Amelia, James, Marina, Noventa Días, Nunca es suficiente, Raff

Un beso y una mirada… segunda parte

La semana pasada, cuando publiqué la primera parte de Un beso y una mirada, no me di cuenta de que la segunda iba a caer justo en el día de Halloween. Es curioso, ¿no crees?, y he decidido tomarme la llegada de las brujas y de los fantasmas como una muy buena señal. Estos últimos días han sido muy productivos, difíciles pero productivos, las novelas del año que viene van cogiendo forma, sus personajes ya tienen vida y están llenos de emociones. Pero quizá falta demasiado para el 2015, quizá antes de que el año cambie de número podría conseguir que una historia acabase en tus manos, enamorándote, seduciéndote para siempre.

Prometo intentarlo si tú me prometes que seguirás leyéndome y creyendo que no existe nada más erótico que el amor.

Y ahora centrémonos en esa cena que Marina, Rafferty y James han organizado junto con Daniel y Amelia, ya sabes qué está sucediendo entre estos últimos, ¿no? (si no, busca la entrada de la semana pasada y léela), pues bien, antes de seguir con ellos creo que ha llegado el momento de contarte qué están haciendo los protagonistas de Nunca es suficiente. Te va a hacer temblar, ya verás.

Esta vez, la escena va a contártela James… ♥

«Esta noche tenemos invitados en casa. En casa. Se me eriza la piel de la espalda solo con pensar en esa palabra y aprieto los puños para contener la arrolladora necesidad que siento por tocar justo en este instante a la mujer y al hombre que la comparten conmigo. Nunca me había atrevido a soñar que pudiera sucederme a mí, que tuviese la suerte y el privilegio de enamorarme de dos personas tan increíbles, tan perfectas. Perfectas para mí. Y ellos me aman, lo sé. Cojo aire y lo suelto despacio, es inútil que siga intentando negar la evidencia. Les necesito.

Ahora mismo.

Ya.

Mierda, la cena. Alargo la mano furioso en busca del reloj que se ha escondido bajo el puño de la camisa blanca. Tengo tiempo. Daniel y Amelia no llegaran hasta dentro de unas horas y sé que Marina y Rafferty están a punto de salir de sus respectivos trabajos e ir a casa. Yo iba a llegar tarde, tengo una reunión en Britannia Oil, pero voy a cancelarla. El informe de la nueva plataforma puede esperar. Yo no. Sé que estoy alterado, que hoy mis sentimientos son especialmente intensos y me duele reconocer que una parte de mí tiene miedo de lo que pueda suceder esta noche durante la cena. Odio sentirme así, lo odio porque significa que estoy inseguro y que dudo del amor que nos profesamos. Y no es así. Sin embargo, no puedo evitarlo. Daniel y Amelia son amigos de Rafferty y Marina, yo soy el recién llegado. El nuevo. El hombre que trastocó sus vidas.

No, no es verdad. Sacudo la cabeza disgustado conmigo mismo. Marina y Rafferty no se merecen que defina así nuestra historia de amor. Y Daniel y Amelia siempre nos han apoyado, aunque sé que cuando Marina y Rafferty fueron pareja, antes de conocerme, también estuvieron a su lado. Es eso, es ese pasado común entre ellos cuatro, lo que me tiene así. Siempre habrá una parte de su historia en la que yo no aparezco.

Pero yo soy su futuro. Los tres lo somos. El futuro nos pertenece juntos. Y necesito tocarlos, besarlos, ahora mismo. El claxon de un coche me obliga a detenerme y mi mirada se desvía hacia unas flores blancas. Tengo que moverme, si me quedo quieto durante lo que dura el semáforo me arrancaré la piel. Camino decidido hasta la floristería, ocupa la entrada de Liberty, la quintaesencia de Inglaterra, el contraste más marcado con mi pasado en Japón.

-¿Puedo ayudarle, señor? -Un dependiente con delantal negro y acento impecable me atiende.

-Sí, quiero dos ramos de rosas blancas.

-Enseguida.

Mientras me los prepara intento no pensar por qué he elegido esas flores. Estoy impaciente por dárselos, por ver la sonrisa que me regalará Marina cuando las huela, el rubor que teñirá las mejillas de Rafferty cuando las acepte a regañadientes. Recompenso la eficacia y la rapidez del florista con una propina y sigo con mi camino. Esquivo a la gente, sorteo obstáculos con cuidado de no dañar los ramos y por fin -por fin- veo la reja negra de casa.

Abro. Oigo sus voces en el piso de arriba y doy gracias al destino por permitirme esos segundos para calmarme (algo que no consigo) y quitarme el abrigo. Marina le está explicando a Rafferty algo que le ha sucedido en el trabajo y a juzgar por el ruido él está aprovechando para desvestirse.

Me detengo en la puerta del dormitorio. Está abierta y me apoyo sin hacer ruido en el marco. Rafferty está dándome la espalda, está plantado frente al vestidor colgando la corbata que esa mañana le he visto ponerse. Marina sale del baño contiguo y es la primera en descubrir mi presencia.

-James, creía que ibas a llegar tarde.

-No te muevas de donde estás -la detengo con mis palabras y mi mirada-, por favor.

-¿No tenías una reunión? -Rafferty se da media vuelta, lleva el torso desnudo y sujeta una camiseta blanca en la mano.

-Deja esa camiseta en el suelo y quédate donde estás -le digo. Me ha costado pronunciarlo, la garganta se me está cerrando de las ganas que tengo de besarlos-, por favor.

La camiseta cae al suelo y los dos me miran intrigados. Durante un instante intercambian una mirada y se me acelera el corazón al ver que se sonríen y deciden seguirme la corriente.

-Tengo que deciros algo -empiezo, pero justo entonces me clavo una espina en un dedo y recuerdo los ramos que aún sujeto. Carraspeo-. Esto es para ti. -Camino despacio hasta donde está Marina y le doy las rosas blancas.

Ella las huele, me sonríe (sabía que me sonreiría), se pone de puntillas y me da un beso en los labios.

-Gracias, James.

Me acaricia la mejilla, sube la mano hasta el pelo y me aparta un mechón que el sudor -y el deseo- me ha pegado en la frente.

-De nada -farfullo antes de girar sobre los talones y acercarme a Rafferty. Él me está mirando, tenso, el torso le sube y baja despacio. Está conteniéndose, pero no sé qué… Tal vez. No, me riño, no puedo dudar de ninguno de los dos.

Me detengo frente a él y nos miramos.

-¿James? -Enarca una ceja y tengo la sensación de que está conteniendo una sonrisa.

-Estas son para ti, Ra. -Extiendo el brazo con el ramo.

-¿Me has comprado flores?

Se ha cruzado de brazos, se le marcan los pectorales y me distrae.

-Sí, os las he comprado a los dos. A Marina le han gustado, me ha dado un beso.

-¿Rosas blancas? -Acepta el ramo, al cogerlo nuestros dedos se han rozado, pero sigue sin acercarse y sé que Raff no es como Marina. Él necesita su tiempo.

-Significan que un amor durará toda la vida. La eternidad -le explico mirándole a los ojos-. Mi padre se las regalaba siempre a mi madre.

-Son preciosas -dice por fin Rafferty colocando una mano en mi torso. La camisa no evita que se me acelere el corazón-. Gracias.

-De nada.

La mano sube hasta mi cuello y los dedos se mueven despacio por la nuca, enredándose en mi pelo. Cierro los ojos. Noto el aliento de Rafferty acariciándome el lóbulo de la oreja.

-Nunca nadie me había regalado flores -me susurra-. Gracias por ser el primero, Jamie.

-El único -pronuncio tras humedecerme los labios.

-El único -repite antes de besarme la mejilla, acercándose con otros besos a mis labios-. Solo tú y Marina. Para siempre.

-Para siempre -repito ahora yo sujetándome de su cintura.

Dios, se suponía que era yo el que iba a estar al mando, el que iba a tomar la iniciativa, pero ha sido verlos y he perdido la capacidad de pensar y de dominar mis propias acciones.

-James, amor -murmura Marina a mi espalda, acariciándola, rodeándome desde allí para empezar a desabrocharme los botones de la camisa-, ¿de verdad nos necesitabas tanto?

-De verdad. Siempre os necesito -confieso hundiendo el rostro en el cuello de Ra para besarlo-. Os necesito.

Rafferty me sujeta el mentón y se apodera de mis labios, robándome el aliento, besándome hasta que siente que me entrego a él por completo. Las manos de Marina están ahora sobre mi piel, los dedos encogen los músculos de mi estómago hasta detenerse en el cinturón negro.

-Es por la cena de esta noche -adivina Marina-, sigues creyendo que Daniel y Amelia simbolizan nuestro pasado, el pasado mío y de Rafferty en el que tú no estabas.

Asiento, solo puedo asentir, no soy capaz de hablar. Los dos me están besando, tocando, acariciando, volviéndome loco.

-No queremos ese pasado, Raff y yo nunca habríamos sido felices juntos -me asegura Marina besándome ahora la espalda.

¿Cómo me han quitado la camisa?

-Así es, Jamie. Amo a Marina, me enamoré de ella antes de ti, cierto. -Abro los ojos, a Rafferty le cuesta hablar de sus sentimientos y cuando lo hace no quiero perdérmelo-, pero sin ti jamás habría sido feliz. Jamás habría conocido el amor de verdad, el amor eterno. Eso solo lo siento cuando estamos los tres. Tú me has enseñado a sentirlo.

-Oh, Raff -suspira emocionada Marina, y pasa junto a mí para colocarse frente a Rafferty y darle un beso.

Les miro, les observo, son hermosos, son mi corazón. Lo mejor que me ha pasado en la vida.

-Os amo. -Los sentimientos salen de mis labios igual que de mi corazón.

-James. -Marina me abraza por la cintura y suspira pegada a mi torso.

-Jamie, ven aquí y hazme el amor. -Rafferty tira de mi cuello para besarme apasionadamente-. Te amo, amo a Marina y es culpa tuya que me hayas convertido en la clase de hombre que se excita y emociona con un ramo de flores, así que ahora haz algo al respeto. Por favor.

-Sí, James, no puedes dejarnos así. Haz algo, te necesitamos. Te amamos.

Lo hago, le beso, primero a él porque no me suelta y después a Marina. Y después…después seguimos besándonos y amándonos.»

Espero que te haya gustado leer sobre James, Marina y Rafferty y que quieras seguir leyendo más y más.

Yo sigo escribiendo, todavía me falta contarte qué sucede durante la cena (y después).

Por cierto, Happy Halloween ♥

Un beso y una mirada...

Un beso y una mirada…

©Miranda Cailey Andrews

No te olvides de tu promesa.

 

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, James, Marina, Noventa Días, Nunca es suficiente, Raff

Un beso y una mirada…primera parte

No voy a fingir que soy capaz de desprenderme de Daniel y Amelia, y tampoco de Marina, Rafferty y James. De hecho, ni siquiera voy a intentarlo. Es cierto que estoy escribiendo sobre unos nuevos personajes, sobre un amor tan fuerte y tan intenso que la pasión y el deseo no son nada, absolutamente nada, comparados con los sentimientos que estoy intentando trasladar a cada página. Espero poder contarte más sobre esta novela muy pronto, mientras tengo el placer de compartir contigo estos momentos robados, estas escenas inéditas.

Llevaba días dándole vueltas a la idea de reunir a los protagonistas de las dos historias de amor, entrega y pasión que he escrito hasta ahora. Creía que era una locura pero si lo es, no me importa. El único problema es que no es solo una escena, es una de muy larga dividida en unas cuantas partes. Lo bueno es que si te gusta esta primera parte solo tendrás que esperar unos días para la segunda. ¿Qué me dices, quieres leerlas, podrás esperar?

Una última cosa, debo confesarte que no sé si me bastará con estas dos partes, no sé si me bastará con estas miradas y estos besos inéditos…Me temo que acabaré escribiendo una nueva novela con ellos.

Empecemos con Amelia..

Un beso y una mirada

«Daniel sigue siendo Daniel Bond para el mundo exterior, sigue siendo inaccesible, autoritario, dominante y ese es uno de los motivos, solo uno, por los que no puedo evitar sonreír cuando me besa después de prácticamente exigirle al inspector Erkel que investigue a Lucy Labreque. Nuestra niñera.

-No te rías de mí -me exige cuando se aparta-. No tiene gracia.

-Por supuesto que no. -Le rodeo la cintura con las manos y le retengo frente a mí-. Vuelve a besarme.

-A sus órdenes, señora Bond.

Un escalofrío me recorre la piel de la espalda y cuando noto su lengua deslizándose por entre mis labios muevo las manos hasta su espalda. Separa la mandíbula, la fuerza del movimiento aumenta la intensidad del beso, como si no bastase el fuego que siempre arde entre nosotros. Da un paso hacia delante, sus muslos se pegan a los míos y retrocedo hasta que noto la pared a mi espalda. Oh, con qué esas tenemos… Bajo las manos hasta sus nalgas muy despacio y separo las piernas para que así pueda acercarse más a mí. Cuando está entre ellas, cuando lo único que nos separa es la ropa que seguimos llevando, le muerdo el labio inferior y el temblor que le sacude la espalda está a punto de hacernos terminar a los dos.

-Eso es, señor Bond.

Daniel tiene las manos apoyadas en la pared, lo sé porque abro los ojos y veo sus antebrazos tensos a ambos lados de mi cabeza. Le suelto el labio y lo beso con cuidado, él cierra los ojos y respira por entre los dientes. Llevo las manos hacia arriba, acariciándole la espalda.

-Recuérdame por qué tenemos que salir a cenar esta noche -me pide. La nuez le sube y baja por la garganta con esfuerzo.

-Porque Rafferty es tu mejor amigo, y  James te cae muy bien. Y se lo prometimos a Marina, ¿te acuerdas? -le respondo besándole el cuello, un beso tras otro, dibujando la vena donde le late el deseo.

-Odio a Raff, intentó besarte -recuerda furioso-, y James quiso seducirte.

-Ninguno de los dos tuvo nunca la menor oportunidad.

-Quiero estar contigo.

-Yo también voy a la cena, Daniel, estarás conmigo -bromeo mientras le desabrocho el botón de la camisa para besarle el esternón.

-No te burles de mí, Amelia. Sabes que no puedo controlar lo que siento. -De repente abre los ojos y aparta una mano de la pared para levantarme el rostro por el mentón y mirarme a los ojos-. Y es culpa tuya. Tú me haces sentir todo esto.

Me cuesta hablar, tengo que humedecerme los labios. A pesar del tiempo que llevamos juntos (del maravilloso tiempo que llevamos juntos) el amor de Daniel sigue robándome el corazón.

-También es culpa tuya que yo sienta tanto. Te amo, Daniel.

Baja la cabeza despacio, tiene los ojos negros, con ese fuego tan nuestro, ese que solo creamos juntos.

Termino de desabrocharle la camisa, él vuelve a apoyar las manos en la pared. Estoy atrapada, pero el modo en que respira, en que me besa, en que se mueve junto a mí me indica que me necesita, que soy yo la que le tiene atrapado a él. Mis dedos recorren uno a uno los músculos desnudos que tiemblan a su paso, la camisa está completamente desabrochada y la tela blanca flota a nuestro alrededor. Detengo las manos en el cinturón, Daniel gime en mis labios y sigue besándome, entregándose a mí, suspirando y temblando. Aflojo un poco el cinturón sin quitárselo del todo, mi mano se cuela entre la tela.

-Maldita sea -farfulla-, me habría muerto si les hubieses tocado así.

-No, no digas eso -susurro-, estuve demasiado cerca de perderte, Daniel. Yo sí que sé lo que es querer morir por el miedo que tenía a perderte.

Se detiene de golpe, sus manos aparecen en mis mejillas. No me he dado cuenta, pero una lágrima se ha escapado al recordar el accidente de Daniel.

-Amelia, lo siento -se disculpa emocionado-. No quería hacerte revivir esos días.

-No lo has hecho -le aseguro. La verdad es que siempre están en un rincón de mi mente, como una voz que me susurra lo afortunada que soy. Me pongo de puntillas y le beso de nuevo. Necesito estar dentro de él, en su interior, sentir su calor y su fuerza envolviéndome. Devorándome-. Te amo, Daniel. Jamás habría sido capaz de tocar a otro hombre, no después de haberte tocado a ti.

-Dios mío, te necesito. Ya no puedo seguir controlándome.

Me besa, muerde mis labios, apoya el peso de su cuerpo en el mío. Necesitándome.

-Prométeme que Laura estará bien con Lucy -me pide-. No soportaría que le pasase algo.

-Por supuesto que estará bien, solo ha ido a pasear por el parque. Y Frederick está con ellos.

-Gracias por acceder a eso.

-De nada.

Le acaricio el torso hasta llegar al cuello y sigo subiendo hasta tocarle la mejilla y apartarle el pelo.

-Volverán dentro de una hora para que podamos darle un beso a Laura antes de ir a la cena.

-Te necesito, Amelia. Olvidémonos de esa maldita cena y quedémonos en casa. Tengo que estar contigo.

-Yo también te necesito, Daniel. -Le beso el pectoral, encima del corazón que late sin control-. Chis, tranquilo. Vas a estar bien, vas a estar dentro de mí, pero después iremos a la cena. ¿De acuerdo?

Le acaricio por encima del pantalón, le muerdo el cuello hasta dejarle la marca de los dientes y después, muy despacio, dibujo las rayas rojas con la lengua.

-Sí, de acuerdo, lo que tú quieras, pero…

-No digas nada más, Daniel. Solo siente. Desabróchame el vestido, por favor, amor mío. -Sus manos aparecen temblorosas sobre mis botines-. Despacio, muy despacio.

Apoya la frente en la mía y cierra los ojos. Aprieta la mandíbula, traga saliva despacio e intenta ocultarme -sin éxito- el temblor que le sacude el cuerpo cuando le acaricio donde más me necesita.

-Amelia, por favor. -Llega al último botón de mi vestido y espera sin moverse a que le diga qué quiero, qué necesitamos los dos-. Haz algo. No puedo ir así a esa cena, sin saber que he estado dentro de ti, sin saber que me perteneces.

-Te pertenezco. A ti, solo a ti. Siempre.

-No puedo ir sin saber… -me besa en los labios, los suyos tiemblan aunque me muerde al apartarse-… sin saber que te pertenezco.

-Mío. Eres mío, Daniel. -Levanto las manos para sujetarle las muñecas y apartarle las manos de la pared. Le quito la camisa, detengo los dedos en la cinta que le rodea la muñeca y él se estremece. La camisa descansa en el suelo, su torso herido, brutal, contundente, sube y baja frente a mí-. Eres mío, Daniel. Siempre lo has sido y siempre lo serás. Puedes dudar de lo que quieras, pero nunca de esto. Nunca de mí, ni de nosotros. ¿Entendido? Repítemelo.

Le beso el pecho, le muerdo el pectoral encima de una de las marcas de las velas. Le acaricio, el pantalón cae al suelo y el vello que cubre sus fuertes muslos me hacen cosquillas por encima de las medias.

-Más, Amelia. Necesito más. Por favor.

-Dime que nunca dudarás de mí ni de nosotros y te daré lo que necesitas, lo que los dos necesitamos. -Daniel me besa frenético, desesperado, me sujeta por los brazos, la piel de su torso quema la del mío-. Dímelo, Daniel. Puedes hacerlo, has llegado muy lejos. Te amo, no tengas miedo de reconocer lo fuerte que somos.

-Maldita sea, Amelia. Nunca dudaré de ti, nunca he dudado de ti. Solo dudo de mí…cualquier otro hombre.

-No sería tú. Existo para ti y tú existes para mí. ¿O acaso crees que serías tan feliz con otra?

-No, por supuesto que no.

-Yo tampoco.

Me mira incrédulo y al ver sus ojos negros, el sudor que le cubre la frente, el deseo que le tensa todo el cuerpo, sé lo que debo hacer.

-Dame la mano.

Sus fuertes dedos aparecen encima de los míos. Los sujeto con cuidado, a pesar de su fuerza son los más tiernos que he sentido nunca, y los coloco encima de mi entrepierna.

-Tócame, siénteme.

La mano de Daniel tiembla pero cuando siente mi calor su respiración se tranquiliza, suspira. Es feliz.

-Amelia -suspira perdido en nuestro deseo.

-Cógeme en brazos, Daniel, y llévame a nuestro dormitorio.

-No sé si podré llegar, te necesito demasiado.

-Podrás. Hazlo.

Un brazo se desliza bajo mis rodillas y me levanta, le beso el cuello lentamente, mordiéndole con suavidad cada pocos segundos, recordándole que puede lograrlo. Me tumba en la cama, me besa, su cuerpo tiembla encima del mío. Una gota de sudor de su frente cae hasta deslizarse por mi garganta.

-Amelia, por favor…

-Nada de por favor -coloco un dedo encima de sus labios-. Soy tuya. Recuérdalo siempre.

-Quiero poseerte. Ahora mismo. Sin control. Sin límite. Quiero perderme dentro de ti, marcarte, dejar parte de mí dentro de ti, mi olor, mi esencia, mi alma. Quiero que cuando esos hombres te vean sepas que eres mía y que yo soy tuyo.

-Hazlo, Daniel. Yo también lo necesito. No dudo de ti, tú siempre serás mío, pero no quiero que Rafferty, James o Marina crean que pueden tener ni siquiera un segundo de tus pensamientos. Nadie puede. Nos pertenecemos el uno al otro, a nuestra pequeña familia.

Daniel se quita los calzoncillos, creo que habría sido capaz de arrancárselos si estos no hubiesen cedido con facilidad, y entra dentro de mí.

El mundo se detiene. No puedo respirar y él apoya la frente en la mía mientras sus manos se sujetan a mis hombros como si su vida dependiese de ello, como si estuviese colgando al borde del abismo.

-Cada vez es más intenso, Amelia. Dime qué tengo que hacer para poder respirar, para poder vivir.

-Hazme el amor. Solo tienes que hacer eso. »

Me gustaría seguir, pero no puedo. Te prometo que podrás leer el resto de la escena muy pronto, y conocer también como Marina, Raff y James se preparan para esa cena. Y lo que sucede durante la misma… y después.

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor. Vívelo. Yo mientras seguiré escribiendo sobre ello.

©Miranda Cailey Andrews.

 

Daniel y Amelia...antes de la cena.

Daniel y Amelia…antes de la cena.

Mientras puedes leer las novelas de Daniel y Amelia, clica sobre los títulos y encontrarás más información (están por orden): Noventa Días, La Cinta, Sin fin, Todos los Días, Por tus caricias, Un día más.

O la de Marina, Rafferty y James, clica sobre el título y encontrarás más información: Nunca es suficiente

También puedes encontrarlos en itunnes, Barnes&Noble y en las librerías físicas y on-line de tu país ♥

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Nunca es suficiente

Una mirada puede hacerte temblar

No sé si se debe a los meses que estuve sin escribir pero últimamente me faltan manos, horas, tiempo para dar forma a todos los sentimientos que me rondan por la cabeza. He puesto orden, he elegido cuál es la próxima historia que voy a contarte, pero hay tantas otras, tantos personajes que insisten en seguir hablándome y que quieren explicarte qué están haciendo, lo que les está sucediendo, que tengo que hacer algo al respecto. La novela en la que estoy trabajando no es sobre Daniel y Amelia, y tampoco sobre Raff, Marina y James, es de un hombre que espero tengas ganas de conocer y del que te hablaré más adelante, pero bueno, he decidido que sacaré horas de dónde sea para contarte más y más cosas sobre estos personajes que ya conoces y que espero que ames tanto como yo.

Habrá más novelas de Daniel y Amelia y también de Marina, Raff y James, las escribiré e intentaré publicarlas, si quieres leerlas, por supuesto.

Mientras te lo piensas, esto es lo que Raff, Marina y James tienen que contarte en el día de hoy.

Una mirada puede hacerte temblar

«James tiene que viajar a Japón, Raff está furioso y yo creo que voy a matarlos a los dos. O atarlos a la cama y no soltarlos hasta que se calmen y podamos hablar del tema como siempre hacemos cuando algo nos preocupa y nos duele. Y el viaje de James nos duele a los tres, y ni él ni Raff están dispuestos a reconocerlo.

Maldita sea, si un hombre es testarudo, dos son inmanejables. Los dos quieren cuidarnos, los dos necesitan protegernos y los dos son incapaces de reconocer lo que sienten de verdad. Si al menos los dos reconocieran que no quieren que nos separemos y que James no debería viajar sin nosotros, podríamos empezar a buscar la manera de solucionarlo. Pero no, James insiste en que puede ir solo a Japón y Raff en que no le importa que lo haga.

Los dos mienten.

Ni James quiere ir solo a Japón ni Raff quiere que se vaya, y ninguno de los dos quiere ser el primero en confesarlo. Parece mentira que después de lo que hemos pasado sea este el momento en que tienen miedo de quedar como demasiado románticos o dependientes. Tal vez sea porque llevamos pocos meses juntos y aún nos cuesta reconocer que no somos capaces de separarnos. Sea como sea, no voy a dejar que sigan así ni un minuto más. Ni un segundo más.

Oigo la puerta de casa, sé que es James. Raff ha cogido la motocicleta esta mañana y entrará por el garaje. La puerta se cierra, las llaves caen en la bandeja de plata en forma de lágrima que hay en el mueble de la entrada. El ruido del abrigo al apoyarse en el perchero, el suspiro de James y los pasos que le acercan a mí.

-Hola, princesa.

Giro el rostro, le veo detrás de mí, de pie en la puerta del salón, recorriéndome con la mirada. Está muy cansado. Demasiado, el muy idiota lleva días sin dormir a penas.

El motor de la motocicleta de Raff irrumpe de repente y los ojos de James se entristecen. Sabe que me he dado cuenta e intenta disimularlo. Levanto una ceja para advertirle que no lo intente y le retengo allí solo con la mirada.

Otra puerta, los pasos de Rafferty, la cazadora cayendo encima de una de las sillas que hay en la cocina.

-Hola, Marina -me saluda sin mirarme y cuando levanta la cabeza añade-, hola, James.

-Creo que iré a acostarme -dice James tras carraspear.

-Yo iré a preparar la cena -sugiere Rafferty.

-¿En serio? ¿De verdad vais a evitaros durante toda la noche, otra vez? -Me pongo en pie enfadada y me coloco entre los dos.

-No nos estamos evitando -me responde James de inmediato, aunque el rubor que ha aparecido en sus mejillas le traiciona.

-Yo solo iba a preparar la cena -dice Raff también disimulando.

-Ya, claro, y yo soy idiota. ¿Sabéis una cosa? Estoy harta, no podemos seguir así. Si no estáis dispuestos a tratar nuestra relación con la seriedad que se merece, me largo.

No tengo intención de hacerlo, jamás podría vivir sin ellos dos, pero tengo que hacerles reaccionar, y a juzgar por la cara de susto de ambos voy por buen camino.James está furioso y Raff está a punto de estallar.

-¿¡Qué no nos tomamos nuestra relación en serio!? -exclaman los dos.

-No.

-¿Pero de qué diablos hablas? -Este es James.

-Pues claro que nos la tomamos en serio. Estamos casados.

Nada, siguen sin reconocer lo que de verdad pasa.

-Sé que estamos casados -les digo-, y sé que os lo tomáis en serio, pero, cariños, tenemos que hablar del viaje a Japón.

Vuelven a tensarse.

-¿Por qué? ¿Qué pasa con el viaje? Es solo un viaje -asegura James,

-No es solo un viaje. -Me acerco a él y le cojo la mano-. Allí murieron tus padres, ese país forma parte de ti de un modo muy especial. -Levanto una mano y le acaricio por encima de la camisa una de las cicatrices de sable. Sé de memoria donde están.

-Puedo ir solo -contesta él sin que yo se lo pregunte.

-Lo sé, pero no tienes porqué. Ahora nos tienes a nosotros.

James me mira por fin a los ojos, le brillan, se oscurecen. Tiemblan. Por fin lo ha entendido, se le acelera el corazón bajo la palma de mi mano.

-Marina -susurra mi nombre antes de besarme. Me sujeta por la cintura y tira de mí hasta pegarme a su cuerpo. Separa los labios con fuerza, mueve la lengua hasta no dejar ni un solo rincón de mi boca sin recorrer. Le oigo gemir y se me eriza la piel.

-Si quieres que te acompañemos -le susurro apartando los labios, sin salir de entre sus brazos-, tienes que pedírnoslo, James. Tienes que darnos la oportunidad de estar a tu lado, de entrar en esa parte de tu vida y mostrárnosla del todo.

-Tengo miedo -confiesa de repente-. Esa vida, mi vida allí, en Japón, es mi pasado. Lo he dejado atrás.

Aflojo la mano que tengo en su torso y le acaricio el pelo.

-Sigue formando parte de ti. No puedes ignorarlo, nadie puede.

-Volveré en cuanto pueda, será un viaje muy corto. Rafferty cuidará de ti mientras yo no esté -lo dice decidido pero con los ojos cerrados y la mejilla apoyada en la palma de mi mano.

Mi corazón se encoge al verle. James es el más valiente de nosotros, el más sincero y honesto con sus sentimientos. Saber que oculta algo, que intenta protegernos de algo, me preocupa y me asusta. Y hace que le ame aún más por ello. No hay nada que él no haría por nosotros.

-¿¡Y puede saberse quién diablos cuidará de ti, Jamie!?

El estallido de Rafferty nos coge tanto a James como a mí por sorpresa. Raff tira de James por los hombros y le da media vuelta para besarlo furioso. El beso es tan intenso, tan necesario y tan apasionado que Rafferty empuja a James hasta la pared del salón. Los dos necesitan un punto de apoyo, y yo también, tengo que alargar una mano y apoyarla en el respaldo del sofá para no caerme.

-¿Quién cuidará de ti en Japón, Jamie? -repite Raff cuando interrumpe el beso y apoya la frente en la del otro hombre.

-Nadie.

A James le tiemblan las manos, aprieta los dedos en la cintura de Rafferty.

-Solo vosotros podéis cuidar de mí -añade James-, nadie más.

-Entonces, maldito idiota -farfulla Raff-, ¿por qué diablos no nos pides que te acompañemos? Yo no quiero dejarte ir, aunque he intentado disimularlo. Marina no quiere dejarte ir. ¿Por qué no nos lo has dicho, Jamie? Se supone que tú eres el valiente.

-Ven aquí, Marina, por favor. Te necesito. -James me mira y afloja una de las manos para tendérmela-. Por favor.

Reacciono, gracias a Dios, y camino hacia ellos. James me tira de los dedos y me besa con una desesperación que segundos antes había logrado contener. Cuando me suelta, Rafferty no me permite recuperar el aliento y también me besa. Es apasionado, sincero, dulce y sensual al mismo tiempo.

-Gracias -me susurra Rafferty al soltarme con cuidado.

-De nada.

Abrazados allí los tres, James respira hondo antes de hablar.

-Aquí somos felices, increíblemente felices. Os amo y no quiero hacer nada que pueda poner en peligro nuestro amor. Nuestra familia -afirma con reverencia-. No podría soportarlo.

-Yo tampoco, James.

-Ni yo, Jamie.

-No sé qué sucederá en Japón, tengo un mal presentimiento.

-¿¡Y no nos lo has dicho!? Maldita sea, Jamie.

-¡Tú habrías hecho lo mismo, Ra! No lo niegues. Te conozco. Tú jamás permitirías que Marina y yo corriésemos ningún riesgo. Y tú Marina, tampoco.

-No sé qué habría hecho yo, James, pero sé que no podemos mantener secretos entre nosotros. Y sé que nos necesitamos y que no podemos estar separados, fingir lo contrario es una estupidez y nos hace daño. No voy a permitir que vayas solo a Japón, no iba a permitírtelo antes y no voy a permitirlo ahora que sé que estás preocupado. Y Raff tampoco va a permitírtelo. tú no deberías pedírnoslo. Te amamos.

-Y yo a vosotros.

La mirada de James es tan ardiente, tan llena de amor y de esos miedos que aún desconozco que me quema la piel. Y a Raff debe sucederle lo mismo porque ha separado los labios para respirar mejor y el torso le sube y le baja pesadamente.

-Demuéstranoslo -reto a James con una mirada igual de ardiente-. No podemos seguir así. Haznos el amor y después tal vez seremos capaz de hablar de esto como personas civilizadas. Ahora mismo solo puedo pensar en lo mucho que os necesito. ¿Tú nos necesitas, James?

-Muchísimo -confiesa tras humedecerse los labios-. Necesito estar dentro de ti, dentro de Ra. Dios, necesito perderme dentro de vosotros y no salir jamás. No puedo soportar la idea de estar lejos de vosotros… Necesito vuestra piel, vuestro deseo… -Rafferty ha empezado a desabrocharle la camisa, por eso le cuesta hablar a James-… Necesito vuestro amor.

-Lo tienes.

Mientras Rafferty desnuda a James yo le aflojo los botones a él. Cuando los dos se quedan sin camisa se giran hacia a mí y me quitan el vestido y los zapatos en un baile perfectamente sincronizado.

-Te deseo, Jamie -farfulla Raff con la voz ronca-, tienes que hacerme olvidar la angustia de estos días. No podía soportar la idea de que fueras capaz de irte y dejarnos sin más.

-Jamás os dejaré -asegura James furioso antes de besarlo y de abrazarme a mí al mismo tiempo-. Jamas -repite antes de intercambiar nuestras posturas y besarme a mí para abrazar a Rafferty.

-Os necesito, Rafferty, James -susurro-. Os amo, os he echado de menos.

-Oh, Marina, princesa. Lo siento. -Me llena el cuello de besos-. Lo siento. Te amo.

-Lo sé. -Le acaricio el pelo-. No vuelvas a asustarnos, ¿de acuerdo? -Le veo asentir-. Y basta de hablar de viajar a Japón sin nosotros. Ya no estás solo.

-No, ya no lo estoy -repite James emocionado.

-Ahora tienes a dos personas que te aman y te necesitan, Jamie -le dice Rafferty besándole la nuca-, y que no van a dejarte nunca.

-Dios -gime James cerrando los ojos-. No puedo esperar. Os necesito. Os necesito, Marina, Ra.

Lo repite mientras nos besa, mientras le besamos a él, mientras los tres hacemos el amor.

-Nunca os dejaré marchar, eres parte de mí, Jamie -Rafferty besa la nuca de James antes de alargar las manos por la cintura de él y llegar hasta mí-, Marina, mi amor -pronuncia con pasión y me besa, capturando a James entre los dos.

-Os amo, os amo, James, Rafferty.

Sé que es lo único que importa, lo único que no puedo parar de decir mientras nuestros cuerpos nos recuerdan que un amor como el nuestro no está hecho para separaciones absurdas. No sé qué secreto se esconde en Japón, pero sea lo que sea, lo averiguaremos juntos. Siempre. »

El amor de Marina, Raff y James sigue creciendo, complicándose. Japón no es solo un país, no es solo parte del pasado de James, es mucho más, claro que eso es una historia para más adelante…

Recuerda, no existe nada más erótico que el amor y pienso seguir escribiendo sobre ello. Mientras, puedes leer Nunca es suficiente , la novela de Marina, Rafferty y James. Espérame, no tardaré ♥

© Miranda Cailey Andrews

Una mirada puede hacerte temblar

Una mirada puede hacerte temblar

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Nunca es suficiente

Una mirada puede detener el mundo a tu alrededor

Van pasando los días, las respuestas, comentarios, críticas de Nunca es suficiente empiezan a llegar y con ellos la emoción de oír y leer lo que opinas de mi última novela, del complicado, intenso y verdadero amor que viven Raff, Marina y James. Yo estoy trabajando en las próximas historias que voy a contarte, son unas cuantas, así que espero que quieras leerlas. Te enamorarán, te despertarán sentimientos y emociones que… ya verás.

Tengo muchas ganas de empezar, de compartir todo esto contigo, así que mientras los dos tenemos que esperar te dejo aquí otra escena inédita, otro regalo, de Nunca es suficiente. El título de este momento es Una mirada puede detener el mundo a tu alrededor. Yo así lo creo y Marina también, ¿y tú?  Por cierto, te aconsejo que antes de leer esta entrada leas la anterior, si no lo has hecho, porque se situaría a continuación.

«Me despierto al notar que el torso que me acariciaba la espalda cambia ligeramente de postura. Raff se ha despertado. Después de hacer el amor, James me ha llevado en brazos hasta nuestro dormitorio y me ha tumbado en la cama, me ha dado un beso y me ha acariciado el pelo al apartarse. Después, Raff ha hecho lo mismo, me ha besado y me ha susurrado un te quiero al alejarse. No se han acostado a mi lado hasta unos minutos más tarde, no lo hacen hasta asegurarse de que nuestra casa está perfectamente cerrada y los tres estamos a salvo. Nunca ha sucedido nada, pero Rafferty todavía está inquieto, preocupado por las amenazas de su padre y James está dispuesto a todo con tal de tranquilizarlo y de protegernos.

Espero unos segundos, separo los párpados despacio y veo a James dormido frente a mí. Despierto me recuerda siempre a un guerrero, con su pelo negro y su mandíbula fuerte, sus pómulos rotundos. Dormido pienso en el hombre tan apasionado y romántico que es de verdad, en lo afortunada que soy de tenerlo. De tenerlos a los dos. Solos no podríamos existir. Oigo exhalar a Rafferty, es un sonido sordo, ronco, como si hubiera intentado contenerlo. Me giro, alargo un brazo para colocar la mano en su cintura y evitar que se aparte. Presiento que va a intentarlo.

-Siento haberte despertado.

Me lo dice acariciándome el rostro, con la mirada triste y llena de ese amor que ninguno de los tres podemos contener.

-No te preocupes. -Tengo la voz ronca a pesar de que apenas he susurrado. Le acaricio la cintura, estamos desnudos, y él se acerca a mí y me besa.

Es lento, tierno, suspira en mis labios.

-Te quiero, Marina. -Se aparta y vuelve a tumbarse. cierra los ojos y se pasa frustrado las manos por el pelo.

-Yo también te quiero, Raff. Tienes que contarme qué sucede. -Descanso una mano en su torso y le noto el corazón acelerado.

-Hace unos días me llamó mi padre.

No le digo que ya lo sabía y mientras espero que encuentre las palabras le acaricio el pectoral, su corazón cambia, se apacigua.

-No nos sucederá nada, Rafferty.

-No, no es eso. Sé que no nos sucederá nada, no voy a permitirlo -afirma mirándome rotundo a los ojos.

-¿Entonces?

-Mi padre me llamó para decirme que Jamie, James -desvía la mirada hacia él-, me está mintiendo, que su pasado es mucho más complicado y peligroso de lo que creemos.

-¿Qué le dijiste?

-Le mandé a la mierda. -Rafferty solo pierde sus perfectos modales británicos cuando alguien nos ataca a James o a mí-. Pero antes de colgar me dijo que el MI6 tiene un expediente sobre James.

La preocupación de Raff es real, tanto como su miedo, pero no puedo evitar sonreír al recordar que la mañana que conocí a James pensé que parecía un espía.

-Eso no tiene sentido, Raff -le digo acariciándole ahora el pelo.

-Lo sé, maldita sea. Lo sé. Pero le creí durante un segundo, Marina-. Se le nublan los ojos, la fuerza que siempre brilla en ellos se enturbia y comprende el motivo de su malestar. Está furioso consigo mismo porque ha dudado de James-. Le creí, Marina. Creí a ese hijo de puta que intentó separarnos. Dudé de James, Marina.

-No, no, no -me apresuro a asegurarle-. En el fondo de tu corazón no dudaste, si lo hubieras hecho, me habrías protegido, te habrías enfrentado a él con tus dudas.

-Le amo, Marina, tanto como a ti. No soportaría que nos hubiera utilizado, que nos hubiera mentido.

La sábana se mueve y la mano de James se apoya en mi cintura. Me besa la nuca, me aparta el pelo y respira encima de mi piel. Cierro los ojos perdida en la caricia, pero antes veo que los de Raff se oscurecen.

-Marina, gracias por escuchar a Raff -me susurra mientras me besa los hombros muy lentamente. El vello de su torso me hace cosquillas en la espalda y sus muslos fuertes me protegen-. Y tú, Ra, eres un idiota.

-¿Disculpa? -Oigo la sonrisa pero estoy demasiado distraída con los labios de James como para mirar a Raff, además, puedo imaginarme su rostro perfectamente.

-Sé que no dudaste de mí, te pusiste furioso con tu padre porque me atacó y porque intentó, otra vez, separarnos. No dudaste de mí, pero si alguna vez lo haces, si alguna vez quieres preguntarme algo, lo que sea, puedes hacerlo. Te amo, no tengo secretos para ti ni para Marina.

-Yo también te amo, Jamie.

Abro los ojos, ver a mis dos hombres de esa manera no puedo perdérmelo, y Raff se acerca a mí hasta que su pecho se funde con el mío y besa apasionadamente a James por encima de mi cabeza.

-Ven aquí -susurra entonces Raff-, hazme el amor, Jamie, mientras yo le doy las gracias a Marina como se merece.

-¿Las gracias? No es que esté en contra de la idea, pero ¿por qué?

-Porque eres maravillosa, porque no me has dejado seguir en silencio.

-Y porque te queremos -añade James girándome el rostro para darme por fin un beso en los labios.

Después se aparta, me acaricia lentamente la espalda y se mueve con la agilidad felina que le caracteriza hasta poder abrazar a Raff y besarlo del mismo modo.

Tal vez el MI6 tenga un expediente sobre James y es probable que aún tengamos que descubrir y aprender muchas cosas sobre nosotros, pero nuestro amor pasará todas las pruebas que se interpongan en nuestro camino. Es lo que siento cuando Raff se pierde en mi cuerpo y le oigo suspirar el nombre de James mientras él le recuerda que le pertenece. Los tres nos pertenecemos. Siempre.>>

No existe nada más erótico que el amor, recuérdalo… Y sigue leyéndome ♥

©Miranda Cailey Andrews

Una mirada puede detener el mundo a tu alredeor

Una mirada puede detener el mundo a tu alredeor

 

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Nunca es suficiente

Una mirada puede acariciarte la piel

Nunca es suficiente tienes pocos días de vida, apenas una semana, y siento la necesidad de contarte más sobre la historia de amor y de pasión que se esconde entre sus páginas y sobre la mujer y los dos hombres que la viven. Me he dado cuenta de que siempre me quedo corta y después de leer tus comentarios creo que tú opinas lo mismo (gracias), así que te adelanto que mis próximas novelas tendrán como mínimo el doble de páginas. El doble. Espero no asustarte y que quieras leerlas, mientras aquí tienes una escena inédita de Nunca es suficiente.

Si has leído la novela, te gustará, es sobre una noche muy especial para Marina, Raff y James. Si no la has leído, te seducirá y se quedará dentro de ti pidiéndote a gritos que compres el libro y lo devores entero. No contiene spoilers, si me conoces ya sabes que creo firmemente que no existe nada más erótico que el amor y los finales felices (a pesar de lo doloroso que sea el camino hasta llegar a ellos).

Lee y enamórate de Marina, Raff y James. He titulado esta escena, este capítulo de regalo, Una mirada puede acariciarte la piel.

«Rafferty está nervioso, lleva días intentado ocultarlo sin éxito. Debería decirle que no pierda el tiempo, que estoy tan dentro de él que nunca podrá mentirme, pero he aprendido que Raff, cuando algo le preocupa de verdad, necesita hacer las paces consigo mismo antes de enfrentarse a mí. A nosotros, en realidad. Le sucede lo mismo con James. Hubo un tiempo en el que tuve miedo de que no llegase a ser así, temía que nuestra relación no fuese de verdad la misma, que nuestro amor se repartiese de manera distinta y no equitativa. Qué equivocada estaba. Nuestro amor no es igual, es distinto entre los tres, los tres necesitamos ser amados y que nos amen de distintas maneras, como cualquier persona enamorada, pero la intensidad de los sentimientos, la intimidad que compartimos no conoce límites.

Tal vez sea porque entre nosotros nunca han existido.

-¿Qué diablos le pasa a Raff? -es James, entra en la cocina donde estoy tomándome un té. Ellos dos estaban abajo cuando he llegado a casa, les he oído hablar y he preferido no acercarme. He detectado en sus tonos de voz que esa conversación les pertenecía solo a ellos. Y que James estaba intentado hacer hablar a Rafferty.

Sonrío.

-La semana pasada le llamó su padre -le cuento-. No me lo ha dicho, cree que no lo sé. Le oí por casualidad, Raff estaba en el salón cuando le sonó el móvil, yo bajaba por la escalera. No sé qué le dijo, le colgó antes de que llegase a su lado y no me dijo nada.

-¿No se lo preguntaste? Ese hijo de puta seguro que le ha hecho daño, voy a…

-No vas a hacer nada.- Coloco una mano en su torso, se le ha acelerado el corazón y ha cerrado los puños-. Por supuesto que se lo pregunté, y me bastó con mirarle a los ojos para saber que nos lo contaría cuando llegase el momento. Tenemos que esperar, ¿de acuerdo?

Me pongo de puntillas y le doy un beso en los labios. James responde de inmediato, suspira cuando nuestras bocas se juntan y sus manos se cierran sobre mi cintura, pegándome a él.

-De acuerdo -farfulla sin soltarme-. Pero no me gusta. Necesito protegeros, asegurarme de que sóis felices. Estáis metidos en esto por mí.

Enarco una ceja y le clavo las uñas en la espalda.

-Esto es lo mejor que nos ha pasado en la vida y no estamos aquí por ti. Estamos aquí porque nos amamos. Y no eres tú el que tiene que hacernos felices, es cosa de los tres, ¿entendido?

Se le oscurecen los ojos, traga saliva dos veces y asiente sin apartar la mirada de mí.

-Dios, tengo que estar dentro de ti ahora mismo -asegura antes de devorarme los labios y empezar a desabrocharme los botones de la blusa.

Yo hago lo mismo, los besos de James siempre me aceleran el corazón y hacen que me olvide de todo lo que me rodea excepto la pasión y el deseo que él me despierta. Tiro de la camisa que lleva para sacársela del pantalón y acariciar la piel, las heridas dejadas años atrás por un sable y por su pasado en Japón del que todavía nos falta tanto por descubrir. Demasiado. Él aumenta la intensidad del beso al notar mi caricia y me levanta del suelo para ponerme encima del mármol donde suele haber un jarrón. Hoy no está, lo habríamos roto y a ninguno le habría importado. Le desabrocho el cinturón, no podemos contenernos más y la ropa es un obstáculo insoportable. Si pudiera quitarle la maldita camisa…

-Chis, tranquila, deja que lo haga yo -susurra Raff y tanto James como yo nos detenemos un segundo. Abro los ojos, veo que a James se le eriza la piel igual que a mí.

Raff está detrás de James, le besa el cuello, sube despacio hasta detenerse en la oreja y susurrarle allí su nombre.

-Jamie… -Solo él le llama así.

James cierra los ojos y vuelve a besarme. Hay más pasión que antes, más amor, ha dejado de controlarse.

Raff tira de la camisa de James y le muerde encima del hombro sujetándole las caderas, moviéndose a su espalda. James me baja la ropa interior, las manos se deslizan firmes por mis muslos mientras los labios descienden por mi cuello y me besa por encima del sujetador.

-Marina, Raff, os necesito. -No suena a súplica, suena a desesperación y a orden.

Suspiro, gimo, no puedo contenerme, cuando estoy así con ellos me convierto en una criatura que solo siente y que solo se calma cuando nos perdemos juntos. Separo las piernas, James se coloca entre ellos y alargo las manos para tocar a Raff. Se ha quitado la camisa, siento su piel bajo las yemas y sé que apenas me quedan unos minutos antes de pedirles, por favor, que me hagan sentir que formo parte de ellos.

-Raff -susurro su nombre echando la cabeza hacia atrás para que James me bese el cuello-, te necesitamos.

-Y yo a vosotros. Mucho. Muchísimo -confiesa casi para sí mismo, besando la espalda de James, recorriendo su torso, y acariciando el mío con los nudillos-. Siento haber estado distante.

James se aparta un poco de mí, no demasiado, lo justo para mirarme a los ojos y sonreírme. Sé lo que me está diciendo, me está dando las  gracias por mi consejo, por haberle dicho que teníamos que esperar.

-No importa -le dice a Raff antes de besarme-, ahora estás aquí.

-Sí, y siempre voy a estarlo. Nadie podrá entrometerse entre nosotros.

Oigo el ruido de algo metalizado golpeando el suelo y levanto las pestañas los justo para ver que ha sido el cinturón de Raff al caer. Está completamente desnudo. James también. Son lo más bello e impresionante que he visto nunca.

-Quiero estar dentro de ti, Marina, lo necesito -me pide James. Yo tengo la blusa desabrochada y sigo llevando el sujetador, aunque está empapado por sus besos. La falda está arremolinada en mi cintura y él hunde allí los dedos, sujetándome, ocultando su temblor-. Y a ti Raff también. Te necesito dentro de mí. Ahora. Siempre.

Le tiembla la voz, los tres nos damos cuenta. James, a pesar de ser tan fuerte, sigue sintiendo que sin él Raff no habría tenido que superar tantos miedos ni tantos obstáculos. Aunque no sería tan feliz. Nunca lo habría sido.

-Dios mío, Jamie, amor mío. Yo también te necesito. -Raff aprieta los ojos. siente el dolor que le ha causado a James en su piel. Lo sé porque le hace girar el rostro y le besa con tanta delicadeza que se me llenan los ojos de lágrimas-. Te amo, Jamie. No lo dudes nunca, yo no lo dudo. Por muchas llamadas de ese cretino.

-Yo también te amo, Ra -dice James tras el beso-. Y a ti, Marina, te amo.

Se gira y me besa con idéntica ternura mientras captura mis lágrimas con el pulgar.

-Os prometo que os lo contaré todo -asegura Raff conteniéndose, con la voz ronca de deseo-. Después. Ahora, necesito hacerle el amor al hombre y a la mujer que amo.

James me besa apasionadamente, se desliza con cuidado dentro de mí y se detiene. Aprieta los dedos. Los dos esperamos a que Raff cumpla su promesa y nos haga el amor.

Cuando lo hace, cuando estamos los tres unidos, el placer es tan grande y el amor es tan fuerte que nada puede separarnos.»

Una mirada puede acariciarte la piel... así es como Raff mira a Jamie y a Marina.

Una mirada puede acariciarte la piel…así mira Raff a su Jamie y a su Marina

@Miranda Cailey Andrews.

No existe nada más erótico que el amor, Marina, Raff y James así lo creen, igual que Amelia y Daniel Bond e igual que yo. Si tú también estás convencido de ello, sigue leyéndome ♥

 

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Nunca es suficiente

Nunca es suficiente

Cuando Marina y Rafferty aparecieron en mi primer boceto de Noventa días supe que iban a ser importantes, lo supe porque tanto ella como él desprendían una gran capacidad de amar y de ser amados, por eso, y solo por eso llegó James. Nunca es suficiente no es la historia de un trío sexual, ni tampoco la historia de una pareja que requiere de un tercero para jugar en la cama. Nunca es suficiente es la historia de un gran amor, tan grande, tan apasionado, tan sensual, tan erótico que para vivirlo hacen falta tres personas… Y esta es una escena inédita que no encontrarás en la novela y que te regalo aquí para que empieces a enamorarte de Marina, Raff y James y les quieras tanto como yo.

«La habitación del hotel es preciosa, desde la ventana puedo ver las copas más altas de los robles de Hyde Park bañados por la tenue luz de las estrellas y frente al sofá que domina el pequeño salón que precede la cama hay una chimenea donde bailan unas llamas lentamente. Estoy sola, la nota que acompañaba el ramo de rosas blancas que he recibido esta mañana está ahora arrugada entre los dedos de mi mano derecha. La he leído tantas veces que temo que las letras vayan a desaparecer por arte de magia. Hotel Claridge’s, habitación 56, hoy a las seis. Y la firma, dos iniciales, R J.

He intentado averiguar de qué se trataba, hoy no es nuestro aniversario y no celebramos nada, lo sé, es a mí a quién se le da bien recordar esta clase de cosas. He mandado un mensaje a James y otro a Rafferty preguntándoles si sucedía algo y los dos me han contestado lo mismo y casi en el mismo instante. Tú asegúrate de estar en esa habitación a las seis. Te quiero.

Parecerá absurdo, lo es, sin duda, me he puesto tan nerviosa que apenas sé qué he hecho durante el resto del día. No he podido dejar de pensar en ello, el temor se ha apoderado de mí y he empezado a pensar en los motivos por los que íbamos a vernos en el Claridge’s y no en casa. No va bien, vamos a romper. Lo nuestro se ha acabado… pero si acaba de empezar. Amelia se ha percatado de mi lamentable estado y me ha preguntado qué me pasaba, he sido incapaz de contárselo. Ella está por fin feliz y tranquila y no quiero cargarla con mis problemas después de lo mucho que ha sufrido. Amelia me ha abrazado, no la he engañado, y me ha sugerido, ordenado es más exacto, que me fuese a casa y hablase con el causante de mis preocupaciones.

-La vida es demasiado hermosa para malgastarla en malentendidos -me ha dicho al despedirme-.Ve y arréglalo, Marina.

Le he sonreído, qué otra cosa iba a hacer, y he venido hasta aquí. Hasta esta habitación de hotel. Primero he esperado vestida pero al final he optado por darme un baño y ver si así me tranquilizaba un poco. Ha servido, hasta que al salir me he acercado al armario y he visto allí unas camisas blancas colgadas y una bolsa de cuero marrón en el suelo.

Es la bolsa de Raff. Se va. Me deja.

Me he puesto a llorar. No puede ser. No puede hacerme esto ahora. He respirado hondo, el aire ha entrado con dificultad en mis pulmones y me he levantado del suelo donde sin ser consciente me he arrodillado. Estoy frente la ventana, sujetando la camisa en mis manos, incapaz de mirar hacia la puerta y enfrentarme al final de este sueño. Oigo unos pasos en el pasillo, se me eriza la piel al oír el susurro del picaporte. Una risa ronca me calienta la sangre, otra me acelera el corazón.

No puede ser el final. No puede serlo.

Me giro y me quedo sin aliento.

-Marina, cariño, ¿qué sucede? –James se acerca a mí de inmediato y me abraza-. Dios mío, está temblando, ¿qué pasa?

-No quiero que esto acabe.

James me abraza más fuerte.

-No va a acabar nunca –afirma rotundo dándome un beso en el pelo, en lo alto de la cabeza.

La puerta se cierra, un ruido sordo me sorprende y al levantar la cabeza veo a Rafferty mirándonos fijamente. El casco de su moto ha caído al suelo y yace inerte junto a él. No puedo mirarle, escondo el rostro en el torso de James y noto que una lágrima me resbala por la mejilla.

-¿Marina? ¿Qué sucede? –Suena confuso, él no debería estarlo-. James, dime qué sucede –le exige al hombre que evita que me derrumbe.

-No lo sé –responde-. Ayúdame.

Raff se acerca e intenta abrazarme pero le detengo.

-No me toques –farfullo.

-¿Qué? ¿Por qué?

Aparto de nuevo el rostro del pecho de James y les miro a ambos.

-Si vas a dejarme, no vuelvas a tocarme.

-Yo no voy a dejarte nunca, Marina. NUNCA.

Se acerca a mí decidido y sin hacer caso de mi previa advertencia me sujeta el rostro con las manos y me besa desesperado. Yo clavo las uñas en el torso de James que sigue abrazándome por la cintura y dejo que Rafferty me bese de esa manera tan posesiva. Su sabor me tranquiliza, notar su aliento mezclándose con el mío me hace temblar.

-¿Por qué dices que voy a dejarte? –me pregunta dolido al separarse-. ¿No sabes que no puedo vivir sin ti?

-Hay ropa tuya en el armario –lo señalo con la barbilla- y tú… tú… tú.

-Yo os hice mucho daño –termina la frase resignado-. Lo sé, Marina, créeme. No voy a volver a hacéroslo. Te necesito para vivir, te necesito para amar, no puedo ni quiero estar sin ti. ¿Me crees?

-¿Por qué me has pedido que viniese aquí?

-Te le hemos pedido los dos, ¿recuerdas? –me susurra con una sonrisa.

Desvío la mirada hacia James y veo que tiene los ojos fijos en nosotros y que el torso le sube y baja despacio. Él siempre ha sido el más valiente de nosotros, tal vez por su pasado, y verle así me duele porque James se merece ser amado apasionadamente.

-Creo que no vas a dejarme pero…

Rafferty no me deja terminar.

-A James tampoco, no lo digas. No lo pienses. Le amo con todas mis fuerzas, sin él, no existiría. Y lo sabes. Los dos lo sabéis.

Rafferty me suelta entonces el rostro y gira despacio hacia James. Observo asombrada que a James le tiembla un músculo en la mandíbula, que le cuesta tragar saliva. Ese hombre tan fuerte puede con todo excepto con el cariño y esas muestras tan espontáneas y tan románticas de Rafferty le destrozan.

-Te amo, James –pronuncia Raff con reverencia antes de pegar sus labios muy despacio en los de James. James tarda un instante en separarlos y cuando lo hace el suspiro que sale de ellos me eriza la piel. Es hermoso y sincero. James flexiona los dedos que tiene en mi cintura y le acaricio el torso para calmar los latidos de su corazón mientras Raff le besa y le besa y no se aparta hasta convencernos a los tres que su amor no tiene límites ni impone ninguna condición.

-Yo también te amo, Raff –susurra James-, y tú, Marina, lo eres todo para mí.

Me acerca a él y me besa con la misma ternura y pasión que antes ha compartido con Raff, no existen diferencias, solo un amor que nos rodea y posee a los tres, que nos ha dado forma y tras mucho dolor nos ha convertido en lo que somos.

El beso sigue, noto las manos de Raff a mi espalda y en mi nuca, acariciándome el pelo. El albornoz con el que me he envuelto al salir de la ducha se afloja y una mano acaricia mi piel.

-Un momento –interrumpo ese beso porque necesito saber la verdad-, ¿por qué me habéis citado aquí? ¿Por qué no estamos los tres en casa?

James que está frente a mí me sonríe y levanta una ceja, deduzco que ese gesto va dirigido a Raff que está a mi espalda.

-Queremos pedirte algo –contesta Raff mordiéndome el cuello.

-No tienes por qué hacerlo –añade James besándome la clavícula.

Yo susurro sus nombres y cierro los ojos.

-James tiene que ir a Japón –sigue Raff desnudándome.

-Puedo ir solo –es James, justo antes de pegarse a mí y acariciarme.

-Tú no vas solo a ninguna parte –le recuerda Raff apartándome el pelo para darme besos en la columna vertebral.

-Vosotros dos podéis quedaros aquí y…

-Disculpa un momento, cielo. –Raff se aparta de mí, me abriga con el albornoz y me da un suave beso en los labios antes de acercarse a James y sujetarle por el cuello de la camisa para besarlo apasionadamente-. Tú no vas a ir solo a ninguna parte, James. Y mucho menos a resolver asuntos sobre tus padres.

Abro los ojos al escuchar esa última parte, los padres de James murieron trágicamente hace muchos años, es un tema muy doloroso y traumático para él. Por supuesto que no va a ir solo. Mis pies reaccionan antes que yo y camino hasta ellos para coger a James del cuello y besarlo con todas mis fuerzas.

-No vas a ir solo a ninguna parte, James.

-Pero, pero… -balbucea unos segundos-. Es a Japón, y tú y Rafferty tenéis trabajo y –traga saliva- puede ser peligroso.

Rafferty suelta la camisa de James para rodearnos a los dos por la cintura, desliza la mano derecha por la de James y la izquierda por la mía. Los tres estamos unidos. Siempre.

-Si tú vas a Japón, nosotros vamos contigo, James. Basta de hacer las cosas solo, ¿entendido? Os amo.

James carraspea, intenta disimularlo y no lo consigue, y sonríe levemente. Agacha la cabeza para darme un beso y sin decir nada se aparta y le da otro a Rafferty.

-Gracias –susurra al final.

-Dámelas de otra forma –bromea Rafferty con la voz ronca teñida de deseo.

James se ríe, era lo que Rafferty quería, y se aparta para empezar a desnudarse. Mientras, yo me giro hacia Raff y me pongo de puntillas para darle un beso lento y profundo en los labios.

-Lo has hecho muy bien, Rafferty. Gracias por cuidar de los tres.

Raff no me contesta, me besa y me levanta en brazos para llevarme a la cama.

No va a dejarnos.

Los tres seguiremos luchando por nuestro amor.»

Nunca es suficiente

Nunca es suficiente

 

Deseo de corazón que te haya gustado leer este pequeño regalo con Marina, Raff y James de protagonistas y que te enamores de Nunca es  suficienteYo ya estoy escribiendo mi próxima novela y muchas escenas más con las que sorprenderte, conquistarte y apasionarte.

Sigue leyéndome…

Miranda Cailey Andrews

 

 

 

 

 

 

 

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Daniel y Amelia, Noventa Días, Nunca es suficiente

A veces…es para siempre.

A veces me despierto asustado, a veces me despierto confuso, a veces me despierto furioso por culpa de una pesadilla demasiado real. A veces me despierto y me doy cuenta de que soy feliz. Esas veces son las que más me asombran, las que me cuestan más de asumir, a las otras… a las otras estaba acostumbrado. Ayer llegué tarde a casa. A casa, un concepto cuya existencia antes desconocía y que ahora me ha cambiado la vida. Me gusta decirlo, adoro sentirlo, me excita saber que hay un lugar, un solo lugar en el mundo que me pertenece y que dentro yo pertenezco a la mujer que amo. Y ella a mí. Odio llegar tarde a casa, perderme uno de esos minutos que son solo nuestros, míos y de Amelia, me pone furioso, sin embargo ayer fue inevitable. Patricia, mi socia en Mercer & Bond, tiene que ausentarse unos días, van a realizarle una pequeña operación, en su última revisión médica le encontraron algo que la asustó. Al final no ha resultado ser nada grave pero tienen que extirpárselo y Patricia, previsora, neurótica, auténtica como siempre ha insistido en reunirse conmigo y repasar todos sus asuntos “por si sucede algo”.

-No va a sucederte nada, Patricia –he insistido porque lo creo de verdad y porque realmente el mundo sería un lugar muy poco interesante sin Patricia Mercer.

-Si me sucede te quedarás tú solo con el nuestro bufete y te ocuparás de todo. -Si te sucede algo venderé el bufete al primer niño pijo de Harvard que quiera comprarlo solo para hacerte volver. Patricia me ha mirado confusa.

-Sigue sorprendiéndome comprobar que eres humano, Bond.

-Yo también te quiero, Mercer.

-Mírate, hablando incluso de sentimientos. Vete a casa con Amelia, vamos. Lárgate.

He soltado una carcajada, con la que me he ganado otra mirada, y la he dejado allí a solas con sus pensamientos. Sé que eso era exactamente lo que quería Patricia y yo quería ver a Amelia. El día se me hace eterno desde que trabaja en la O.N.G. En el coche he pensado en lo que le ha sucedido a Patricia, podría haber acabado de una manera muy distinta, el día que el doctor la llamó podría haberle dado una mala noticia. Me he pasado años fingiendo que no tenía un pasado, negándome a tener un futuro porque creía que era la mejor manera, la única, de evitar el dolor. Amelia no me dejó seguir haciéndolo y siempre que sucede algo que me hace retroceder me obliga a seguir adelante, a sentir como nunca antes había sentido. Amelia me da fuerzas, me convierte en el hombre más valiente que puedo ser, pero nuestro amor no puede protegernos de todo. De hecho, los dos hemos aprendido a la fuerza lo fácil que sería perdernos. Llego a casa, aparco el coche en el garaje de nuestro edificio y entro en el ascensor. Huelo su perfume, puedo sentirla allí conmigo. Amelia está metida tan dentro de mí que su olor me circula por la sangre, me acelera el pulso, me la imagino frente a mí. Los escasos minutos del trayecto se me hacen eternos y cuando la puerta del ascensor se separa salgo con la llave de nuestro ático en la mano. Está a oscuras, es tarde, Amelia lleva días cansada porque Marina está de luna de miel e insiste en hacer ella el trabajo de las dos. Intento contenerme para no discutir por culpa de eso pero me resulta muy difícil luchar contra mi instinto de protegerla. La luz del pasillo está encendida y encima de la mesa del salón hay una nota junto a un vaso donde hay una rosa blanca.

Es de las nuestras, te he estado esperando… Te quiero. A 

Me guardo la nota en el bolsillo de la americana para añadirla a las que ya tengo. Las guardo todas, no sé si Amelia lo sabe aunque seguro que se lo imagina y por eso insiste en dejármelas. La rosa es preciosa, ha salido del invernadero que Amelia insistió en construir en la terraza del ático cuando se mudó aquí. Lo primero que hizo fue obligarme a plantar un esqueje del rosal de mi madre que conservo en la casa de campo. Acaricio los pétalos igual que haré con el rostro de Amelia dentro de unos instantes. Camino hasta nuestro dormitorio, ella está dormida y procuro no hacer ruido. Me acerco a la cama y me agacho para darle un beso en los labios. Ella suspira sin despertarse. Me desnudo, me quedo en calzoncillos en contra de lo que desearía… sentir su piel en todo mi cuerpo, sin excepción. La pesadilla es horrible, me ahogo, no puedo respirar. No estoy encerrado en ninguna parte ni hay agua a mi alrededor, sencillamente no puedo respirar porque Amelia no está a mi lado. La busco frenético, desesperado, si no la encuentro pronto voy a morir. Se me acaba el tiempo, el corazón me quema dentro del pecho, el sudor frío me hiela la piel, ya no puedo pensar y lo único que siento es lástima de mí mismo porque mi vida no ha significado nada sin ella. Abro los ojos, me llevo una mano al torso para detener los latidos de mi corazón. En cuanto adquieren una velocidad soportable giro el rostro y la veo. Amelia está aquí, a mi lado. No puedo contenerme, no lo intento, la necesito demasiado. Levanto una mano, estoy temblando, y le acaricio el rostro, le aparto un mechón de pelo. Bajo la mano despacio, con las yemas de los dedos rozo la deliciosa piel de su cuello, la tira del camisón que descansa en el hombro.

-Daniel… -pronuncia mi nombre como solo lo hace ella.

-Te necesito. Amelia mueve una mano hacia mi rostro y me acerco a ella impaciente porque me toque, por sentirla encima de mí.

-¿Qué ha pasado?

-No estabas. -Es lo único que contesto.

Agacho la cabeza, busco sus labios y cuando estos ceden y se rinden a los míos con tanta dulzura estoy a punto de alcanzar el orgasmo. Amelia me toca la nuca, enreda los dedos en mi pelo.

-Estoy aquí, Daniel. Te amo, siempre estaré donde tú estés.

-Dios, Amelia, te amo. Deja que te sienta, lo necesito. Me acaricia los hombros desnudos y sigue respondiendo sin prisa a mis besos, como si tuviésemos todo el tiempo del mundo.

Lo tenemos.

Bajo la mano por encima del camisón y la deslizo por entre sus piernas, al sentir su calor gimo sin control. La acaricio con suavidad y reverencia, Amelia suspira, me deja sin aliento al entregarse a mí de esa manera.

-Yo también te siento, Daniel.

-Quédate así –le pido-, no te muevas. No digas nada, por favor.

Amelia asiente, deja que le coloque las manos como quiero, las levanto con adoración, le beso la piel de las muñecas y las dejo frente al cabezal. Ella lo rodea con las dedos. Sé que no va a soltarse, yo no lo hago cuando necesito entregarme a Amelia de esa manera, hoy necesito que sea ella la que se rinda. Beso a Amelia, le recorro el cuerpo a besos, la acaricio, la llevo al límite con mis susurros, mis labios, mi alma. Me coloco entre sus piernas, le tiemblan.

-Daniel…

-Un poco más, amor.

Le beso los muslos, respiro pegado a su piel, busco su sabor y lo capturo con mi lengua. Arquea la espalda, aprieta el cabezal. No se suelta.

-Gracias por la nota –susurro sin apartarme de ella. Mis palabras le erizan la piel-. Y por la rosa-. La beso donde estoy muy, muy despacio-. Gracias por amarme.

La piel le quema, tensa los músculos de la pelvis, se muerde el labio para no gemir y me incorporo para entrar dentro de ella y besarla en los labios. La beso, engullo sus gritos orgulloso por haberlos creado, la sujeto por los hombros para retenerla mientras me aseguro de formar parte de ella, de que nadie pueda arrancarme jamás de allí.

-Te amo, Amelia. Gracias por dejarme amarte. Me estremezco, grito, le muerdo el cuello y ella me acaricia el pelo con ternura mientras el resto de su cuerpo se sacude con un orgasmo intenso y violento. Amelia es capaz de destrozarme.

-Te amo, Daniel. Aparto la cabeza porque necesito volver a besarla. Ahora, con nuestros cuerpos unidos ya puedo respirar. No me aparto, vuelvo a moverme. Esta vez despacio, sin restricciones, dejando que me toque, suplicándole que lo haga. A veces tengo pesadillas pero Amelia siempre las derrota. Amelia siempre me derrota.

La amo, le pertenezco.

A veces...es para siempre, y más si se trata de Daniel y Amelia

A veces… es para siempre, y más si se trata de Daniel y Amelia.

 

Espero que te haya gustado leer lo que le sucede a veces a Daniel… y que tengas ganas de leer mi nueva novela. Se publica en septiembre y en ella descubrirás con quién se ha ido de luna de miel Marina, Nunca es suficiente puede robarte el alma.

Miranda Cailey Andrews

 

 

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Daniel y Amelia, Sueños hechos realidad

Daniel y Amelia siempre formarán parte de mí y de ti, si les dejas.

Hace unos meses, pocas semanas después de la publicación de Un día más, sufrí un accidente que me obligó a mantenerme alejada del trabajo, y del ordenador en general, durante un tiempo. Tú sabes que soy reservada y seguro que entiendes porque no hablé de ello ni publiqué nada al respecto en ningún lado. Por suerte todo ha vuelto a la normalidad, estoy bien y con muchas de escribir y contarte todas las historias de pasión, amor, y emociones intensas que he empezado a esbozar en este retiro forzoso (son muchas).

En septiembre tendrás en tus manos Nunca es suficiente, mi nueva novela, pero me ha parecido que Daniel y Amelia eran los protagonistas más indicados para hoy. Ellos siempre formarán parte de mí y de ti, si les dejas.

“Daniel creó hace meses una fundación con el nombre de su hermana Laura, poco a poco está aprendiendo a convivir con su pasado, los buenos y los malos recuerdos, los miedos, y ha invertido en ella la herencia de su padre y todo el dinero procedente de sus negocios. Solo ha mantenido en marcha los legales, por supuesto, el resto los ha dejado en manos de la policía, con la que por supuesto ha colaborado siempre. Cada vez que tiene que acudir a la comisaría para ayudar en algo, vuelve distinto, distante, y al mismo tiempo necesitándome más que nunca.

Estábamos en casa cuando le ha sonado el teléfono, Daniel no atiende a nadie cuando estamos juntos, pero ha visto reflejado el nombre de Jasper en la pantalla y tras enseñármelo ha contestado. Jasper no solo es uno de nuestros mejores amigos, es el detective que se encargó del caso de Daniel y una de las pocas personas que sabe la verdad sobre el oscuro pasado de la familia Bond.

-Llegaré allí enseguida. Gracias por avisarme, Jasper.

Daniel ha colgado y se ha acercado a mí, se ha sentado a mi lado en el sofá y ha soltado despacio el aliento. No le he presionado, he buscado su mano y he entrelazado los dedos con los de él.

-Jasper cree que mi padre podría haber estado involucrado en una red de tráfico de armas. Si no estuviera muerto creo que lo mataría con mis propias manos.

-No, eso no lo harías jamás.

-Me ha pedido que vaya a confirmarlo, dice que no se aclara con la jerga legal de esos “malditos papeles”. No quiere que la noticia salga a la luz y manche el buen nombre de la fundación.

-Tienes que ir, lo entiendo.

-¿Cuándo acabará todo esto, Amelia?

-Tal vez nunca, pero no importa. Estaré aquí cuando regreses, y siempre.

Daniel se ha girado hacia mí y con la mano que tenía libre me ha sujetado por la nuca y me ha acercado a él para besarme. Me ha mordido el labio y cuando he temblado he podido oír cómo gemía. Me ha soltado de repente, pero me ha mirado a los ojos para que entendiera que lo hacía porque si no, no podría parar. Le he sonreído y le he apartado un mechón de pelo de la frente, acariciándole una de las cicatrices que ahora le acompañan.

De eso hace cuatro horas, no le he llamado, sé que si me necesita me llamará o que si -tiemblo solo de pensarlo- sucede algo grave Jasper se encargará de que Nathan venga a buscarme. Intento ser paciente, nunca se me ha dado demasiado bien, pero no puedo evitar pasear nerviosa de un lado al otro del salón. Por fin oigo el sonido de la llave entrando en la cerradura.

-Gracias a Dios.

Corro hacia la puerta, no voy a esperar a que la abra, y tiro de ella. Daniel está al otro lado, los ojos oscuros, los labios apretados, los hombros tensos, soportando el dolor y el remordimiento por pecados que no ha cometido.

-Oh, Daniel.

Le rodeo el cuello con los brazos y me pego a él. Le tiemblan los hombros, es más que un temblor, es contenido y descarnado.

-Abrázame -se lo susurro al oído porque él está conteniéndose y no se lo pienso permitir, no cuando me necesita tanto.

Las manos se apoyan firmes en mi cintura y tira de mí, me pega a la mitad inferior e su cuerpo. Es un gesto rudo, sincero, que no ha podido evitar y que probablemente ha hecho sin darse cuenta.

-Amelia -suspira mi nombre entre mi pelo-, era un monstruo.

-Tú no.

Es lo que está pensando, se niega a olvidar que aunque comparta código genético con ese hombre no tiene nada que ver con él. Es su manera de castigarse por no haber luchado contra él antes.

-Disfrutaba causando dolor y yo…

-Tú no, amor. Tú no-. Me aparto y le miro a los ojos-. Tú me amas.

El negro de los ojos adquiere reflejos plateados y aprieta los dedos. Me aparto y le cojo una mano para tirar de él hacia el interior de nuestra casa. Daniel espera inmóvil a que cierre la puerta y colocada detrás de él le quito el abrigo y, de puntillas, le muerdo el cuello un instante. Él echa la cabeza hacia atrás, tiene los ojos cerrados y el suspiro que escapa de sus labios es de alivio y placer, y de amor. Camino y me coloco frente a él, Daniel abre los ojos y es como si me viera por primera vez desde que ha llegado.

-No podría vivir sin ti, Amelia. No podría y no querría.

Arrugó la frente un poco confusa.

-No tienes que hacerlo.

-Podría haberme convertido en él y entonces jamás te habría conocido, jamás habría aprendido a amarte. Ése es mi mayor miedo, pensar que podría no estar aquí contigo.

-Oh, Daniel, eso es imposible.

-No, no lo es. Podría haberte perdido, todavía puedo perderte.-Cierra los puños furioso-. Sabes lo que hizo mi padre, no puedo ocultarte nada, lo sabes todo y algún día quizá te darás cuenta de que no quieres…

-Calla ahora mismo. -Le cojo el rostro con las manos, sujeto sus fuertes y tozudos pómulos, y tiro de él hacia mí-. No hay nada, nada en absoluto en ti que me dé miedo. Eres el amor de mi vida.

-Dios, te necesito tanto…

Me muerde, me besa, no sé qué es lo primero pero las caricias tiernas se unen a las desgarradas. Baja las manos por mi cuerpo, la falda que he elegido esta mañana me acaricia las piernas antes de llegar al suelo y después noto las manos de Daniel en mi cintura casi desnuda. Yo le desabrocho los botones de la camisa, uno a uno y le recuerdo lo mucho que le gusta sentir mis uñas en la piel del torso.

-Quítate la camisa. -Yo no puedo porque no me suelta y no puedo deslizar la prenda por sus brazos.

-No puedo soltarte.

Es verdad, no puede, está tan concentrado en mí, tan aferrado a mí, que no puede alejarse.

-Está bien, no me sueltes.

Suspira aliviado y me besa el cuello despacio, hunde allí la cabeza, respira. Temblamos.

-Tranquilo, tú solo siente, siente tanto como necesites, yo me ocuparé del resto.

Me desabrocho los botones de la blusa, él me besa la piel que me quedando al descubierto con reverencia. Dejo que la blusa caiga al suelo y le quito el cinturón a Daniel. Su respiración es entrecortada, acelerada, y cuando apoyo la palma de la mano en el pantalón, gime. Suelto el botón del pantalón y él mueve las caderas. Deslizo la mano por debajo de los calzoncillos, es demasiado para los dos. Doy un paso hacia atrás y él me sigue a ciegas, otro paso, uno más, hasta que mi espalda toca la pared.

Entonces levanto una pierna por entre las de Daniel, acariciándole con fuerza. Él tiembla y aparta el rostro de mi cuello para besarme de nuevo los labios, la lengua se mueve desenfrenada, desesperada, sus manos siguen en mi cintura, incapaces de moverse.

-Suéltame, Daniel.

-No.

-Sí, amor, suéltame y levántame del suelo para que pueda rodearte la cintura con las piernas.

Ruge, solo puedo describirlo así, y me levanta. Obedece al instante. Vuelve a besarme, el sudor le resbala por la frente y una gota me acaricia el rostro. Daniel es así conmigo, sin control, sin límites. Muevo una mano despacio entre los dos, quiero que sea consciente de lo que voy a hacer, que lo ansíe, que lo necesite.

Me muerde de nuevo los labios, ya no puede más.

Le sujeto, tiembla y crece entre mis dedos, sigue con los calzoncillos y los pantalones puestos, solo los he bajado lo necesario para que pueda entrar dentro de mí y cuando lo hace…los dos gemimos al sentirnos.

Nuestros labios se necesitan y por eso siempre saben encontrarse, el beso es inacabable, sigue el ritmo imposible de nuestros cuerpos y nos devora a los dos. La pasión, el deseo, el fuego que creamos juntos es incontrolable, pero el amor es mucho mayor. Le siente temblar, me aprieta al llegar al límite y grita mi nombre. Y yo el suyo.

Un beso tierno, el último y el primero, y le digo:

-Lo ves, nunca tendrás que soltarme.”

©M.C.Andrews

Daniel y Amelia

Daniel y Amelia

 

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Daniel y Amelia, Sueños hechos realidad

Siempre necesito contarte más sobre Daniel y Amelia…

Prometo actualizar pronto la web, explicarte todo lo que he estado haciendo estos meses, contarte qué estoy escribiendo… Mientras te dejo con la versión extendida de una escena que aparece en mi último relato publicado, “Por tus caricias”.

Ojalá te guste y estés dispuesto a enamorarte de mis próximas historias.

“Daniel se tumba a mi lado, con un brazo me acerca a él y con el otro me aparta unos mechones de pelo que se han pegado a mi cuello. La rosa descansa sobre mi ombligo y me hace cosquillas. Cierro los ojos e intento recuperar el aliento. Me cuesta respirar y el perfume de Daniel sigue deslizándose por mis venas. Sus besos siguen quemándome la piel. Le tiemblan los dedos al tocarme la mejilla y los flexiona al apartarlos.
No soporta demostrar ninguna debilidad, aunque sabe que a mí no puede ocultarme nada. Giro el cuello y le beso el pectoral donde estoy recostada.
Se queda sin aliento y cuando lo recupera lo suelta despacio.
-Hazlo, Amelia –me pide, cada palabra le produce un profundo eco en el pecho. Me incorporo para mirarlo y veo que aprieta los párpados con fuerza y le vibra ligeramente la mandíbula-. Ahora. Por favor. Te necesito.
Me siento a su lado y le observo sin decirle nada. A pesar de que acaba de hacerme el amor con absoluta desesperación su cuerpo sigue rígido y dolorosamente excitado.
<<Oh, Daniel. Sientes demasiado.>>
Levanto una mano e intento acariciarle la frente y la mejilla, pero él sólo me deja tocarlo un segundo. Sus dedos capturan mi muñeca y se cierran a su alrededor.
-No.
Lo dice tan decidido, tan furioso incluso, que busco su rostro. Ahora me mira, los iris están ardiendo y en medio del fuego veo terror y deseo, lujuria, pasión, y un amor como nunca me había imaginado que existiera. El nuestro.
-No –repite entre dientes-. No me toques con ternura. Hoy no podría soportarlo.
-Daniel… -Se me rompe el corazón cuando dice estas cosas.
-No. Por favor-. Él no es consciente pero ha aflojado los dedos con los que me retiene la muñeca y ha empezado a mover el pulgar acariciándome la piel-. Necesito que me poseas.
El torso le sube y baja muy despacio, como si respirar no fuese una reacción natural de su cuerpo y tuviese que obligarse a hacerlo. Los músculos del abdomen se le contraen y la mano que tiene en la cama se cierra encima de la sábana, arrugándola entre los dedos.
-Tranquilo, amor –susurro.
-¡No! –Cierra los ojos y traga saliva-. No –repite humedeciéndose los labios-. Poséeme, demuéstrame que te pertenezco -. Esa petición le ha costado un trozo del alma. El corazón le late tan rápido que puedo oírlo-. Hazme todo lo que me has dicho. Por favor-. Hunde los hombros en el colchón, está intentado dominar la tensión y el anhelo que le domina el cuerpo.
Me necesita, incluso más de lo que desprenden sus palabras. El viaje que tiene que emprender mañana, la conversación de anoche, los recuerdos de un pasado que no acaba de desvanecerse, un futuro que todavía parece demasiado frágil… Todo arde dentro de él y nos está abrasando a ambos.
Muevo la mano que tengo libre hacia el estómago de Daniel y empiezo a acariciarlo. Hundo las uñas en sus abdominales un breve segundo y después me dirijo hacia la parte que solloza por mí.
-Gracias –gime él al instante.
Por fin respira, su impresionante espalda descansa en el colchón y afloja la tensión con la que apretaba los labios. Me suelta la muñeca y ambos brazos se relajan encima de las sábanas.
-Chis, tranquilo.
Empiezo a acariciarle como necesita y con la mano que he recuperado le toco el rostro con ternura. Ahora no se queja, sino que gira la mejilla en busca de más.
-Por favor, Amelia –susurra perdido en ese lugar al que solo yo sé llevarle-. Por favor, dime qué tengo que hacer.
Le aparto el pelo de la frente, la tiene empapada de sudor y, sin dejar de tocarle con la otra mano, me inclino hacia sus labios. Le beso suavemente, él tiembla y suspira pegado a mí. Mi lengua entra en el interior de su boca y Daniel gime, se entrega absolutamente. Afloja la mandíbula para que pueda besarlo como los dos necesitamos. Sólo dura unos segundos, no puedo alargarlo más, él necesita mucho más. Cuando retrocedo él intenta seguirme, levanta la cabeza de la cama en busca de más.
-No –le detengo con una sola palabra-. Túmbate boca abajo y sujétate del cabezal.
Daniel respira entre dientes y aprieta la mandíbula. Lo siento estremecerse en mi mano y veo que está intentado contener el ardiente deseo que le ha provocado mi petición. Bueno, en realidad no es una petición, y él lo sabe. Y por eso está tan excitado.
Aflojo los dedos uno a uno y Daniel espera unos segundos antes de darse media vuelta y colocarse en la posición adecuada. Levanta los brazos despacio, se me acelera el corazón al ver la fuerza que desprenden todos y cada uno de sus músculos. Es un hombre impresionante, sin igual, y me pertenece. Rodea el cabezal de la cama con los dedos y los hombros le tiemblan del esfuerzo que hace para dominar el poder inherente de su cuerpo.
Magnífico, es la única palabra que se me ocurre para describirlo.
Deslizo una mano por su columna vertebral, se me hace la boca agua al ver cómo se le eriza la piel al paso de mis dedos.
-Amelia…
Oír mi nombre me impulsa a levantarme. Quiero sentirlo, hacerle feliz, poseerle, cuanto antes. Él dice que me necesita, y sé que es verdad, pero yo le necesito aún más.
Siempre más.
Saco la cinta de seda negra del cajón y le ato las muñecas entre ellas y ambas a la cama. Daniel se estremece, el deseo le cubre la piel, pero suspira feliz y aliviado al notar la cinta. Podría romperla, Daniel podría soltarse de cualquier atadura si quisiera, pero no quiere.
Está tan atractivo así, tan sensual en su rendición, que no puedo seguir conteniéndome y le giro el rostro en busca de sus labios. Nos besamos, suspiro su nombre en su boca, le entrego todo el poder a pesar de que él cree habérmelo dado todo a mí.
No es cierto, siempre lo ha tenido él, desde el día que le entregué mi corazón.
-Te amo –le digo mirándole al apartarme.
-Dios, Amelia, yo también te amo –confiesa antes de capturar mi boca y besarme otra vez.
Me muerde el labio inferior, no oculta que está temblando y que su lengua, sus labios, todo su cuerpo reacciona meramente por instinto, respondiendo a un anhelo profundo, a la necesidad de su alma. Me besa, se empapa de mi sabor y de cada una de mis respuestas. Tensa los brazos que tiene atados y mantiene el resto del cuerpo inmóvil en la cama.
Esperándome.
Interrumpo el beso, seguiría besándole –jamás dejaría de hacerlo-, pero él me necesita. Apoyo la frente en la suya y espero a que él recupere el aliento y abra los ojos.
-Basta, Daniel –le digo con ternura y en voz baja, atesorando la intimidad que existe entre nosotros-. Ahora vas a entregarte a mí, voy a darte todo lo que necesitas para soportar estos días que vamos a estar separados.
-Sí, por favor –accede temblando.
-Chis, tranquilo. Vas a estar bien, lo sé. Estás dentro de mí y no voy a dejar que salgas nunca.
-Nunca –suena a pregunta, así que se la respondo.
-Nunca-. Le acaricio la mejilla-. Ya casi está, amor mío. Dime qué necesitas antes de que empiece.
-Un beso -pide.
Me mira a los ojos, los tiene negros, abiertos, en llamas. Le beso con ternura, de aquel modo que a él tanto le afecta y dejo que sus labios se aparten despacio de los míos. Después, descansa el rostro en la almohada y respira despacio.
-Hazme tuyo, Amelia. Por favor. Estoy preparado.
Le poseo, le acaricio todo el cuerpo, le beso cada centímetro. No le dejo ni un ápice de control sobre sus reacciones, todas me pertenecen. Y cuando se entrega a mí ya no hay remedio; yo soy suya para siempre.
Y cuando hacemos el amor tal como le he prometido que lo haríamos, le brillan los ojos y susurra que me ama.”

 

Por tus caricias

Por tus caricias

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