La semana pasada, cuando publiqué la primera parte de Un beso y una mirada, no me di cuenta de que la segunda iba a caer justo en el día de Halloween. Es curioso, ¿no crees?, y he decidido tomarme la llegada de las brujas y de los fantasmas como una muy buena señal. Estos últimos días han sido muy productivos, difíciles pero productivos, las novelas del año que viene van cogiendo forma, sus personajes ya tienen vida y están llenos de emociones. Pero quizá falta demasiado para el 2015, quizá antes de que el año cambie de número podría conseguir que una historia acabase en tus manos, enamorándote, seduciéndote para siempre.
Prometo intentarlo si tú me prometes que seguirás leyéndome y creyendo que no existe nada más erótico que el amor.
Y ahora centrémonos en esa cena que Marina, Rafferty y James han organizado junto con Daniel y Amelia, ya sabes qué está sucediendo entre estos últimos, ¿no? (si no, busca la entrada de la semana pasada y léela), pues bien, antes de seguir con ellos creo que ha llegado el momento de contarte qué están haciendo los protagonistas de Nunca es suficiente. Te va a hacer temblar, ya verás.
Esta vez, la escena va a contártela James… ♥
«Esta noche tenemos invitados en casa. En casa. Se me eriza la piel de la espalda solo con pensar en esa palabra y aprieto los puños para contener la arrolladora necesidad que siento por tocar justo en este instante a la mujer y al hombre que la comparten conmigo. Nunca me había atrevido a soñar que pudiera sucederme a mí, que tuviese la suerte y el privilegio de enamorarme de dos personas tan increíbles, tan perfectas. Perfectas para mí. Y ellos me aman, lo sé. Cojo aire y lo suelto despacio, es inútil que siga intentando negar la evidencia. Les necesito.
Ahora mismo.
Ya.
Mierda, la cena. Alargo la mano furioso en busca del reloj que se ha escondido bajo el puño de la camisa blanca. Tengo tiempo. Daniel y Amelia no llegaran hasta dentro de unas horas y sé que Marina y Rafferty están a punto de salir de sus respectivos trabajos e ir a casa. Yo iba a llegar tarde, tengo una reunión en Britannia Oil, pero voy a cancelarla. El informe de la nueva plataforma puede esperar. Yo no. Sé que estoy alterado, que hoy mis sentimientos son especialmente intensos y me duele reconocer que una parte de mí tiene miedo de lo que pueda suceder esta noche durante la cena. Odio sentirme así, lo odio porque significa que estoy inseguro y que dudo del amor que nos profesamos. Y no es así. Sin embargo, no puedo evitarlo. Daniel y Amelia son amigos de Rafferty y Marina, yo soy el recién llegado. El nuevo. El hombre que trastocó sus vidas.
No, no es verdad. Sacudo la cabeza disgustado conmigo mismo. Marina y Rafferty no se merecen que defina así nuestra historia de amor. Y Daniel y Amelia siempre nos han apoyado, aunque sé que cuando Marina y Rafferty fueron pareja, antes de conocerme, también estuvieron a su lado. Es eso, es ese pasado común entre ellos cuatro, lo que me tiene así. Siempre habrá una parte de su historia en la que yo no aparezco.
Pero yo soy su futuro. Los tres lo somos. El futuro nos pertenece juntos. Y necesito tocarlos, besarlos, ahora mismo. El claxon de un coche me obliga a detenerme y mi mirada se desvía hacia unas flores blancas. Tengo que moverme, si me quedo quieto durante lo que dura el semáforo me arrancaré la piel. Camino decidido hasta la floristería, ocupa la entrada de Liberty, la quintaesencia de Inglaterra, el contraste más marcado con mi pasado en Japón.
-¿Puedo ayudarle, señor? -Un dependiente con delantal negro y acento impecable me atiende.
-Sí, quiero dos ramos de rosas blancas.
-Enseguida.
Mientras me los prepara intento no pensar por qué he elegido esas flores. Estoy impaciente por dárselos, por ver la sonrisa que me regalará Marina cuando las huela, el rubor que teñirá las mejillas de Rafferty cuando las acepte a regañadientes. Recompenso la eficacia y la rapidez del florista con una propina y sigo con mi camino. Esquivo a la gente, sorteo obstáculos con cuidado de no dañar los ramos y por fin -por fin- veo la reja negra de casa.
Abro. Oigo sus voces en el piso de arriba y doy gracias al destino por permitirme esos segundos para calmarme (algo que no consigo) y quitarme el abrigo. Marina le está explicando a Rafferty algo que le ha sucedido en el trabajo y a juzgar por el ruido él está aprovechando para desvestirse.
Me detengo en la puerta del dormitorio. Está abierta y me apoyo sin hacer ruido en el marco. Rafferty está dándome la espalda, está plantado frente al vestidor colgando la corbata que esa mañana le he visto ponerse. Marina sale del baño contiguo y es la primera en descubrir mi presencia.
-James, creía que ibas a llegar tarde.
-No te muevas de donde estás -la detengo con mis palabras y mi mirada-, por favor.
-¿No tenías una reunión? -Rafferty se da media vuelta, lleva el torso desnudo y sujeta una camiseta blanca en la mano.
-Deja esa camiseta en el suelo y quédate donde estás -le digo. Me ha costado pronunciarlo, la garganta se me está cerrando de las ganas que tengo de besarlos-, por favor.
La camiseta cae al suelo y los dos me miran intrigados. Durante un instante intercambian una mirada y se me acelera el corazón al ver que se sonríen y deciden seguirme la corriente.
-Tengo que deciros algo -empiezo, pero justo entonces me clavo una espina en un dedo y recuerdo los ramos que aún sujeto. Carraspeo-. Esto es para ti. -Camino despacio hasta donde está Marina y le doy las rosas blancas.
Ella las huele, me sonríe (sabía que me sonreiría), se pone de puntillas y me da un beso en los labios.
-Gracias, James.
Me acaricia la mejilla, sube la mano hasta el pelo y me aparta un mechón que el sudor -y el deseo- me ha pegado en la frente.
-De nada -farfullo antes de girar sobre los talones y acercarme a Rafferty. Él me está mirando, tenso, el torso le sube y baja despacio. Está conteniéndose, pero no sé qué… Tal vez. No, me riño, no puedo dudar de ninguno de los dos.
Me detengo frente a él y nos miramos.
-¿James? -Enarca una ceja y tengo la sensación de que está conteniendo una sonrisa.
-Estas son para ti, Ra. -Extiendo el brazo con el ramo.
-¿Me has comprado flores?
Se ha cruzado de brazos, se le marcan los pectorales y me distrae.
-Sí, os las he comprado a los dos. A Marina le han gustado, me ha dado un beso.
-¿Rosas blancas? -Acepta el ramo, al cogerlo nuestros dedos se han rozado, pero sigue sin acercarse y sé que Raff no es como Marina. Él necesita su tiempo.
-Significan que un amor durará toda la vida. La eternidad -le explico mirándole a los ojos-. Mi padre se las regalaba siempre a mi madre.
-Son preciosas -dice por fin Rafferty colocando una mano en mi torso. La camisa no evita que se me acelere el corazón-. Gracias.
-De nada.
La mano sube hasta mi cuello y los dedos se mueven despacio por la nuca, enredándose en mi pelo. Cierro los ojos. Noto el aliento de Rafferty acariciándome el lóbulo de la oreja.
-Nunca nadie me había regalado flores -me susurra-. Gracias por ser el primero, Jamie.
-El único -pronuncio tras humedecerme los labios.
-El único -repite antes de besarme la mejilla, acercándose con otros besos a mis labios-. Solo tú y Marina. Para siempre.
-Para siempre -repito ahora yo sujetándome de su cintura.
Dios, se suponía que era yo el que iba a estar al mando, el que iba a tomar la iniciativa, pero ha sido verlos y he perdido la capacidad de pensar y de dominar mis propias acciones.
-James, amor -murmura Marina a mi espalda, acariciándola, rodeándome desde allí para empezar a desabrocharme los botones de la camisa-, ¿de verdad nos necesitabas tanto?
-De verdad. Siempre os necesito -confieso hundiendo el rostro en el cuello de Ra para besarlo-. Os necesito.
Rafferty me sujeta el mentón y se apodera de mis labios, robándome el aliento, besándome hasta que siente que me entrego a él por completo. Las manos de Marina están ahora sobre mi piel, los dedos encogen los músculos de mi estómago hasta detenerse en el cinturón negro.
-Es por la cena de esta noche -adivina Marina-, sigues creyendo que Daniel y Amelia simbolizan nuestro pasado, el pasado mío y de Rafferty en el que tú no estabas.
Asiento, solo puedo asentir, no soy capaz de hablar. Los dos me están besando, tocando, acariciando, volviéndome loco.
-No queremos ese pasado, Raff y yo nunca habríamos sido felices juntos -me asegura Marina besándome ahora la espalda.
¿Cómo me han quitado la camisa?
-Así es, Jamie. Amo a Marina, me enamoré de ella antes de ti, cierto. -Abro los ojos, a Rafferty le cuesta hablar de sus sentimientos y cuando lo hace no quiero perdérmelo-, pero sin ti jamás habría sido feliz. Jamás habría conocido el amor de verdad, el amor eterno. Eso solo lo siento cuando estamos los tres. Tú me has enseñado a sentirlo.
-Oh, Raff -suspira emocionada Marina, y pasa junto a mí para colocarse frente a Rafferty y darle un beso.
Les miro, les observo, son hermosos, son mi corazón. Lo mejor que me ha pasado en la vida.
-Os amo. -Los sentimientos salen de mis labios igual que de mi corazón.
-James. -Marina me abraza por la cintura y suspira pegada a mi torso.
-Jamie, ven aquí y hazme el amor. -Rafferty tira de mi cuello para besarme apasionadamente-. Te amo, amo a Marina y es culpa tuya que me hayas convertido en la clase de hombre que se excita y emociona con un ramo de flores, así que ahora haz algo al respeto. Por favor.
-Sí, James, no puedes dejarnos así. Haz algo, te necesitamos. Te amamos.
Lo hago, le beso, primero a él porque no me suelta y después a Marina. Y después…después seguimos besándonos y amándonos.»
Espero que te haya gustado leer sobre James, Marina y Rafferty y que quieras seguir leyendo más y más.
Yo sigo escribiendo, todavía me falta contarte qué sucede durante la cena (y después).
Por cierto, Happy Halloween ♥
©Miranda Cailey Andrews
No te olvides de tu promesa.